30.SEP.21 | PostaPorteña 2235

La estrategia del Kremlin para ganar siempre

Por Hutin /Teschendorf

 

El régimen de Putin se asegura el triunfo en las elecciones mediante todo tipo de maniobras.

¿Podrá la oposición lograr ser creativa para siquiera persistir como alternativa viable?

 

 Ignacio E. Hutin septiembre 24, 2021 DIÁLOGO POLÍTICO

 

No hay novedades en la previsible Rusia de Vladimir Putin, el país en el que las elecciones se ganan de antemano y en donde apuestas y encuestas no tienen mayor sentido.

 No podía haber sorpresas, ni siquiera en estas elecciones legislativas a las que el partido oficialista Rusia Unida llegaba con menos del 30?% de apoyo, piso récord en sus casi veinte años de historia. Aun así, el gobierno de Moscú obtuvo oficialmente casi un 50?% de los votos y retendrá la supermayoría en la Duma: más de dos tercios de las bancas en la Cámara baja del Parlamento.

Esto le bastará a Putin y compañía para aprobar cualquier tipo de proyecto sin dificultades hasta 2026, dos años después de finalizado el mandato presidencial. Claro, siempre y cuando Putin no quiera permanecer en el poder hasta 2036, límite que hoy marca la Constitución rusa.

El Kremlin puede aspirar a un triunfo legítimo, y efectivamente lo intenta: postula a candidatos conocidos y de peso, como el ministro de Asuntos Exteriores Serguéi Lavrov o el ministro de Defensa Serguéi Shoigú; sortea coches y departamentos entre los votantes, anuncia bonos de entre 100 y 170 dólares para miembros de las fuerzas de seguridad y jubilados; se muestra como el baluarte de la estabilidad en el país. Y probablemente bastaría con eso para ganar las elecciones, aunque sin alcanzar los dos tercios de la Cámara.

Entonces el gobierno aplica una estrategia muy sencilla para garantizarse el triunfo que busca, el triunfo arrasador. 

El proceso consiste en eliminar a la oposición real, a los sectores políticos más molestos, y restringir a la supuesta oposición, a aquella que resulta más dócil, más maleable. 

Probablemente, la figura más conocida del primer grupo sea Alexey Navalny, el abogado que fuera envenenado en agosto de 2020, tratado en Alemania y finalmente detenido en enero al regresar a Moscú. Él no podía presentarse a elecciones por estar preso, pero tampoco tenían permitido hacerlo sus allegados: la Fundación Anticorrupción de Navalny fue designada como «organización extremista» y disuelta por el Tribunal de Moscú apenas tres meses antes de las elecciones.

 Ni siquiera pudieron candidatearse partidarios o simpatizantes en forma independiente: quedan vetados por cinco años incluso quienes hubieran participado de manifestaciones por la liberación del opositor.

 Y existen muchas más razones para que el Estado ruso prohíba las candidaturas independientes: un importante cúmulo de excusas, desde tener acciones en bolsas extranjeras, hasta la supuesta falsificación de las firmas necesarias para registrar postulaciones. Cualquier razón es buena para eliminar a la oposición molesta.

Para lidiar con el segundo grupo y alcanzar los dos tercios de la Cámara Baja existen tácticas diversas. A saber:

1.  Boris Vishnevsky, candidato del partido progresista Yabloko, se encontró con que tenía dos clones: otros dos candidatos con el mismo nombre y un sorprendente parecido físico. El objetivo es tan solo desorientar al votante y la técnica es tan legal como efectiva. Se registraron al menos treinta casos similares en todo el país.   De la misma forma, existe el Partido Comunista de la Federación Rusa, heredero de facto del homónimo partido soviético, y el Partido de los Comunistas, fundado en 2009. Ambos tienen los mismos colores y símbolos, por lo que no serán pocos los desprevenidos que los confundan. Por otro lado, de los 14 partidos que se presentaron a elecciones, 10 nacieron después que Rusia Unida. Claro que ni el Kremlin ni estas agrupaciones lo admitirán nunca, pero muchas de ellas cuentan con un apoyo gubernamental solapado. La idea es restar votos a la competencia, sea como sea.

2.  Navalny y su gente intentaron una respuesta, una suerte de contraataque que pudiera debilitar al gobierno. Así nació la aplicación para celulares Voto Inteligente, que informaba a los votantes cuál era el candidato con mayores posibilidades de vencer a Rusia Unida en cada distrito. No importaba si se trataba de un comunista, un liberal, un representante de la derecha, de la izquierda, del centro o de cualquier otra postura. Lo único relevante, lo «inteligente», era conformar una Asamblea Nacional lo más plural posible, que no se limitara a ser una mera secretaría del Kremlin. Pero la aplicación fue bloqueada y, de todas formas, el gobierno tenía un as bajo la manga.

