27.OCT.21 | PostaPorteña 2241

CHILE - A 2 años de la revuelta: un esbozo de balance y perspectivas para el debate colectivo

Por VamosHaciaLaVida

 

Este número de “Ya no hay vuelta atrás”, sintetiza algunas ideas y perspectivas que hemos elaborado colectivamente en base a nuestras propias discusiones, como las desarrolladas con otros compañeros, tanto de manera informal, como formal. Tal y como lo indica el título, se trata de un “esbozo”, es decir, un “borrador”, por tanto, de un texto de carácter “provisorio” y “abierto”, destinado a ser leído, debatido, nutrido y criticado de manera compañera por el entorno antagonista.

 

I   El capitalismo en su actual etapa de desarrollo transita por una crisis de alcance mundial que no puede ser superada dentro de los márgenes del sistema mismo. El capital es una contradicción en proceso, ya que tiende, mediante la competencia entre productores privados, a reducir al mínimo el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir mercancías, mediante la aplicación de nuevas tecnologías, que paradójicamente requieren de cada vez menos mano de obra –seres humanos– en el proceso de producción: el problema radica en que solo el trabajo vivo realizado por la humanidad crea valor. De esta manera se mina la base sobre la cual se desarrolla la autovalorización del capital, aumentando vertiginosamente una masa cada vez mayor de personas que “sobran”, son “superfluas” y “no sirven” para las necesidades del capital, pero que continúan necesitando dinero para no morir. Por si esto fuera poco, la lógica irracional propia del capital, también socaba las bases materiales de la vida en el planeta, devastando la tierra, es su loca carrera de generar más dinero a partir del dinero[1]poniendo en riesgo a la propia especie humana y provocando daños ecológicos, en muchos casos ya irreversibles: el cambio climático es su consecuencia más evidente, pero no la única.

Además, esta forma alienada de relación social, también tiene repercusiones directas en el desarrollo psíquico de los individuos, ya que detona una crisis de carácter antropológico que colapsa a los sujetos. El narcisismo se transforma en la “norma” dominante de la personalidad, lo que atrofia cualquier capacidad de empatía, solidaridad y apoyo mutuo: la enemistad, la manipulación, el acoso, la violencia ciega y el egoísmo se imponen ya que son coherentes con la competencia despiadada promovida por el capital y solo consolidan la sensación de impotencia. Las personas además se hunden en un pesimismo inmovilizador que genera una pérdida de la reflexión crítica, que hace impensable imaginar en común otra manera de autoorganizar la sociedad y satisfacer sin mediaciones mercantiles las necesidades de la humanidad: de aquí proviene aquella idea que afirma que en nuestra época es más verosímil pensar en el fin del mundo, que en el fin del capitalismo. El miedo al fracaso está siempre a la vuelta de la esquina en la sociedad mercantil generalizada: las tasas de suicidio siempre en constante aumento, y la adicción generalizada a distintos tipos de drogas y fármacos, son una salida desesperada a la insoportable realidad que nos aplasta cotidianamente.

Este declive del capital se arrastra desde hace décadas, pero en nuestros tiempos, ya no basta con la “financiarización” de la economía, la gestión neoliberal, la deslocalización productiva o cualquier otro artilugio utilizado en el pasado para frenar o posponer la caída de la masa de plusvalía a nivel global: esta vez ninguna reestructuración de envergadura parece ser capaz de salvar el barco que se hunde.

Tampoco se puede volver atrás a la “época” de estabilidad y bonanza económica: no existe ninguna posibilidad de sostener una especie de Estado de Bienestar –que acá en la región chilena nunca tuvimos–, de Compromiso, o Subsidiario, que garantice ciertos derechos sociales a la población, ni tampoco implementar un modelo de desarrollo e industrialización “nacional” nos salvará, tal y como nos vocifera y promete a los cuatro vientos la izquierda y el progresismo que aspira a la administración del orden existente. La dinámica interna del capitalismo, de ahora en adelante, solamente deja ver en el horizonte un empeoramiento todavía mayor de nuestra situación económica, desarrollando simultáneamente una brutalidad más profunda y salvaje a diferentes niveles del patriarcado. El Estado de esta manera evidenciará más crudamente su naturaleza represiva, difuminando la delgada línea entre “democracia” y “dictadura”, estableciendo un “estado de excepción permanente”

Este proceso de crisis, al degradar aún más la vida y agudizar la miseria, genera las condiciones propias para la explosión de revueltas protagonizadas por la población proletarizada –y, sobre todo, por sus sectores más golpeados y que no tienen mucho que perder y también por aquellos que se resisten a ser proletarizados, como los pueblos indígenas–, tal y como lo experimentamos en primera persona en octubre de 2019.

