30.OCT.21 | PostaPorteña 2242

CABEZA DE TURCO (49,50,51,52 y 53)

Por AMODIO

 

Cabeza de turco 49

 

Las relaciones con Alicia tampoco eran buenas, pese a la buena voluntad de la que ella hizo gala, soportándole desplantes de todo tipo, que me eran ocultados para no aumentar mi desilusión. Daniel estaba acostumbrado a vivir en la calle, rodeado de afectos y amigos, en un ambiente completamente diferente al que nosotros podíamos ofrecerle. Cuando terminé de pagar las acciones de la imprenta, comencé a cobrar las horas extraordinarias que hacía. Eso nos permitió dar la entrada para la compra de un modesto apartamento en Torrejón de Ardoz. Terminé de reunir lo necesario trabajando las vacaciones que por ley me correspondían.

El cambio de casa terminó por consumar el desastre que significó la presencia de Daniel. De común acuerdo con él rescindimos su trabajo en la imprenta y comenzó a estudiar dibujo, a través de unos cursos que le contratamos. Desligado de la obligación de madrugar para ir al trabajo, comenzó a levantarse tarde y acostarse más tarde que los demás. Abandonó los estudios de dibujo y comenzó a pasar muchas horas en la calle. Así se hizo amigo de algunos pequeños delincuentes del pueblo, lo que motivó que un vecino, miembro de la Guardia Civil, nos pusiera sobre aviso, lo que nos hizo decidir su vuelta a Uruguay, un año después de su llegada. No nos quedó otra alternativa.

 

Imaginate mi estado de ánimo. Yo arrastraba el complejo de culpa de no haber podido conseguir el cambio social que le compensara lo que él consideraba “mi abandono de padre” Sí, eso fue una rémora que arrastró toda su vida, porque me lo siguió reprochando incluso hasta poco antes de su muerte. Sí, se enemistó conmigo, ya de manera definitiva, cuando el envío de mis cartas y volvió a echarme en cara lo que él consideraba mi abandono.

No, nunca tuvo en cuenta que lo ayudamos en varias ocasiones, cuando lo trajimos a España en dos oportunidades más y que le conseguimos trabajo a él y a Mary, su primera esposa, les salimos de garantía en los alquileres que no pagaron y allá por 2001 con su nueva pareja. En esta oportunidad pareció que todo iría mejor y para que trabajara le creamos un puesto de trabajo en nuestra empresa familiar. No, yo ya estaba separado de Alicia y tenía una sociedad familiar con Celia, que era mi compañera desde hacía más de diez años.

 

Volviendo atrás, te digo que fui incapaz de conducir el auto para llevarlo al aeropuerto y nos acompañó un vecino, Joaquín. Yo sentía que la separación era inevitable y necesaria, que sería mejor para todos, pero pese a que  Alicia hizo todo lo que pudo para sostenerme, entré en un estado de depresión tal que los jefes me aconsejaron me tomara vacaciones. Cuando volví, me encontré a Serantes que hacía de administrador, planificando el cierre de la imprenta. ¿Qué había pasado? Que no se pagaba ni el local ni la maquinaria y todo el dinero que se ingresaba era desviado hacia las empresas de los jefes. Ellas progresaban a costa de la imprenta. Además, nos encontramos con que tampoco se habían hecho los aportes a la Seguridad Social, pese a que se nos aplicaban los descuentos correspondientes. Para peor, como mi participación en la sociedad era del 25%, era responsable del 25% de la deuda que la imprenta mantenía.

Así, de improviso, me encontré sin trabajo, mis sueños rotos, una casa que pagar y la reclamación del 25% de una deuda que yo ni había generado ni me había beneficiado de ella. Este último aspecto se resolvió porque pude convencer a los reclamantes de que había actuado engañado y por la razón del artillero: era insolvente económicamente. Del piso solo había pagado una pequeña parte. Como añadido, me citaron desde Extranjería porque mis ex jefes me retiraron el aval que les solicité para gestionar la residencia en España.

