25.FEB.21 | PostaPorteña 2188

Moneda en la Rusia soviética, 1917-1930 (final)

Por ASTARITA

 

Rolando Astarita  23 feb. 2021

La parte 3 de la nota, aquí

En esta última parte de la nota reseño la crítica de Trotsky, en La revolución traicionada, a la política monetaria y de precios de la dirección soviética durante los años de la colectivización forzosa y la industrialización acelerada. A fin de ubicar esta crítica pasamos revista a la situación de precios y moneda en los últimos años de la década de 1920, y los primeros de la siguiente.

Los años de la colectivización y la industrialización a marcha acelerada

Durante la industrialización forzosa se incrementaron las presiones inflacionarias (sobre la industrialización forzosa, aquí). Según Nove (1992), una causa del aumento del nivel de precios fue el énfasis en la inversión en infraestructura e industria pesada, ya que aumentaban los ingresos sin el correspondiente aumento de la producción de bienes de consumo y servicios (p. 201). Además, y urgidos por cumplir los elevados objetivos de producción establecidos, los directores de empresas contrataban empleo extra para compensar la ineficiencia o el sobre optimismo de los planificadores. Esto es, competían entre ellos para conseguir el trabajo disponible. El resultado fue que los salarios y la masa salarial aumentaron por encima de lo que había se había previsto al elaborar los planes. El plan económico contemplaba para 1927-28 un aumento de los salarios nominales del 46,9%, y una caída de los precios del 10%; de manera que los salarios reales deberían aumentar 52%. Sin embargo, el aumento de los salarios nominales fue mucho mayor; y la nómina de trabajadores contratados también excedió en mucho lo planeado. El problema continuó en los años siguientes.

En consecuencia la población tenía más dinero en el bolsillo, pero había poca oferta de bienes. De ahí que surgieran mercados negros o grises, a pesar de los esfuerzos por suprimirlos y de los controles (p. 203, ibid.). Ya en 1929 había una distancia importante entre los precios oficiales y los precios que pedían los comerciantes privados. Además, hasta 1933 las cooperativas tuvieron capacidad para eludir los controles de precios e incluso las empresas estatales descubrieron que podían compensar en parte sus excesos en el pago de salarios aumentando el recargo al fijar los precios. El gobierno intentó fijar los precios en el sector de cooperativas y estatal, con vistas a su reducción gradual. Los precios de unas pocas mercancías escasas o racionadas fueron disminuidos. Sin embargo, la inflación siguió en ascenso, en parte alimentada por el crédito, la presión salarial (y la escasez de bienes). Tengamos en cuenta que entre 1929 y 1933 muchas empresas tuvieron pérdidas operativas que fueron cubiertas con créditos de corto plazo y subsidios por parte del Estado (p. 217).

Debido a la necesidad de recursos para financiar la industrialización, el gobierno puso el acento en los impuestos. Estableció un impuesto a la circulación (reemplazó una multitud de otros impuestos), que se incluyó en el precio de oferta al cual la industria entregaba mercancías a consumidores no oficiales. Fue una vía para eliminar el exceso de poder de compra. Pero también impulsó la inflación, dado que se recargaba sobre los costos (p. 204, ibid.). Por otro lado, también se recurrió a la colocación compulsiva (aunque formalmente era voluntaria) de deuda pública. Y se volvió a recurrir a la emisión monetaria. El dinero en circulación pasó de 1700 millones de rublos en 1928 a 8400 millones en 1933 (p. 212). En un marco de gran escasez de bienes de consumo, reaparecieron formas de trueque y se volvió a hablar de eliminar el dinero, como había ocurrido durante el Comunismo de Guerra.