En Chile el modelo de desarrollo neoliberal impuesto a sangre y fuego durante la dictadura cívico-militar de Pinochet, que había funcionado por décadas sin mayores contratiempos, se agotó para por lo menos cuatro millones de personas que participaron en la revuelta. La región chilena es uno de los países más desiguales del mundo[2] en cuanto a ingresos de sus habitantes, un porcentaje enorme de la población solo puede sobrevivir en base al crédito, el sistema de salud pública es un desastre, las pensiones miserables, acceder a una vivienda propia es cada vez más imposible, las mujeres experimentan una explotación agravada –tanto a nivel asalariado, como doméstico–, el trabajo cada vez es más precario, el costo del transporte altísimo, el ambiente en que vivimos es cada vez más hostil, tanto en las ciudades, como en los sectores rurales –las “zonas de sacrificio” son la máxima expresión de esta tendencia– y un largo etcétera.

Este es el contexto histórico general que abrió la puerta e hizo posible que estallara de forma generalizada la contestación social más imponente de las últimas décadas en la región aquel viernes 18 de octubre a partir de las evasiones masivas protagonizadas por el combativo proletariado juvenil secundario. Las contradicciones no solo continúan existiendo, sino que hoy, dos años después –con el fenómeno de la pandemia de COVID-19 incluido–, continúan desarrollándose y agravándose.

II  Cuando la mayor continuidad en la historia humana es la permanencia de la dominación, es propio de las irrupciones revolucionarias la conciencia de hacer saltar el continuum de la historia” (Walter Benjamin [3])  Durante las revoluciones de 1848, se pudo ver a “barricadistas” disparando de noche contra las torres con relojes, recién instalados en diversos puntos de las ciudades.

El tiempo lineal, monótono y homogéneo, propio de las formas de actividad que se nos exige y en el que hemos sido socializados hace siglos por la sociedad productora de mercancías, parece ser la primera gran víctima de la acción insurreccional colectiva, y queda en suspenso mientras la contrarrevolución no logra avanzar hasta el punto de imponer una “nueva normalidad”. “Normalidad” que por el propio hecho de haberse visto obligada a “renovarse” revela su “anormalidad” constitutiva, a la que se nos obliga a regresar luego del instante de la revuelta, para poder así reinstalarnos de a poco en la continuidad histórica de la dominación. Hay quienes han hecho notar que la revuelta puede describirse precisamente como una “suspensión del tiempo histórico”, una “distinta experiencia del tiempo”, en la que lo importante no es el hoy ni el mañana sino “el pasado mañana” (Furio Jesi [4])

En el caso chileno, el 18 de octubre sin duda hizo saltar el calendario por los aires. Toda la normalidad quedó interrumpida por varias semanas. Además, al obligar al Estado a sacar tanques a las calles la revuelta le hizo exhibir de manera evidente que en este orden social aún resuenan los cañones de 1973, las ametralladoras contra la Escuela Santa María de Iquique en 1907 y los obreros natalinos en 1919, los ataques contra la FECH y la FOCH hace 100 años. Las diversas excursiones punitivas contra obreros y estudiantes y diversas masacres de Estado y genocidios con que Chile ha pavimentado el camino al desarrollo capitalista.

La revuelta hizo en horas y días lo que décadas de una escasa y siempre minoritaria crítica radical había apenas logrado esbozar: la refutación práctica del modo de vida capitalista y “neoliberal”. La primera dama habló de una “invasión alienígena” mientras su esposo se veía obligado a cancelar la APEC y la COP-25. Las cumbres sobre economía y medio ambiente no se pudieron desplegar en medio de esta gran suspensión del tiempo que se había tomado las calles de todas las ciudades.

Más allá de la discusión sobre si la revuelta se acabó y cuando, es claro que –a pesar del efecto desmovilizador combinado de la pandemia y el estado de excepción, además de las elecciones y el proceso constituyente– se abrió una nueva época el 18 de octubre, y la profunda grieta que instaló entre la normalidad del capital y su interrupción mediante la experiencia del encuentro colectivo, no se ha cerrado.

III  En retrospectiva los dos últimos años han sido un constante “darse de cabeza contra el muro de las ilusiones democráticas”: incluso grupos que se autodenominan “revolucionarios” y que promovieron y participaron del proceso constituyente, lo han ido reconociendo lentamente. Esta deriva era bastante probable debido a la falta de un horizonte común más allá del capitalismo, pero no se encontraba necesariamente determinada de antemano. Seremos categóricos: la revuelta fue derrotada en el momento en que el partido del orden se sentó a negociar una salida política firmando un nuevo pacto social, que fue poco a poco, institucionalizando la potencia revolucionaria que se manifestó en las calles. Sin embargo, las contradicciones propias del actual momento de desarrollo del capital permanecen intactas y no harán más que profundizarse. Lo que está sucediendo actualmente, se trata de un reacomodo, necesario para el sistema, pero que no pondrá fin a la crisis de ninguna forma.

