15.NOV.21 | PostaPorteña 2246

Pereyra: la soberbia faldera que mira por encima del hombro

Por varios

 

Confesión de un periodista avergonzado

 

Gabriel Pereyra Búsqueda -11 nov 2021

Cometí uno de esos pecados que los periodistas no deberíamos cometer. Ejercí una censura despiadada en torno a información altamente delicada que involucra a toda la población. No es que la censura deje de ser censura si se aplica en torno a un tema considerado menor, pero el hecho de que la haya cometido sobre un asunto que tuvo y tiene al en vilo la hace más elocuente, vergonzante, cobarde:  ¿las vacunas contra el Covid pueden ser peligrosas hoy mismo ya largo plazo serlo incluso más que el propio coronavirus?

Así como la voz oficial y casi toda la comunidad científica mundial y local se alinearon a favor de la vacuna ¿era imprudente periodísticamente darle voz a quienes propalan la no vacunación?

No involucro en mi actitud a las empresas para las cuales trabajo,  que nunca me bajaron una línea (  uff, qué pena no poder refugiarme en la trinchera del mediocre “no me dejaron”); tampoco responsabilizo a mis compañeros de trabajo o subalternos con quienes nunca plantee una discusión a fondo; y no quiero meter a todos los medios en la misma bolsa aunque parece evidente que la voz de los antivacunas tuvo una presencia absolutamente marginal, incluso en aquellos lugares donde se dignaron a darle al menos algún espacio.

Hoy me pregunto si los habré vetado para no caer en la lista en la que, de la noche a la mañana, cayeron personalidades públicas y respetadas como el semiólogo  Fernando Andacht,  el periodista y abogado  Hoenir Sarthou  o el escritor y docente  Aldo Mazzucchelli  , entre otros. “¿Pero qué les pasó a estos?”, Escuché más de una vez comentar a colegas. Y yo asentía como un cordero, aunque desde un comienzo me quemaba en las tripas  la sombra de la duda  . Ahora es tarde para decir yo lo pensé.

Teniendo, como tengo, un programa periodístico donde hago lo que quiero, nunca llevé a uno de estos antivacunas, cuya prédica, al menos de manera más o menos habitual, quedó relegada a algunos semanarios de baja circulación, blogs independientes, marchas callejeras.

No solo no les di espacio, fui parte de la legión de heraldos que promovían la tesis indubitable a favor de la vacunación, insté a vacunarse por el solo hecho de que yo lo había hecho, y no es que creí, porque nunca lo creo, que a través de los medios fuésemos a convencer a alguien de hacer lo que no tiene ganas, pero tengo la sensación de haber coqueteado con el disfraz mesiánico de quien cree que merece llevarse un reconocimiento porque, ¡oh !, no solo enfrentamos al Covid en la calle casi como corresponsales de guerra, sino que, más de uno, lo sé, pensamos que podíamos contribuir en la transitoria mejora de la pandemia.

A pesar de la inmensa campaña mediática, 14% de uruguayos no se vacunó. Unos 350 mil uruguayos no confiaron.

¿No confiaron en la comunidad científica internacional y local y en los números oficiales que demostraron una caída impresionante en la mortalidad por Covid?

Y bueno, sí. ¿Pero es tan delirante temer que en el futuro podamos sufrir las consecuencias de una vacuna que no cumplió con los estándares históricos que se le exige una droga de este tipo? ¿No es lógico que haya quien no confíe en la principal empresa que se enriqueció con esta vacuna? El laboratorio Pfizer enfrentó en Texas miles de juicios por un medicamento que provocó cáncer a sus usuarios. Hace dos años, el diario Washington Post informó que Pfizer ocultó los resultados de un estudio que parecía haber dado un paso importante contra el alzhéimer (¿será que no es negocio terminar con ese mal?). Pfizer manipuló los resultados de ensayos clínicos sobre una droga contra la epilepsia buscando mentir y mejorar esos resultados.

Parece que desconfiar es solo para locos.

