14.OCT.21 | PostaPorteña 2238

CABEZA DE TURCO (34, 35, 36 y 37)

Por AMODIO

 

Cabeza de turco 34

 

Me quedé esperando y para disimular mi asombro encendí otro cigarrillo. ¿Qué te parece? preguntó Méndez. Lo mismo que te dije antes, respondí. Lo que dice de mí es cierto, para qué lo voy a negar. Participé en todas las que dice y en otras ayudé a planificarlas, pero...

Eso no nos interesa, dijo Calcagno. Nos interesan los militares y los políticos, agregó. Dice que vos eras el contacto con Erro. Pues sí, para qué lo voy a negar. Ya lo dicen los demás, sería una gilada negarlo, le respondí. Pero de eso hace tiempo, más de un año. Lo que dice sobre Gutiérrez Ruiz y las libras lo sé de oídas, nada más, porque yo estaba en el Ejecutivo, pero el que lo llevó fue Mansilla, como dice el Tino.

Y lo del secuestro de Gutiérrez Ruiz también es cierto, fue un acuerdo para interrogar a Bardesio. Yo fui con él. Yo era el contacto de un militar, pero no sé si llama Montañés (216) o qué. Para mí era Ramón. De Seregni no te puedo decir nada, pero si él lo dice sabrá, estuvo en ese tiempo en la Dirección.

Mirá, dijo Méndez. ¿Cómo querés que te llame?, ¿por tu nombre? Gustavo, respondí. Llamame Gustavo. Bueno, Gustavo, todo eso que leíste del Tino es porque hizo un acuerdo con el coronel Trabal. Todo eso a cambio de su libertad. Ya no está aquí, se fue. Estoy autorizado a proponerte otro para vos. ¿Qué me decís? Yo no puedo darte lo que te dio el Tino. Ahí lo tenés todo, fue mi respuesta. Pensátelo, me dijeron. Sí, así de breve. Y yo que sé, serían técnicas aprendidas. Cuestión que te quedaras impresionado sin tiempo a reaccionar. No, tenés razón, a mí me dieron tiempo para pensarlo.

Gómez me llevó al barracón, previo pase por el baño para evacuar el mate. Pronto me trajeron la comida, un ensopado a base de papas y algo de carne grasienta. Ni siquiera estaba caliente, pero me lo comí. Parece mentira el valor que se le da a un plato de comida en esas circunstancias. La cabeza me daba vueltas, recordando las declaraciones de mis compañeros. Ya sabían todo sobre mí, por lo que sería de imbécil negarlas. Los habrán torturado, me dije y eso me afirmó en la idea de no negar lo que ya era evidente.

Lo del Tino era otra cosa. ¿Sería verdad lo del acuerdo? Allá él, me dije un rato después. Se la ha jugado. La frialdad que traslucían las páginas y páginas de sus informes y declaraciones me desconcertaban. Yo lo había conocido muy poco, ya te lo dije, apenas una reunión cuando todavía estaba convaleciente de la cirugía de la nariz y los labios, un año y pico antes, pero la opinión de quienes lo conocían de cerca era muy positiva. Recordé los informes de Alicia y de Mauro. Nadie podía suponer una actitud así.

Al rato un soldado gritó mi nombre desde la puerta. Me levanté y fui hacia allí. Méndez estaba junto al soldado. Vamos al despacho del jefe, me dijo Méndez. Carlos Legnani (217) estaba de pie, detrás de su escritorio. Me miró de arriba a abajo y movió la cabeza de un lado a otro, como que le costara creerse que yo fuera Héctor Amodio Pérez. Por fin, lo dijo: me lo imaginaba de otra forma, más alto, más grande... cuesta creer que usted sea lo que se dice...siéntese, no sé si ya sabe el motivo de traerlo aquí, es muy importante.

Fue Calcagno el que habló: mirá Gustavo, tenemos casi ubicada la Cárcel del Pueblo (218). Por lo que sabemos puede caer de un momento a otro y también sabemos que entre vos, Wassen y Wolff está la clave para que no haya una masacre. ¿Cómo en Amazonas?, le solté.