Los niveles de desmovilización que presenciamos actualmente son importantes. Un factor que contribuyó a esta deriva fue la canalización institucional de la revuelta, proceso que se inició con el “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución”, que trazó un itinerario claro para “refundar” el Estado, y del cual ya hemos hablado en ocasiones anteriores. La victoria contundente de la opción “Apruebo” en el plebiscito de 2020, y la posterior elección de convencionales constituyentes de mayo pasado, dan cuenta de un malestar generalizado con los partidos políticos tradicionales, que hizo emerger nuevos referentes “independientes”, cuya máxima expresión puede condensarse en el fenómeno de “La Lista del Pueblo”

Sin embargo, las esperanzas puestas en esta expresión electoral, se esfumaron más rápido incluso de lo previsto, en tiempo récord, con escándalos de proporciones como los protagonizados por Diego Ancalao y Rodrigo Rojas –“Pelao” Vade–. Mientras que, por su parte, la Convención Constituyente, luego de 3 meses de discusiones en torno al reglamento que dará origen a los debates para redactar la nueva Constitución, a pesar de declaraciones y actos de fe cargados de buenas intenciones –y de un futuro “verde”, “feminista” y “plurinacional”–, ha capitulado una y otra vez, esfumando cualquier expectativa que haga posible cambios de carácter estructural, aprobando incluso el quórum propuesto por los defensores más acérrimos del actual orden –lo que en ningún caso nos sorprende–

En tanto, las elecciones primarias de los distintos sectores políticos de cara a la carrera presidencial, dejaron como gran ganador a Gabriel Boric –el artífice del acuerdo que salvó no solo a Piñera, sino a la “república” y la “democracia”, como muchos  políticos  han afirmado sin pelos en la lengua–, quien derrotó al militante del Partido “Comunista” , Daniel Jadue. Boric, es seguido de cerca en las encuestas, debido al descalabro de Sebastián Sichel, candidato de la derecha tradicional, por el reaccionario y ultra conservador José Antonio Kast, del Partido Republicano, quién con un discurso antiinmigración y anticomunista ha contribuido a nuclear a franjas descontentas de su sector que se han ido “ultra derechizando”. Hasta el momento, Boric se perfila como el candidato de consenso del partido del orden para tomar las riendas del Estado y reestructurar en un sentido capitalista-modernizador las relaciones sociales en nuestra región.

También la gestión capitalista de la pandemia del COVID-19 fue un factor relevante para frenar el auge de la movilización callejera. La imposición del estado de excepción por más de un año y medio, que implicó la salida de los milicos a las calles, toques de queda, cuarentenas, la prohibición de manifestaciones y reuniones, además de otras medidas de control y confinamiento, configuró una “nueva normalidad” que destruyó cientos de miles de fuentes de trabajo e imposibilitó a miles de personas más de conseguir dinero producto de las restricciones de desplazamiento, profundizando aún más la precarización del proletariado y la desigualdad económica que caracteriza a nuestra región. Durante el auge de la pandemia, si bien la movilización decayó, se registraron varias “revueltas del hambre”, algunos brotes de violencia proletaria frente a la brutalidad policial que cobró algunas vidas, protestas en las “fechas” conmemorativas y algunas jornadas de agitación en torno a los retiros de los fondos de pensiones –los famosos 10%–. Si bien la protesta social ha sido intermitente, difusa y concentrada en el activo más militante, perdiendo la gran masividad que alcanzó entre octubre de 2019 y marzo de 2020, aun así, su potencia se mantiene latente de manera subterránea y es un fantasma que amenaza la continuidad y estabilidad social del orden existente.

Aunque el fenómeno de la revuelta si bien se agotó, aún quedan algunos efectos residuales mistificadores que han persistido en el tiempo. En Santiago, las manifestaciones de los días viernes en Plaza Dignidad han encarnado la constante rebelión de aquellos compañeros que se resisten a comprender el fin del ciclo que se abrió en octubre y la apertura a una nueva etapa en la lucha de clases. Esto ha creado una ritualización y fetichización de la violencia y la protesta callejera, que se ha vuelto rutinaria y totalmente previsible por los aparatos represivos del Estado, que han hecho de las suyas de forma inapelable: el combate hace rato ya no tiene la magnitud que se experimentó durante los días álgidos de la revuelta, lo que la condena a su aislamiento. Aun así, consideramos que el espíritu que anima a los compañeros a persistir en la plaza, cuya principal exigencia es la libertad de los presos políticos de la revuelta, mapuche y subversivas, debe multiplicarse y descentralizarse en diversos puntos del territorio, iniciativas y actividades, para que logre así la visibilidad y masividad que necesita urgentemente.

