16.AGO.21 | PostaPorteña 2226

CABEZA DE TURCO (4)

Por AMODIO

 

¿Te das cuenta? Fue mi primera declaración de amor. Por la tarde, al llegar a la escuela, estaba avergonzado y no sabía qué actitud adoptaría ella. Pero ella se comportó como si nada hubiera pasado, un día sí y otro también. Nunca hablamos del tema, seguimos trabajando juntos, terminamos la primaria y nos separamos. Pasaron los años, yo ya estaba casado, era 1960, y nos encontramos en la playa Pocitos. Nos saludamos, nos contamos nuestras vidas, y nos reíamos por cualquier bobada. Y de pronto ella me lo soltó: ¿todavía me querés? La verdad es que te había olvidado, le contesté.  Y ya que estamos, ¿por qué fue que nunca se dijo nada? Yo no sabía dónde meterme, esperando que toda la clase se riera de mí, que vos me esquivaras...

Fue la maestra, fue Selva, me dijo. Cuando me llamaste, se lo conté a mi Mamá y ella me llevó a la escuela antes de la hora. La esperamos y Mamá le contó lo sucedido. Selva nos dijo que eras un niño muy sensible, necesitado de cariño y que lo buscabas donde creías que podías encontrarlo. También nos dijo que lo peor que podíamos hacer era dejarte de lado, porque vos no tenías intención de hacer daño, al contrario, y nos aconsejó que mantuviéramos el secreto. Eso fue lo que pasó.

 Mirá vos, le dije. Desde que salí de la escuela voy a verla a su casa todos los meses y nunca sospeché que ella lo sabía. La próxima vez que la vea se lo voy a decir. Nos quedamos un rato en silencio hasta que retomamos el tema de la escuela, de los ex compañeros, de los cambios que se habían dado, de nuestros casamientos y llegó la hora de despedirnos. Fuimos andando hasta la parada sin decirnos nada. Cuando llegamos a la Rambla le dije: Ana, una duda que tengo: ¿vos también me querías?  No, me dijo. No en ese momento. Te quise después.

No supe qué decirle y se marchó. Nunca más supe de ella, aunque la busqué siempre en la playa, entre la gente.  Hace un tiempo, uno de esos domingos montevideanos grises por la llovizna, salí a caminar, a recorrer calles que permanecen en mi recuerdo como yo las vi y que nada tienen que ver con lo que son hoy. Y llegué hasta la que fue su casa, en la calle Colorado (24). La casa tiene todo el aspecto de estar abandonada y para mí fue otra constatación del deterioro total de este país. No, no sé por qué. Quizás sea porque cuando yo me enamoré de ella sentí alguna forma de envidia de su condición social y a lo mejor hasta llegué a envidiar su forma de vivir. No, nunca lo pensé.

Como dije antes, visité a la señora Selva primero en la escuela y luego en su casa, en la calle Valdense (27). Cuando todavía era su alumno, ella estaba embarazada de una niña. Luego, la señora Selva fue maestra de mi hijo Daniel y su hija maestra de mi nieto Gonzalo. Algunas veces le pedí consejos, que ella me daba después de escucharme atentamente y de meditar sus respuestas, sabedora de la importancia que yo daría a sus palabras. No me equivoco si digo que siempre seguí sus consejos. Y no me equivoco si digo que fue una de las mujeres que más influyó, para bien, en mi vida.

La he recordado cientos, miles de veces. Mujer excepcional, maestra inigualable, quiso a sus alumnos cómo éramos y por lo que éramos. Todos la quisimos. Yo más que a mi madre, aunque suene duro.

No, no me interpretes mal. No quisiera ser injusto con mi madre porque sé que aunque a su modo, siempre buscó lo mejor para mí y mis hermanos, pero ella influyó muy negativamente en nosotros. Es un tema que los hermanos hemos hablado ya muy tarde. La primera vez fue en el año nuevo de 1998. En ese entonces, aunque con algunos matices, coincidimos. Luego ya no e incluso ha sido causa de reproches.