Lo de Amazonas no fuimos nosotros, pero ahora es distinto. Estamos a cargo y no queremos una masacre. Yo no tengo nada que ver, le dije. Ya lo sabemos, está entre Wassen y Wolff... ¿Y yo qué pinto, entonces? pregunté. Que Wassen quiere hablar con usted, me dijo Legnani. Así es, confirmó Calcagno.

Ya era la noche del 27 de mayo. Toda la tarde se habían oído ruidos de camiones y movimientos del personal. Legnani, Calcagno y Méndez me acompañaron a una oficina en la planta baja, casi con toda seguridad la que permanecí cuando fui detenido. Al menos el cartel estaba. Wassen y Wolff ya estaban en ella y los tres nos abrazamos. Intercambiamos la información que conocíamos. El panorama era desolador. Yo le conté a Wassen mi discusión en el Santiso y les informé acerca de las declaraciones del Tino, sobre el acuerdo con Trabal, el ofrecimiento que se me había hecho y mi relativa tranquilidad personal por la relación familiar con Calcagno.

El tema de la cárcel lo planteó Wassen. Según él, que venía del 13 de Infantería, tenían ubicada la zona en que se encontraba y su caída podía producirse de un momento a otro. Aportó otros datos que Wolff confirmó como verdaderos, acerca del vehículo que se usaba por parte de la familia encargada de la cobertura, una camioneta Indio, de color rojo. Con ese dato era fácil encontrarla. Recordó la orden interna de ejecutar a los secuestrados en caso de ser ubicada, lo que motivaría una reacción similar a la del 14 de abril. Después supe que habían allanado una casa contigua, unos días antes.

Hay dos botijas en la casa, dijo Wolff. Pues con más razón, dijo Wassen, tenemos que evitar una masacre. Pedí esta reunión porque pienso que es mejor entregarla y evitar que los compañeros hagan una resistencia inútil y se provoquen entre doce y quince muertes que no servirán más que para terminar de hundirnos.

El primero que se mostró de acuerdo con la proposición fue Wolff. Se ofreció como negociador por su condición de responsable del local. Wassen creía que al ser él quien propusiera la medida, debía ser quien también asumiera la responsabilidad de negociar la entrega. Yo ya había preguntado por qué éramos nosotros los que teníamos que resolver esa situación, y si no sería conveniente que fueran el Ñato y Leonel quienes lo resolvieran. No, Negro, me dijo Wassen, para resolver esto no confío más que en ustedes dos. Yo estaba descartado como negociador, ya que nada tenía que ver con el local ni con sus habitantes. Sin embargo, cuando el operativo se puso en marcha, con Cristi al mando, éste decidió que el negociador fuera yo. Lo hizo porque creyó que yo debía tener más ascendiente sobre los integrantes del local. Como en tantos otros aspectos, las FF.AA. ignoraban la importancia que tanto Wassen como Wolff tenían en el MLN.

 

Cabeza de turco 35

 

Cuando me llevaron al camello me encontré a Wassen. No sé, los habría convencido de que él debía estar presente. Era una noche muy fría y no teníamos ropa de abrigo. Nos dieron un poncho a cada uno, que apenas nos dio algo de calor. Nepo, que se había mostrado tranquilo un rato antes, ahora se mostraba muy nervioso y temblaba de pies a cabeza. Traté de consolarlo pero fue inútil. Hicimos el camino desde el Florida hasta el Parque Rodó abrazados.

Cuando llegamos a unos cien metros del local, la caravana se detuvo y Cristi (219) se acercó a nosotros, junto con Trabal (220). Nos hicieron bajar y llegamos caminando, custodiados por unos soldados, hasta la acera de enfrente de una casa alumbrada con potentes reflectores. Cuando vine en el 2015 no sabía que Wassen había bajado detrás de mí. Por eso siempre afirmé que el que había parlamentado fui yo. Lo hicimos los dos, yo desde la ventana y a Wassen le abrieron la puerta.

