La Otra Campana, 9/6/21 -AM 1410 Radio Turística, de Salto, miércoles de 10,00 a 10,30.
En algún momento de su funcionamiento, el MLN fue conocido como “los Robin Hood uruguayos”. Esto fue posible por tres razones: 1) algunas de sus acciones de propaganda consistieron en el robo de comestibles para ser distribuidos en zonas de pobreza; 2) el producto de los asaltos a los bancos no tenían como finalidad el enriquecimiento de sus miembros y 3), lo que a mi juicio tuvo mayor importancia, fue que la población hacia la que iban dirigidos sus mensajes, creyó lo que el MLN le decía.
No usar la mentira como arma política y la exigencia de rectitud en la conducta de sus miembros fueron sellos distintivos del MLN, por lo menos en la imagen que se proyectaba hacia el exterior.
Sin embargo, aunque internamente se tomaran medidas contra la violación de algunas de las normas del código de conducta tupamaro, no siempre eso fue generalizado ni se le aplicó a todos por igual.
Otro aspecto de la conducta que caracterizó a los tupamaros fue el uso de la crítica y la autocrítica, por lo menos en el período que podemos llamar de formación de la Organización, entre 1963 y finales de 1966.
Sin embargo, un hecho fundamental en el devenir histórico del MLN, como fue el asalto fallido a FUNSA el 22 de diciembre de 1966 nunca fue analizado en profundidad. En aquellos momentos, pese a que hubo algunos tímidos reclamos provenientes de algunos compañeros, el Ejecutivo decidió que ese no era el momento, dadas las condiciones del momento. Lo haremos más adelante, se dijo.
Eso hizo posible que años después, Huidobro narrara a su conveniencia lo sucedido, achacando la responsabilidad a Carlos Flores, cuando la verdad fue que la camioneta, conducida por Huidobro, se adelantó 5 minutos en llegar al punto de encuentro.
Creo que la mayoría acompañamos esa decisión, pero lo cierto es que ese análisis no se hizo nunca. Tampoco se hizo cuando en julio de 1967 el MLN perdió toda la infraestructura conseguida en la zona de los balnearios, tras la detención de Luis Nell Tacci, que venía siendo tremendamente cuestionado por su conducta personal como en su militancia.
Otro factor que contribuyó al abandono progresivo de esos métodos de análisis, fue que algunas acciones espectaculares fueron exitosas, pese a los errores tanto políticos como operativos que se cometieron.
Voy a poner dos ejemplos de lo que digo: uno es el asalto al casino de San Rafael y el otro es el incendio de la planta de General Motors en Sayago. ¿Quién podía cuestionar un operativo que había dado 54.000.000 a las finanzas del MLN? ¿Quién podía cuestionar que se atacaran los intereses económicos de un personaje como Rockefeller?
Son dos ejemplos de falta de análisis de operativos cada uno conducidos erróneamente y sin embargo “exitosos”, lo que anulaba toda oportunidad de crítica: el asalto al casino en su aspecto de planificación, ejecución y consecuencias y el incendio por el análisis político erróneo que lo impulsó: no le hicimos a Rockefeller el más mínimo daño y clausuramos una fuente de trabajo.
La división en columnas y la compartimentación, base del desarrollo a partir de octubre de 1968 posibilitó y de alguna manera facilitó el abandono progresivo de la crítica y la autocrítica, quedando su empleo al buen saber y entender de los comandos de columna.
Los comités Ejecutivos del MLN, todos, tuvieron gran parte de responsabilidad en ese abandono de la crítica y la autocrítica, fundamentalmente cuando eran sus miembros los que debían ser criticados.
Es verdad que Sendic fue en ese sentido uno de los mayores responsables, pero todos lo fuimos en mayor o menor medida. Así quedó sin dilucidar la responsabilidad de Huidobro el 22 de diciembre, las de Manera, Marenales y Sendic en los sucesos de julio de 1967, las de Efraín Martínez Platero en el robo de Mailhos, las de Mansilla y mías en la acción de Pando.