IV  Muy independiente de la deriva institucional del “estallido” –o de la deriva progresista de la casta política, según como se lea– representada en el proceso constitucional y la pantomima electoral, a lo largo de lo que han sido estos dos años las cosas han estado muy lejos de apaciguarse política y socialmente hablando: si bien el reformismo ha tomado protagonismo en las pantallas y la coyuntura nacional, en las calles y territorios su descrédito va en directa caída libre y ha sido obligado a sobrellevar sus campañas en base a declaraciones ruidosas y posteriores disculpas; las aún tiernas alianzas se van fraccionando polémica tras polémica y al parecer el itinerario de la política nacional viene dictaminado por la última encuesta presidencial.

Esta época que a la prensa le encanta llamar de “populismo” se ha ido conjugando en una polarización y radicalización de los distintos sectores de la sociedad por izquierda y por derecha, y, en un crecimiento de la violencia política –aún minoritaria no deja de ser significativa–. Por más profundo que haya calado el despliegue reformista del “Apruebo” y de la socialdemocracia institucional en el último asalto del proletariado en esta región –en comparación con las maniobras reformistas de 2006 y 2011–, la esterilidad y volatilidad de su propuesta en una democracia como la chilena rápidamente da terreno y luces tanto de un rearme del movimiento autónomo –que hemos visto con alegría tomarse masivamente las calles, enfrentarse y ganarle terreno a una policía totalmente tecnificada, y también retomar los espacios de coordinación, encuentro y lucha– como también de una radicalización hacia la derecha de varios sectores de la pequeña y gran burguesía nacional, con su consiguiente movilización de proletarios como carne de cañón.

Sin ningún espíritu acrítico ni autocomplaciente y mucho menos augurando nada, no podemos sino mencionar y destacar el crecimiento y desarrollo que se ha visto en los sectores radicales y autónomos, crecimiento que podemos ver tanto cuantitativamente en el desarrollo de múltiples iniciativas y su convocatoria, como cualitativamente en cuanto a un cuestionamiento mucho más amplio y decidido al proceso constituyente y sus consecuencias desde la perspectiva de octubre y el enfrentamiento con el Estado –particularmente en la Región Metropolitana, pero también en otros puntos del país–. Como decíamos, esto no significa en modo alguno una visión acrítica al respecto, al contrario: si asumimos el carácter ascendente que comporta la lucha de clases en este territorio es asumiendo en primer lugar la proximidad de escenarios tan difíciles como trágicos y trascendentes para nuestras propias realidades en tanto proletarios y revolucionarios, y por ende, nos pone en la urgencia de fortalecer una alternativa organizada del proletariado o enfrentar desarmados en todo sentido a una contrarrevolución cada vez más clara y decidida en sus objetivos. Si destacamos esta situación no es para autopalmetearnos las espaldas ni mirarnos los ombligos, sino para poder vislumbrar y asumir las tareas necesarias para su fortalecimiento orgánico y real.

Y no podría ser de otra forma, pues este crecimiento al parecer responde más a una aceleración de la descomposición capitalista que a la actividad militante de los revolucionarios. Evidenciar este hecho no significa ninguna alabanza, sino el reconocimiento de un hecho concreto: el movimiento radical y autónomo en Chile pese a todas sus falencias y debilidades viene desde hace más de tres décadas aumentando y desarrollándose en cuanto a injerencia y fuerza social, y desde el inicio del siglo XXI viene interviniendo en el acontecer nacional con fuertes protestas y pequeñas revueltas de las que octubre del 2019 y su ruptura son un producto.

Si bien este movimiento solo logra convocarse/expresarse en términos de violencia callejera, y tiene dificultad al plantear una práctica social organizada y resquemores a desarrollar discusiones teóricas, esto no quita el hecho objetivo de que este movimiento existe, crece y se radicaliza, y que de hecho ya se impone con creces sobre lo que hasta hace un par de años era la hegemonía del reformismo tradicional y sus variantes, al menos en las tradicionales manifestaciones de izquierda –1 de mayo, 11 de septiembre, etc. –.

