23.JUL.21 | PostaPorteña 2220

Estalinismo Cañaveral: Capitalismo de Estado y Desarrollo en Cuba (I)

Por Emanuel Santos

 

CUBA =   El empobrecimiento general, la falta de vacunas, los constantes apagones, la situación sanitaria y el manejo gubernamental de la pandemia de coronavirus, se encuentran entre algunos de los factores más visibles tras estas jornadas de manifestaciones. Sectores de derecha, sobre todo fuera de la isla caribeña, se apuran en intentar hegemonizar el descontento. Buena parte de la izquierda, por su parte, o bien condena a las masas que salieron a la calle, comprando de hecho la versión de la derecha, o también, de forma más o menos tímida, pide “más democracia” y una mayor liberalización de la economía. Pero lo que ocurre en Cuba no es ajeno al panorama mundial. Las revueltas sociales brotan por doquier, porque son las condiciones de vida impuestas por la sociedad capitalista las que son contestadas por estos movimientos. Y, por supuesto, Cuba es tan capitalista como cualquier región del mundo.

El siguiente texto, publicado originalmente en inglés en el sitio web de “Ritual” (hoy no disponible), y luego replicado en otros medios (ver: https://mcmxix.org/2018/07/09/sugarcane-stalinism/), aborda la naturaleza capitalista del régimen impuesto en Cuba y desmonta la mitología izquierdista que quiere ver en su historia el desarrollo de alguna forma de socialismo.

Su autor, Emanuel Santos, cubano nacido en La Habana, nos compartió esta versión al castellano que hemos levemente modificado en algunos pequeños detalles. La trayectoria política de Emanuel va desde una primera aproximación al anarquismo, para mostrar luego un creciente interés en la obra de Marx, motivado precisamente por el debate dentro de iniciativas sociales y de grupos anarquistas. Posteriormente, se acercó a posiciones y grupos de la izquierda comunista de orientación “bordiguista” y “consejista”. Existe también una versión en portugués de este material disponible en el portal de “Critica Desapiedada” (https://criticadesapiedada.com.br/2020/08/19/estalinismo-canavieiro-capitalismo-de-estado-e-desenvolvimento-em-cuba-intransigence/), de la cual precisamente hemos tomado estos elementos biográficos del autor, los que se encuentran más extensamente desarrollados en dicho sitio.

Vamos Hacia la Vida Chile 17 julio 2021

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Las naciones, tanto como los individuos, no pueden sustraerse a los imperativos de la acumulación del capital sin suprimir el capital.”

Grandizo Munis, Pro Segundo Manifiesto Comunista [1]

 

La narrativa oficial sobre la naturaleza de los cambios en la economía y la sociedad, en general, introducidos por el gobierno cubano tras la supuesta “revolución” del ’59, cuenta que la reforma agraria y posterior estatización de la economía —es decir, la transferencia de la propiedad de los medios de producción de los capitalistas privados al Estado— han puesto a Cuba en camino al socialismo. Este fue el punto de vista defendido por el agrónomo francés Rene Dumont, quien sirvió de asesor al recién formado gobierno “socialista” en asuntos relacionados con el desarrollo económico

. Desde aquel entonces, otros académicos de izquierda han estudiado seriamente la economía cubana. Samuel Farber se destaca entre quienes lo han hecho desde un lente crítico como el más intelectualmente riguroso y consistente. Su libro sobre la sociedad cubana tras el triunfo de los barbudos sobre la dictadura de Batista, aunque no está exento de problemas, nos proporciona una valiosa ventana al funcionamiento interno del sistema estalinista en su expresión cubana. Farber defiende la teoría del “colectivismo burocrático”, argumentando que, si bien Cuba no es socialista debido a la ausencia de un control significativo sobre la economía por parte de las masas trabajadoras, tampoco puede considerarse capitalista, ya que la nacionalización de los medios de producción supuestamente hace imposible la competencia entre empresas. En cambio, argumenta que lo que existe en Cuba es una sociedad de clases cualitativamente nueva, basada en el gobierno autocrático de una burocracia parasitaria incrustada en el aparato estatal, cuyo dominio sobre la economía y la sociedad generalmente frustra cualquier intento por parte de las empresas de perseguir sus intereses económicos particulares [2].

Aunque sus conclusiones son radicalmente diferentes, los defensores de las teorías “socialistas” y “no socialistas, no capitalistas” (de aquí en adelante, NS-NC) sobre Cuba y otras sociedades estatizadas coinciden en que la nacionalización de las empresas privadas constituye una negación parcial, o incluso absoluta, del capitalismo y sus leyes motrices. Esta concepción, cuya infortunada genealogía se remonta a las ideas “socialistas-estatistas” de Ferdinand Lassalle y sus seguidores en la Primera Internacional, no tiene base alguna en la teoría del socialismo elaborada por Marx y Engels.