3. El voto online estuvo disponible para unos 16 millones de votantes, casi 15?% del padrón, y en siete distritos, incluyendo a Moscú; a Sebastopol, en la península de Crimea anexada en 2014 y reclamada por Ucrania; y a Rostov, cerca de la frontera con Donbass, región del este ucraniano en guerra desde hace siete años y en donde alrededor de 200.000 personas han recibido ciudadanía rusa desde 2019. Quizás el punto de esta nueva metodología fuera evitar las imágenes más evidentes y desvergonzadas del fraude, como a una persona llenando urnas con decenas de boletas al mismo tiempo. El caso de Moscú fue paradigmático: el comunismo ganaba tranquilamente en la capital rusa (al menos en parte, gracias al «voto inteligente» de Navalny) hasta que se contabilizaron los votos electrónicos, con una lentitud llamativa. Entonces los resultados se invirtieron inexplicablemente.

Según análisis independientes citados en los sitios de noticias The Moscow Times y Meduza, el apoyo genuino a Rusia Unida fue de alrededor del 33%, mientras que la participación real a nivel nacional no alcanzó el 40%, casi 10 puntos por debajo de los números anunciados oficialmente. Pero de poco sirven estos datos si los resultados se sabían de antemano, si no hubo ni podía haber sorpresas.

 La maquinaria del Kremlin está tan bien aceitada que ni siquiera le fue permitido participar a observadores internacionales. La estrategia funciona. Nada puede llevar a que Rusia Unida pierda las elecciones, ni el desgaste lógico tras dos décadas en el poder, ni el estancamiento económico o la inflación que ronda el 7?% anual, tampoco el descontento por el manejo de la pandemia y la falta de vacunas Sputnik V (tanto en Rusia como en otros países). Y mucho menos las manifestaciones y la represión que siguieron a la detención de Navalny.

El Partido Comunista habló abiertamente de fraude y convocó a protestas que fueron prohibidas bajo la excusa de la pandemia. Aun así hubo movilizaciones, aunque con una convocatoria muy escasa. Como si la resignación hubiera ganado la batalla.

Rusia ya no es la del 2011, cuando unas elecciones legislativas tan fraudulentas como las del fin de semana pasado derivaron en las mayores protestas en Moscú en más de 15 años.

 Uno de los referentes por aquellos días era Boris Nemtsov, ex vice primer ministro durante la última etapa de Boris Yeltsin en el poder, hacia fines de los noventa. Era un feroz crítico de Putin y fue asesinado a pasos del Kremlin, en febrero de 2015. El otro referente de las protestas de hace una década se llama Alexey Navalny y hoy está preso después de haber sobrevivido a un envenenamiento.

No parece haber lugar para alternativas en la Rusia de Putin. 

El Kremlin tiene una estrategia muy clara, casi invencible, un manual de instrucciones que le permite bloquear disidencias y críticas. Como si estuviera siempre un paso por delante de sus rivales. Y, por ahora, la oposición no encuentra salida a este laberinto.

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Putin Sigue Teniendo La Sartén Por El Mango

 

 

El descontento entre la población rusa va en aumento. En las últimas elecciones parlamentarias, el Partido Comunista creció en votos y obtuvo el segundo lugar, seguido por los liberales de Alexei Navalny. Pero aun con una leve caída, el poder de Putin sigue firme.

 

Peer Teschendorf -  Nueva Sociedad, septiembre 2021

Fuente: IPG Traducción de Carlos Díaz Rocca

 

Sin embargo, ha habido cambios de matices. Los comunistas son claramente más fuertes. Los candidatos del Partido Comunista estaban representados de manera desproporcionada en la campaña en virtud del «voto inteligente» (votar por el opositor mejor posicionado sea del partido que fuere) impulsado por el disidente Alexei Navalny, actualmente encarcelado, gracias al cual pudieron reunir votos de protesta adicionales. Pero quizás haya sido más gravitante el hecho de que estaban en mejores condiciones que todos los demás para estar a la altura del descontento causado por la creciente desigualdad social, la alta inflación y la lenta evolución de los salarios. Además, este partido patriótico conservador y más bien tradicional había logrado recientemente reclutar a varios jóvenes talentos políticos con posiciones claramente más de izquierda, que crearon una cierta sensación de renovación del Partido Comunista. También hay un nuevo partido en la cámara baja de Rusia. El recién llegado al Parlamento Gente Nueva es uno de los partidos más nuevos que obtuvieron reconocimiento legal de manera muy veloz. Se cree, por lo tanto, que estos partidos fueron puestos en carrera por el propio Kremlin para absorber votos de protesta.

