02.NOV.21 | PostaPorteña 2243

CABEZA DE TURCO (54,55,56,57,58 y 59)

Por AMODIO

 

Cabeza de turco 54

 

Pero volvamos atrás. En 1986 ya estábamos especializados en libros y revistas de medicina y pusimos especial empeño en conseguir otros clientes de la industria farmacéutica, en esos momentos una industria en alza. Una editorial nos recomendaba a otra y así logramos una buena implantación en el sector. Pero lo que realmente nos permitió superar las dificultades económicas fue la realización de Mundo Obrero, la publicación semanal del Partido Comunista, que se prolongará hasta 1989, momento en el que una de las crisis internas del Partido propiciará el nombramiento de un nuevo secretario de redacción de Mundo Obrero.

 El elegido fue un periodista de mucho prestigio profesional, vinculado “amistosamente” a una de las mayores empresas de Artes Gráficas en aquellos momentos, Hauser y Menet e hizo todo lo posible y más para eliminarme como proveedor, pese a contar nosotros con el apoyo del departamento de finanzas del Partido, al ser nuestros costos sensiblemente inferiores.

Si bien es verdad que la empresa funcionaba mejor, los criterios para conducirla seguían estando enfrentados. La pérdida de Mundo Obrero nos volvió a dejar en una situación comprometida. Resolvimos que Alicia tomara la relación con los clientes y fuera ella la que dirigiera la producción. Pretendió imponer a los clientes unas estrictas condiciones acerca de los plazos de entrega, tanto de los originales como de las correcciones, que estaban basados en la lógica de nuestra empresa.

Pero los clientes tenían la suya propia y rara vez coincidía con la nuestra. Esa situación se hizo evidente rápidamente, pero se negó a admitirlo, lo que empezó a generar división entre nuestro personal y lo que fue peor, entre nosotros mismos, que nos metimos en una dinámica perniciosa: llevarnos a casa los problemas de la empresa y a la empresa los problemas de la casa.

Cada vez que la situación nos enfrentaba a una crisis, cada uno hacía propósito de enmienda, hacíamos balance del pasado y resolvíamos que valía la pena seguir adelante, en aras de seguir buscando lo mejor para nuestro hijo. Pero llegó un momento en el que las crisis se hacían más y más cercanas una de otra, y resolvimos que Alicia dejara la empresa. Todo el peso empresarial cayó sobre mí como un alud.

Pasaba fuera de la oficina demasiado tiempo, lo que hizo que no pudiera encargarme de la producción de manera correcta, lo que me llevó a aceptar la propuesta de uno de mis empleados de hacerlo él, a cambio de una sustancial subida del sueldo.

Desde Montevideo, tanto Daniel como mis hermanas me mantenían al tanto de la situación política y la familiar. Así supe que Daniel y su esposa se habían fundido en poco tiempo todo el dinero invertido en una ruinosa boutique. Pretendieron llevar un ritmo de vida adquirido en Madrid, a costa del esfuerzo de nuestra parte, pero insostenible en el Uruguay de 1987. Empezaron a llegar los primeros pedidos de auxilio económico.

Al principio pretendí ignorarlos. Pero poco más tarde, atado a compromisos éticos y morales que yo mismo me impuse y ante las noticias del nacimiento de mi nieto, comencé a remitir dinero mensualmente, sin que Alicia estuviera al corriente, lo que me resultaba penoso pero al mismo tiempo imprescindible. Estaba seguro que ella se opondría.

 

Cabeza de turco 55

 

Por noticias de prensa nos enteramos de la muerte de Trabal en París. En esos momentos supimos que ocupaba el cargo de agregado militar en la embajada uruguaya y dimos por supuesto que quienes lo habían matado eran miembros del MLN. Luego, ya pasados algunos años y habiendo hecho recuento y recopilación de tantos y tantos recuerdos, he llegado a la conclusión de que quienes lo ejecutaron fueron sus propios compañeros de armas. Es así, mirá que lo consideraban traidor, por todo lo de las negociaciones, la historia del “golpe bueno” y el tema de los ilícitos.

