30.OCT.21 | PostaPorteña 2242

OTRAS INEQUIDADES (2)

Por R.J.B.

 

En mi última entrega (AQUÍ) abordé el tema de la traición sin desconocer que el mismo resulta controversial y extremadamente delicado. Pero lo hice -y prosigo- animado por la convicción de que merece un tratamiento serio y profundo, desprovisto de parcialidades o estériles subjetivismos.

 

Para nuestra generación -que durante los años sesenta se ilusionaba con cambiar la Historia-, la traición supuso una explicación, además de un justificativo, para la gran debacle que nos sumió en un largo período de oscurantismo y frustración. Pero en realidad, lo que ocurrió fue que, lejos de propiciar un debate y asumir un enfoque autocrítico, los mariscales de la derrota prefirieron pasar por alto sus enormes equivocaciones para endilgarle la responsabilidad de la misma a un puñado de personas a las que tildaron de traidores.

No debatieron y tampoco reconocieron los catastróficos errores tácticos y estratégicos pues, entre otras cosas, hacerlo hubiese supuesto colocarse en un plano de igualdad con los militantes subalternos.

 Lo que en verdad importaba para este grupito de megalómanos, era continuar con el mito para así conservar sus cargos jerárquicos y proyectarse -como luego efectivamente ocurrió- a lugares de preponderancia en la vida política del Uruguay.

 

Y como ya llevamos varias décadas soportando esta mitología casera, que todo lo coloca en la perspectiva de “los buenos” y “los malos” -o de los “héroes” y los “traidores”- no está de más un poco de contra-mística para clarificar en el asunto.

Muchas veces somos proclives a etiquetar y por ende, a censurar actitudes de otros sin tener en cuenta las circunstancias que mediaron para que la conducta de esos otros perjudicara la vida y/o la libertad de personas de su conocimiento, con las que participaba en actividades de carácter gremial, político o social.

Me refiero específicamente a que siempre existe un contexto que puede condicionar las reacciones -o la respuesta- de alguien que, estando en cautiverio, es confrontado a situaciones extremas.

 Pasemos a ejemplos concretos: ¿acaso son pasibles de condena aquellos que, por causa de sufrir todo tipo de apremios físicos y psicológicos, delataron a otros con los que compartían un accionar militante?

 Para ser más específico, ¿hasta qué punto una persona puede tolerar la tortura sin revelar total o parcialmente la información que le exigen sus captores?

Obviamente, existe ese punto crucial que nadie quiere rebasar, ¿pero de qué depende? ¿Quién lo determina? ¿O es una cuestión que se relaciona exclusivamente con la capacidad de tolerancia psíquica y física de un individuo?

 

Las respuestas no son sencillas y cada cual sabrá lo que le tocó vivir o sufrir, pero no está de más recordar que los integrantes de la guerrilla tupamara sabían que, para el caso de ser arrestados, debían resistir durante un determinado mínimo de horas sin revelar información, para así alertar a sus contactos y posibilitar que éstos cambiaran rutinas y procedimientos.

La conclusión es clara: más tarde o más temprano, un prisionero que es torturado debe entregar “algo” a sus captores. Cuándo y cuánto dependerá de su resistencia; de la saña de sus torturadores y de sus propias estrategias de sobrevivencia.

Así las cosas y si de Tupamaros se trata, resultó aberrante la conducta de aquellos que constituían la Dirección Central dentro del Penal de Libertad, los que a la hora de organizar el funcionamiento de sus compañeros presos, decidieron discriminarlos de acuerdo a la tolerancia que habían tenido en la tortura.

Abundan los testimonios en la materia y todos coinciden en señalar que esa jerarquía del MLN -ubicada en el segundo piso del Penal- a su vez, instrumentó -en los distintos pisos y sectores- sub direcciones que operaban de acuerdo a los criterios de la Dirección Central.

Así fue que decidieron clasificar a sus compañeros discriminándoles en tres categorías:  ‘A’, ‘B’ y ‘C’. Difícil de creer, pero resultó una réplica exacta de lo que el gobierno de facto instrumentó para todos los ciudadanos de este país.

De acuerdo a ese criterio, los revolucionarios clase ‘A’, resultaban confiables y por tanto, podían aspirar a tener responsabilidades de índole política, acceder a información y eventualmente, ser beneficiados  con alguna tarea que les permitiese abandonar la celda.

Para los de la categoría ‘B’ las cosas no eran tan sencillas, pero aquellos categorizados como ‘C’ -o sea, los que habían cantado según el dudoso veredicto de sus superiores-, eran dejados de lado por sus propios camaradas y se les condenaba al aislamiento.

 

 Partiendo de la base de que todos -en mayor o menor medida- cantaron, cabe preguntarse cómo hacían los miembros de la Dirección para juzgar y definir quiénes eran los buchones o traidores.  

Pasado mucho tiempo, las conclusiones asoman de inmediato y no resultan alentadoras. Al principio decía que fui parte de una generación que tuvo como ideal la pretensión de construir una sociedad más justa e igualitaria. Por aquel entonces, aquellos jóvenes movilizados en aras de lograr un mundo mejor, compartíamos la idea de construir un “hombre nuevo”; un ser humano digno, justo y solidario, desprovisto de las mezquindades y miserias propias de la sociedad capitalista. Por lo visto, nada más alejado de lo que cotidianamente ocurría en la interna de aquella organización.

 

Y otra vez recurro a algunas de las definiciones de la palabra traidor: “que implica o denota traición o falsía”; “persona que traiciona a una causa”; “que es más perjudicial de lo que parece”...

 

Y si de traiciones se trata, pregunto entonces: ¿quiénes fueron los traidores?

¿Los que no pudieron resistir la tortura durante un lapso prolongado o aquellos que, siendo sus compañeros, les impusieron el castigo del aislamiento y la discriminación?

 Más lo pienso y más me convenzo de que fue -y es- un tema de jerarquías que, como un virus imposible de erradicar, se instaló en el MLN casi desde los inicios hasta nuestros días.

Caciques o caciquillos responsables de una y mil tragedias que siguen sin reconocer. Mariscales de la derrota, implacables en el trato con sus camaradas y tan “livianitos” a la hora de pactar.

Comandantes de pacotilla que ya devenidos en políticos, resultaron mucho más perjudiciales de lo que se pueda suponer.

 

R.J.B.


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