 Me ordenaron dirigirme a la ventana, conducido por tres o cuatro soldados que me dejaron solo al llegar a la vereda. Antes, Cristi dio la orden de que en caso de resistencia yo debía ser el primero en caer. Yo me dirigí a la ventana, es la que estaba a mi izquierda e inicié un corto monólogo, acerca de la situación en esos momentos y sobre la conveniencia de la rendición. No, nadie me contestó y yo creí que mi parlamento había sido inútil.

 Hasta hace pocos meses, un año quizás, yo ignoré que Wassen también participó de las negociaciones. Otro error mío fue creer que quien me escuchó a través de la ventana, había sido Cavia (221), uno de los carceleros. No, fue Porras (222), el dueño de la casa. Por lo que sé Porras se dirigió a la puerta y la abrió y dejó entrar a Wassen. No lo supe hasta hace poco, como te dije. Siempre creí que el único negociador había sido yo.

Por eso Pereira Reverbel narra en su libro la negociación en el interior de la casa. No, yo no entré hasta que la casa estuvo copada por los militares. Cuando entré me encontré a Cavia hablando con el capitán González, uno de los que me detuvieron, como si se conocieran de toda la vida. Yo creo que todos estaban aliviados por el resultado. Sí, a los secuestrados los vi salir, pero era tan grande el borbollón que no los distinguí.

El MLN me adjudicó a mí la caída, pese a que Wassen en todo momento admitió su responsabilidad y en menos de cuarentaiocho horas me condenó a muerte. Cuando en junio de 1972 se producen las reuniones para la fallida primera tregua, el mismo Wassen me informó al respecto. Estaba Legnani presente. Negro, yo ya asumí la mía, me dijo, pero el cabeza de turco de sos vos. Estoy convencido que Wassen, sabedor del acuerdo que me habían propuesto, quiso decirme buscate la vida. Estoy convencido porque le pregunté qué haría él en el futuro, y me dijo que seguiría. Yo sigo… así que no puedo entender otra cosa…

 

Cabeza de turco 36

 

A partir de la caída de la Cárcel todos los nuevos detenidos caen con la consigna de adjudicarme a mí todas las delaciones. Incluso se me acusó de haber provocado la caída de compañeros que habían sido detenidos antes que yo, como el caso de Arturo Dubra. Todo valía para una Dirección que era incapaz de asumir sus responsabilidades. Hasta que Wassen no me dio su aviso, ingenuamente yo todavía me consideraba un tupamaro y creí que todo se aclararía en cuanto se conocieran la verdad de los hechos.

Tanto Méndez como Calcagno me mantenían al tanto de las declaraciones de los nuevos detenidos y de la consigna que cada uno de ellos era portador: cumplir con la condena a muerte. Es por eso que se me saca de los barracones y se me traslada al dormitorio de Calcagno. Allí, tanto este como Méndez me insistirán en llegar a un acuerdo para conseguir mi libertad. Es a partir de ese momento que empieza la partida de ajedrez que jugaré con Cristi y que tantas veces estuve a punto de perder.

Mi traslado a la habitación de un oficial con mando me permitió seguir los acontecimientos desde “dentro de la cancha”. Así pude comprobar que nadie tenía una idea válida en relación al MLN y se nos mezclaba con otras organizaciones, lo que aumentaba el descontrol sobre lo que estaba pasando. Hoy se dice que las FF.AA. liquidaron al MLN en un par de meses y se ensalza una labor que en los hechos no existió. El MLN se autoliquidó en un 50% por errores propios, un 45% fue fruto de la tortura y el 5% restante fue fruto de la casualidad.

En junio de 1972 los presos del MLN comienzan a sentir que desencadenó una reacción que lo conduce al desastre. Entre Rosencof y Fernández Huidobro han tratado de adjudicarse la paternidad de la idea de la tregua, tregua que en esos momentos era más deseada por algunos sectores de las FF.AA. que por el propio MLN, tal como los hechos terminarán por demostrarlo.