No deja de asombrarme que haya aceptado un cargo que prácticamente era una degradación y la absoluta falta de seguridad con la que vivía. Bueno, sí, esa es mi opinión, pero Gavazzo, que anduvo por Francia hablando con los encargados de la investigación tiene otra teoría. Dice que fueron miembros de una organización internacional, una especie de vengadores revolucionarios. Sí, él está convencido de que es así…

Bueno, puede ser, pero de Trabal se han dicho muchas cosas, así que puede que tengas razón, pero en mi relación con él, en algún momento le manifesté mi convencimiento de que sus ideas estaban más cerca del MLN que de la “rosca” a la que servía y a veces lo admitía. Creo que el MLN también opinaba así por lo que los descarto como sus ejecutores y él conocía esa situación. De alguna manera, si bien lo mataron, él se suicidó.

En ese mismo año, por razones de trabajo conocí a Celia. Era hija de un proveedor y cuando su padre cerró la empresa, pasó a trabajar con nosotros. Me dejó encandilado, tanto por su belleza como por el encanto que la rodeaba. Fue un deslumbramiento, un relámpago que por un instante me hizo olvidar que yo la doblaba en edad. Pero fue solo un instante. Sin embargo, la tristeza de su mirada me acompañaba permanentemente. Durante 1988 y 1989 mi relación con Alicia fue empeorando, aunque siempre creíamos hacer todo lo posible para reencausarla. Intentamos varias soluciones: ella vuelta al trabajo, yo más horas dedicado a nuestro hijo y a la casa y después a la inversa, pero todas fracasaron. De todos mis fracasos ese era el más grande, casi estruendoso, porque significaba el rompimiento con la mujer que había constituido durante los 24 años anteriores la razón de mi vida.

Incluso llegué a pensar en la disolución de nuestra empresa, aprovechando varias ofertas de trabajo muy apetecibles pero que no acepté por diversas razones. Claro, dejaba sin trabajo a varias familias y esa fue una razón muy importante para seguir. Si bien el trato que Celia y yo manteníamos era el formal y el adecuado entre un empleador y su empleada, yo no podía dejar de pensar en ella como mujer. Me era imposible hacerlo. No, no aceleró la disolución de la relación con Alicia, que ya era inevitable, pero en algo tiene que haber influido. Como me confesaría tiempo después, ella también sintió que en mí había algo especial, algo que valía la pena para que ella, una niña de 27 años decidiera unir su vida a un hombre de la edad de su padre, lo que se concretará en los primeros meses de 1991, en febrero, más concretamente.

Fracasó también el intento de formar con tres clientes un grupo empresarial que pudiera adaptarse a los cambios tecnológicos en ciernes. Adaptarse a los cambios tecnológicos requería inversiones, y entonces yo no tenía ninguna posibilidad de conseguirlo. No, te explico. A finales de 1990 y de común acuerdo, Alicia y yo formalizamos el fin de nuestra relación. Yo estaba dispuesto a rehacer mi vida, así que me marché de casa con lo puesto y poco más, sin reclamar la parte que me correspondía de nuestra casa. La casa la escrituramos a nombre de Alicia, por lo que me quedé sin garantías para solicitar algún crédito y me hice cargo de las cantidades pendientes para su pago.

 

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Sí, en lo personal empezaba de cero, pero era un nuevo proyecto, lo que me hará creer que mi vida tiene futuro. Sí, me lancé. No, como un trapecista no. El trapecista se lanza al espacio en un movimiento planificado y calculado, entrenado al milímetro. Yo me lancé sin planificación, sin entrenamiento y sin red. Fue cuando se me ocurrió formar una nueva empresa, con la participación del personal. No, una cooperativa no, fue una sociedad limitada. La idea fue que cada miembro del personal aportara un 15 por ciento del capital, a razón de un millón de pesetas cada uno.

De los cinco que eran, cuatro aceptaron participar, aportando lo suyo. El cuarenta por ciento restantes lo aportábamos Alicia y yo. Yo con toda la clientela y Alicia con los avales bancarios necesarios para respaldar el proyecto. Sí, claro. Yo ya le había planteado a ella su reincorporación. Si ella no hubiera aceptado no habría habido sociedad posible. La que no aceptó aportar a la sociedad continuó como empleada.

