Aquí viene este canto de la vida que aún vive, de la razón que aun habla y de la ternura y el amor a chorros que no van a matar nunca. De cada lágrima sale un verso y de cada verso mil vidas.
¡Vida, amor y libertad!
(Contra el encierro de la gente y Posta Porteña )
A ti te canto llorando,
creyente desconocido,
que quizá fuimos familia
o quizá fuimos amigos,
que quizá fuimos amantes
o quizá nunca nos vimos.
De llamar tanto a tu puerta
ya me sangran los nudillos.
Me estoy quedando sin voz
gritando entre tanto ruido.
Si apagas la tele y sales,
tal vez oigas mis quejidos.
Consiguieron separarnos
con encierros enfermizos;
obediente a los mandatos
aplaudiste al cataclismo
y te amarraron al miedo,
que es el peor de los grillos.
Te mandan llevar bozal
y obedeces con ahínco
creyendo que es por tu bien,
para que no te entren bichos,
y no entiendo que no entiendas
que es que hablar te lo han prohibido.
Cuando intento hablar contigo
siempre saltas con lo mismo:
“Y los muertos, ¿son mentira?
Yo sé de algún fallecido.
Los contagios, ¿no los hay?
Y las ucis... (CTI; Terapia intensiva), ¿no lo has visto?”
El gran discurso oficial
bien que te lo has aprendido,
cosa que no es de extrañar
porque te lo han repetido,
día a día y sin cesar,
todos los Medios vendidos.
Si intento que razonemos,
dices que estás ya aburrido
de hablar siempre de este tema;
te lo he dicho y te lo digo:
¡si no has hablado jamás,
si repites poseído!
Te he intentado hablar de muertos,
de índices, de negativos,
de hospitales, peceerres,
de protocolos seguidos,
de las autopsias prohibidas
y de tantos otros timos.
Te he intentado hablar de médicos
y epidemiólogos dignos,
de virólogos honrados,
de científicos instruidos;
de los virus y bacterias,
de microbios y organismos.
Te he intentado hablar de leyes,
de multas y de delitos,
de los derechos humanos,
de los boes (boletín oficial de España) que he leído,
del estado de excepción
y el de alarma, el elegido.
Te he intentado hablar también
sin usar sus eufemismos,
sin usar los terminajos
de su decir retorcido
y que el sentido común
te mandase algún aviso.
He intentado hacerte ver
que esto es el gran desatino,
que necesitan tu fe
y bien que la han conseguido;
y que esto no es saludable;
y que esto no es estar vivo.
He intentado que me escuches
pero no quieres ni oírlo.
Has tirado la toalla,
crees que ya está todo dicho
y has decidido acatar
mudo, sin decir ni pío.
Han conseguido que creas
que eres un grave peligro
para tu padre y tu madre,
para tu abuela y vecinos,
y que has de ser responsable,
que es lo mismo que sumiso.
Han conseguido que creas
que la gente es tu enemigo
y que por tu bien te apartas
de presuntos asesinos
aunque tengas que tomarte
mil pastillas deprimido
Han conseguido que creas
que, por el bien de tus hijos,
han de encerrarlos en aulas
-¡qué locura, pobrecillos!-
con las ventanas abiertas
aunque pasen mucho frío.
Y han conseguido que creas
que han de llevar el barbijo
y que deben separarse
de todos sus amiguitos
por no matar al abuelo,
al que no ven hace siglos.
Han conseguido que creas
que a tu padre retenido
en una cárcel de ancianos,
por su bien, le dan asilo
y no dejan que te vea
ni siquiera los domingos.
Han conseguido que creas
que, para que acabe el circo,
han de pincharte un veneno
que -lo dicen Ellos mismos
no evitará ni que enfermes
ni que contagies al primo.
Han conseguido que creas
que has de seguir el camino
que desde Arriba te ordenan
y, a base de numeritos,
te mantienen cada día
acobardado y dormido.
Han conseguido que creas
que has de esperar calladito,
que ya te irán diciendo Ellos
si os podréis juntar ya cinco
y podréis ir a comer
al restaurante más pijo.
Han conseguido que creas
que, si te tienen en vilo,
no es porque Ellos quieran, no:
es porque los positivos
son como la lotería
que ha de marcar tu destino.
Han conseguido que creas,
sabiéndote mortecino,
que son los irresponsables
los culpables y malignos;
que tu vida es una mierda
por culpa de esos mezquinos.
Han conseguido que creas
que debes ser obsesivo,
sicópata con los tuyos,
practicar el masoquismo
y encerrarte en tu burbuja
hasta que pases al nicho.
Y no consigo entender
que en todo esto hayas creído,
que es de sentido común,
no de tontos o de listos,
darse cuenta de los fines
macabros y perseguidos.
Y no consigo entender,
sufriendo lo que sufrimos,
que es de extrema gravedad,
que no hayas dado un respingo
y hayas gritado bien fuerte:
“¡Se acabó ya este mutismo!
¡Se acabó esta sinrazón!
¡Se acabó tanto sadismo!
¡A la calle, y a la calle!
¡Fuera bozales dañinos!
¡Vida, amor y libertad!
¡Vomitemos lo podrido!”
Y apenada me pregunto
que qué pasará contigo
el día en el que descubras
la mentira enloquecido.
Ojalá que el fin no sea
terminar en el abismo.
La tristeza, la impotencia,
la amargura y el hastío,
la pena, la rabia atroz
y el asco hacia los malditos
que no nos dejan vivir,
me han hecho llorar a gritos.
Y he llegado hasta a pensar
-no sin cierto escalofrío,
cuando al recuerdo me vienen
nuestros muertos conocidos,
que me alegra que no sufran
este cruel sinsentido.
Agotada de la rima,
creyente desconocido,
intentaré con la prosa
seguirte hablando al oído
sin andar con miramientos,
por si te hiero un poquito,
aunque siempre con cariño,
querido desconocido.