09.NOV.21 | PostaPorteña 2245

Elecciones legislativas en la Argentina y la izquierda institucionalizada

Por RyR

 

Ante las elecciones 2021:

 

¿Agentes de la estabilidad burguesa o promotores de la ofensiva obrera?

 

 

Ricardo Maldonado - El Aromo 7/11/21 Razón y Revolución - (extractos)

 

 

A días de las elecciones es imposible escribir un editorial de una organización revolucionaria sin referirnos a ellas. Sin embargo, la inevitable referencia al tema no puede alterar la perspectiva socialista que debe dominar nuestros análisis. Por lo tanto, lo que intentamos discriminar de los discursos, los actos, las encuestas y las actitudes de los candidatos es, en primer lugar, la estructura material que los produce, es decir los vasos comunicantes con el mundo de la economía, la producción y la distribución. Develar esa estructura es la razón estratégica de este y de cada uno de los artículos que publicamos en El Aromo.

En segundo lugar, de allí debemos partir para decidir dónde pararnos como socialistas, qué punto de apoyo le permite a nuestra pequeña palanca, nuestra organización, intentar mover un poco el mundo de la conciencia hacia la independencia de clase y la reestructuración completa de la sociedad. Hacia el socialismo.

Nunca es demasiada la insistencia: Argentina es un país capitalista quebrado, como capitalismo es inviable y sin una reorganización completa no tiene salida, no tiene destino posible.

No está quebrado por la deuda, está endeudado por su incapacidad de levantar el pagaré que su estructura capitalista constituye para el conjunto del país. Pagaré que pesa sobre el conjunto, pero que afecta fundamentalmente a la clase trabajadora.

El capitalismo como sistema económico social requiere de mecanismos de cohesión de intereses egoístas disgregantes. Es el corolario inevitable de un sistema competitivo. Su monolítica oposición a los intereses de la clase trabajadora no se traduce en acuerdos solventes y estables entre sí, entre los sectores y fracciones del capital, porque se enfrentan por las ventas, las ganancias, la plusvalía.

El problema agregado y crucial de la Argentina es que todo esto sucede al borde del abismo, los burgueses argentinos no pueden ser civilizados porque, en el estado terminal del país, el que pierde en la defensa de sus intereses sectoriales no retrocede económicamente, sino que corre el riesgo de desaparecer.

Por eso no son las características individuales, personales, subjetivas de los actuales dirigentes políticos las que determinan el triste espectáculo de esta campaña electoral, es la imposibilidad de convencerse siquiera ellos mismos de que tienen algo que ofrecer lo que los lleva -a cada uno- a una política autista e inmediata.

Casi ningún sector industrial del país participa del mercado mundial trayendo dólares, pero casi toda la estructura capitalista del país los necesita para obtener una cantidad de insumos y productos que no se generan aquí. Casi toda la estructura capitalista del país sobrevive en base a subsidios y protecciones.

Como en cualquier contabilidad si los dólares necesarios son más que los dólares generados hay que cubrir la brecha. Hemos visto hacerlo, en períodos acotados, con la venta de activos (Menem), aprovechando un período de precios altos de las materias primas (Kirchner) o pidiendo prestado (Cristina, Macri, por acotarnos a los últimos)

Pero, aunque los subsidios al capital y las protecciones a su ineficiencia se mantienen, el atraso de la productividad de la entongada burguesía argentina genera cada vez peores problemas. Para superarlos dentro del marco del capital tendrían que dejar de lado la compleja estructura de subsidios que actúan como pulmotor de la burguesía argentina y a la vez rebajar brutalmente los ingresos y el nivel de vida de los trabajadores. Y aún con esa masacre social, sólo algunos sectores burgueses quedarían en pie. Hoy, los recursos que nos permitirían construir una solución planificada, se dilapidan en sostener a una clase explotadora y extraviada.

La trampa es que la burguesía argentina resiste la primera medida que es indispensable para la supervivencia de su propio sistema, y la clase trabajadora resiste la segunda que es más necesaria aun para que el capitalismo recupere su salud y su dinámica perdidas hace décadas.

Los números de la economía nacional nunca cierran. Salvo en algunas coyunturas excepcionales de corto tiempo. Breves períodos a los que la propaganda burguesa intenta hacer pasar como normales para presentar la crisis permanente cómo anomalía.

Casi podemos afirmar que en eso consiste el “ser nacional” de la Argentina (burguesa): en el enamoramiento de la anomalía, o dicho de manera, en la pasión por la excepción que permita ocultar aquello que ha fracasado.