Hasta 1994, año en que una crisis económica sacudió España, todo funcionó bastante bien.  Incluso habíamos comprado el local en el que funcionábamos. Pero a partir de ese momento se demostrará en toda su crudeza mi ineptitud como empresario.

El trabajo cayó de una manera estrepitosa y yo, en vez de plantear a mis socios la imposibilidad de que en esas circunstancias era imposible continuar abonando los elevados sueldos de que gozábamos, los mantuve vigentes, inventándome medios de pago cuando no existían, lo que terminó generando una deuda con los bancos que nadie, a pesar de haberse beneficiado de ella, quiso hacerse responsable. Finalmente lo hicimos Alicia y yo, con lo que en la práctica la sociedad volvió a nuestra propiedad.

En apariencias esa situación se aceptó de buen grado, pero no fue así. Salvo la que ya era mi compañera de vida, y por supuesto Alicia, buscaron lo mejor para sí mismos: se hacían a escondidas trabajos particulares en pequeña o gran escala, según las posibilidades de cada uno al tiempo que maquinaban demandas para los despidos que iban a provocar cuando creyeran el momento adecuado. Uno de los socios, el que mayor sueldo ganaba… sí, más que yo y Alicia, así de mal hice las cosas… comenzó a hablar con los que nuevamente eran mis clientes, acerca del proyecto que tenía para instalarse por su cuenta y las condiciones ventajosas que les ofrecería a cambio de su trabajo.

Cuando yo me enteré de sus intenciones le pregunté ¿cuándo te marchas? ya había conseguido quitarme a dos clientes muy importantes. Entre los dos editaban tres revistas y un anuario. Sí, recuerdo sus nombres: Mundipetrol, revista y anuario y el otro cliente las revistas Ejecutivos y Gaceta del Taxi. No, en medio de esa situación no podía dedicarme a reivindicar mi nombre. Era imposible.

A otros dos los sorprendí haciendo fotocopias de los cheques nominativos y al portador con los que les pagaba, señal evidente de que fraguaban una demanda contra mí. Solo quedamos Alicia, mi compañera, la empleada y yo.

A esas alturas la convivencia entre Alicia y Celia era muy difícil, y Alicia me planteó comprarle su participación en la sociedad. Así lo hice, pagando por ello más de lo que valía, confiando en que nuevamente saldría adelante. Formamos entonces la sociedad Walbosque y liquidamos la sociedad anterior. Sí, entre Celia y yo, nadie más.

 

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Creo que fue en 1996. Siempre he registrado las fechas de los acontecimientos que marcaron mi vida, pero este, quizás por ser uno de los más dolorosos, no lo hice.

Daniel se embarcó en un asunto de drogas y lo metieron en la cárcel. El siempre adujo que era inocente y que se comió un bagayo. Quizás sea así, pero a mí me costó casi un millón de pesetas que no tenía. Alicia me los consiguió, pidiéndoselos a una amiga.

No, nunca abandoné la idea de desmentir la historia, pero lo cierto es que la mantuve en un segundo plano. Bastante tenía con todos los problemas de la empresa y algunos personales que fueron surgiendo. El principal fue la relación con la familia de Celia, en especial con sus padres. Sí, con su hijo también, porque desde el inicio su padre intentó perjudicar nuestras relaciones. No, el padre de Celia no, el padre del hijo… su ex esposo.

El problema con sus padres surgió porque ellos se opusieron a nuestra relación. Yo creo que fundamentalmente por la diferencia de edad. Eso me hizo negarme a relacionarme con ellos durante varios años. Celia siguió frecuentando a sus padres. Estos no llevaban una vida demasiado ordenada, al menos para mi gusto, pero eran sus padres, al fin al cabo. A Celia le costó mucho entender mi forma de actuar, demasiado liberal para lo que ella estaba acostumbrada. No, me refiero al nulo control que yo ejercía sobre ella, sobre sus amistades, cosa que en España es bastante corriente.

