26.OCT.21 | PostaPorteña 2241

OTRAS INEQUIDADES (1)

Por R.J.B.

 

-O la traición que no cesa-

 

Han transcurrido más de treinta y cinco años desde que las puertas de las prisiones de este pequeño país se abrieron para que una multitud de hombres y mujeres comenzaran a transcurrir sus vidas en libertad.

La emoción y la esperanza, pintadas en aquellos rostros rescatados del horror, hacían que todos -o casi todos- nos conmoviéramos, desempolvando los sueños para ilusionarnos con un porvenir más luminoso. En Rocha, en Montevideo o Canelones, en Paysandú y en cualquier rincón del Uruguay, la gente sabía que se estaban viviendo momentos trascendentales. Lo mismo ocurría con quienes estábamos fuera de fronteras, formando parte de aquella variopinta población de exiliados desperdigados por todos los rincones del orbe, que abarcaba a ex presos políticos y a fugitivos que habían podido “zafar” a tiempo, así como también a emigrantes que apostaron por una vida mejor. En Oslo, en Caracas o en Ámsterdam, en Paris, en Lund y en el Distrito Federal, los uruguayos volvían a soñar y comenzaban a acariciar la idea de volver.

Atrás quedaba el peor período de la historia de nuestro pueblo. Atrás quedaban los abusos y el sometimiento; la sospecha generalizada; la censura ciega; el terror infundido como metodología para gobernar. Quedaban en nuestra memoria las persecuciones y el dolor ante tanta injusticia; las torturas; la muerte y la desolación.

Pero también quedaba la traición. La de antes y la que vendría después; la de ayer y la de hoy; ésta, que lejos estábamos de imaginar.

Acaso por aquel entonces no era el momento más indicado para profundizar en el oscuro significado de ese vocablo ni de quién -o quienes- merecían su aplicación, pero tras más de tres décadas atiborradas de tormentas políticas, acusaciones, sospechas y pésimas gestiones en la conducción del país, no está de más comenzar por la definición de traición, según lo indica el Diccionario de la Real Academia Española: “falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener.”

Y si buscamos la palabra traidor, el mismo diccionario aportará estas definiciones: 1) “que comete traición”; 2) “que implica o denota traición o falsía”; 3) “que es más perjudicial de lo que parece”.

Si de definiciones se trata, me parece interesante aportar otra -para la palabra traidor- que encontré en el idioma Inglés: “a person who betrays another, a cause or any trust” -“persona que traiciona a otra, a una causa o cualquier tipo de confianza”-

“Persona que traiciona a otra -u otras-…” “Que traiciona a una causa…” Ambas frases resultan contundentes y definen claramente el acto o la sumatoria de acciones que suponen una traición.

Pero así como a cualquiera le puede resultar muy fácil comprenderlas, interpretando cabalmente su significado y las graves consecuencias que suponen para quien es sospechado, no resulta menos cierto que es mucho más complejo etiquetar al traidor -o sea, responsabilizar a una persona por haber cometido tamaña falta-. Y es partir de este punto que surgen una serie de interrogantes que no siempre obtendrán respuestas sencillas.

Generalmente, nos inclinamos a censurar la traición cuando la misma implica deslealtad personal y perjudica gravemente a uno o más individuos.

Pero nos cuesta mucho más discernir que existen otro tipo de traiciones que no necesariamente pasan por la delación y que se operan -a veces muy lentamente- a lo largo del tiempo. Podemos indignarnos con facilidad ante la falta de fidelidad o cuando nos enteramos que alguien delata a quienes le habían depositado toda la confianza, pero pasamos por alto y nos cuesta entender que también traiciona aquel que se aparta de sus promesas y “que es más perjudicial de lo que parece”.

Lamentablemente, en este presente tan escaso de esperanzas, cuando nos toca analizar la gestión de muchos de los dirigentes políticos que han gobernado este país, resulta inevitable que la evaluación de sus actos nos conduzca por los oscuros senderos de la sospecha y acabemos preguntándonos si no merecen el despreciable mote de traidores.

Traidores a una causa y a la lealtad que debían tener hacia quienes les confiaron la tarea de hacer un país mejor.

Traidores sí, a los sueños de tantos compatriotas y al compromiso de no repetir las inequidades que en otros se cansaron de criticar.

¡Traidores! O mezquinos negociantes del olvido, abocados a ignorar todos los principios que prometieron defender.

Son ellos a quienes me refiero, los mismos que inauguraron la vocación de alcahuetes en los cuarteles -delatando a otros y gestionando oscuros pactos para ganar la confianza de sus captores- y que luego, a la hora de convertirse en conductores políticos, se pasearon torpemente por el mismo escenario que otros montaron.

Son ellos, tristes marionetas, que todavía hoy siguen revolcándose  en el lodo pestilente de la traición.

R:J.B.


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