31.MAY.21 | PostaPorteña 2208

ESTÁS FRITO, ANGELITO

Por Carlos Ares

 

Ya la vimos. Es un clásico.

El que hace de abogado tiene el traje, la corbata, el bigote, el peinado, el abdomen, las mañas del oficio.

Acusa o defiende sin mirar a quién.

Si te dice la verdad, te miente.

Es su laburo.

 

Carlos Ares PERFIL 28 mayo 2021

Un día, por esos vínculos pornográficos que se dan en las habitaciones íntimas de la transa política, la lente de la cámara le hace creer que es el que la tiene más larga. Los que de verdad mandan le ofrecen al secundario el papel principal. Agarra viaje enseguida.

Corre al colectivo. Se trepa andando. Va para allá sin preguntar dónde queda allá. Sabe que declamar la justicia social, poner los dedos en “V”, chupar cirios, tener fe, prometer el reino de los cielos, es un bondi que siempre te deja cerca del poder.

Chamuya en leguleyo. Vende humo. Tira frases. Consigue asiento. Le gusta el coche con chofer. Los viáticos. El salario seguro a fin de mes. Se anota en las buenas. Se borra de las malas. Trepa, llega. Es jefe de Gabinete. Nadie sabe cómo. La película se filma sin recursos, no da andar explicando qué hace el versero ahí.

El misterio va a la bolsa de los milagros argentos. Scioli fue diputado, gobernador, candidato a presidente, ahora es embajador. De la Rúa, presidente. Maradona llevó a Garcé al Mundial de Alemania en 2010. Boudou, De Vido, Báez, que lavó 3.500 millones de dólares, la miran desde su casa. Zannini se anotó como personal de Salud. Massa vacunó a los suegros, Victoria Donda no renunció. Se robaron las vacunas, nadie fue en cana. “Todo pasa”, decía el anillo del capo Julio Grondona, que también se fue sin pagar.

Los que se indignan son de palo. El que manda la cuenta como quiere. Para eso recauda de la nuestra. El tránsito del joven idealista que se hacía camino al andar con su guitarra al hombro a este viejo vizcacha guitarrero se resuelve en tres escenas.

Una: se lo ve como planta permanente, viviendo siempre del Estado.

Dos: en fotos con todos: Alfonsín, Menem, Duhalde, Cavallo, Néstor, Cristina, Massa.

Tres: ladrando en la televisión contra Cristina, hasta que le tiran un hueso.

De tanto estar, dar vueltas, un día la pega. Le dicen: “A ver, vos, el de bigotes, vení”. Entonces va, se sienta ahí, acomoda el culo en el sillón presidencial, se mira satisfecho en los ojos de su amada, en el espejo del baño privado, en la reluciente pava de agua caliente que le llevan para cebarse unos mates, se dice: “Guarda conmigo, ahora sí, ahora van a ver al verdadero líder que soy”.

Se llega así al nudo del conflicto. Al punto culminante de la trama. Cuando comienza el desenlace.

Tres días después, tres semanas, tres meses a más tardar, se lo ve chupando de la bombilla, apretando botones. Nadie viene. No le dan bola. Todo lo que le obligan a hacer es una garcha.

Habla sin saber, promete sin cumplir, dice que sí a lo que pensaba que no. Sale en la foto, lo llevan a pasear en helicóptero con el perro, le dan algo de comer, tiene que improvisar discursos en inauguraciones pedorras. Con el mate en la palma de la mano se pasea por el despacho, se habla encima, recita el famoso “monólogo del que se la creyó”. 


 ¿Soy o me hago? ¿Estoy pintado? ¿Quién manda? ¿Yo o ella? ¿Yo o los que hace cuarenta años que la tienen atada? ¿Yo o Moyano? ¿Yo o Andrés Rodríguez? ¿Yo o los burócratas sindicales? ¿Yo o Cristóbal López? ¿Yo o Vila, Manzano, los amigos de Massa? ¿Yo o los empresarios coimeros? ¿Yo o las mafias enquistadas que cobran peajes en las dependencias públicas? ¿Yo o los funcionarios que transan negocios a mis espaldas? ¿Yo o La Cámpora? ¿Por qué todos me putean a mí?

 

Se escucha Estás frito, angelito, una de Los Redondos. “Tu naturaleza te quiere matar/ ojos con dos pupilas te van a matar/ dale que va/ Estás frito, angelito (…) Camellos prestigiosos te van a matar/ vas a tener que usar pañales de aquí en más/ dale que va/ Estás frito, angelito/ Vas a poner contacto y tu culo va a volar/ lejos de tu croqueta va a volar/ dale que va/ Estás frito, angelito”.

En la escena final, el protagonista, Alberto Ángel Fernández, comprende que fue elegido solo para que no se note que el sillón está vacío. Es un actor de reparto. Uno más condenado a repartir para sobrevivir.

La imagen funde a negro.


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