Y muchas más posteriormente, como la caída de Almería, la fallida negociación planteada por el ministro Fleitas, la muerte de Mitrione, el Plan Cacao, el apoyo al FA, los errores que casi hacen fracasar el Abuso, todo el accionar errático tras la fuga, comprometiendo una tregua al sector político cercano, el FA y Wilson Ferreira y al mismo tiempo procesando acciones para satisfacer las ansias de acción de la base, la declaración de guerra a los ricos en enero de 1972, los sucesos del 14 de abril y todo lo que desencadena, período en el que el uso de la mentira aparece en toda su magnitud.
Mentira que se emplea para tratar de ocultar los errores de quienes fueron responsables de la debacle final: Huidobro, Rosencof, Candán, Engler, Sendic, Marenales y todos los que los acompañaron en la aventura voluntarista del segundo frente.
Pero el ejecutivo anterior al 14 de abril, el formado por Wassen, Rosencof, Engler y Marrero no escapan a su responsabilidad en el uso de la mentira. Tenemos para demostrarlo las declaraciones de Rosencof y de Manera relativas al asesinato de Pascasio Báez.
Hoy sabemos que la historia oficial es falsa y que así como Píriz Budes fue falsamente acusado de ser el responsable del asesinato de Pascasio Báez sabemos que la cárcel del pueblo no la entregó Amodio Pérez.
Los dos fuimos falsamente acusados por los dirigentes y por algunos de sus laderos y comparsas para ocultar que nos habíamos opuesto a los planes que nos llevaron a la debacle y la derrota consiguiente.
Pero ¿cuál fue la actitud de los integrantes del MLN que no formaron parte del grupo de dirigentes que buscó salvarse mintiendo? Hay que reconocer que no les importó que les mintieran.
Primero admitieron que la autocrítica por la derrota no era necesaria porque la derrota se había producido por la traición de Amodio Pérez. Cientos de exiliados y otros cientos de presos recién liberados sabían que eso era mentira. Algunos lo supieron desde el primer momento, en el mismo junio de 1972, cuando se aprestaban a negociar la entrega incondicional de los restos del naufragio y otros se fueron enterando cuando en virtud de los traslados de cuartel en cuartel y de cárcel en cárcel se fue desparramando la verdad.
Caída la dictadura, convencidos de que para mantener la unidad interna era necesario cerrar filas y mirar para otro lado, esos mismos cientos de antiguos presos y exiliados aceptaron ser cómplices en el falseamiento que negó la historia y los convirtió en cómplices.
Cómplices interesados porque así salvaban sus responsabilidades, grandes o chicas, tanto daba. Así, se inventaron biografías, altos el fuego que no existieron y paradas de rotativas que no fueron tales más que en la mente de otros falsarios que solo buscaban subirse al carro conducido por los que ya se perfilaban como los nuevos dirigentes del Uruguay.
Así, periodistas e historiadores abrevaron de los maletines que se repatriaron desde Europa y afloraron cantidades ingentes de dinero que se había logrado mantener a buen recaudo y que provenía de Chile y Argentina, fundamentalmente. Hubo para todos, para unos que más que para otros, como es lógico y natural. Y cuando los fondos se agotaron, se volvió a las expropiaciones, con las consecuencias que todos conocen y que todos callan.
De forma paralela, a unos se los engañó con mantener abierto el horizonte insurreccional y a otros con el cuento de la formación de cooperativas agrícolas y pesqueras, con el único fin de mantener prietas las filas y se aseguraron el silencio de esos cientos de conocedores de la verdad, cómplices de una mentira digna de figurar en el récord Guinness.