La grieta no es más que la expresión de la incapacidad de la burguesía argentina de ponerse de acuerdo en un proyecto. Cada polo, y todas las expresiones intermedias que se borocotizan (N de Posta: Lorenzo Borocotó diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires, elegido en el 2005 en la lista del PRO. Pero al día siguiente de los comicios decidió cambiar de bando y se sumó al kirchnerismo, ha quedado como sinónimo de transfuguismo político en su variante más impúdica y descarada. Pero el verbo se ha extendido a todo cambio de bando, de cualquier tenor, énfasis o cadencia) de un lado a otro, toma alguno de los elementos de la crisis nacional y esconde, como el avestruz, la cabeza para no ver el otro.

 El kirchnerismo encaramado en el Estado, intenta controlar las variables económicas a garrotazos y no lo logra porque el sistema tiene su propia dinámica y su lógica. Los garrotazos los recibe entonces la clase trabajadora, ajustada por la vía de la inflación y la desocupación creciente.

Los gobernadores e intendentes de las provincias o ciudades del interior se encuentran atados a la misma lógica, pero disputándole terreno a la Nación y el conurbano bonaerense en el que se asienta el kirchnerismo.

De este último sector se desprende, a medida que aumenta la crisis, los delegados papales en el sector de los trabajadores desocupados y precarizados, los “CAYETANOS”, surfeando entre la integración en el Estado y la presión de sus bases, y mirando siempre a Roma.

En el otro extremo el peronismo federal, la CGT, las provincias radicales y el PRO, proponen moverse aceptando las reglas en la acumulación capitalista y la necesidad del ajuste, pero no logran someter a la clase trabajadora a los niveles de vida africanos necesarios, y ni siquiera convencen a la propia burguesía de sacrificar a la porción más parasitaria de su propia clase.

La profundidad de la crisis se expresa en que Cristina y Mauricio, referentes ineludibles -aunque hoy en declive- de las dos fuerzas burguesas en pugna electoral, rechazaron, denunciaron y menospreciaron al Poder Judicial, lo consideran un reducto de mercenarios dispuestos a vender sus fallos, a acomodarlos caprichosamente.

No estamos hablando de fuerzas socialistas, antisistema, que tienen como punto de partida considerar el estado un órgano de clase y a sus instituciones sus enemigos. Estamos hablando de las dos principales fuerzas políticas del país coincidiendo en que uno de los pilares de la democracia burguesa está totalmente podrido. Por otro lado, ese poder judicial procesa a esos dirigentes por todo tipo de actos de corrupción.

Esta desconfianza y denuesto generalizado para los jueces y todo el aparato que controlan muestra su perfil circense, como siempre, en el bando peronista.

Desde el 83 hasta hoy, durante 38 años, el Senado de la Nación (y esto puede extenderse a la mayoría de las provincias) está controlado por el peronismo, con mayoría propia. Ningún juez nombrado en las últimas cuatro décadas ha podido llegar ahí sin el visto bueno y la promoción del partido que denuncia lawfare, y que, al hacerlo, solo se denuncia a sí mismo.

Si esto ejemplifica la podredumbre institucional la crisis no forzada con las vacunas ejemplifica la debacle económica. Hay una pregunta que el conjunto de la dirigencia política elude. Argentina es un país con un sistema de salud que, aún en caída libre, posee mayores y mejores coberturas que sus vecinos.

Si las propias fuerzas burguesas descreen de las instituciones hechas a la medida de la explotación, y si ni siquiera contando con el auxilio de esas instituciones los capitalistas locales pueden ofrecer soluciones a la población, es porque estamos llegando al punto en qué es imperioso preguntarse qué razón hay para sostener este sistema y qué justificativo hay para convivir con una clase que le suma, a su parasitismo, su ineficacia.

Así las cosas, estamos ante un momento de decisión.

 Los explotadores buscan el acuerdo a largo plazo, que no es otra cosa que la definición de la modalidad de masacre social que se debe aplicar para sacar la Argentina burguesa adelante y recuperar sus instituciones y economía. Pero mientras los explotadores no logran acordar cómo avanzar y derrotar a la clase trabajadora aplicando hasta el fondo el recorte de las condiciones de vida y ajuste, la clase trabajadora sin una dirección alternativa no puede superar su ejercicio tenaz de la resistencia y pasar a la ofensiva.

La expresión política de esta crisis terminal la encontramos en el único acuerdo que casi todas las fuerzas políticas sostienen: que se quede Alberto. Cómo un equipo ya condenado al descenso, pero al que le quedan todavía varias fechas por jugar nadie quiere ponerse el buzo de técnico.