Hubo gente que, ya desconfiada, vio que primero era una dosis, luego dos, ahora tres, vamos por la cuarta y contando. Y el argumento es que todo está cambiando demasiado pronto, que todo es muy nuevo. ¿Y entonces por qué es alocada la teoría de que en un tiempo esta vacuna pueda tener efectos no esperados? Quizás si hubiera sido más periodista y menos militante hoy debería tener más información.

¿Estoy en contra de las vacunas? No. ¿Pero eso es razón suficiente para no darles la voz de manera destacada a quienes, por su postura, están prestando atención a datos que el sistema tradicional y mundial de medios y las nuevas plataformas ocultan o censuran?

¿Es o no importante saber que el VAERS (Sistema de Reporte de Efectos Adversos de Vacunas) norteamericano reporta un número de fallecimientos vinculados a las vacunas contra Covid muy alto comparado con las demás vacunas? ¿Cuál es el problema de este dato ?, otra vez: no es concluyente.

El Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) aclaró que, al no ser de reporte obligatorio, el VAERS refleja entre el 1% y el 10% de los casos de efectos adversos reales. Científicos independientes (aunque a esta altura parece que no hay chance para la independencia) sostuvieron que la cantidad de casos de miocarditis pos vacunación en menores de 20 años, haría importante un debate sin prejuicios sobre las bondades de vacunar a ese núcleo etario.

¿Sería importante manejar seria y ampliamente esta información aunque ella ponga en duda la posición oficial de vacunar a todos sin margen a la duda?

Este mes la prestigiosa revista Newsweek dio un paso inusual en lo que fue la línea editorial de los grandes medios y le dio espacio central a una columna de dos connotados científicos de Harvard y Stanford, Martin Kulldorff y Jay Bhattacharya, titulada “Cómo Fauci engañó a los EE.UU. ”, En alusión al doctor Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas.

Los científicos enumeran aquellas cosas en las que Fauci, y por tanto la voz oficial de la estrategia sanitaria ante el Covid, se equivocó, según nuevos estudios sobre el mal. Entre ellos: desprecio por la inmunidad natural de los humanos (“más fuerte y duradera que la inducida por la vacuna”); la forma en que se protegió a los ancianos; el controvertido cierre de las escuelas (  algo que en Uruguay fue cuestionado por los integrantes del admirable GACH); la eficacia del tapabocas (es más eficiente ventilar los ambientes, dicen); el "inútil" rastreo de los contactos que generó gastos innecesarios; los daños colaterales en salud que provocó el encierro.

En suma: supongamos que las afirmaciones de los antivacunas son falsas. ¿Es mi tarea como periodista censurarlos? ¿O debo darles voz y tratar de llegar a otra versión y, en el camino, quizás, para romper con otro molde o frase hecha, mostrar que si no llega a ser una mentira completa, una verdad a medias es mejor que ninguna verdad?

¿O acaso no he entrevistado a decenas y decenas de hombres públicos que, con los temas más acuciantes del país sin resolver por décadas, que también se cobran vidas en varios sentidos, nos vienen mintiendo una y otra vez? Y sin embargo, una y otra vez voy por ellos, en ocasiones teniendo que pasar por un insoportable porque no me gusta que me mientan. Pero, al tiempo, otra vez su carita y su cháchara.

Si fuésemos a dejar afuera a todos los que dicen cosas que nos parecen disparatadas, a todos con los que no estamos de acuerdo, a aquellos que pensamos pueden provocar víctimas, no sé con qué llenaríamos los noticieros.

Repito: me vacuné y seguramente vacunaré a mis hijos. Pero nada de esto justifica el silencio ignominioso al que condené a personas que parecen representar el sentir de uno cada siete uruguayos.

¿Y monstruo ?, Podrán preguntar algunos con derecho, ¿qué hacemos ahora con este   mea culpa   que suena a queja de damisela magreada cuando sos un profesional que ya no se cuece en el primer hervor? Y bueno, por lo pronto avergonzarme. Y, si puedo, enmendar el pecado, aunque ya no creo que con eso me salve, al menos, del purgatorio de los periodistas.

