En la nota anterior (aquí) dediqué un largo espacio a defender la política y el programa de Marx, Engels y la izquierda de la Segunda Internacional.
Rolando Astarita 05 agosto 2021
Es que, según el PTS, por haber distinguido entre el programa mínimo y máximo, los fundadores del socialismo científico, y sus seguidores y discípulos, habrían carecido de estrategia revolucionaria y habrían relegado la defensa del socialismo a los “Primero de Mayo”. Una situación que se habría mantenido hasta 1938, año en que Trotsky elaboró el Programa de Transición.
Tal vez algunos piensen que son simples exageraciones polémicas del PTS. Discrepo.
Es que no se trata de un exabrupto, sino de una orientación que necesita mandar al diablo la tradición del socialismo revolucionario.
Lo he estado planteando desde hace años en relación a cuestiones fundamentales del socialismo:
el estatismo burgués; el nacionalismo; la actitud ante la teoría (como explicar la inflación por “los empresarios codiciosos que elevan los precios”); ante el parlamentarismo (no decir que problemas como la crisis y el desempleo no se solucionan votando leyes); el control obrero y otras demandas transicionales (no hacer explícitas sus condiciones de aplicación); el gobierno obrero (mantener en la nebulosa su relación con el Estado burgués); la educación socialista de las masas (reemplazada por la repetición machacona de una o dos consignas-recetas)
En torno a todas estas cuestiones he intentado rescatar las tradiciones del socialismo científico.
¿Cómo me responden? Pues borrando, lisa y llanamente, esas tradiciones. Recuerdo que hace 100 o 120 años la derecha de la socialdemocracia procuraba descargarse de la mochila marxista atacando la teoría de Marx. Lo hacía para desarrollar su política de resultados “tangibles”. Como señalaba Rosa Luxemburgo: “Es bastante natural que la gente que persigue resultados ‘prácticos’ inmediatos quiera liberarse de tales limitaciones [que impone el marxismo] e independizar su práctica de nuestra ‘teoría’” (Reforma o Revolución, p 91)
Hoy intentan lo mismo, pero tergiversando la historia del socialismo. Los oportunistas siglo XXI saben que aquel socialismo revolucionario e internacionalista no encaja en el nacionalismo, el estatismo, el cretinismo parlamentario, el consignismo vacío, el electoralismo, y un largo etcétera.
Por eso barren debajo de la alfombra aquellos viejos textos y experiencias, o las descalifican como “reformismo propio del programa máximo y mínimo”.
Pero aquí no hay inocencia.
Necesitan destrozar la memoria histórica del socialismo revolucionario para tener las manos libres. El electoralismo tiene sus exigencias. De eso se trata.