¿Por qué? Porque entonces yo todavía no me había implicado públicamente contra sus líderes políticos.

A partir de ahí muchas cosas cambiaron. Pero yo sigo pensando que fue así. En lo personal, he arrastrado casi toda mi vida el lastre de los complejos que mi madre me provocara. Fue incapaz de hacerme sentir su cariño y aunque eso me hizo mucho daño me siento incapaz de reprochárselo. Nací cuando ella tenía poco más de veinte años y cuando llegó a los treinta ya éramos cinco hermanos. Demasiados hijos para una mujer en las condiciones en que tuvo que criarnos.

Sí, algún recuerdo grato permanece. Son los recuerdos de los escasos paseos que realizamos y que tenían como único fin acudir de visita a casa de algún allegado, los cuatro hermanos agarrados de la mano, ocupando el ancho de la vereda y Mamá detrás con Ana en brazos, la menor hasta esos momentos. Despertábamos la curiosidad de los vecinos que nos encontrábamos a nuestro paso y que nos miraban sin ningún disimulo.

A todos Mamá los increpaba a gritos: ¡Todos míos y del mismo padre!, frase cuyo sentido real no llegué a explicarme hasta pasados algunos años, ya que a mis escasos ocho años todavía creía que los niños llegaban en los picos de las cigüeñas, una de las cuales, enmarcada convenientemente, adornaba una de las paredes del comedor diario.

Y mi padre se comportó como tal a partir de mediados de 1972, como consecuencia de mi precaria situación como preso, pero mi relación anterior con él fue escasa, difusa, y en algunos momentos, inexistente, o a mí me lo parecía. Nunca nos llevaron de paseo, tarea que quedó para nuestras tías o alguna vecina que nos llevó a la playa, junto con sus hijos.

 Recuerdo a Nené(28) y a una vecina que vivía en la casa, que era de los Puga(29). No recuerdo el nombre de la vecina, pero sí el de los hijos: Susana y Abel. Abel era tartamudo. De Nené no recuerdo su nombre. Desde niña estaba de novia con un estudiante de arquitectura, Carlos Pagani, que también era vecino. Tenía un hermano con síndrome de Down, que permanecía horas en la vereda de su casa. Jugaba solo, como un niño, pese a que ya tenía cerca de treinta años. Cuando se estaba construyendo la carpintería de Pirone (30), en lo que antes era el baldío junto a mi casa, se entretenía desmoronando las pilas de ladrillos que quedaban a su alcance. Escondido tras la ventana de su casa esperaba que quienes habían levantado las pilas se retiraran al interior de la obra. Entonces cruzaba la calle, derribaba alguna y se retiraba corriendo a ocupar otra vez su puesto detrás de la ventana.

Nené salía siempre a pedir disculpas, hasta que los mismos obreros la convencieron para que no lo hiciera. Ellos decidieron descargar los ladrillos dentro de la obra, pero dejaban en la vereda una columna para que Osquitar, como era llamado el hermano, continuara con su juego.Un juego del que terminamos participando todos.

La carga de responsabilidad que me echaron encima fue tremenda, lo que me impidió actuar libremente. Antes de actuar como yo creía que debía hacerlo pensaba en cómo se esperaba que yo actuara. Invariablemente actuaba como yo creía que los demás esperaban. Pondré un ejemplo. Una tarde, tendría yo doce años, mi hermano Pancho (31) se enzarzó en una pelea con uno de los Crosa(32), el Luis, otro chico de su edad, diez años, pero mucho más fuerte físicamente y acostumbrado a las grescas.

Nosotros fuimos siempre de naturaleza pacífica y sólo nos liamos a golpes cuando nos teníamos que defender. Esa tarde salí de mi casa y me acerqué corriendo hacia el círculo que en la vereda vecina estaba formado. Ya estaba terminada la carpintería y la vereda era amplísima, la más grande del barrio. Allí, en el centro del círculo estaba mi hermano defendiéndose como podía, recibiendo más golpes de los que lograba colocar, en un desigual mano a mano.