Cuando Wassen es trasladado al Florida para las reuniones por la tregua pide para entrevistarse conmigo, a lo que Carlos Legnani accede. Es en su presencia que Wassen me informa que él ya ha reconocido su responsabilidad en la caída de la Cárcel y mi condición de cabeza de turco.

Wassen se sintió moralmente obligado a actuar de esa forma, habida cuenta de nuestra militancia conjunta y creo que en algo influyó que yo lo cuidé en su larga convalecencia tras haber sido herido en el pecho por un coleccionista de armas, en el momento del asalto.

Legnani, firme partidario de la tregua, creía que el poderío del MLN prolongaría los enfrentamientos durante meses y eso traería como consecuencia una cantidad de muertes que se debían evitar. Esto me lo expuso apenas nos quedamos solos en su despacho y me pidió mi opinión. Yo le argumenté que por los datos que tenía ese supuesto poderío no era tal y que la guerra de la que él hablaba no existía.

Se mostró desconcertado por mis palabras y me propuso que actuara como su asesor personal, a espaldas del resto de los mandos. A cambio, él intercedería ante el general Cristi para mejorar mi situación penal.

Yo le pregunté entonces si su ofrecimiento tenía algo que ver con el de Méndez y Calcagno y me dijo que no, que ni siquiera lo conocía. Su respuesta fue que tener dos padrinos era mejor que tener solo uno. Por ahora usted es el único que tengo, le dije. Al mediodía, Méndez y Calcagno vinieron a verme y me reprocharon haberle dicho a su jefe lo del ofrecimiento de ellos y que lo habían negado todo, para no aparecer actuando a espaldas de sus mandos. Eso no quería decir que el ofrecimiento no se mantuviera, sino que se plantearía más adelante.

Yo ya llevaba tiempo angustiado por la situación de Alicia, aunque me las había arreglado para asegurarme de que no la trasladarían de Jefatura a ninguna repartición militar sin conocimiento de la OCOA, es decir, de Méndez. Empecé a plantearme la posibilidad de que si mi situación personal mejoraba, esa mejora incluyera a Alicia. Empecé por hablar de ella y sobre su experiencia toda vez que me pareció necesario. Lo hice hasta que tanto Legnani como Calcagno y Méndez consideraron que sería mejor trasladarla al Florida y yo pudiera consultar con ella los pasos a dar. Ya había conseguido algo.

Mientras, Legnani le había planteado a Cristi, a través de Queirolo (223), la conveniencia de tener mi asesoramiento durante la tregua. Cristi se limitó a admitir lo que sus subordinados decidieran y comprometió su palabra, pero anunció que oficialmente se mantendría al margen. Sí, Cristi lo dejó hacer, no sé si por comodidad o confianza. No, que yo sepa en ese momento no le dijo a Legnani que ya había autorizado a Méndez a proponerme el acuerdo… cosa de ellos, supongo

 

Cabeza de turco 37

 

No, ¿por qué? Asesorar a Legnani acerca del estado del MLN no me significaba ninguna carga moral, y así lo hice. El intento de tregua, fuera idea de Fernández Huidobro, de Rosencof o de Wassen respondía a una necesidad de ganar tiempo e intentar una recomposición interna, ya que era imposible que ni tan siquiera creyeran que obtendrían alguna de la condiciones políticas y económicas que planteaban.

Cuando Méndez me planteó sus condiciones para concederme la libertad: ordenar los papeles de la OCOA, me di cuenta que tenía la libertad de Alicia al alcance de la mano. Tampoco esto me planteaba ninguna carga: se me acusaba de traición, se proclamaba a los cuatro vientos mi condena, sin posibilidad de defenderme y quienes me acusaban varios de ellos estaban entregando a los compañeros. Yo solo no voy a poder, le dije. La Negra me tiene que ayudar y tenemos que incluirla a ella. Lo tengo que consultar, fue su respuesta.