Negar esta cuestión sería querer tapar con un dedo la realidad por resquicios ideológicos: las últimas manifestaciones y la conformación espontánea de un verdadero bloque negro masivo y difuso, el movimiento de las recuperaciones territoriales y la autodefensa armada mapuche en el Wallmapu y las señales de reorganización de las Asambleas Territoriales y distintos colectivos sociales en una línea crítica a la institucionalidad confirman que todo este fenómeno vivido desde octubre está lejos de ser pasajero. En efecto, la revuelta de octubre engendró no solo violencia callejera, sino que creó un ambiente donde proliferaron los espacios de asociación y agitación política; formó en la práctica una camada importante de compañeros y creó los medios prácticos para enfrentar problemas locales como la crisis sanitaria y para sobrellevar la contrarrevolución democrática y reemprender la lucha. El solo hecho de que un grupo de Asambleas Territoriales comiencen a superar públicamente la barrera del proceso constituyente, volviendo a replantearse desde la lucha, es una señal de que estos espacios seguirán siendo nuestras trincheras en el futuro, desde donde los proletarios podrán tanto enfrentar las consecuencias de una crisis económica y laboral que nos pisa los talones, como ensayar nuevas formas de socialización comunitaria y lucha.

V  Todo proceso de contestación social expresa en su desarrollo elementos que en algún momento y contexto pueden contribuir a su profundización y expansión, mientras que en otros se evidencian como limitantes o frenos. En este mismo sentido, revolución y contrarrevolución son procesos simultáneos y mutuamente condicionados, y se nutren de características y relaciones sociales del propio movimiento que se enfrenta al capitalismo o a algunas de sus manifestaciones.

Por lo tanto, es necesario identificar y señalar claramente aquellos elementos que se consideran limitantes u obstáculos, ya que desde una visión que sostenga un horizonte ideológico e idealizado, las “deficiencias” serán quizás infinitas. Lo que nos interesa ponderar son aquellas lógicas de organización, formas de lucha, consignas, etc., que permiten el control y sofocamiento del movimiento, que vuelven sus fuerzas contra sí mismo, y que, en definitiva, dan paso a una deriva de fragmentación y fortalecimiento de sectores reaccionarios. Estos elementos son comunes a muchas experiencias históricas, toman formas distintas, pero suelen ser similares en sus fundamentos. En este sentido, más que enumerar detalladamente todos estos “problemas”, interesa reconocerlos y agruparlos por promover derroteros generales.

En primer lugar, la cuestión nacional, que históricamente se ha colado en las perspectivas de “pueblo” y en el plano de las luchas reivindicativas –hoy en conceptos transversales a la casta política como dignidad, bienestar o trabajo– termina siempre funcionando como caballo de Troya a posiciones burguesas o abiertamente fascistas, enmascara los conflictos irresolubles en el marco de esta sociedad –basados en la división de clases– bajo la perspectiva de los intereses del país y el bienestar de sus habitantes –que no es otra cosa que la simple sobrevivencia de la clase trabajadora–, y crea su comunidad sobre conceptos patriarcales basados en la propiedad privada, el localismo, la herencia y la raza. La unidad nacional no solo ha beneficiado políticamente a la clase dominante, sino que también ha sido un movilizador bastante lucrativo, y, por ende, no hay un nacionalismo utilizable con fines revolucionarios, pues siempre se cuela su carácter marcadamente reaccionario. Su nefasta potencialidad la pudimos apreciar en la manifestación antiinmigración en Iquique, en donde ondearon entre las banderas chilenas, su popularizada versión de luto de la revuelta e incluso el emblema mapuche.

Por su parte, la democracia vuelve a mostrarse como una de las principales armas para cooptar y hacer dóciles las luchas proletarias integrándolas a la institucionalidad vigente, como se ha evidenciado en el proceso constituyente y electoral que hemos mencionado ya varias veces; pero también como lógica regresiva y entorpecedora en el seno de las experiencias de lucha. El viraje libertario del viejo leninismo no ha resultado necesariamente en una eliminación de sus prácticas autoritarias sino en un solapamiento de éstas en el activismo, la participación y la “horizontalidad”. Esto se evidenció bien en la dificultad que mostraron los sectores revolucionarios de plantear críticas sólidas al proceso constitucional con la excusa de “respetar las voluntades del pueblo” –facilitando la renovación de la casta política– y en la que encuentran aún de plantear debates desde la perspectiva de la revolución social y el fin del capitalismo, por la idea vanguardista de que las comunidades no podrían entenderlo o simplemente no le interesa, reforzando ideológicamente el Estado como organización última de la sociedad.