Sin pensarlo, me metí en dicho círculo, agarré a mi hermano por la cintura y lo saqué fuera. También sin pensármelo, me volví y me encaré con el que para mí era el agresor de mi hermano y le dije algo así como que no le partía la jeta porque era más chico que yo. A esa altura, el mayor de los Crosa, el Beto, un pedazo de bruto aunque de mi misma edad, también estaba dentro del círculo, esperando ver qué hacía yo.

Yo pensé que no podíamos volver a casa con la cara de mi hermano marcada por los golpes recibidos sin que conste que yo, el hermano mayor, lo había defendido. Entonces, también sin pensarlo, dirigiéndome al Beto le dije “¿por qué no la seguimos vos y yo?”

A medida que lo iba diciendo, me iba arrepintiendo. Yo era un pingajo de menos de cuarenta kilos y mis puños cerrados se acercaban al tamaño de una mandarina.

El bruto, una vez superada su sorpresa, me embistió, con la cabeza gacha. Cuando llegó a mi altura, di un paso al costado y le di un golpe en la cabeza, a la altura de la oreja, y casi se cae. Volvió a embestir, pero esta vez con la cabeza levantada y antes que me arrollara levanté el puño derecho y lo alcancé en la nariz, que gracias a Dios–a esa altura Dios todavía no me había abandonado– empezó a sangrar.

La visión de la sangre lo afectó mucho, por lo que se marchó corriendo a su casa, dejándome como ganador por KO. A partir de ese momento, cosas de niños, nos hicimos grandes amigos, amistad que se mantuvo hasta que la vida nos condujo por caminos divergentes. “Frenteancha”, lo bautizó el Palmera (33), porque ya entonces su calva era evidente.

Si te cuento del Palmera ahora nos desviamos mucho. Tengo de él muy buenos recuerdos de aquellos años. ¿Ves ese niño jugando con el perro? Yo de niño también tuve y cuando se me murió me dolió mucho. Espero que a ese niño no le duela lo que a mí. No, nunca más tuve uno, salvo el Quiroga, pero no era mío, era del grupo del cantón 5, en Lagomar. No llegué a quererlo, pese a que me acompañaba a todos lados. Cuando abandonamos el cantón, el Flaco Efraín (34) decidió matarlo, para que no se fuera a otros cantones y dejara pistas a la policía.

Después de Ana María, mi nuevo enamoramiento fue de Lucilda, una compañera del liceo Rodó, aunque en esos cuatro años mi corazón estuvo ocupado por varias niñas. Olga, una brasilerita que pasaba algunos días de visita en lo de Bado(35), Ana (36), una chica armenia, que me guardaba cuanta palabra cruzada caía en sus manos, pero ninguna dejó en mí el recuerdo de Lucilda. Marroche, era su apellido. Era especial. Inteligente, buena estudiante, más o menos de mi edad, quince años, de una elegancia que me deslumbró. Cuando digo elegancia no me refiero a su vestimenta sino  a sus modales, a su modo de hablar, de sonreír, aunque muy pocas veces me habló o me dirigió una sonrisa.

Aunque nunca se lo dije, sabía que yo estaba enamorado de ella. No, nunca se lo dije, lo supo porque teníamos un amigo en común,Sergio Villaverde, que se lo dijo. ¿Querés que te cuente? Te cuento: a Sergio yo lo visitaba a menudo en su casa de la calle Consulado (37).

Su padre había muerto hacía poco tiempo y eso fue para todos un hecho extraordinario. Éramos jóvenes, casi niños todavía, y la muerte de su padre nos tocó de cerca. No sé ni cómo ni por qué murió. Casi todas las tardes, después de comer, me acercaba hasta su casa. Pasábamos muchas horas juntos, compartiendo nuestras soledades.

