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EL ECOLOGISMO, EL MURCIÉLAGO, EL CAPITAL Y ANDREAS MALM

Por Communia

 

El murciélago y el capital, de Andreas Malm, se ha convertido en el libro de referencia del ecologismo durante la pandemia. Incluye citas a granel de Rosa Luxemburgo, invocaciones al leninismo ecológico, la consigna de expropiar las petroleras y largos razonamientos a favor de un catastrofismo táctico que pondría el viento de cola para los revolucionarios. Pero ¿para qué revolución? ¿Quién y para qué la haría?

 Communia 10 marzo 2021

 

El discurso del ecologismo sobre el Covid

 

La primera parte del argumento de Malm es un largo reportaje que intenta establecer la raíz común del cambio climático y la Covid. Su tesis liga correctamente la zoonosis, el salto de enfermedades de animales a humanos, a la caza y consumo de animales salvajes y al solapamiento de poblaciones ganaderas y fauna salvaje. La deforestación de las selvas tropicales sería el eslabón que uniría en un fenómeno único cambio climático y nuevas pandemias.

Pero ya aquí eslabones importantes del razonamiento del ecologismo de El murciélago y el capital chirrían. En primer lugar, las relaciones sociales bajo estas tendencias se desubjetivan, las clases y los grupos humanos desaparecen y se reducen a meros engranajes que responden mecánicamente a una estructura que los supera. Por ejemplo, en el caso de los mercados húmedos en los que la enfermedad surgió en China, simplemente se refiere a la tolerancia de las autoridades con la cría más o menos industrial de animales salvajes y apunta a que era un nuevo buen negocio con posibilidades de ventas internacionales como causa de la permisividad estatal.

Olvida el ecologismo que bajo la expansión de este tipo de negocio en China está la presión, políticamente orquestada, sobre un campesinado empobrecido. El capital chino fue consciente en todo momento desde su apuesta por convertirse en fábrica del mundo, de que para mantener salarios competitivos y atraer inversiones necesitaba mantener precios bajísimos en los alimentos de primera necesidad. El campesinado pagó en hambre buena parte de la industrialización. Y para mantener la paz social, es decir, para amortiguar la lucha de clases, el estado chino animó a los campesinos a llevar al mercado animales salvajes.

No fue una supuesta necesidad intrínseca de extraer y mercantilizar las selvas tropicales que tendría el capitalismo tardío del Norte global como dice el ecologismo y recoge Andreas Malm en El murciélago y el capital. Fue una consecuencia marginal, mediada por la lucha de clases, de las necesidad de acumulación  del capital nacional chino.

Pero Malm, atrincherado en la idea del capitalismo tardío, un concepto mandelista  que repite hasta la saciedad, no puede verlo. Para él, como para su maestro Mandel, el capitalismo es ante todo un sistema de intercambio desigual entre las burguesías del Norte y del Sur, no un sistema global de explotación del trabajo.

Del marxismo académico al ecologismo catastrofista

 

La segunda parte de El murciélago y el capital se centra en la teoría de los desastres, uno de esos productos del marxismo académico que garantiza plazas universitarias y citas creando una disciplina a partir de una obviedad. En su caso la obviedad de partida es que no son los fenómenos naturales en sí mismos sino la vulnerabilidad -un concepto definido e institucionalizado por ellos y su influencia– creada por las condiciones sociales y de clase, la que hace que un terremoto, una epidemia o unas inundaciones sean un desastre en vez de un mero problema puntual.

Pero el ecologismo de Andreas Malm, heredero en tantas cosas del pseudo-marxismo de Mandel, no puede dar por buena la crítica materialista de la Historia y ni siquiera implícitamente aceptar la centralidad de la lucha de clases. Así que terremotos, inundaciones o epidemias tienen que igualarse a la realidad social en su protagonismo sobre la historia. El motor de la historia ya no sería la lucha de clases, sino la presión de los desastres naturales sobre los sistemas sociales. Bienvenidos al ecologismo.