En cierta forma, la perspectiva individual permanece reinante en todo este proceso y va minando los avances de la rearticulación social. La permanencia del nacionalismo y la democracia expresan en toda su amplitud la dificultad de la comunidad humana por reencontrarse orgánicamente como producto de la impotencia de los individuos aún aislados. Esto se manifiesta claramente desde lo personal en las decepciones, la pérdida de confianza en los procesos y la falta de constancia; y desde lo organizativo en la falta de perspectivas comunes y la dificultad para la coordinación. Por otro lado, esta orientación individual es caldo de cultivo en la actual época de descomposición social para el culto a la “choreza” ( matoneo) y a la preocupante proliferación de las peleas y violencia ciega, la cual ha pasado muchas veces la delgada línea entre la necesaria respuesta a defensores de la propiedad privada, ciudadanos envalentonados, y, la manía del registro telefónico y las redes sociales, a muchas veces, el simple círculo vicioso de la violencia donde gana quien grita y golpea más fuerte.

La especialización de determinadas formas de lucha y enfrentamiento también contribuye a disgregar y jerarquizar a los grupos humanos implicados en la revuelta. La “primera línea” surge como una necesidad espontánea de organización a cierto nivel para hacer una resistencia colectiva a la brutalidad represiva policial-militar, pero luego se va fetichizando, mitificando y transformando en una especie de aparato de defensa semi formal que es separado del resto de los manifestantes. La violencia proletaria deja de ser difusa y espontánea –no desorganizada necesariamente– para dar lugar a cuerpos especializados en el ejercicio de ésta, facilitando de esta forma la labor de identificación de las fuerzas represivas del Estado, y la acción represiva misma, al hacer más delimitables sus blancos. De esto también se sigue que cualquier deriva que ponga su eje en la violencia está condenada a fracasar frente a los aparatos profesionales del Estado/Capital que tienen tanto la estructura, el equipamiento y el adiestramiento para ser eficazmente brutales.

Entendemos que el desarrollo de estas contradicciones y límites dentro del movimiento mismo pueden hacer que todo su crecimiento se convierta en un terreno recuperable para nuestros enemigos. Si la confrontación social continúa su tendencia expansiva y subversiva, si el “gigante popular” desata una crisis de carácter revolucionario, el movimiento debe tener bases y perspectivas sólidas: la ambigüedad, las medias tintas, la falta de claridad teórica y programática, pueden resultar catastróficas, ya que podrían fortalecer un populismo de carácter reaccionario que sea capaz de entregar algún horizonte ilusorio, pero inmediato, al proletariado.

VI  Es evidente que ante las condiciones actuales de existencia es inevitable que se produzcan nuevas tentativas de levantamientos, revueltas y rebeliones. Para que las próximas oportunidades de ruptura no queden estancadas en la monotonía de la lucha callejera, los saqueos, los disturbios y la toma de espacios públicos –como plazas–, y acorraladas entre la brutal represión estatal y la recuperación institucional, se ha vuelto necesario y urgente reflexionar en torno a perspectivas y orientaciones que vayan más allá de esta dinámica y que a la vez bosquejen una crítica categorial y radical del capitalismo, única alternativa realista posible al callejón sin salida en que la humanidad se encuentra [5]

Desde una posición que reivindica la implementación de medidas comunistas inmediatas –y que niega la necesidad de un periodo de “transición” en el que el proletariado se transforma en clase dominante mediante la imposición de su “dictadura”–, vislumbramos aún, una distancia muy amplia entre la afirmación concreta de nuestras necesidades vitales como especie humana y la aparición de una revolución internacional que acabe con la miseria de este mundo, debido al alto grado de fragmentación de la totalidad capitalista a la que estamos condicionados, que se reafirma en un espíritu individualista dominante de carácter narcisista. Durante los últimos años nos hemos vistos entrampados en luchas difusas-parciales sin un claro horizonte de abolición de la realidad-totalidad capitalista, pero que expresan que ésta requiere ser superada en términos de afirmar lo que ya contiene en su interior: una comunidad humana global. Sin embargo, esta necesidad fácilmente se diluye ante el “espectáculo” de las “soluciones” socialdemócratas y de la mercancía ideológica que reproducen –por más “humana”, o ahora, “verde” que se muestre–, que solo ayudan a sembrar ilusiones, oxigenar al sistema, y como muro de contención y reactualización del capital.