Mirá que pese a lo pomposo del nombre, la OCOA no era nada. Llevaba en funcionamiento desde antes del mes de abril y durante sus meses de existencia ningún oficial había querido hacerse cargo de su funcionamiento. Eran tareas de oficina y ellos querían tomar parte de la guerra. Como decía su nombre, su función era la de coordinar las operaciones y el único que le asignaba valor a esa coordinación era Méndez. Pero para un oficial del ejército del año 1972, sin un conocimiento de las características de las organizaciones, esa era tarea imposible sin la colaboración de alguien que conociera al MLN. Y ese alguien éramos Alicia y yo. Yo no hice nada para convencerlos de lo contrario.

Tené en cuenta que el día tal se detiene en Durazno a 40 integrantes del MLN. Esos 40 tienen que ser interrogados. Imposible hacerlo el mismo día, por lo que la información que se va recogiendo se sale a procesarla. Se allanan tres locales y se detienen a 10 más, que a su vez son interrogados. Estos dan otros locales y se detienen a otros más. De los 40 del inicio se sigue interrogando, que dan a su vez locales y nombres, que muchas veces ya fueron conocidos y allanados sin que nadie tuviera el control de los procedimientos. Un compañero es conocido por algunos por un alias y otro lo conocía por otro, por lo que el mismo requerido podía estar incluso detenido y se lo seguía buscando. Entendiste? Esto fue así. Pero tené en cuenta que ese era un solo caso. Lo mismo pasaba en el resto del país. No sé, a lo mejor lo arreglaron después, pero en el 72 era así.

Cuando la trasladaron de Jefatura al Florida, Alicia llevaba incomunicada desde su detención. La ropa que vestía era la misma y estaba limpia gracias a que una funcionaria de Inteligencia y Enlace de apellido Montenegro la había lavado en su casa y devuelto planchada. Incluso le había proporcionado compresas y ropa interior. Pese a estos rasgos de humanidad no quiso, en ningún momento, informarle de lo que pasaba en la calle. Ignoraba, por tanto, lo que se decía de mí, aunque supo de la caída de la cárcel por notas que se dejaban en los baños.

El traslado al Florida lo hizo encapuchada y tirada sobre la caja de un camión, pisoteada e insultada por los soldados que la condujeron. Iba a la tortura, le dijeron. Encapuchada la subieron al despacho en que Méndez y yo la esperábamos. Fui yo el que le quitó la capucha. Después nos dimos un beso y un abrazo. Todavía recuerdo ese abrazo.

Delante de Méndez le informé de todo lo sucedido y las posibilidades que se nos presentaban de eludir la cárcel. Seremos boletas, le dije. No nos queda otra. De acuerdo, fue su respuesta. Calcagno llegó cuando estábamos cenando en compañía de Méndez. Durante un rato se habló de la situación que nos tocaba vivir a cada uno y de lo que el futuro podía depararnos. Después la trasladaron al barracón de las mujeres. No, cuando se formó la comisión de presos para discutir la tregua con los mandos Alicia ya estaba en el Florida.

Méndez después me condujo a la oficina donde leí las declaraciones de Tino. Este va a ser tu lugar de trabajo, así que organizate como quieras, me dijo. Me ayudó a hacer sitio en una de las mesas y se marchó. Cuando me quedé solo busqué entre las ropas almacenadas algo que ponerme. En la habitación de Calcagno encontré una toalla. Me di una ducha larga, me vestí y en la cocina preparé el mate y con una barra de jabón que me dieron me lavé los calzoncillos y la camiseta, antes de subir a “mi oficina”. Terminé de organizar el lugar y de un armario saqué algunas carpetas.  Mientras tomaba unos mates les eché un vistazo. Echaba en falta un cigarrillo. En la cocina conseguí algunos y también un vaso grande de añeja especial. Cuando Gómez llegó a las seis a tomar turno me encontró allí.