 

El mea culpa de Gabriel Pereyra

 

Aldo Mazzucchelli - eXtramuros 11/11/21

Leí la columna de opinión de Gabriel Pereyra en   Búsqueda   de hoy, jueves 11 de noviembre de 2021. 

Lo conozco a Gabriel desde los años '90. Compartimos muchas horas de redacción en   Posdata,   un intento de periodismo independiente que sobrevivió seis años. En 1998, cuando a Manuel Flores Silva el director de Posdata una acusación falsa lo puso preso durante un mes, Gabriel decidió aceptar otra oferta y seguir su carrera en otro medio. Hasta ahí mi experiencia personal con él, luego de eso lo habré visto dos o tres veces en las más de dos décadas que siguieron. 

Hace unos días me había invitado a participar en uno de sus programas para conocer mi posición sobre las vacunas contra covid 19. Lamentablemente, estaba enfermo yo mismo y bastante inmovilizado por entonces, no podía aceptar la invitación, por lo que la agradecí. 

Entonces intercambiamos unas líneas con Gabriel. De la nada, después que le había llegado la nota de Newsweek a la que Pereira alude ahora en su columna (  ya traducida y publicada en eXtramuros por entonces  ), me escribe, sin aviso: «  Me siento muy mal por haber formado parte de la censura. Voy a hacer un mea culpa en la columna de Búsqueda el jueves  «. 

La afirmación me sorprendió, y me dispuse a ver lo que ampliaría Pereyra. No creo estar cometiendo una infidencia al contar esto ahora, puesto que el mismo Pereyra ya publicó lo que me había anunciado, y lo que me dijo a mí es solo un pequeño concepto nuclear de lo que desarrolla en su pieza. Lo que importa aquí es lo que implica, y discutir lo que me parece debería ser una actitud a asumir ante esta postura pública de Gabriel. 

Gabriel Pereyra arranca con lo fundamental: «  ejercí una censura despiadada en torno a información altamente delicada que involucra a toda la población  », dice. Él es un periodista a esta altura de mucha experiencia, y sabe bien lo que pesa cada una de esas palabras.

Se cuida bien de no invocar circunstancias atenuantes. «  Las empresas para las cuales trabajo nunca me bajaron una línea  », especifica. En estos dos conceptos está lo fundamental: un periodista que maneja espacios relativamente importantes en más de un medio de comunicación de este país está confesando nítidamente lo que venimos denunciando hace más de un año y medio:  que ha existido una actitud deliberada de ocultar la información que no repitiese la línea oficial -es decir, la emanada por las autoridades sanitarias y políticas locales, que repiten en ello a las internacionales.

Y que esa actitud deliberada llevó a que  buena parte de la población recibió una información distorsionada respecto de un asunto  -la supuesta pandemia y los medios para su combate, especialmente las vacunas-

Como efecto secundario de esa actitud de censura respecto de puntos de vista alternativos, se contribuyó a sembrar en la población una serie de conceptos  - «antivacunas», «conspiranoico» y «negacionista»,  por ejemplo-, aplicados a quien firma ya otros colegas con algún tipo de presencia pública en distintos ámbitos de la vida del Uruguay, debido a que nunca aceptamos ese discurso oficial, ni la mayor parte de sus afirmaciones y conceptos fundamentales. Tan naturalizada quedó toda esa aplicación de motes descalificadores al que piensa distinto, que  Gabriel Pereyra sigue usando el concepto «antivacunas»  en su columna de hoy sin, quizás, preguntarse por la pertinencia y los efectos de la palabra-sigue sin entender que cuestionar las vacunas contra Covid-19 y estar contra todas las vacunas son dos cosas distintas. 

El conjunto de los contenidos de la columna de Pereyra me llama la atención de varias formas. Lo primero es la respuesta humana elemental: hay que aplaudir y apoyar a Pereyra, por haber tenido la valentía de reconocer un error importante personal y profesional, y publicarlo sin buscar excusas. 