Durante algún tiempo su hijo permaneció en casa de sus padres durante los días de colegio y pasaba con nosotros los fines de semana. El hijo era por entonces un niño malcriado y caprichoso en exceso. Un día resolvimos que sería mejor que conviviera con nosotros, lo que nos trajo bastantes problemas. Pues sí, yo intenté aplicar con él los mismos criterios que Alicia había usado con nuestro hijo, pero fue un rotundo fracaso. Invariablemente, Celia estaba de parte de su hijo. Yo entendí que lo mejor era desentenderme. Lo intenté, claro que lo intenté, pero no lo conseguí. Se dieron varias discusiones sobre el niño y su conducta y a veces pareció que nuestra relación se terminaba.

Comenzamos a distanciarnos de a poco. Desde 1983 yo tenía en la bicicleta mi herramienta de desahogo. Primero empecé a salir solo, pero fui conociendo a otros y terminé afiliado a un club de cicloturistas, el Pueblo Nuevo. Con ellos participé en muchas salidas domingueras que cada vez me exigían más y más. Eso me obligó a entrenar entre semana, para lo que monté en casa un sistema de rodillos que me mantenía lo más en forma que podía. Hicimos también varias excursiones para participar en algunas salidas en Bilbao, Asturias, Valencia, Teruel, Ávila, Salamanca…

Incluso gané algunos trofeos que entregaba orgullosamente a Celia. Sí, ella me acompañaba, hasta que un día no lo hizo. Llevábamos unos días bastante distanciados. Yo había retomado el interés por desmentir la historia y prácticamente no hablábamos de otra cosa que del trabajo.

 Aunque yo había retomado la relación con sus padres, no la acompañaba a verlos. No, no me gustaba su modo de vida pero no me di cuenta que para ella eran importantes. Yo aprovechaba para escribir. Me había llevado a casa una computadora de la empresa, ya en desuso y empecé a rehacer la historia.

Como te dije, un día no me acompañó. Habíamos ido a Asturias, a subir los Lagos de Covadonga. Volví pletórico, los había subido mejor que las veces anteriores. Incluso me dieron un trofeo, al primero mayor de sesenta años en llegar a la meta.  Volví a casa y ella no estaba. Dejé el trofeo sobre la mesa, para que lo viera al volver, junto a una nota que decía “para mi niña”. Me propuse esperarla, pese al cansancio. Mientras esperaba, me tomé tres o cuatro gin-tonics y me quedé dormido. No, no la sentí llegar.

Cuando me desperté ella dormía en el otro lado de la cama, como si hubiera querido separarse mucho de mí. El niño tampoco estaba. No, no me extrañó porque a veces se quedaba con sus abuelos. El trofeo estaba tal cual lo había dejado. Sí, la nota también, en el mismo lugar. Como siempre hacía, le dejé la taza de café en la mesilla. Tenía que estar a primera hora en la oficina y me marché. Ella hacía el turno de tarde, pero a la hora indicada no llegó. La llamé por teléfono y no atendió. Resolví ir a buscarla. No estaban ni ella ni el Alfa Romeo.

Al rato recibimos una llamada de su madre avisando que no iría a trabajar, que estaba enferma. Por la noche, antes de entrar al garaje vi el Alfa Romeo aparcado frente a casa, lo que me tranquilizó. Subí y la encontré llorando. Si hay algo que me duele es ver llorar a alguien que quiero. ¿Qué pasa?, le pregunté, con una punzada en el estómago. Como pudo me lo dijo. Que se marchaba, que ya no podía soportar nuestra relación. Yo sentía que tenía razón, pero al mismo tiempo me daba cuenta que lo que ella necesitaba estaba fuera de mi alcance. Está bien, le dije, pero no es necesario que te marches. Soy yo el que se va. Dame una semana de tiempo.

 

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Separados estuvimos algo más de un año. Durante ese tiempo sus padres se fueron a vivir con ella pero yo mantuve el alquiler a mi nombre, junto al aval de garantía. Siguió trabajando con nosotros. No, aparte de quererla yo fui incapaz de hacer algo que la perjudicara. Poco a poco yo fui notando, por su aspecto, que algo no iba bien. La convencí para mantener una charla y la invité a cenar. Me contó los problemas con sus padres, las dificultades para hacer frente a los gastos, los problemas con su hijo, que ya no iba tan bien en el colegio.