Estos vulgares “parches” en medio de la descomposición general en curso, que se manifiesta por ejemplo en la inestabilidad financiera, la debacle ecológica, la violencia de género, los grandes flujos migratorios y la intensificación de problemas emocionales -psíquicos, lamentablemente aún tienen una gran influencia en el conjunto del proletariado. Por aquella razón, es primordial que los entornos revolucionarios, radicales y anticapitalistas, impulsen en todos los espacios posibles, la necesidad del ejercicio colectivo del desarrollo de la actividad de autoclarificación teórica en diálogo con la realidad concreta. De esta manera, las armas de la crítica podrán eventualmente hacer posible la crítica por las armas. A partir de nuestra experiencia práctica, pero también de una serie de discusiones, debates e intercambios de impresiones, llevados adelante con diferentes compañeras y compañeros, hemos elaborado humildemente, un borrador de tareas y proyecciones que consideramos relevantes para el período actual.

1-El capital es una relación total-global, es el vínculo que une lo que está separado, lo que organiza y estructura la producción y distribución de mercancías –esa entidad metafísica que tiene carácter dual: valor y valor de uso– y, que por lo tanto divide y jerarquiza a la humanidad proletarizada, la que es reducida a una simple mercancía, pero muy peculiar, ya que considerada como fuerza de trabajo genera valor y además es capaz de consumir otras mercancías. Durante la revuelta y la posterior pandemia que azotó a la región chilena fuimos testigos-participantes de distintas instancias de autoorganización ligadas principalmente a Asambleas Territoriales y otros espacios de asociatividad proletaria que surgieron para resolver diversos problemas bien concretos, como por ejemplo, las coordinadoras creadas para exigir la libertad y brindar un apoyo material a los compañeros presos y sus familias, pero también las ollas comunes, redes de abastecimiento popular o comedores que fueron cruciales para poner freno al hambre que se asomaba en los barrios y poblaciones. Si bien este tipo de respuesta proletaria se trata de una manifestación espontánea para conseguir aquello que el capital nos niega en la distribución de mercancías, también en estas experiencias colectivas podemos afirmarnos como parte de una proto-comunidad humana sin la mediación del dinero, en la medida en que esta autoorganización y crítica se vaya expandiendo a los otros “momentos” de la actividad social total: la producción[6] y la reproducción de la especie.

2-La autoorganización entonces es solo el primer paso, ya que sin un “contenido” que ponga énfasis en la negación de la relación social capitalista, no iremos más allá de una “autogestión democrática” de la miseria que actualmente padecemos. Es necesario replantearse la reproducción social en su conjunto, ya que una sociedad liberada no puede solo apropiarse de los medios de producción tal y como son concebidos actualmente, tomando en consideración la nocividad del desarrollo tecnológico realmente existente y su directa relación con la autovalorización del capital. El comunismo no es sinónimo de una democratización del acceso a las mercancías y las tecnologías que se encuentran tras ellas, ni tampoco un simple “modo de producción”, sino que se trata de crear colectivamente una forma de vida radicalmente diferente.

3-En la medida en que el capital es una relación social global, también la comunidad humana lo es en potencia. Ninguna región puede ser autárquica y bastarse a sí misma hoy en día, debido a la complejidad de la división internacional del trabajo que se ha desarrollado bajo el dominio del capital. El comunismo y la anarquía en un solo barrio, comuna, ciudad, país o extensa región, no son de ninguna manera viables: solo a una escala internacional puede volverse posible. Creemos necesario compartir experiencias y dialogar fluidamente con compañeros de todas las latitudes posibles, más allá de las barreras idiomáticas. En la medida en que la lucha de clases se vaya expandiendo e intensificando a nivel local, del mismo modo tiene que articularse con luchas llevadas adelante en territorios distantes, en lo posible, mediante la comunicación directa. Lo que articula las luchas proletarias es el “contenido” comunizador que éstas expresan, un diálogo constante entre nuestras necesidades como comunidad humana global y las formas concretas en que éstas podrían desarrollarse. Obviamente, comprendemos el enorme desafío que implica esta tarea, a falta de recetas y ejemplos históricos concretos, pero las experiencias prácticas de las comunidades de lucha en un nivel internacional sentarán las bases para afianzar nuevas tentativas de organización social.

4-Ante la potencia de las luchas que se encuentran en desarrollo, y de aquellas que se desarrollarán, se hace vital plantear e implementar medidas comunizadoras que vayan agrietando de manera ofensiva la hegemonía de la normalidad capitalista sobre nuestras vidas y que expresan en positivo el programa comunista invariante, es decir, la destrucción de relaciones basadas en la mercancía y el valor, el Estado y cualquier mediación abstracta sobre las necesidades humanas. Para que efectivamente se puedan desarrollar estas medidas planteamos dos problemas que deberán abordarse al calor de la lucha. Primero, que estas medidas deberán aplicarse en un amplio espectro de las luchas que surgen de forma aislada y que tienen un carácter parcial, por lo que consideramos importante que el mayor número posible de compañeros estén inmersos activamente en ellas: mientras más personas tensionemos hacia la destrucción de las relaciones capitalistas contribuyendo a implementar estas medidas, mayor será la capacidad de ruptura. En segundo lugar, estas medidas expresan el contenido específico de la superación de las relaciones capitalistas, el aspecto cualitativo o teórico, el cual es necesario ir elaborando mediante la discusión permanente entre diversos núcleos anticapitalistas y en la realidad material en que estos se desarrollan. Ambos problemas obedecen al complejo devenir de la lucha de clases e implican un enorme reto que debe encararse de manera colectiva.