En la vida de cada uno de nosotros todos nos hemos equivocado muchas veces. Es más importante que el error, la corrección, y en mi opinión siempre se debe dar prioridad a esta. Hay que saludar y abrazar, pues, al primer periodista   mainstream   que reconoce que el rey está desnudo, y que lo que se viene llevando como política informativa por parte de los grandes medios   da   asco  , tanto profesional como humanamente. 

Dicho lo anterior, el contenido de la columna de Gabriel revela que, en materia de información elemental respecto de la «pandemia» y su lógica discursiva, deberíamos muchísimo que conversar. 

Me llama mucho la atención que Gabriel Pereyra parezca ignorar lo fundamental, que es lo siguiente:  toda la lógica discursiva de la «pandemia» está basada en una herramienta: el test PCR.

El test PCR es fraudulento, lo ha sido siempre, y   esto está demostrado científicamente más allá de cualquier duda  . El PCR como herramienta universal de diagnóstico fue impuesto en febrero de 2020 como pilar de la estrategia de construcción social e informativa de la «pandemia» por parte de la OMS y los gobiernos de países centrales (Alemania, Inglaterra, Estados Unidos…), y luego copiado por la mayoría de países de la tierra.

El segundo concepto que se apoya en el anterior, es la modificación de la forma de registrar las causas de muerte, impuesta por la OMS y ocurrida en marzo-abril de 2020. 

Una vez que uno entiende que el test PCR se ha impuesto y mantenido como pilar de toda la construcción social e informativa de la «pandemia», y que de ese test PCR dependió también la declaración de «muerto Covid» (¿qué ha sido desde aquel entonces un muerto covid?

Ha sido cualquier muerto por cualquier causa con un PCR positivo), uno entiende que todas las cifras dadas sobre la pandemia son absolutamente falsas, puesto que se basan en métodos falsos. 

Esos métodos y esas cifras han sido respaldados por el establecimiento sanitario en cada país, que adoptó los protocolos que se le hizo simplemente adoptar. El dinero fluyó para mantener esto, además de la presión ejercida por personajes vinculados al negocio de los tests PCR, y vinculados a su vez a ese establecimiento sanitario global que estuvo llevando adelante los pilares discursivos de esta farsa global-. 

El objetivo desde el primer día fue, además de imponer las vacunas, acelerar una serie de cambios en el funcionamiento del control global en áreas clave:  tecnológica, financiera, comercial, administrativa. Esos cambios han avanzado, y seguirán haciéndolo, aprovechando la «pandemia»

En lugar de ser cierto, como ingenuamente afirma aun Pereyra, que las vacunas son las que disminuyeron las muertes, el verdadero y único exceso de muerte en Uruguay se produjo -igual que en centenares de países del mundo-  a partir de que se comenzó a vacunar  . Ese es el elefante rosado y violeta en el centro del cuarto de baños de los periodistas locales, que ni siquiera pueden hacerse la siguiente pregunta:  «¿por qué si hasta febrero de 2021 no habíamos llegado a las 600« muertes Covid », entre esa fecha y julio llegamos a 6000? » 

El único factor diferencial es la vacuna.

Y la noción de que «no fueron muertos por vacuna fueron muertos por covid» depende del simple hecho de que un vacunado con una -o más- dosis el test PCR le dé positivo, y luego fallezca. Esta es la pregunta y la estadística que el Uruguay le viene ocultando a su población, si es que la tiene.

El dogma global ha sido:  las vacunas son seguras y eficaz, no se puede discutir nada de ellas, y mucho menos asociarlas a la muerte de personas vacunadas. 

Los periodistas hasta ahora siguen repitiendo eso. No hacen las preguntas incisivas correctas, no investigan por su cuenta  cuántos realmente de los «muertos covid» de marzo a julio tenían al menos una dosis de alguna vacuna. Se quedan con una estadística parcial de parte interesada, emitida por el MSP exclusivamente al diario   El País  , y luego negada incluso ante el poder Judicial, que no consiguió que el MSP informe abiertamente a la población sobre las cifras que sospechamos tiene respecto de fallecidos y vacunados. 