 Él escuchaba mis secretos amorosos y nunca me dijo que él también estaba enamorado de Lucilda. Claro, si me lo hubiera dicho yo no habría sido tan confiado. ¿Por qué no me lo dijo? Lo ignoro, pero me sentí engañado.

No entonces, porque no lo supe hasta hace poco tiempo. Cuando abandoné los estudios seguimos viéndonos algunas veces, cada vez más espaciadas, hasta que su figura se fue perdiendo y solo aparecía cuando me acordaba de Lucilda.

¿Cómo supe de su engaño? Casualidad, nada más. Cuando en junio de 2013 Gabriel (38) me envió los libros para preparar la entrevista que me haría un mes después, le pedí que me enviara algunos. Entre ellos, recibí la segunda edición de La piel del otro, el libro de Hugo Fontana (39). En esta edición, como primer testimonio, apareció un relato que Sergio hace de aquellos tiempos. La lectura de sus palabras fue como recibir un obús en mitad del pecho, porque hace un relato veraz, descarnado y hasta cierto punto con algo de melancolía.

Pero miente en un punto, innecesariamente además, ya que el relato en sí es lo suficientemente claro y doloroso para describirme. Cuenta que ya entonces eran novios, que fue la madre de sus hijos. Miente porque cuenta que yo fui a despedirla cuando ella y el resto de la clase hicieron un viaje a Brasil, creo que a Porto Alegre, organizado por el profesor de Químicas, el viejo Barbagelata Birabén. Yo no fui a despedirla ni  a ella ni a nadie. Fui en un acto de tremendo masoquismo. Fui a sufrir, porque mis padres no me dejaron ir. Fui el único ausente. Fueron todos menos yo. Dice que por perder a Lucilda, intenté suicidarme, cortándome las venas, algo que es absolutamente falso.

Ignoro por qué Sergio Villaverde agrega la coletilla del suicidio. ¿Para hacer más trágico su relato, para agregar a mi personalidad el morbo de un intento fallido de suicidio? No lo sé.

En agosto de 2015 me encontré con Hugo Fontana. Yo estaba parado en la esquina de San José y Río Negro y él pasó y me reconoció. Me dijo Amodio, soy Fontana. Sí, ya ves, otra casualidad. Me ha pasado muchas veces. Yo quería hablar con él, porque a esas alturas ya sabía que él no había falsificado mi manuscrito (40) y quería pedirle disculpas. Cruzamos y nos tomamos un café en el Hispano. Yo no había vuelto a ese boliche desde 1966.

 Hablamos de muchas cosas con Hugo y ahí supe de su amistad con Sergio. Le pedí que me consiguiera una entrevista con él y que le preguntara por una foto del grupo de 4º en el Rodó. Me mandó decir que la foto no la tenía y que no le interesaba verme.

Sí, es posible que tuviera la foto… pero con Hugo hablamos  sobre todo de los relatos que él publicó de boca de Alba Bordoli (41), otro amor fallido y le mostré el lugar que nos gustaba compartir, junto a la ventana que da a la esquina. Las copas de vino blanco y de Espinillar que compartimos con Alba, entonces llamada Estela…

Sí, vos lo sabés bien. No solo Alba, otros muchos personajes han mentido acerca de mí. Incluso se han relatado supuestas anécdotas en las que yo y dichos personajes habríamos participado (42), en algunos casos sin siquiera habernos conocido, pero siempre esas mentiras tenían un fin, que invariablemente era abundar en mi traición.

Pero la mentira de Sergio es gratuita, al menos en apariencia, lo que la hace más inútil aún. A través de Hugo intenté un encuentro con Sergio, pero no quiso. Pasado los años supe que dos amigas, Ivonne y Silvia estuvieron enamoradas de mí, sin que yo me diera por enterado. En esa época tuve la particularidad de enamorarme de imposibles, buscando amores y quereres que me eran esquivos, ajenos a los que se me ofrecían.