Me ofrecí a ayudarla, lo que no aceptó, pero sí aceptó vernos de vez en cuando. Retomamos así una relación amistosa. ¿Que si estaba celoso? Por supuesto. Llegué incluso a seguirla. No, no me gustó lo que vi, pero eso, lejos de alejarme de ella me decidió a tratar de reconquistarla.

Ella me planteó sus temores por un nuevo fracaso y yo sentí que era el momento de contarle la verdad. ¿Qué si se asombró? Claro, cómo no se iba a asombrar. Me escuchó en silencio, sin preguntarme nada, con los ojos como el dos de oros.

Vos sabés que después de la entrevista, Gabriel Pereira, embalado como estaba conmigo, quiso escribir un libro sobre mi vida. Sí, quizás algo parecido a esto que estamos haciendo ahora. Pero no, no hizo nada. ¿Cómo vas a escribir sobre mí si no sabés nada?, le contesté.  Además, mi vida personal no le interesa a nadie, argumenté ante su insistencia. Pero me convenció y le mandé como veinte archivos con la historia de mi vida, para que él le diera forma. No, él después me confesó que el libro lo iba a escribir su hermano, que escribía mejor.

 Te cuento todo esto porque en uno de los correos que intercambiamos, Gabriel le preguntó a Celia cómo había reaccionado ante mi confesión. Es una pena, pero no encontré la respuesta de Celia, donde ella le confesaba su incredulidad, solo extinguida tras nuestro viaje a Montevideo, en la Navidad de 1997.

Ese viaje fue un punto de inflexión en nuestra relación y en nuestra vida. Conoció a mi hijo, a Daniel, estuvo en la casa en que me crié, le mostré Montevideo, con sus bellezas y sus miserias, los lugares en que se desarrolló mi vida de guerrillero urbano, las playas, en fin, todo lo que buenamente pude. Fue en ese momento que conocí a mi nieto Gonzalo y a varios de mis sobrinos, nacidos mientras yo estaba clandestino.

Decidimos reanudar nuestra relación. Sus padres se marcharon a Torrevieja, yo cancelé el contrato del estudio al que me había mudado por nuestra separación, el inicial de la calle Emigrantes y nos fuimos a otro más pequeño, en la calle Torregrosa.

A partir de ahí convivimos en Cobeña hasta 2015, que se me ocurrió volver a presentar el libro. No, yo creo que de eso hablamos después. Es mejor, me parece.

Estamos en 1998. Mientras Celia y yo estábamos en Montevideo, Alicia quedó al frente del taller. A la vuelta, mediados de enero, me planteó su deseo de que le comprara su parte en la empresa. Se había peleado con uno de los clientes y había llegado a la conclusión de que esa era la mejor solución para todos. Hablé con Celia y resolvimos aceptar. Coincidió la compra con el encuentro con un antiguo cliente, el que me expuso unos planes de desarrollo para su empresa, una revista de gran difusión en los sectores de la economía. Era un cliente con mucho prestigio y por el que habíamos competido varios talleres.

En esos momentos éramos mi compañera, un escanista y yo. Con los clientes que nos habían quedado de la empresa anterior teníamos cubiertos los gastos, por lo que conseguir la revista de mi amigo nos pondría materialmente en órbita. Solo necesitábamos una filmadora de película de mayor tamaño y velocidad que la vieja Agfa 980 que teníamos, así que compramos una Phoenix 2250, que financiada a 60 meses costó cerca de dieciséis millones de pesetas.

 

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Durante tres años, se dice fácil, mi entrañable amigo adujo dificultades, incumplimientos de contratos por parte de múltiples organismos oficiales y algunos bancos, aportando incluso documentos acerca de demandas legales iniciadas por su revista contra ellos. Todo falso. Durante tres años lo estuve financiando, mientras él se daba la gran vida. En 2001 me debía catorce millones de pesetas, de los que yo a mi vez era deudor del 80%: cinco millones a una imprenta y algo cerca de siete a los bancos.