Para estos últimos, los monopolios estatales no significaban la negación de las relaciones de producción capitalistas, sino su acentuación [3]. De hecho, ellos insistieron en que la transición hacia el socialismo conllevaría necesariamente un debilitamiento progresivo, o “extinción”, de la maquinaria estatal. El resto de este ensayo intentará hacer un análisis crítico de las teorías antes mencionadas empleando un enfoque metodológicamente marxista y franco en su compromiso con la auto emancipación obrera. Argumentará, además, que la Cuba “socialista” es en verdad una sociedad basada en el trabajo asalariado y la acumulación de capital. Las características definitorias de esta sociedad, a la que denominaremos como “capitalismo de Estado”, son la hiperconcentración del capital en el Estado y el ejercicio colectivo del control sobre los medios de producción por parte de una burguesía estatal.

Como es el caso con tantos intelectuales provenientes de la Nueva Izquierda, no está del todo claro lo que Dumont entendió como “socialismo”. Si aquella gentuza de la revista “Monthly Review” con quien se asociaba sirve de indicación alguna, entonces podemos asumir seguramente que el Estado juega un papel central en su concepción. Sin embargo, ya que este no nos facilita ni siquiera un breve esquema o definición operativa, nos queda descifrar su punto de vista a partir de unas cuantas observaciones dispersas en su relato sobre la transformación de la economía cubana hacia el modelo Soviético. Por ejemplo, él contrasta la “planificación socialista” con “la mano invisible del lucro”, que distribuye el capital donde sea más alta la tasa de ganancia.

Por lo contrario, dice él, una economía socialista sustituirá la anárquica “ley del mercado” por la voluntad del planificador central, aunque no especifica en ninguna parte lo que conlleva el funcionamiento de tal ley o cómo se manifiesta concretamente ésta en la producción social [4]. En su lugar, Dumont aburre a sus lectores con incesantes y tediosas anécdotas suyas reprochándoles a gerentes de empresas y contables estatales por hacer los planes de manera improvisada y establecer metas de producción en base a cifras erróneas, o incluso inventadas. Todo esto, explica él, impide que una economía planificada funcione debidamente [5].

Lamentablemente, su investigación sobre el fracaso de la planificación económica en Cuba acabó ahí mismo. Farber demuestra una comprensión superior de la verdadera profundidad del problema, identificando la ineficiencia, averías mecánicas y el desperdicio en el sistema como consecuencia lógica de la organización jerárquica de la producción. Por tanto, él argumenta que la falta de retroalimentación genuina, indispensable para la planificación económica bajo cualquier sistema, y la productividad mediocre, a pesar del exceso crónico de personal, resultan de incentivos materiales inadecuados o inexistentes y la transparente separación de los productores respecto de los instrumentos de trabajo [6]

Esta explicación puede que parezca contradictoria a primera vista. Después de todo, los trabajadores en los países capitalistas tradicionales también son desposeídos de los medios de producción. No obstante, los gerentes de empresas en cada sistema disponen de diferentes herramientas para disciplinar a sus subordinados. Notablemente, mientras que a los trabajadores en los países capitalistas tradicionales se les pueden obligar, bajo pena de desempleo, a mantener un nivel de productividad, sus homólogos en Cuba quedan protegidos del desempleo a largo plazo por una provisión en la Constitución cubana que establece el empleo como derecho fundamental de la ciudadanía [7]

Como resultado, los gerentes de las empresas a menudo se ven obligados a tolerar cierta cantidad de pereza, e incluso absentismo, por parte de sus trabajadores como costo transaccional para cumplir con las cuotas de producción que les imponen sus superiores en la cadena de mando burocrática. Así, en la medida en que la planificación económica existe en Cuba, siempre ha funcionado mal y de manera inconsistente. En realidad, las revisiones de las metas de producción finales ocurren con tanta frecuencia y son tan comunes en las diversas industrias y empresas, que efectivamente no existe tal cosa como un “plan”. Quienes defienden una perspectiva “socialista” o “NS-NC” aluden frecuentemente a la garantía de empleo como prueba irrefutable de la inexistencia de un mercado laboral dentro de Cuba. De hecho, algunos incluso han argumentado que, dado que los trabajadores en Cuba y países similares supuestamente no gozan de la doble libertad identificada por Marx —es decir, la “libertad” de vender su fuerza de trabajo a un empleador y la “libertad” de todo medio de producción— no existe ni siquiera una clase trabajadora como tal. Es imposible conciliar esa interpretación con los hechos.