En Extranjería presenté la escritura de la sociedad Gradosa S.A., en la que aparecía como socio con el 25% del capital y aduje que mis socios me habían estafado, abusando de mi situación de necesidad. Mi peregrinar por los distintos despachos se alargó varios meses, pero al final me concedieron la permanencia, paso previo a solicitar la nacionalidad. No, la nacionalidad la conseguí recién en 1981.

Durante meses busqué un puesto de trabajo, sin conseguirlo, y los ahorros se fueron agotando. Todos nuestros sueños se habían hecho pedazos. Alicia incluso vendió unas pequeñas alhajas, recuerdos familiares, para poder subsistir unos días. Lo que más nos dolía era no poder darle a nuestro hijo la educación necesaria. Unos amigos, maestros, nos informaron del estado calamitoso de la enseñanza pública, en manos de los sectores del postfranquismo. La educación ansiada para nuestro hijo solo era posible mediante la escuela privada, pero no podíamos hacer frente a su pago. Intenté trabajar por mi cuenta, realizando trabajos de maquetación de revistas que habían sido clientes de la imprenta, lo que me permitió retomar algunas de las ilusiones perdidas.

Una mañana, en una imprenta a la que acudí en busca de trabajo, me encontré con Pedro Cuesta Aguilar, al que había conocido como cliente de alguna de las revistas que yo maquetaba. Este hombre había pertenecido al departamento de contabilidad de Cambio 16, mientras que su mujer había ocupado un cargo de cierta relevancia en una empresa subsidiaria de El Corte Inglés, que se dedicaba a muebles de cocina. Eran momentos de confusión política y económica y en España todavía se vivían las consecuencias de la crisis de 1973, que se pretendió ignorar. Estas dos personas acordaron con sus empresas unos despidos pactados por los que cobraron bastante dinero y se beneficiaban del subsidio por desempleo.

 

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Con parte de ese dinero montaron en 1977 un taller de composición de textos en la calle Illescas 22, en el barrio de Aluche y pretendían desarrollarlo, por lo que mis conocimientos y experiencia le serían útiles. Barajamos dos alternativas, asociarme o convertirme en su empleado, hasta que yo les propuse trabajar para él como free lance. Comencé a trabajar por mi cuenta, con una mesa de montaje que diseñé yo mismo y que me ayudó con la construcción un vecino de Torrejón, Manolo, que era carpintero. Instalé la mesa en el comedor. El hecho de trabajar y volver a contar con ingresos seguros nos hizo entrever la posibilidad de retomar nuestros sueños.

Con el paso de los meses eso se hizo realidad y creímos conveniente vivir en Madrid. Para eso, vendimos el piso en Torrejón y nos fuimos de alquiler a la capital, aparentemente una decisión equivocada, pero todo nuestro interés estaba centrado en la educación de nuestro hijo. Ya en Madrid lo inscribimos en el Colegio Base, del que teníamos los mejores informes. Pero este colegio comenzó a convertirse en un colegio elitista, abandonando algunos de los principios que nos habían llevado a pensar que nuestro hijo complementaría en él la educación que en casa recibía de sus padres.

Seguí trabajando en nuestra nueva casa y para ello montamos la mesa de montaje en nuestro dormitorio, para lo que tuvimos que reducir el ancho de la cama. No, no nos dio trabajo, ya que la cama la había hecho yo mismo. El taller de composición de textos de Pedro Cuesta y su esposa me fue requiriendo más horas de atención, por lo que decidí trasladarme a su local durante el día y atender a mis propios clientes durante la noche. Funcionamos muy bien durante un par de años e incluso creamos una clientela común, compartiendo los beneficios. Sin embargo, poco a poco nuestras relaciones se fueron enturbiando, sobre todo porque yo me mantenía ajeno a su forma de vida, demasiado ostentosa, y porque su mujer me tomó como confidente de sus problemas matrimoniales y me apoyaba en nuestras disputas comerciales.

Pero lo que rompió de manera definitiva nuestras relaciones fue su intención de que me hiciera cargo de la dirección del taller de Afanias, en Pozuelo de Alarcón.