Lo particular de nuestra época sería que el capital fósil -otro concepto torticero del ecologismo pseudomarxista de Andreas Malm al que ya dedicó un libro– habría modificado tanto el clima y el medio que haría inevitable una tendencia permanente a la catástrofe. El cambio climático, por sí mismo, sin lucha de clases, amenazaría el fin del capitalismo como un todo. Contra toda evidencia racional o empírica enarbola la idea de que la acumulación se haría imposible a partir de cierto nivel de desastres y daño climático. El salto lógico tampoco es inocente, le sirve para dar el salto a lo que llama el leninismo ecológico.

¿Leninismo ecológico?

 

A partir de ahí establece una igualdad entre lo que el cambio climático sería hoy, y lo que el estallido de la primera guerra imperialista mundial supuso. Olvidando que Rosa Luxemburgo, Lenin y Trotsky vieron en ella el paso del capitalismo a su fase de decadencia y no solo una catástrofe, pretende contarnos que lo que movió a los revolucionarios de hace un siglo fue la urgencia de enfrentar la catástrofe. Todo lo demás sería el mero resultado de un enfrentar las causas y no solo los síntomas de la guerra… lo que no es más que una verdad a medias si no se especifican cuáles serían esas causas y cómo las entendían revolucionarios y millones de trabajadores entonces.

Por si el despropósito insinuado –heredero directo de Mandel y el trotsko-stalinismo– no fuera suficiente, a este marco reduccionista, ambiguo y sobre todo invisibilizador de los trabajadores en su propia revolución, sigue una catarata de comparaciones infames… pero esclarecedoras. Por ejemplo el equivalente reciente de la lucha por la jornada de 10 horas, una de las primeras manifestaciones del proletariado como clase capaz de luchar como tal mundialmente, sería hoy las restricciones a las talas y el refuerzo de los inspectores forestales hecho por el presidente Lula en Brasil de 2012 a 2014.

La aparición de un sujeto político global capaz con su lucha de modificar globalmente las condiciones de explotación se equipara a los decretos forestales de un gobierno cuyo objetivo era afirmar el interés de conjunto del capital nacional brasileño disciplinando con reglamentos a sus facciones más inmediatistas.

En realidad Andreas Malm no va más allá del truco retórico, de la ocurrencia seductora propia de cenáculo estudiantil universitario. El leninismo para Malm y el ecologismo que representa no sería otra cosa que utilizar el sentido de la urgencia para imponer una serie de medidas supuestamente revolucionarias contra el capitalismo fósil.

Las «medidas revolucionarias» que el ecologismo nos propone

 

Las medidas revolucionarias dan una idea del empaque de la propuesta. La primera, una auditoria de las cadenas de producción:

" Realizaremos meticulosos análisis de de entrada-salida y determinaremos exactamente qué cantidad de suelo de los trópicos se apropian. Luego pondremos fin a esa apropiación cortando las cadenas que se adentran en las zonas tropicales […] Ha llegado la hora de guardar las garras del intercambio desigual, que ya es una amenaza para todos. EL MURCIÉLAGO Y EL CAPITAL”

Pero claro, si el capitalismo es solo intercambio desigual entre las burguesías y capitales del Norte y los del Sur, que nadie espere medidas revolucionarias que reduzcan la explotación, afirmen las necesidades humanas universales o apunten hacia la desmercantilización de la sociedad.

“Financiaremos la reforestación y la repoblación de las regiones del tropicales hasta ahora consagradas al consumo del Norte. […] Lo primero es una prohibición de la importación de carne de países que se encuentren o que hagan frontera con los trópicos EL MURCIÉLAGO Y EL CAPITAL”

Como los mandelistas y el resto del trotskostalinismo, tapa con la consigna de expropiación el objetivo de las expropiaciones. Andreas Malm la restringiría al parecer a las compañías petroleras, a las que una vez en manos del estado, convertiría en servicios públicos de captura de CO2.

¿Pero quién haría esta supuesta revolución que cambia carburantes y materias primas sin cambiar las relaciones de producción?