Con el paso del tiempo y el afloramiento, pese a todas las trabas y dificultades, del boicot periodístico mayoritario a todo lo que cuestione la historia oficial, ha aparecido la punta del iceberg sobre el que la sociedad uruguaya navega, parte de las verdades verdaderas se han ido conociendo, y hoy los antiguos líderes se van desplomando de a poco, sostenidos, pese a todas las evidencias en su contra, por los mismos que desde hace cuarenta y pico años son sus cómplices, y que lo siguen siendo pese a sus diferencias actuales.
Hoy, resulta que Fernández Huidobro y Mujica son calificados como traidores por los mismos que antes los ayudaron a subirse al castillo de naipes de la historia oficial. Castillo de naipes que construyeron entre todos, incluso por quienes desde hace años me han reconocido mis razones y mis verdades y que hoy, cabizbajos y avergonzados me dan excusas por no salir públicamente a reconocerlo.
Sin embargo, por lo bajini, para que otros no se enteren, me mandan recaditos con mensajes de ánimo. No me apoyan, dicen, porque no me quedé, porque me fui del Uruguay, porque luché por mi vida y por la de la Negra Mercedes, haciéndose los olvidados de que me quise quedar, que seguí sintiéndome un tupamaro más hasta el día que el Nepo me dijo que yo era el cabeza de turco.
Nadie salió a decir como dicen ahora “el Negro tiene razón” y “si te hubieras quedado hubieras ganado la discusión en la interna”, olvidando que ellos mismos tenían la consigna de hacerme callar, como fuera preciso. Y como no pudieron hacerlo, siguieron intentándolo con otras falsas acusaciones y algunos se prestaron al sainete judicial que condujo a mi actual procesamiento.
De este modo, cuando yo me quise ir, me obligaron a quedarme. Paradojas de la vida, los mismos que me obligaron a irme en 1973 son los mismos que me obligaron a quedarme en 2015. Rápidamente se dieron cuenta que retenerme había sido un error, ya que mi paso por los juzgados y las apariciones en prensa me fueron permitiendo desmontar algunos falsos mitos, y decidieron acelerar mi procesamiento, desmintiendo así lo de que los procesos judiciales son lentos.
Sin embargo, luego tardaron más de cuatro meses en fotocopiar y compulsar el auto de procesamiento y enviarlo al tribunal de apelaciones correspondiente.
Una vez que se conoció el disparate jurídico firmado por la jueza Staricco, no faltaron voces que lo descalificaran. Se hizo necesario entonces extender un manto de silencio en torno a todo lo que se refiriera a mi situación como preso político en democracia.
Varios de los que durante la campaña de prensa desatada en agosto de 2015 para procesarme por delitos de lesa humanidad me defendieron desde lo jurídico en la prensa y en la televisión, no han vacilado en calificarme como deleznable sujeto, aunque sin aportar nada que lo demuestre, salvo el repetir las viejas cantinelas, las mismas que la realidad ha ido desmontando de una en una. Otros han acudido a los platós para retomar famas perdidas y otros se han esforzado en acceder a lo que presumen es un sitio de honor, peleando a brazo partido por ocupar un lugarcito en la historia patria.
Algunos de los que sostienen el castillo de naipes se siguen llamando de izquierda y otros se han pasado a otras corrientes. Pero a todos los une el pasado, la antigua cobardía de haber aceptado como verdad una mentira que era conocida por todos ellos y que hoy, pasados los años, no se atreven a reconocer.
Bastaría con que un día al despertar, uno solo de esos cientos y cientos de antiguos amanuenses decidiera despojarse de al menos uno de los secretos que guarda para que el castillo de naipes se desmorone de una vez por todas.
Dijo Álvaro Marchese, uno de los que ha participado en la historia oficial, que “el tiempo de abandonar dogmas que nos han llevado a este desastre, a esta crisis inaudita de la civilización, parece no haber llegado. La tarea de la nueva generación, si es que algún día llega, será desprenderse de los harapos miserables que ha heredado, para animarse a pensar lo nuevo.”
Héctor Amodio Pérez