¿Nunca oíste hablar de Afanias? Era una ONG que se financiaba con aportes estatales para atender a jóvenes con discapacidades intelectuales. Cuesta era a su vez cliente y proveedor del taller de impresión. Mediante varias componendas consiguió ser nombrado gerente de la imprenta y desde ese lugar nombrarme responsable técnico. Su intención era apropiarse del taller para su uso personal. Yo al principio accedí a hacer un informe de las condiciones del taller, de sus potencialidades, necesidad de maquinaria, personal, etc.

Durante los días que concurrí a Pozuelo conocí al personal, todos jóvenes con capacidades disminuidas que se verían perjudicados si el plan de Cuesta seguía adelante. Fue entonces que me negué a aceptar su propuesta y mi negativa aumentó nuestras diferencias y terminamos separándonos. Cuesta intentó quitarme algunos de mis clientes. Iniciamos así una competencia que se prolongó durante meses y a la que puse punto final siguiendo las recomendaciones de Alicia, ya que ese enfrentamiento me distraía de preocupaciones más importantes. Y sí, por competir con Cuesta, que ya había formado una sociedad llamada Novagraphic, estaba desatendiendo nuestra producción.

Pero una mañana nos encontramos en la puerta de un edificio en la calle Fernando el Católico, al que yo acudía a visitar a un cliente. Dio la casualidad que en el mismo edificio tenía su oficina uno de los miembros del patronato de Afanias, y Cuesta se creyó que yo había ido a verlo. Se me abalanzó, hecho una furia, pero el muy imbécil me atacó con las manos abiertas y yo logré agarrarle un dedo de la mano derecha. Era una llave que había aprendido con los judíos de la Mordejai Anilevich y lo puse de rodillas. Y sí, si no él solo se partía el dedo. Yo tuve que agacharme un poco, y quedamos separados por menos de una cuarta. Olía a tabaco, coñac y perfume. Olés que das asco, le dije, y mientras lo soltaba lo empujé hacia atrás y quedó acostado. El portero del edificio estaba lavando el piso y el balde estaba muy cerca de nosotros. Se lo eché por encima y me fui. Nunca más lo vi ni me molestó. Terminó siendo el presidente de la patronal de Artes Gráficas… todo un personaje, el Pedrito Cuesta…

 

Resolvimos ampliar nuestra producción propia, haciendo nosotros servicios que teníamos contratados. Fue así que compramos una cámara Escofot que montamos en una de las habitaciones y Alicia aprendió a manejarla, con lo que nuestros ingresos se vieron incrementados. En 1980 todo iba bien. Yo trabajaba, Alicia se ocupaba de nuestro hijo y nuestro hijo era un encanto.

Yo había evitado acercarme a los escasos uruguayos residentes en España, pero diversas circunstancias me llevaron a vincularme a exilados argentinos, fundamentalmente vinculados a las artes gráficas y editoriales

No, estás equivocado. Te estoy hablando de los años 80 y uruguayos éramos muy pocos. Distinta era la presencia de argentinos. La mayoría estaba atravesando crisis de diversa índole y algunos estaban buscando ubicarse para reorganizar su vida. Otros, quizás porque sus condicionantes habían anulado sus capacidades humanas vivían del robo en las tiendas o a costa de quienes nos propusimos echarles una mano. Mirá, la experiencia recogida es muy grande… pero los menos siguen siendo mis amigos, otros lo fueron durante el tiempo que me necesitaron y otros dejaron de serlo cuando yo los necesité, que de todo hubo.