Sin embargo, no hay cambios importantes. Las elecciones para la Duma tampoco son elecciones que realmente puedan cambiar algo en las relaciones de poder en el país. El Parlamento es relativamente débil en la estructura institucional rusa. Incluso con una potencial mayoría de la oposición, el poder de acción del presidente no se vería sustancialmente comprometido. Sin embargo, desde el punto de vista del Kremlin, las elecciones parlamentarias cumplen una función gravitante: son un símbolo del nivel de apoyo popular al poder presidencial y, por lo tanto, le dan legitimidad a Putin.

Precisamente esta legitimidad es la que pretendía erosionar la campaña por el «voto inteligente» de Navalny. El referente opositor designó para cada distrito al candidato con más posibilidades de vencer al candidato del partido de Putin, Rusia Unida. De esta forma, la campaña eludió el problema de la siempre dividida oposición y creó una oportunidad para lograr un voto de protesta efectivo. Sin embargo, también encontraron apoyo los representantes de la oposición sistémica, es decir, de partidos que se presentan como opositores pero que, en momentos decisivos, acompañan con su voto al partido en el poder. Lo único decisivo en la campaña era entonces si un candidato debilitaría a Rusia Unida. Muchos de los que se ven a sí mismos como una oposición real y quieren ejercer el poder político critican esto. Como resultado de esta agudización, se pierde de vista que también hay candidatos de la oposición con una agenda propia, que quieren implementar prioritariamente proyectos concretos para sus respectivas regiones y están menos interesados en los grandes alineamientos políticos. También se pasa por alto el hecho de que hay miembros de la Duma que intervienen ante los problemas, promueven leyes y aclaran problemas mediante pedidos de informes. Si la elección se reduce a la pregunta «¿Está usted con el poder o contra el poder?», estos pequeños éxitos del trabajo político podrían dejar de existir.

Pero ¿tiene realmente motivos el Estado para sentir temor ante esta cuestión? Prácticamente no. Porque a pesar de la creciente insatisfacción con el oficialismo, una gran parte de la población sigue votando por Rusia Unida. Esto se debe, por un lado, a que una gran cantidad de personas son empleadas directamente por el Estado o por empresas ligadas al Estado, así como a que muchos dependen de prestaciones estatales tales como pensiones o subsidios. Por otro lado, estas son personas que quieren cualquier cosa excepto una repetición de los difíciles años 90. Prefieren votar por una estabilidad un poco deprimente antes que por un futuro incierto. Pero también hay votantes satisfechos con el statu quo. Lo que cuenta para ellos es que la economía se mantenga estable, que Rusia vuelva a ser una potencia mundial respetada y que Crimea se haya convertido en parte de Rusia. Aunque estas personas no tengan acaso un buen concepto del partido Rusia Unida, votan por él porque están a favor de un Estado fuerte y de la política del presidente.

A pesar de esta relativa seguridad, el Kremlin parecía muy preocupado por el resultado. En comparación con elecciones anteriores, mostró una actividad desproporcionada para lograr los resultados deseados. Una de las razones de su preocupación por las elecciones tiene que ver con la política exterior, que domina todos los campos políticos en Rusia. El modelo de política exterior rusa ve al país rodeado de enemigos que aprovechan cada punto débil para desestabilizarlo. Esta preocupación es expresada una y otra vez por los políticos. Es por eso que muchos defensores de esta versión ven las elecciones como una amenaza para la estabilidad. Teniendo en cuenta las denominadas «revoluciones de colores» durante las últimas décadas y los acontecimientos actuales en Bielorrusia, de lo que se trata, según esta lógica, es de no permitir ambigüedades o protestas que permitan la intromisión de potencias extranjeras. Por tanto, las elecciones deben ser claras.

Desde esta perspectiva se puede explicar la lucha sin cuartel contra la campaña del «voto inteligente» de Navalny. Existe un gran desinterés por la política entre la gran mayoría de la población. Activar a un grupo pequeño pero diligente contra las políticas del Kremlin es considerado, por lo tanto, un peligro para la estabilidad del país.

Lo arriesgado de este conflicto es que las elecciones se precipitan cada vez más a la pregunta «¿Estás con el Estado o contra el Estado?». El ya casi inexistente discurso político sobre contenidos alternativos se vuelve, así, completamente imposible. Mediante la creciente dinámica amigo-enemigo en las elecciones también aumenta la inestabilidad que tanto teme el Kremlin. El mejor antídoto sería un animado debate con la participación de la extremadamente diversa oposición.

 

* Peer Teschendorf, dirige las oficinas de la Fundación Friedrich Ebert en la Federación de Rusia desde 2018. De 2012 a 2016 fue director de las oficinas de FES en Kazajstán y Uzbekistán.


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