¿No sabés que hora es? fue su saludo. No tengo reloj, me lo sacaste vos, fue mi respuesta. Tenía una sonrisa socarrona, el bueno de Gómez. Fue hasta el armario donde guardaba sus cosas y volvió con el reloj. Yo también tengo que vivir, me dijo. Tanto Alicia como yo nos hicimos muy amigos suyos. Se hizo soldado como tantos otros llegados del campo, cansados de ser explotados y que creyeron que servir a la patria era la solución. Vivía en una casita más que modesta, con su mujer e hijos, en la calle Hum, cerca del cementerio del Norte.

Alicia les tejió a los niños algunas ropas y los orientó en sus estudios. A través de mi familia les conseguimos libros y diverso material escolar. Durante un tiempo mantuvimos contacto con él a través de mi padre. Cuando en 1993 mi padre estuvo en España ya había perdido contacto con él. Luego, por otros medios, me llegó la noticia de que había muerto. 

Cuando Calcagno llegó, yo ya tenía el mate preparado. Le conté lo que había hecho en la noche y decidimos que cuanto antes Alicia se integrara al trabajo, mejor para todos. Yo todavía creía que en cuanto cumpliéramos nuestra parte del acuerdo, seríamos liberados. Pero Cristi tenía otros planes y a medida que pasaba el tiempo iba cambiando las reglas del juego. Lo de ordenar los papeles fue un intento fallido.

Eso era un galimatías imposible de descifrar. La mayoría eran notas tomadas a mano por soldados que como dije antes, apenas sabían leer y escribir. Estaban tomadas al teléfono, con abreviaturas que ni los mismos que las habían escrito sabían diferenciar y provenían de las distintas unidades de las tres armas de todo el país. Así, de esa manera se consignaban nombres, seudónimos, posibles lugares de trabajo o de estudio de gente de distintas organizaciones y que eran señaladas por otros militantes tras las torturas a que eran sometidos.

Pronto nos dimos cuenta de que no podríamos cumplir nuestra parte del acuerdo. Como no podíamos tirar la toalla demasiado pronto, hicimos lo que cualquiera en nuestro lugar hubiera hecho: ganar tiempo, tomar notas y notas simulando un interés en el que no creíamos realmente.

Primero hicimos limpia con los locales señalados con la dirección completa y que provenían de varios sitios distintos. Muchos ya habían sido allanados años antes por la propia policía y los actuales moradores nada tenían que ver con organizaciones de ningún tipo. Otros, más actuales, fueron allanados dos o tres veces por unidades diferentes llegando incluso a tirotearse entre ellas, con muertos inclusive. No, se dijo que eran enfrentamientos entre las FF.AA. y elementos sediciosos. Así se mantenía el clima de guerra y se ocultaba lo sucedido.

Héctor Amodio Pérez

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216 Se refiere al Cnel. Pedro Montañéz. Falleció el 14 de julio de 1992.

217 Carlos Legnani Clapes. En 1972 era Tte.Cnel, jefe del batallón Florida. Tuvo gran influencia en la caída de la cárcel del pueblo de la calle Juan Paullier 1190 y en la tregua de junio de ese año. Participó junto a los presos del MLN Eleuterio Fernández Huidobro, Mauricio Rosencof, Julio Marenales Sáenz, Adolfo Wassen Alaniz y José Mujica Cordano, junto al Cnel. Ramón Trabal, en lo se consideró la “detención honrosa” de Raúl Sendic, un montaje que Sendic rechazó para conseguir poner fin a los enfrentamientos y poner en marcha la formación de un gobierno de concertación tras la renuncia de Bordaberry, llevando a la presidencia a Wilson Ferreira Aldunate, mediante “el golpe bueno”

218  Se refiere a la situada en la calle Juan Paullier 1190. En esos momentos se mantenían secuestrados a Ulises Pereira Reverbel y Carlos Frick Davis.