En primer lugar, un trabajador puede ser despedido en Cuba por cometer ofensas menores repetidamente, o como castigo por participar en actividades consideradas subversivas [8]. No obstante, esto es poco común debido a su inconveniencia, ya que una infracción de esa magnitud aparece en el expediente de trabajo, limitando las posibilidades futuras de empleo [9]. Se sabe, además, que la tasa de rotación laboral en los países capitalistas-estatales como Cuba es más alta que la de los países capitalistas tradicionales, lo que demuestra que la fuerza de trabajo se puede comprar y vender en Cuba [10]

La sabiduría convencional de la izquierda afirma que la planificación estatal interfiere con las fuerzas inconscientes del mercado que rigen la producción bajo el capitalismo. El primogénito intelectual de esta idea es el estalinista heterodoxo Paul Sweezy.

Aunque su conceptualización no tuvo nada de original, Sweezy fue, sin duda, uno de los primeros en sistematizar este sacrilegio contra el marxismo y presentarlo ante una audiencia de autodenominados “radicales” e intelectuales en el mundo de habla inglesa. Su teoría proporciona gran parte del marco conceptual que sostiene las interpretaciones “socialistas” y “NS-NC”, por lo que necesitaremos examinar sus suposiciones básicas. Según Sweezy, todo lo que se necesita para eliminar la “ley del valor” —es decir, el mecanismo social que regula el intercambio de mercancías en el capitalismo de acuerdo con el tiempo promedio necesario para producirlos— es que la planificación estatal suplante a las fuerzas del mercado como medio principal para movilizar los factores de producción [11]

El funcionamiento de la sociedad capitalista en la actualidad es suficiente para demostrar la falsedad de esta tesis. La ley del valor coexiste con la planificación estatal hoy en día en la forma de industrialización por sustitución de importaciones, los incentivos a la inversión y subsidios a empresas privadas, la gestión de servicios públicos e industrias principales por parte del Estado, la planificación directiva (véase: el dirigismo francés) y el control sobre el flujo de dinero-capital a través de la banca centralizada. Los gobiernos “desarrollistas” del Tercer Mundo han empleado varias de estas estrategias para obtener ventajas frente a sus rivales en el mercado mundial, fortaleciendo así a las industrias nativas hasta que estas sean capaces de competir internacionalmente [12]

El propósito de la planificación estatal es el mismo en todas partes: se trata de introducir una cantidad de regularidad y uniformidad en la economía, donde de otro modo no existiría, para facilitar el cumplimiento de ciertos objetivos y atenuar los efectos de las crisis cíclicas. Por ejemplo, la necesidad de restaurar la anémica tasa de ganancia en los países capitalistas tradicionales dio lugar a un arreglo institucional conocido como la “economía mixta”, mediante el cual el Estado, empleando una combinación de “palos” y “zanahorias” económicas, estímulos fiscales, e incluso intervención económica directa, dirige la inversión de capital y la producción hacia fines deseados. En los Estados Unidos, el país del capitalismo de libre mercado por excelencia, el gasto público como porcentaje del PIB desde 1970 ha crecido hasta el 43%, mientras que esa cifra nunca ha caído por debajo del 34% durante el mismo período, lo que indica que en cualquier momento el Estado controla entre un tercio a dos quintos de la economía [13]

Así que, aunque el gobierno de los Estados Unidos no les dice a las empresas cuánto o qué producir, está efectivamente involucrado en una forma de planificación, en la que ciertas formas de producción reciben preferencia sobre otras, mediante la redistribución de las ganancias de los sectores más rentables de la economía a aquellos que tengan necesidad a través de los impuestos y el financiamiento deficitario (es decir, los impuestos diferidos). Por lo tanto, vemos que, en lugar de destruir los mercados, la planificación estatal se ha vuelto indispensable para preservarlos.