 ¿Saldo doloroso, decís? Te diría que no, que es positivo, pero hubo algunos que me dolieron mucho. El más doloroso fueron los Marcelos. Uno fue Spotti y del otro no recuerdo el apellido, pero puede ser Alfaro. Los ayudé a los dos, que terminaron siendo socios en un emprendimiento editorial. A Spotti lo conocí por 1979, cuando vivía con su madre en un apartamento en Campamento. No, detalles no te voy a dar. Solo decirte que lo banqué durante años, que le financié la vida, pagándole los dibujos para mis clientes por encima de lo que yo cobraba por ellos. Era muy bueno, es verdad, pero pretendía cobrar como si fuera Picasso, ¿entendés? Cuando mi hijo Daniel volvió en el 2001, fui a verlo, porque ellos ya estaban establecidos. Incluso mantenían clientes que yo les había pasado. No, no me ayudaron lo más mínimo.

Los Marcelos fueron el paradigma, pero durante años a varios argentinos les hice falsos contratos de trabajo para conseguir la residencia, inventaba proyectos empresariales para que cobraran las subvenciones que diversos organismos europeos proporcionaban para la integración, los avalé para conseguir créditos bancarios y algunos pasaron largas temporadas en mi casa, desoyendo la opinión de Alicia. Solo recogí pérdidas y disgustos. Ese es, en realidad, el saldo recogido. ¿Qué por qué digo que el saldo es positivo? La verdad es que fue negativo, tenés razón.

 

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Cansado de los incumplimientos de mis proveedores de textos, decidimos comprar una máquina de fotocomposición que cómo no, se instaló en casa, para lo que tuvimos que comprimir más nuestras habitaciones. No te imaginás la que tuvimos que organizar para subir la máquina a un décimo piso… pero logramos instalarla.

Alicia era buena mecanógrafa, pero de ahí a convertirse en teclista de fotocomposición había que recorrer un largo camino. Ella no solo lo recorrió, sino que lo hizo en menos tiempo, mientras yo pasaba a ocuparme de la casa y de nuestro hijo. En 1980, una empresa editorial de la que era proveedor me propuso compartir el alquiler de un espacioso piso en la calle Cea Bermúdez 38 y trasladar allí nuestra maquinaria. Así lo hicimos durante dos años, hasta que esa empresa se rompió y quedamos solos en aquel local. Acredisa, se llamaba la empresa.

Cuando Tierno Galván ganó las municipales, ellos aprovecharon las vinculaciones que tenían a nivel de los diferentes ayuntamientos y se forraron. No, no eran socialistas, eran de la ORT, Organización Revolucionaria de los Trabajadores, pero muchos de los integrantes de la ORT se integraron al PSOE. Y sí, ellos aprovecharon la bolada.

Pero lo más importante para nosotros era nuestro hijo. Creo que ya te dije algo del colegio. Lo habíamos inscrito en el colegio Base, en aquellos años pionero en métodos de enseñanza. Pero de pronto nos dimos cuenta que era un colegio elitista y poco a poco fue dejando de lado los preceptos por los que lo elegimos: laico, educación abierta, nada dogmática, participación de los padres en el sistema educativo, seguimiento individualizado de los alumnos, respeto de su personalidad... así que tuvimos que encontrar otro de esas mismas características.

A través de unos amigos, ex integrantes del FRAP conseguimos plaza en el colegio Ágora, regentado entonces por un maestro formado en el método Montessori y que había logrado aglutinar un grupo de maestros de un valor pedagógico impresionante. Este maestro era un empresario vocacional, por lo que las dificultades económicas del colegio se fueron agudizando. Se formó entonces un grupo de padres, en el que nos integramos, con el fin de buscar financiación.

Era 1982, el primer gobierno de Felipe González y de su ministro de Educación, José María Maravall, quien se había puesto en contacto con el colegio para adaptar su método de enseñanza a los planes generales de su ministerio. Alicia integró el grupo de padres que mantuvo varias reuniones con el ministro y solicitó de este, a cambio de asesoramiento para la implantación del método de enseñanza, una subvención anual para solventar los problemas económicos más urgentes y convertir al colegio en un colegio concertado.

Contra todo lo esperado, la respuesta fue negativa: al ser el colegio muy aperturista, se temían críticas y ataques por parte de sectores de la derecha política. El ministerio no tuvo, sin embargo, ningún inconveniente en formalizar acuerdos con colegios totalmente tradicionales, convirtiendo en concertados colegios religiosos e incumpliendo el precepto constitucional acerca de la aconfesionalidad del Estado.