5-La implementación de estas tareas están íntimamente ligadas a la conformación de un movimiento anticapitalista organizado y estructurado. Esta discusión es vieja y trae a colación ideas y conceptos que arrastran duras polémicas, tales como “partido”, “vanguardia”, “minoría revolucionaria”, etc., y no ha logrado ser zanjada definitivamente. La vigencia de esta controversia refleja la necesidad de su discusión, de la delimitación de la acción llevada a cabo por los revolucionarios, y su superación está estrechamente ligada a la superación de las categorías capitalistas y la separación social que éstas reproducen.

 

¡Vamos hacia la vida!

 

 “Ya no hay vuelta atrás”  YNHVA NRO 5 - OCTUBRE 2021

[1] Recomendamos el folleto del grupo Barbaria “Dinero que incuba dinero”, disponible en: http://barbaria.net/2020/05/15/dinero-que-incuba-dinero/

[2] Cuestión reconocida incluso por la OCDE: “La OCDE insta a Chile a que se centre en reducir las desigualdades para reforzar la recuperación social y económica del COVID-19” [Disponible en: https://www.oecd.org/newsroom/la-ocde-insta-a-chile-a-que-se-centre-en-reducir-las-desigualdades-para-reforzar-la-recuperacion-social-y-economica-del-covid 19. htm#:~:text=Upcoming%20events-,La%20OCDE%20insta%20a%20Chile%20a%20que%20se%20centre%20en,actual%20crisis%20del%20COVID%2D19].

También recomendamos leer críticamente los siguientes artículos: “La geografía de la desigualdad y del poder” [Disponible en: https://www.ciperchile.cl/2020/02/26/la-geografia-de-la-desigualdad-y-del-poder/]; “Según informe de la OCDE: Chile es uno de los tres países latinoamericanos más desiguales en cuanto a ingresos” [Disponible en: https://www.elmostrador.cl/noticias/2020/03/09/segun-informe-de-la-ocde-chile-es-uno-de-los-tres-paises-latinoamericanos-mas-desiguales-en-cuanto-a-ingresos/].

[3] Benjamin, Walter (2007) Sobre el concepto de historia. Tesis y fragmentos. Buenos Aires: Piedras de papel.

[4] Jesi, Furio (2014) Spartakus. Simbología de la revuelta. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.

[5] Para profundizar en esta discusión recomendamos revisar los siguientes textos: Angry Workers (2021) Insurrección y Producción. Santiago de Chile: Editorial Pensamiento y Batalla; Amigas y Amigos de la Sociedad sin Clases (2021) Contornos de la comuna mundial. Santiago de Chile: Editorial Pensamiento y Batalla; “No Way Forward, No Way Back China in the Era of Riots”, de la revista del colectivo Chuang N° 1 [Disponible en inglés en:

https://chuangcn.org/wp-content/uploads/2015/12/ChuangIssue1_SMALL.pdf] ; “The transitional phase of the crisis: the era of riots” del extinto grupo griego Blaumachen [Disponible en inglés en: http://libcom.org/library/transitional-phase-crisis-era-riots]; “Las medidas comunistas” de Leon de Mattis, disponible en: https://colectivobrumario.wordpress.com/2015/12/22/las-medidas-comunistas-leon-de-mattis/.

[6] Queda abierto para el debate el análisis minucioso sobre aquellas ramas de la producción que son vitales para la reproducción de nuestra especie, y aquellas que son superfluas y que sólo contribuyen a intensificar el grado de alienación entre los seres humanos, como también con la naturaleza, y que, por lo tanto, deben ser suprimidas desde el primer momento en que la insurrección resulte victoriosa. Sin embargo, creemos importante señalar que al poner como objetivo la producción de las necesidades materiales-concretas humanas y no del valor, utilizando aquellos conocimientos científicos que nos ayuden a integrarnos a los ciclos ecológicos vitales –superando la fractura metabólica entre el humano con la naturaleza impuesta por el capital– tendremos la posibilidad de evitar, o disminuir, el riesgo de extinción de la vida sobre la tierra.


Comunicate