 

La revolución del ecologismo tiene un problema: carece de sujeto. De hecho en su relato de la sociedad y la historia, al eliminar la lucha de clases desaparecen los sujetos históricos. Naturaleza contra sistemas. Los humanos serían poco más que objetos dentro de los sistemas y zarandeados por ellos y un medio natural limitante y limitado. Hasta la Revolución mundial contada por Andreas Malm no parece haber tenido otro sujeto que un puñado de pensadores. Lenin, Rosa Luxemburgo o Trotsky, se ven convertidos de golpe en youtubers predigitales: figuras solitarias que habrían predicado al universo en general propiciando cambios sistémicos no se sabe muy bien cómo más allá del famoso sentido de urgencia.

Pero hasta para el marxismo académico es imposible hacer política sin sujetos políticos. Así que cuando llegamos a la página 209 de las 236 que El murciélago y el capital tiene en su edición en español, por fin nos destapa quién es el sujeto de este ecologismo que se dice leninista y revolucionario: el estado. El mismo estado del que disfrutamos. Estado como en capitalismo de estado. Dicho de otro modo la casa común de la clase dirigente, y la clase dirigente misma es la protagonista de la revolución.

Aquí es cuando entendemos el verdadero sentido de la urgencia que nos vende Andreas Malm en El murciélago y el capital. En la historia sin lucha de clases de Andreas Malm y el ecologismo, los soviets, asambleas y comités, las formas de organización masiva de los trabajadores capaces de tomar la historia en sus manos y convertirse en un estado de transición, si alguna vez existieron simplemente   sucedieronaparecieron. Cosas malas de la generación espontánea: no tiene sentido esperar que vuelvan a aparecer. La revolución hay que hacerla con la burguesía, faltaría más.

“Acabamos de defender que el Estado capitalista es, por naturaleza, incapaz de dar esos pasos. Y, sin embargo, no disponemos de otra forma de Estado. No nacerá milagrosamente de la noche a la mañana un Estado socialista basado en soviets. No parece probable que vaya a materializarse próximamente (o nunca) un poder dual con los órganos democráticos del proletariado. Esperar su llegada sería ilusorio a la par que criminal, así que solo podemos trabajar con el triste Estado burgués, atado como siempre a los circuitos del capital. EL MURCIÉLAGO Y EL CAPITAL”

Luchar contra la burguesía, el capital y el estado sería Ilusorio y criminal. Todo lo que se puede hacer es luchar en el estado encuadrando y movilizando al mayor número de personas -sin clase, por supuesto- para obligarlo a cambiar el equilibrio de fuerzas que se condensa en su interior. Dicho en pocas palabras: movilizar por llevar dos eslabones de suministro más allá el Pacto Verde sin salirse ni por un momento de la línea de la Unión Sagrada Climática.

Las tristes alforjas del ecologismo que se dice marxista

 

Andreas Malm, que confiesa haber sido anarquista de mozo pero que no deja de hacer referencias mandelistas en casi cada página de El murciélago y el capital, representa bien un cierto fin de trayecto. Un trayecto infame que comienza durante la segunda guerra mundial -cuando se se incorpora Mandel a la todavía IVª Internacional- que pronto se acendra como defensa del capitalismo de estado, que deriva pronto a defensa del estalinismo y el nacionalismo -especialmente de los países semicoloniales– y a partir de los 70 a las versiones europeas del identitarismo y el ecologismo.

Son esa izquierda del aparato político que se dice anticapitalista e incluso trotskista pero lleva décadas momificando a Trotsky y buscando la reconciliación con el estalinismo -es decir con la contrarrevolución más brutal- para por fin hoy, poder decir abiertamente que trabajar por la Revolución de los trabajadores sería Ilusorio y criminal.

Los pretendidos marxismos ecológicos, el falsario leninismo ecológico no es el programa comunista con una coda o una corrección verde, es una vez más, el capitalismo de estado y la unión sagrada -ayer antifascista, hoy climática– clamando en nombre del sentido de urgencia, para someter a los trabajadores, y las necesidades humanas universales y el futuro que representan, a las exigencias de la acumulación,   caiga quien caiga.


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