No tuvimos entonces otra alternativa que formalizar una cooperativa entre los padres y maestros. Hasta el personal de servicio, el conserje y la cocinera, formaron parte de la cooperativa. Fue una experiencia enriquecedora en lo personal, tanto para Alicia como para mí, pero negativa en lo que tuvo que ver con nuestra economía. Poner en marcha la cooperativa fue una larga odisea burocrática y era necesario que el colegio no se detuviera. Se formó entonces una comisión económica que aportó los fondos necesarios para su mantenimiento, fondos que luego se invirtieron en la mejora del edificio y que nunca recuperamos. Pero ver a nuestro hijo disfrutar aprendiendo, negándose a faltar a las clases incluso enfermo, nos compensó ampliamente.

A finales de 1981 recibimos de mi hijo Daniel una carta en la que nos solicitaba ayuda para trasladarse a España junto con su esposa y trabajar con nosotros. Desde mucho tiempo antes esa solicitud se venía insinuando, pero dados los antecedentes, resolvimos esperar, como si no nos diéramos por aludidos. Daniel nos decía que la situación por la que estaba pasando era insostenible, que no tenía medios propios de vida y que incluso mis hermanos estaban pasando por dificultades para ayudarlo.

Además, nos decía, había pensado mucho sobre su estancia anterior y recapacitado sobre su comportamiento. A principios de 1982 reunimos el dinero para los pasajes y le enviamos un dinero para hacer frente a unos alquileres impagados y que estaban avalados por mi padre, que habiendo enviudado, se había vuelto a casar.

Reorganizamos entonces nuestra oficina y reservamos para ellos dos habitaciones, uno de los baños y la cocina, que hasta esos momentos se utilizaba como depósito.  Sí, pudimos hacerlo porque Acredisa se trasladó a otro local y nosotros nos quedamos con el de Cea Bermúdez. Teníamos una clientela segura, trabajábamos muchísimo y gozábamos de prestigio en el ambiente profesional, pero vivíamos al día. No hacíamos dispendios, pero tampoco escatimábamos gastos para todo lo que tuviera que ver con nuestro hijo. Natación, cursos de inglés, viajes para perfeccionarlo…

El volumen de trabajo era importante y pensamos que debíamos contratar a alguien que nos ayudara. Dos años antes, 1980, el portero del edifico donde vivíamos nos había proporcionado la información para la compra de un piso en el mismo edificio, en condiciones muy ventajosas para aquellos años. En reciprocidad, su hija fue la primera persona que contratamos. Cuando en junio de 1982 llegaron Daniel y su esposa, ya teníamos tres empleados y consideramos conveniente montar una sociedad al 50% entre Alicia y yo para darlos de alta correctamente y nosotros también cotizar para nuestra jubilación. Es el inicio de nuestra empresa, Gráficas Goes.

 

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Al año de haber llegado, Daniel y su esposa expresaron su deseo de alquilar un apartamento para vivir independientes de nosotros. Aparte del trabajo con nosotros, Daniel se había presentado a unos cuantos certámenes de cómics, siendo elegido ganador en la mayoría de ellos. Era su verdadera vocación y todos creímos que tenía un gran futuro.

Comenzaron a llevar un ritmo de vida que nada tenía que ver con el que nosotros habíamos tenido. Ganaban buenos dineros y como lo ganaban, lo gastaban. Amigos, fiestas y reuniones en su nueva casa motivaron las protestas de los vecinos, y tuvieron que mudarse otra vez. Mientras, Gráficas Goes, nuestra empresa tenía más y más trabajo y contratamos más gente y compramos más maquinaria. Incluso compramos un apartamento en pleno centro de Madrid y allí nos trasladamos. Sí, en la calle Marqués de Cubas, a la vuelta del Congreso de los Diputados-

Alicia y yo íbamos entonces cada uno por su lado: ella con nuestro hijo y yo con nuestra empresa. Para quien nos viera desde afuera, éramos una empresa pequeña pero fructífera, ya que no dejábamos de invertir. Pero todo era una ilusión. Yo no era un empresario. Había sido militante sindical y creí que debía abonar sueldos por encima de lo que me exigían los convenios laborales, para así tener contento al personal. El personal, en la lógica de quien recibía más de lo que esperaba, creyó que me estaba haciendo rico, y exigía cada vez más. Y yo pagaba cada vez más.