Como entidad social, el capital lleva una doble existencia: una existencia fenoménica como multiplicidad de unidades económicas independientes y una existencia esencial como capital social total, o sea, la suma de capitales en sus interrelaciones dinámicas. El capital social total se manifiesta exclusivamente a través de sus fragmentos individuales. Sin embargo, estos fragmentos son solo independientes entre sí y el capital social total en un sentido relativo, ya que su existencia presupone la de ambos [14]. Imaginemos que el capital es un circuito electrónico, mientras que los fragmentos individuales son los nodos. Los nodos son una parte integral del circuito: sin ellos no hay circuito y viceversa. Cada nodo forma parte, y por lo tanto depende, de todo el circuito. Ahora, los nodos individuales pueden estar más cercanos o separados —o, en el caso del capital, este puede estar más o menos concentrado— pero no pueden existir fuera del circuito, fuera de la totalidad. Aplicar el mismo concepto al trabajo asalariado nos proporciona importantes revelaciones. Los trabajadores en una sociedad capitalista son “libres” con respecto a los capitales individuales a quienes venden su fuerza de trabajo, mientras que están atados al capital social total como sus accesorios.

De hecho, la mera presencia del trabajo asalariado significa que hay competencia entre empresas porque esto supone unidades económicas con suficiente autonomía como para tomar decisiones independientes con respecto al empleo [15]. La transferencia de los medios de producción a una sola entidad —que fue a lo que nos referimos anteriormente como “hiperconcentración” de capital— no ha extinguido la competencia dentro de Cuba. Simplemente ha cambiado la forma jurídico-legal de la propiedad privada de propiedad individual (privada) a propiedad estatal. Los medios de producción siguen siendo la propiedad de clase de la burguesía estatal y la no-propiedad de los trabajadores

Vamos a explicarlo en los términos de nuestra metáfora del circuito electrónico: la nacionalización de las empresas en Cuba ha acercado los nodos individuales en el circuito, es decir, los fragmentos del capital social total, pero el circuito como tal permanece intacto. Los detractores de la teoría del capitalismo de Estado y también algunos proponentes, como los cliffistas,(de la ex-ISO), tratan a Cuba y los demás países estatizados como una sola unidad productiva [16]. La tesis de la “fábrica gigante” es atractiva en gran parte porque hace el análisis de estas sociedades más manejable al condensar varios fenómenos complejos en un solo objeto de estudio. Esto supone un monolitismo funcional en el que los elementos constitutivos de la totalidad social se comportan como partes de un todo armonioso e indiferenciado. Una examinación más exhaustiva por parte nuestra mostrará que esta suposición es completamente injustificada.

La competencia existe siempre y cuando la producción social total se fragmente funcionalmente en una pluralidad de empresas recíprocamente autónomas y competidoras. Hacen falta dos criterios para demostrar la relativa separación organizativa de las empresas, y solo puede ser relativa. El primero es la presencia de un mercado laboral. El segundo es el intercambio de productos entre dichas empresas en forma de dinero-mercancía [17].

Emanuel Santos

( fin primera parte )

NOTAS:

 

[1] Grandizo Munis, “Pro Segundo Manifiesto Comunista”, en Teoría y Práctica de la Lucha de Clases, P. 13.

[2] Samuel Farber (2011) Cuba Since the Revolution of 1959. Chicago: Haymarket. P. 18-19.

[3] Federico Engels (2009) Socialism: Scientific and Utopian. New York City: Cosimo Inc. P. 67.

[4] Rene Dumont (1970) Cuba: Socialism and Development. New York City: Grove Press. P. 110.

[5] Ibid., P. 111-113.

[6] Farber, op. cit., P. 55-56.

[7] Constitución de la República de Cuba. Capítulo VII – Derechos, Deberes y Garantías Fundamentales, artículo 45.

[8] Código de Trabajo de Cuba, Capítulo VI – Disciplina Laboral, sección III, artículos 158-159.

[9] Ibid., Capítulo II – Contrato de Trabajo, sección XII, artículo 61.

[10] Nancy A. Quiñones Chang, “Cuba’s Insertion in the International Economy Since 1990”, en (2013) Cuban Economists on the Cuban Economy. Gainesville: University Press of Florida. P. 91.

[11] Paul Sweezy (1942) The Theory of Capitalist Development. New York City: Monthly Review Press, 1942. P. 52-54.

[12] Ha-Joon Chang (2008) Bad Samaritans: The Myth of Free Trade and the Secret History of Capitalism. New York City: Bloomsbury Press. P. 14-15.

[13] OECD, General Government Spending: Total, % of GDP, 1970-2014.

[14] Karl Marx (1990) Capital, vol. 2. London: Penguin Classics. P. 427.

[15] Paresh Chattopadhyay (1994) The Marxian Concept of Capital and the Soviet Experience. Westport: Praeger Publishers. P. 18-20.

[16] Peter Binns & Mike Gonzales, “Cuba, Castro and Socialism”, en “International Socialism” 2:8 (Spring 1980).

[17] Chattopadhyay, op. cit., P. 54-55.


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