 Llegamos a que otro de los pilares de la institucionalidad burguesa, el régimen presidencialista, expresa también la crisis. ¿Cómo no leer en este acuerdo general la profundidad de la debacle argentina?

 Un régimen basado en la presidencia fuerte que consiente en que la ejerza un fantoche. Nadie quiere sacarlo porque nadie puede ocupar su lugar (no tienen un plan concertado) y nadie quiere que lo ocupe otro (que podría perjudicarlo con una política sectorial).

En resumen, aunque todo el sistema se hunde, todos acuerdan en prolongar la agonía.

Que se quede, aunque haya fracasado.

 Que se quede, aunque superamos los 100 mil fallecidos, el 50% de pobreza y el 50% de inflación.

Que se quede….. Es el único acuerdo porque como pudimos observar para el 17 de octubre no solo se realizaron varios actos, sino que sus convocatorias y consignas eran distintas y hasta opuestas. Si es imposible ponerse de acuerdo en un lugar, un par de consignas y el nombre de algunos oradores, mucho más difícil es viabilizar un plan en medio de las convulsiones de la sociedad argentina.

La sangría de votos experimentada por las grandes fuerzas burguesas es solo explicable por la caída mucho mayor de la confianza de la clase trabajadora en unas instituciones democráticas muy poco democráticas.

Cierto es que Juntos se perfila para ganar. Pero comparando estas elecciones con otras lo más relevante es la caída en la cantidad de votantes. Ganando o perdiendo todos han drenado votos hacia el repudio.

Algunos de esos votos han ido a expresiones que se radicalizan en un discurso antipolítico, contra la casta, para reintroducir a los descontentos en el sistema.

Es en este marco que la izquierda representada, fundamentalmente en la federación de organizaciones trotskistas que se presenta como FITU, expresa sus aspiraciones.

La caducidad de un país inviable bajo relaciones sociales burguesas, es decir la necesidad del socialismo no está entre ellas. Al menos no en el lugar que ofrece una campaña electoral, es decir la agitación. En algún rincón al que nadie llega el FITU habla de socialismo. Pero allí dónde llegan los ojos de la clase trabajadora, el FITU reivindica esta institucionalidad en crisis. Lo hace al proponerse ser tercera fuerza.

Y es necesario señalar que el acento está puesto en tercera, y no en fuerza. Nadie puede engañarse en que las condiciones en que podría darse ese acceso al podio nacional dependen más de la polarización que del crecimiento. Es decir, se puede aspirar a ser tercera sin tener fuerza. Probablemente corrientes políticas mucho menores, limitadas territorialmente, logren acceder a un poder, a una fuerza real. Si es que logran, por ejemplo, tener un senador, esa cuña que permite apalancar negociaciones en el crucial, antidemocrático y bastante ajustado margen de maniobra del Senado.

Repudiar la farsa electoral y exigir que se vayan los que fracasaron es el resultado de lo que hemos desarrollado.

Si dirigir es prever los pasos futuros, tenemos que anticipar hacia dónde se encamina la situación. Si vamos a una estabilidad en la que se recompondrá la maltrecha institucionalidad burguesa, se negociarán conquistas parciales y se defenderán derechos adquiridos, o si vamos a una situación convulsiva propia del ajuste que los patrones necesitan para reencaminar el país.

La pregunta, entonces, no es a quien votamos, sino dónde nos queremos ubicar en esta situación, si como agentes de la estabilidad burguesa o como promotores de la ofensiva obrera

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LA VERDADERA GRIETA

 

El presidente Alberto Fernández afirmó ayer que era la hora de que Córdoba se integrara al país y no tuviera la necesidad de parecer algo distinto, durante un encuentro con 150 dirigentes cordobeses del Frente de Todos (FdT) en el Centro Cultural Kirchner (CCK). 

Antes, Fernández había calificado a la provincia como un “terreno hostil”. El Frente de Todos (FdT), distanciado políticamente del gobernador Juan Schiaretti, obtuvo el 10,9% de los votos, por debajo del 24,5% de la alianza fomentada por Schiaretti y del 47,5% de la coalición Juntos por el Cambio (JxC). 

 

Por su parte, en diálogo con FRECUENCIA ZERO,   https://youtu.be/VQbFvBPX3wA  el historiador Eduardo Sartelli destacó las declaraciones habían sido un error no forzado típico de un político sin recorrido, contrariamente a la situación del gobernante nacional. En esa línea, remarcó que el Gobierno no podía tener estos dichos si pretendía hacer pie en Córdoba, y que no debía defender al referente mapuche Facundo Jones Huala si quería ganar en la Patagonia. 