Con Silvia (43), ya convertida en médico, me reencontré en 1969, cuando yo, como encargado del Sector Servicios del MLN me reuní con los responsables de cada grupo y ella lo era de Sanidad.

Al principio no la reconocí. Hacía por lo menos diez años que no nos veíamos y al terminar la reunión conversamos algunos momentos para recordar los viejos tiempos en que éramos dos niños y que en alguna ocasión compartimos juegos callejeros. El reencuentro no era para participar en otro juego, sino todo lo contrario. La tarea que teníamos por delante era inmensa, pero creíamos en ella y nos sentíamos fuertes. Nunca más nos vimos.

Sabíamos uno del otro por las informaciones internas y yo fui sabiendo de lo mucho que contribuyó a conformar el Servicio de Sanidad de la columna 15 hasta que en 1972, cuando el descalabro organizativo, la enviaron a una de las columnas que formarían el Segundo Frente. Fue de las primeras en ser detenidas, y después de la amnistía de 1985 reanudamos nuestra amistad a través de cartas que nos remitimos a través de familiares.

Testigo excepcional del período entre diciembre de 1971 y abril de 1972 ayudó a que llenara muchas de las lagunas que yo tenía acerca del desastre organizativo de aquellos momentos y también fue de los que opinó que era mejor dejar correr el tiempo.

Héctor Amodio Pérez

 

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26  Colorado 1866.

27  Valdense 3643. En el número 3637 su hija tiene una escuela de Educación Infantil.

28  Regimiento 9 1673.

29  Regimiento 9 1677.

30 Regimiento 9 1674.

31  Juan Carlos Amodio Pérez.

32  Los Crosa eran dos hermanos, Norberto y Luis, mayor y menor, respectivamente. Vivían en Ramón Márquez 3315.

33   Alejandro Horvath, vivía en Florencio Escardó 1645. El apodo Palmera surgió a causa de su estatura y el pelo rubio y largo que tenía, al menos para lo que se acostumbraba entonces, y que al andar en su bicicleta se movía como las ramas de una palmera.

34 Efraín Martínez Platero. Ingresó al grupo tupamaros en 1965, integrando el grupo conocido como la célula E, formado por su hermano Leonel, los hermanos Aníbal y Líber de Lucía y María Elia Topolansky Saavedra, especializados en el estudio de la red cloacal. Pasó a la clandestinidad en julio de 1967, tras la detención de José Luis Nell Tacci, que estaba residiendo en el domicilio de su hermano, en  la calle Paraguay 1069. Fue cooptado para integrar el Ejecutivo tras la detención de Fernández Huidobro en octubre de 1969, permaneciendo en la Dirección hasta su detención en agosto de 1970. Integró el grupo de fugados entre septiembre de 1971 y abril de 1972. Fue el introductor de Raúl Sendic a las negociaciones del cuartel Florida en agosto de 1972, lo que surge de sus declaraciones a Gerardo Tagliaferro en el programa Cantando las 40 del 5 de noviembre de 2007. En 1974 integró la Junta Coordinadora Revolucionaria en representación del MLN. Posteriormente presentarárenuncia al Movimiento junto a Lucas Mansilla, Luis Alemañy Viñas y Kimal Amir e integró el grupo llamado Nuevo Tiempo, que propicia el abandono de la lucha armada. Este grupo, conocido como “los renunciantes”, serán considerados traidores y acusados del robo del dinero proveniente de los fondos de la Junta Revolucionaria. Formó parte de Nuevo Espacio, dentro del Frente Amplio. Protagonizó la película Estrella del Sur, dirigida por Luis Nieto, otro ex integrante del MLN.