A la imprenta le pagué con trabajo hasta que en 2004 cancelé la deuda.  A los bancos he pagado solo lo que estaba avalado, la mitad. Llegué a acuerdos con los proveedores y convertí la deuda a corto en otra a mediano plazo, dejé de negociar con los bancos y otra vez, salimos a flote. Pero antes de eso, en 2001, la madre de mi nieto me pidió ayuda. Nuestra situación era malísima y yo quise creer que la de ellos era peor. Ella estaba sin trabajo, igual que Daniel, y la ayuda pedida era para mi nieto, al que había conocido en 1998, en el primer viaje realizado a Montevideo. Además, me decía, tenía problemas con su compañero, que a punto estaba de perder su trabajo. Sí, claro, todos ellos vivían en Montevideo. Sí, sí, cuando la crisis del 2001-2002.

Tanto mi compañera como su familia me apoyaron en mi empeño de traerlos a España. La familia ofrecía su casa y recomendaciones para trabajar de cocinera en Alicante, así que como pude reuní el dinero para los pasajes y los envié. Cuando llegaron le expuse nuestra situación, verdaderamente dramática, a tal punto que metiéndome el orgullo donde me cupiera debía pedirle ayuda a Alicia, ayuda que me negó, haciéndome conocer una tonelada de argumentos que justificaban su actitud. Sus razonamientos eran ciertos, pero aún sigo creyendo que fue injusta. Yo le había pagado la casa y la pusimos a su nombre. Ella pagó la escritura, nada más.

Estábamos en el verano de 2001, mes de agosto y nos íbamos de vacaciones al pueblo de los padres de Celia, en Ávila. La casa es una típica casa de pueblo, aunque reformada y mejorada. Imaginate, perteneció al Duque de Alba, que la construyó para una de sus amantes. ¿Antigua, decís? Quinientos años son pocos.

Mi nuera debió ver que la situación no le convenía, por lo que aprovechó un viaje que tuvimos que hacer para la firma de unos documentos de la empresa y nos pidió volver con nosotros a Madrid. Una vez en Madrid, como nosotros nos volvíamos a Ávila, nos pidió para quedarse ella y mi nieto en Madrid, con la excusa de intentar controlarlo, ya que en el pueblo el niño se le había descontrolado. Y sí, era lógico que el niño se descontrolara… en un pueblo, con docenas de niños de su edad, en plenas fiestas patronales… ya te veo la cara. Sí, se volvió a Montevideo, aprovechando que los pasajes eran de ida y vuelta.

No sé cómo hizo, la vuelta sería abierta, no lo sé. O cambió la fecha de regreso y pagó con nuestro dinero. El caso es que se volvió y sin avisarnos. Nos dejó una nota, que encontramos al volver nosotros. Antes se gastó el dinero que encontró en casa y dejó una abultada factura de teléfono con Uruguay, por llamadas realizadas a su pareja. No llegó a estar diez días, pese a lo cual, algunos meses después, tuvo el descaro de llamarme y escribirme para disculparse, pedir comprensión por mi parte... y dinero para otros pasajes.

No, me escribió tres o cuatro veces más. De ella sí tengo las cartas, pero nunca le respondí. Después de esa experiencia, cuando todavía no habíamos salido de la crisis en que nos habíamos metido, surgió la posibilidad del viaje de Daniel y su nueva esposa, Ivana.

La situación no era tan complicada, ya que ellos pagarían los pasajes con el dinero que me correspondía por la herencia de mi madrina, la tía Nélida, hermana de mi madre. Pues sí, el dinero era mío, pero ya sabés cómo soy. Hice de cuenta que no contaba con ese dinero y ya está. Vos te reís, pero yo siempre fui de soluciones rápidas. Antes del viaje les hicimos las gestiones para que al llegar a España pudieran conseguir la documentación en el menor tiempo posible y así poder trabajar.

Al principio vivieron con nosotros un par de meses, pero habiendo conseguido Ivana un trabajo en un restaurante, decidieron mudarse por su cuenta. Daniel no hizo nada para conseguir trabajo. No así su esposa, que desde el primer momento se mostró seria y responsable. Ante la actitud de Daniel y para evitar tener que mantenerlo a cambio de nada, le creamos un puesto de trabajo junto con nosotros.

Héctor Amodio Pérez


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