Por lo explicado, hubo necesidad de admitir los mercados paralelos, legales o semi legales. En 1932 abrieron tiendas “comerciales” que vendían bienes racionados o escasos, de muchos tipos, a precios más elevados que los oficiales (p. 205, ibid.). Surgieron también lugares de venta de comida y bienes manufacturados en áreas obreras, con precios más bajos que los “comerciales”, pero por encima de los racionados. A partir de 1933 aparecieron “almacenes modelo generales” con precios más elevados que los precios comerciales. Además hubo negocios que solo vendían bienes a cambio de metales preciosos o dinero extranjero. A lo anterior se sumaban los precios de los mercados libres, que podían ser casi legales, semi legales o del mercado negro. Un ejemplo fueron los mercados koljosianos. Dada la suma de estas presiones, en 1932 el gobierno soviético decretó una suba general de precios. Hacia la primera mitad de ese año los precios promedio establecidos por el Estado y las cooperativas fueron 76% más elevados que de 1927-28; aunque los precios de los “mercados privados” fueron 769% superiores a los de 1927-28, y siguieron subiendo, en particular los alimentos (pp. 206-7). En 1933 la inflación volvió a subir.

Debido a que la recaudación de impuestos no era suficiente para financiar la industrialización, se dispuso la colocación de bonos, que en gran medida fue compulsiva; y como vimos, se recurrió a la emisión.

Moneda e inflación en La revolución traicionada

Para terminar esta nota, llamo la atención sobre los pasajes de La revolución traicionada, en que Trotsky trata la cuestión monetaria.

En primer lugar, Trotsky critica la pretensión de acabar con el mercado y el dinero por decreto, “desde arriba”. Ya nos hemos referido a esta cuestión más arriba. En este respecto, Trotsky enfatiza que las funciones del dinero, medida de valor, medio de circulación y de pago, se conservan e incluso se amplían cuando el Estado deviene “comerciante, banquero e industrial universal”. Más en particular, plantea que para desarrollar un plan económico en un país con 170 millones de habitantes eran necesarias: a) la política, la participación de las masas en la dirección, lo que solo es posible con la democracia soviética; b) la palanca financiera de manera que se pudiera verificarse si los cálculos hechos a priori, cuando se elaboraba el plan, eran correctos, o si era necesario rectificarlos. Pero esto último, insiste Trotsky, era imposible sin un sistema monetario estable. Esto es, la estabilidad del dinero era un requisito para avanzar en la planificación, en tanto el mercado no podía suprimirse de golpe.

Por otra parte, sostiene que con el crecimiento económico aumentaría la circulación de mercancías (y por ende del dinero). Más aún porque economías campesinas que antiguamente tendían a la autosuficiencia, ahora producían para el mercado. Pero además, la edificación socialista exigía que el plan estuviera combinado con el interés personal. Esta idea también la encontramos en los últimos escritos de Lenin, dedicados a la cooperación, y de hecho, figuraba también en la Plataforma de la Oposición de Izquierda. El criterio es que no puede construirse el socialismo sin la participación de las masas, incluidas las amplias capas de la pequeña burguesía, campesinos y artesanos. La incorporación a las cooperativas, y a otras formas de trabajo en común, que podían considerarse vías de transición al socialismo, debía ser voluntaria.

En cuarto lugar, Trotsky reafirma que era necesaria una unidad monetaria firme para medir los rendimientos del trabajo; y para ello era necesario el respaldo oro. Señala que las manipulaciones administrativas referidas a los precios fijos de las mercancías “no crean, de ninguna manera, una unidad monetaria estable ni la sustituyen para el comercio interior ni, con mucha más razón, para el comercio exterior” (p. 63). Obsérvese en este punto la distancia con la crítica de Bettelheim a la reforma de 1924, a la que nos hemos referido anteriormente.