35   Washington Bado, vivía en Regimiento 9, 1679. Era funcionario de la entonces Caja de Jubilaciones, hoy BPS, y complementaba su sueldo como camarógrafo del cine Larrañaga, situado entonces en Luis Alberto de Herrera, entre San Martín y José María Penco. Cuando el cine dejó de funcionar se instaló una panadería y luego el supermercado La Bohemia, hasta que un incendio destruyó sus instalaciones en 2019. Bado era famoso por su afición a las “forchelas”, a las que dotaba de los últimos adelantos mecánicos. La última que yo conocí, a la que había pintado de un color fucsia muy llamativo, utilizando pintura para embarcaciones, estaba equipada con frenos hidráulicos. Disfrutaba recorriendo las estaciones de servicio dando la orden de “revisame el líquido de frenos…”.

36  Ana era la hija menor de Dicrán Basmadjián. Atendía el almacén de su padre situado en Ramón Márquez 3325, esquina con Florencio Escardó. Por ese entonces el papel de los diarios se usaba para envolver algunas mercaderías y los almaceneros compraban ese papel al peso, a sus mismos clientes. Ana me recortaba las palabras cruzadas que casi todos los diarios publicaban entonces.

37 No he sido capaz de reconocer la casa.

38 Gabriel Pereira., el periodista

39  Hugo Fontana. Nació en Toledo, Canelones, el 19 de mayo de 1955. Es escritor, periodista y crítico literario. En 2001 publicó La piel del otro. La novela de Héctor Amodio Pérez, una biografía novelada basada en documentos periodísticos de la época y en una veintena de testimonios de personas que dijeron conocerme.

40  Me refiero al texto del libro que escribí en el Florida y que Fasano distribuyó para “demostrar” mi supuesta participación con algunos militares para actuar contra las instituciones, del que hablaré más adelante. Cuando recibí en el año 2001 la primera edición de La piel del otro, en el que aparecen una serie de textos que se me atribuyen, creí que Hugo Fontana era su autor. Yo ignoraba que Fontana había recogido la versión de unas supuestas Memorias de Amodio Pérez, archivadas en el Instituto de Estudios Interdisciplinarios, de la Facultad de Humanidades, publicadas por Mate Amargo y recogidas por Jorge Marius en su Tiranía de la miseria y por la editorial Arca que las publicó como mi autobiografía.  Como opinión personal, creo que esas supuestas Memorias… corresponden al libro Amodio Pérez, héroe o traidor, escrito por Federico Fasano y editado por alguien desconocido y que no ha sido publicado. En Mapa de un engaño, publicado por Random House bajo el sello Debate, Álvaro Diez de Medina analiza a fondo dicha falsificación.

41   Alba Bordoli Vittori. Estudiante de la Facultad de Humanidades, miembro de las Juventudes Socialistas, ingresó al grupo Tupamaros en 1964, del que se alejó a finales de 1966, por su cercanía al Movimiento Unificador Socialista Proletario. Como docente integró el Área de Formación Educativa del INAU y fue directora del Programa Proyectos Educativos del mismo instituto.

42  Un ejemplo claro es Comandante Facundo, una supuesta biografía novelada de José Mujica Cordano, escrita por Walter Pernas y publicada por Random House para el sello Aguilar en 2014, en el que se me hace aparecer en reuniones en las que nunca participé y entablando diálogos que nunca se produjeron. Comandante Facundo es el mayor compendio de falsedades escritas sobre José Mujica Cordano, al que se le atribuyen hechos que fueron protagonizados por otros integrantes del MLN, como haber participado en el primer secuestro de Pereira Reverbel y la serie de viajes que se dice realizó, que se corresponden con las historias que contaban los argentinos de la ex Tacuara.  El mismo Mujica, como tiene cola de paja, dice con respecto al Comandante Facundo: “Por el carácter novelado de la obra, hay algunas partes  que son hijas de la imaginación del autor, pero que están en línea con la información que yo podía manejar en aquella época.” Como siempre, dice y no dice

43  Nombre supuesto. Conocedora de mi intención de publicar estos relatos, me pidió no ser identificada.


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