219 El general Esteban Cristi fue Jefe de la Región Militar N° 1 desde el año 1971 hasta su retiro en 1977. Desde su posición en la región militar más importante del país, fue responsable de las actividades antisubversivas desarrolladas. Miembro de los Tenientes de Artigas, participó en la elaboración del Golpe de Estado de 1973. Sin ambiciones políticas personales, compartió con el Gral. Gregorio Álvarez una visión ultranacionalista de la política uruguaya. Fue uno de los impulsores de las negociaciones entre los mandos y los presos del Movimiento de Liberación Nacional, MLN en 1972 y permitió el funcionamiento de las comisiones de los ilícitos en el Florida y en Artillería 1 hasta que perdió el control sobre ellas y las disolvió. Fue uno de los abanderados de la lucha contra la corrupción del sector político, a quien hizo responsable de la situación de crisis del Uruguay. A través de su hombre de confianza Armando Méndez Cabán, aceptó concederme a mí y a Alicia Rey Morales, la documentación que nos permitió abandonar nuestro país en octubre de 1973, a cambio de nuestra colaboración en el ordenamiento de la información existente en la Oficina de Coordinación de Actividades Antisubversivas. Dicho planteo me fue hecho a pocos días de ser detenido en mayo de 1972, no siendo aceptado entonces, y retomado por mi iniciativa tras mi encuentro con Adolfo Wassen Alanís el 15 de junio del mismo año, cuando me manifestó que él había asumido su responsabilidad, pero yo era “el cabeza de turco”.

220 Ramón Trabal Usera. Desde que las FF.AA. se encargaran de las tareas anti represivas, a mediados de septiembre de 1971, estuvo al frente del llamado Servicio de Información de la Defensa, SID, cuya sede estaba situada en Boulevard Artigas y Palmar. Sergio Israel, en su libro El enigma Trabal, describe lo que en esos momentos era el SID: una oficina casi sin muebles y cuyos escasos integrantes utilizaban sus propios autos para las funciones de la oficina. Cuesta creer, por tanto, que en abril de 1972 dicho servicio se hubiera desarrollado tal como se ha dicho.

Trabal fue uno de los escasos militares con una formación intelectual y política destacable. Fue uno de los impulsores de las negociaciones para la rendición incondicional del MLN en junio de 1972, lo que me plantea el verdadero conocimiento del SID acerca del MLN y me lleva a la formulación del verdadero enigma acerca de su actuación: qué llevó a Trabal, hombre de confianza del Gral. Esteban Cristi, a entablar negociaciones con una organización desmantelada a la que se le prometía condiciones de reclusión prácticamente simbólicas para quienes no tuvieran delitos de sangre, es decir, para la inmensa mayoría de sus miembros.

 Fue también el impulsor de la corriente “peruanista” dentro del ejército y que preconizó la figura del Gral. Gregorio Álvarez como cabeza de esa corriente. Al inicio de las negociaciones los militares se decían “nasseristas”, pero pronto lo abandonaron y se llamaron “peruanistas”

Trabal tuvo gran influencia en la elaboración de los comunicados 4 y 7 y que en su momento fueron apoyados por los grupos mayoritarios de la izquierda, por el MLN y por la propia CNT. Otro enigma acerca de Trabal es su aceptación del puesto de agregado militar de la embajada en París, ciudad en la que fue asesinado el 19 de diciembre de 1974.

221 Eduardo Omar Cavia Luzardo. Era uno de los custodias de los secuestrados.

222 José Luis Porras Rey y su esposa María Zulema Arena eran los propietarios de la casa de la calle Juan Paullier 1190.  Tras la dictadura, reclamaron la casa, la que les fue denegada con el argumento de que había sido utilizada para cometer un delito. Esta resolución está en contradicción con la que resolvió devolver a la familia Sclavo la propiedad en la que se construyó la “tatucera” Caraguatá y se asesinó al peón rural Pascasio Báez Mena.

223 Luis Vicente Queirolo, en el año 1972, con el grado de coronel, formaba parte de los mandos de la Región Militar 1.


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