Durante la semana apenas veía a nuestro hijo, lo que propició que Alicia me prohibiera trabajar sábados y domingos, que empleábamos en realizar excursiones al campo, con chuletadas al aire libre incluidas. Pero nuestra relación se estaba deteriorando.

No, no nos dimos cuenta, al menos yo no me di cuenta. Teníamos entonces un cliente, una revista especializada en transporte ferroviario, A.I.T., se llamaba. Yo empecé a tener mucho trato con la encargada editorial, una mujer mucho más joven que yo, muy llamativa y simpática. Caí como un chorlito.

Yo ya estaba medio rayado con Alicia, porque la empresa nos había chupado. Algo que iniciamos para tener una herramienta para vivir y educar a nuestro hijo se había convertido en algo que nos había cambiado la vida. Claro, tenés razón. Mari Ángeles, la secretaria de la revista tuvo mucho que ver en eso. No, en lo económico no, en mi rayadura. Alicia y yo nos estábamos distanciando y yo encontré en eso la razón para serle infiel. No, no era la primera vez. Era la segunda. Sí, la primera fue Nanette, Teresa Labrocca, en 1969.

Alicia se dio cuenta de mi engaño, porque Mari Ángeles hizo todo lo posible para que eso sucediera y estuvimos a punto de separarnos. Alicia sufrió mucho, más que nada porque nos habíamos prometido respeto mutuo. Pero una vez más nuestro hijo nos volvió a unir y decidimos continuar nuestra relación. No, nunca fue igual. Decidimos también que durante las horas de colegio Alicia volviera a la oficina, para hacerse ella cargo de la composición, y yo me dedicara a controlar el montaje, la fotomecánica, atender a los clientes y las relaciones con los bancos.

Aunque de manera intermitente, nos llegaban noticias de cosas que se decían de mí en Montevideo, pero que no tenían cabida en la prensa española.

Hasta que en mayo de 1984 la revista Interviú publicó la noticia de un atentado contra Edén Pastora en el que se decía que yo había participado. Nuestro temor era que se publicaran fotos nuestras y que alguien nos reconociera. Eso no se dio, pero reavivó en mí el deseo y la necesidad de que se supiera la verdad acerca de lo sucedido en Uruguay.

Sí, te digo reavivó, porque el deseo estaba aparcado paro no olvidado.

Como siempre a través de mi padre me puse en contacto con amigos y ex compañeros, quienes opinaron de manera unánime que me mantuviera en silencio.

Mi padre me hizo llegar cartas de mis hermanos en las que expresamente me pedían que abandonara la idea. Las razones fueron siempre las mismas: mantener a la familia alejada de la polémica que mi reaparición traería aparejada.

Tengo todavía una carta de mi hermano Juan Carlos en la que me dice que me olvide de buscar apoyo en la familia.

 

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Claro, Alicia ya había bajado la cortina, mi familia se negaba a ayudarme… hubiera sido mejor abandonar, pero no pude. Sentía que era una nueva derrota, y decidí que esta vez no lo conseguirían. Intenté que Daniel se hiciera cargo, aunque fuera parcialmente, de una parte del trabajo, adjudicándole la atención de determinados clientes, pero los trataba de manera desdeñosa e incluso despectiva, por lo que abandoné la idea. La situación económica no era buena, más que nada porque yo no supe tener mentalidad empresarial. Sí, hay que nacer para eso. Yo no sirvo, está comprobado.