Planteadas así las cuestiones fundamentales, Trotsky critica al gobierno soviético porque, una vez estabilizada la moneda, en 1923-4, volvió a incrementarse extraordinariamente la emisión, y con ella la inflación. Escribe: “De 700 millones de rublos a comienzos de 1925, la suma total de las emisiones pasó, a comienzos de 1928, a la cifra relativamente modesta de 1.700 millones que casi igualó a la circulación de papel moneda del Imperio en vísperas de la guerra, pero evidentemente sin la antigua base metálica. Más tarde, la curva de la inflación da de año en año estos saltos febriles: 2.000, 2.800, 4.300, 5.500, 8.400. La última cifra, 8.400 millones de rublos, se alcanzó al comenzar el año de 1933. En este punto comienzan años de reflexión y de retirada: 6.690, 7.700, 7.900 (1935). En 1924 el rublo cotizaba a 13 francos, en 1935 a 3 francos” (p. 64). Señala que en la prensa soviética se habló entonces de sustituir la compraventa por “un reparto socialista directo”, como había ocurrido durante el comunismo de guerra, y Stalin prometió “enviar la NEP, es decir el mercado, al diablo”. Trotsky califica esas consideraciones de “aventurerismo económico”. Si bien la economía estaba mejor que en 1918-1920, seguía siendo imposible suprimir el mercado.

Por otro lado, Stalin sostuvo que el respaldo del chervonetz era la producción de mercancías. Trotsky observa que, si bien el argumento no fue desarrollado, “se convirtió en la ley fundamental de la teoría monetaria soviética o, más exactamente, de la inflación negada” (ibid.). Pero eso no tiene sustento. En este punto precisamos que no hay forma de que una masa de dinero se compare con una masa de mercancías, y que por esa comparación se establezcan los precios. Este disparate es característico de la teoría cuantitativa (en su versión más burda, todo hay que decirlo), pero no tiene nada que ver con la teoría monetaria de Marx.

En este marco, Trotsky critica a la burocracia porque minusvaloraba el peligro de la inflación. “En los medios dirigentes prevalecía la opinión de que la inflación no era de temerse en una economía planificada. Era tanto como decir que una vía de agua no es peligrosa a bordo con tal de que se posea una brújula. En realidad, como la inflación monetaria conduce invariablemente a la del crédito, sustituye con valores reales y devora en el interior a la economía planificada. Es inútil decir que la inflación significaba el cobro de un impuesto extremadamente pesado a las masas trabajadoras” (p. 65). Al disponer de manera arbitraria cuánto debía valer el rublo, la burocracia “se privó de un instrumento indispensable para la medida objetiva de sus propios éxitos y fracasos. En ausencia de una contabilidad exacta, ausencia enmascarada en el papel por las combinaciones del “rublo convencional”, se llegaba, en realidad, a la pérdida del estímulo individual, al bajo rendimiento del trabajo y a una calidad aún más baja de las mercancías” (ibid).

Trotsky también recuerda que la moneda y el combate contra la inflación, así como el manejo arbitrario de precios y valores, habían sido centrales en la lucha de la Oposición de Izquierda: “La plataforma de la Oposición (1927) exigía “la estabilidad absoluta de la unidad monetaria”. Esta reivindicación fue un leitmotiv durante los años siguientes. “Detener con mano de hierro la inflación —escribía el órgano de la Oposición en el extranjero, en 1932— y restablecer una firme unidad monetaria —aunque fuese al precio de una “reducción atrevida de las inversiones de capitales...”. (…) Respondiendo a la fanfarronada del mercado “enviado al diablo”, la Oposición recomen daba a la Comisión del Plan que colocara inscripciones diciendo que “la inflación es la sífilis de la economía planificada” (ibid).

Para terminar, señalo una vez más que no hay forma de eludir las constricciones sociales, sean producto del nivel alcanzado por las fuerzas productivas, sean las relaciones de producción y las clases sociales definidas por ellas, así como sus expresiones políticas. Experiencias como la soviética ilustran esta cuestión. Contra lo que en su momento definió Gramsci – la revolución bolchevique había sido “una revolución contra El Capital”el mercado y sus leyes no desaparecen por actos de voluntad, de la noche a la mañana. Es lo que explica que las restricciones que enfrentaban los bolcheviques en los 1920 con respecto a precios y el sistema monetario se explicaran todavía con El Capital (y no con la teoría monetarista, como parecía creer Stalin). La elaboración de una política revolucionaria no podía desconocerlo.

Textos citados:

Nove, A. (1992): An Economic History of the URSS, 1917-1991, Londres, Penguin Press.

Trotsky, L. (2001): La revolución traicionada, Madrid, Fundación Federico Engels.


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