A la vez, remarcó que, después de las elecciones, el FdT implementará un plan de estabilización del estilo del Fondo Monetario Internacional (FMI), y la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) no tendrá otra opción que ser opositora.

Asimismo, el especialista recalcó que, tanto ella como la alianza Juntos por el Cambio, no deseaban que Fernández se alejara porque no lo podían reemplazar. 

Asimismo, Sartelli sostuvo que el mandatario nacional podrá romper el partido si ponía en orden a la economía hasta el 2023, y que la Confederación General del Trabajo (CGT) lo apoyaba. No obstante, sostuvo que, a través de la CGT, hablaba el empresariado, debido a que los dirigentes sindicales pedían, según él, las mismas reformas económicas. 

En ese sentido, subrayó que CFK apostaba a, en dos años, recuperar al electorado que no la veía como opositora a Fernández, y que la carta  posterior a las renuncias en el Gabinete apuntaba que esta no era la gobernación de la funcionaria. 

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¿NÉSTOR se robó un PBI?

¿MACRI se la fugó toda?

 

 

Por Eduardo Sartelli – Razón y Revolucion

 

Dos estupideces simétricas: «Néstor se robó un PBI»; «Macri se la fugó toda».

La gente imagina la «fuga de divisas» como una escena de los «cacos» de las viejas historietas de Rico McPato: dos tipos más bien gruesos, con gorras tipo Afanancio, antifaces negros y nariz de perro, que se escapan a hurtadillas con bolsas a la espalda con el signo $ en grande.

En realidad, «fuga» es la forma incorrecta de denominar al «atesoramiento»: los argentinos tienen dos monedas, una para el cambio chico y las finanzas del Estado, cuya función es regular a la baja los salarios y costos internos a los efectos de permitir la supervivencia de la burguesía que opera en el país; otra, para la funciones importantes de la moneda, en particular, servir como reserva de valor y actuar en el intercambio de bienes de alto precio (nadie compra una casa en pesos).

Los argentinos, desde los jubilados hasta los empresarios más poderosos, se defienden de la función expropiatoria que tiene el peso, desprendiéndose de ellos en beneficio del dólar.

La inflación es la contracara de este proceso, pero no es su consecuencia, porque la inflación no es un problema «monetario».

La moneda simplemente reproduce la potencia de la economía que la respalda. Una economía es poderosa cuando su productividad es elevada.

Para alcanzar el mercado mundial hay que tener un bien que solo pueda producirse localmente, es decir, que esté atrapado por la renta (gasífera, agraria, minera, petrolera) o por medio de la elevación de la economía de escala, la multiplicación de la división del trabajo y el progreso de la gran industria.

La Argentina, como todos los capitalismos chicos y tardíos, es decir, que carecen de escala y llegan tarde a insertarse en ramas donde ya dominan grandes conglomerados de capital, sobrevive a fuerza de renta y de su sustituto cuando esta desaparece, la deuda. La pregunta que hay que hacerse es: si la Argentina es un país «muy rico» y lleno de oportunidades de inversión, al punto que el imperialismo está desesperado por nuestras riquezas, ¿qué impide una «lluvia de inversiones» de capitales de gran tamaño que aumenten la productividad local?

No vale echarle la culpa ni al kirchnerismo (el gran capital se fue masivamente de la Argentina durante el Proceso militar, por ejemplo) ni a la carga impositiva (porque tampoco vino antes, cuando era menor, ni deja de ir a países donde la carga también es muy alta).

Lo que lo impide es que no hay en la Argentina ningún negocio viable, porque la «riqueza» es acumulación de capital.

Para que algo pueda ser rentable en la Argentina es necesario que alcance la productividad mundial. Para eso, por ejemplo, hacen falta costos de transporte, de energía, de logística, muy baratos.

Hacen falta eslabonamientos productivos que completen con eficiencia la cadena productiva (si no tengo chapa no fabrico autos, salvo que la importe, pero si no tengo divisas, porque no exporto, no tengo chapa)

Eso presupone un gran tamaño, es decir, una gran acumulación de capital previo. Por esta razón, el capital se asienta preferentemente donde ya hay capital. Porque la plétora de capital previo es condición de la eficiencia del que viene.

Por eso, el que arrancó primero tiene ventaja. La «fuga de divisas», mejor dicho, el hecho de que la Argentina no tiene moneda, y la inflación, es decir, la necesidad permanente de adecuar el declinante valor del trabajo local a su precio real, son consecuencias de este problema. Solo la eliminación de la propiedad privada puede resolver este tema.


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