 

La presencia de Alicia en la oficina hizo que ella empezara a vislumbrar las dificultades que teníamos en lo económico, lo que fue motivo de algunas discusiones. Se sintió sorprendida y me reprochó no haberla tenido informada de la situación. Traté de hacerle ver que mi intención había sido mantenerla al margen para que sus preocupaciones no incidieran en la educación de nuestro hijo, asumí mis carencias como empresario y admití que era el responsable de la situación, pero que todo lo había hecho creyendo que era lo mejor.

Comenzamos una etapa donde cada palabra era examinada en detalle y donde se pusieron en evidencia las grandes diferencias de criterio en cuanto a la conducción de la empresa. Cuando más grandes eran los enfrentamientos, Daniel y su esposa descubrieron que Madrid ya no les gustaba y que extrañaban a los amigos de Montevideo. Así que resolvieron volver a Uruguay. Eso nos planteaba nuevas dificultades. Para sustituirlos necesitábamos nuevo personal, cuando lo que necesitábamos era reducir gastos. Nos habíamos metido en una espiral que no podía controlar: generábamos ingresos que no cubrían los gastos, sobre todo los de personal, inflados artificiosamente por mí.

 

Convencí a Alicia, no sin grandes discusiones, de resolver los problemas económicos vendiendo el piso en el que vivíamos. Mejor dicho, simular que lo vendíamos a Daniel y su esposa. Ellos tenían unos buenos ingresos y cualquier banco les concedería una hipoteca para realizar la compra. Uno de los bancos con los que yo trabajaba, pero a través de otra oficina, le concedió el crédito y se formalizó la venta. Legalmente no éramos los dueños del piso, pero nos hacíamos cargo del pago de las mensualidades. Sí, seguíamos viviendo en él. Antes de que Daniel y su esposa volvieran a Montevideo firmamos un documento privado por el que nos lo volvían a vender.

Sí, ya está resuelto eso y Alicia y nuestro hijo son los dueños legalmente, aunque yo seguí pagando las mensualidades, incluso cuando nos separamos. Con el dinero recibido pagamos las deudas contraídas y con el remanente formamos un fondo de reserva. Teníamos que aumentar los ingresos ya que nos era imposible reducir los gastos. Sí, sí, fue una huida hacia adelante, porque el fondo de reserva comenzó a ser usado para cubrir las pérdidas… ya te dije que no soy empresario.

Cuando en marzo de 1985 son liberados mis ex compañeros y comienza a hablarse de la derrota del MLN y se dice que se analizarán sus causas, pretendo una vez más hacerme oír. Pero será inútil.

So pena de poner en peligro nuestra seguridad, no puedo ser yo, directamente, el que oficie en mi defensa. Es necesario que alguien lo haga en mi nombre, presentando mis argumentos, mis razones, mis verdades. Nadie quiso hacerlo. Una vez más las opiniones más radicales provinieron de mis hermanos, preocupados más su por su propia tranquilidad que por reivindicar mi nombre. No los culpo ni les reprocho nada. Soy consciente que el estigma del traidor los afectó más a ellos que a mí.

Te cuento: cuando en 1992 Alicia y yo trajimos a mi padre y a su nueva esposa a España, debía traerme toda la documentación que guardaba y que yo le había entregado durante mi detención en el Florida y el 9º de Caballería.

Sí, en el 92, es así, ya estábamos separados con Alicia, pero el viaje lo costeamos a medias. Esa documentación estaba formada por una copia de mi primer manuscrito y toda la documentación fotocopiada de las declaraciones de quienes eran mis acusadores, así como diverso material en el que quedaba patente las actitudes del MLN durante las distintas negociaciones con parte de las FF.AA.

¿Y los papeles?, le pregunté a mi padre. No me dejaron traerlos, fue su respuesta. Era inútil preguntar más.  Luego mi padre me dirá que toda esa documentación fue quemada por mi hermano, cuando compró la casa familiar. No, él lo niega. Mejor dicho, nunca hablé de ese tema con él, pero la negativa me llegó a través de mi hermana, mientras estaba preso en su casa.


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