Tampoco nadie se pregunta por qué tanta gente vacunada se agarró Covid en diverso nivel de gravedad. Y lo que Gabriel Pereyra tampoco ve ahora, es que hay un uso del PCR para impulsar la vacunación entre los niños.

Sorpresivamente, desde hace más de un mes, «los niños tienen covid» en Uruguay. En realidad no tienen nada: tienen nada más que un PCR positivo, que es amplificado por los periodistas que, como Tomer Urwicz, vienen desde hace mucho trabajo para la agenda «vacunar a los niños». 

Esta campaña culminará con la autorización de vacunación hasta 6 años, y el mandato quizá de que los no vacunados ya no comenzarán las clases en 2022. 

Vacunar a gente que no sufre de Covid, con una vacuna que no protege contra el Covid. ¿Qué podría estar mal en todo el razonamiento?

En resumen, estamos frente a una confesión de parte respecto de la política informativa en espacios importantes del Uruguay. 

Salvo Gabriel Pereyra -y Fito Garcé en El Observador, y Martín Aguirre en El País y algunas investigaciones de un equipo de Del Sol- , hasta ahora a ninguno de los periodistas de los grandes medios se le ha caído un sólo reflejo de dignidad periodística, respeto por la verdad, o intento de ecuanimidad: todos se plegaron desde el primer día a la más obsecuente y servil de las actitudes, en lo que hace a la «pandemia». Mientras que desde eXtramuros desde el 1 de abril de 2020 denunciábamos el tratamiento de cero profesionalismo que los medios estaban haciendo del problema , tuvo que pasar un año y medio para que existiese un primer periodista mainstreamque permitiese que sus reflejos lo ayudaran a sospechar que quizá no todo respecto de la pandemia fue tan claro como nos lo afirmaron con psicótica nitidez día tras día todos los medios. Ese es el nivel del periodismo uruguayo, del que nos enteramos la primera vez que un problema importante lo puso a prueba. 

Pero además, mientras que d esde el número 1 de eXtramuros comenzamos denunciando la censura , el conjunto (me refiero aquí al 100% de los que se llaman demócratas y liberales en este país y que tienen algún tipo de voz pública, como políticos, periodistas o «intelectuales» de algún tipo) no tuvieron una puta palabra que decir respecto de la censura a que nos veíamos en algún momento, en YouTube, en Facebook, Twitter, y demás, quienes no pensábamos como el rebaño. 

Luego de un año y medio, estamos en condiciones de informar: no existe en el Uruguay (salvo las honrosas excepciones de César Vega, y lo nombro a él por ser Representante Nacional, más el conjunto de autores alrededor de eXtramuros, más el programa Bajo la Lupa de Esteban Queimada y Maxi Pérez, más los otros grupos de colegas de esta lucha organizados en redes sociales -ej .: «No a la Nueva Normalidad»; «Despertando conciencia», etc.- que han mantenido la denuncia contra la desinformación ), nadie que merezca decirse defensor de la libertad y los derechos a la libre expresión del pensamiento. Si lo fueron en otros momentos de la vida del país, ahora les llegó el tema que les mostró cuál es la horma de su zapato

Ni las instituciones académicas ni los periodistas ni los parlamentarios ni los incesantes mentirosos declarativos de la política tienen derecho a invocar ninguna defensa de la libertad de ahora en más: cuando se comenzó a censurar efectivamente la opinión ajena por el medio directo que Gabriel Pereyra reconoce hoy (el ninguneo), y por el medio indirecto de dejarlo en manos de Mark Zuckerberg o cualquier otro pendejo informatizado semejante, se callaron la boca, y siguieron hablando de temas perfectamente irrelevantes a todos los efectos importantes, como «la derogación de la LUC» o cosas parecidas. La democracia les importa un bledo, y la libertad les importa menos que un bledo.

Las conclusiones del episodio son: los periodistas uruguayos no tienen, primero, el impulso más elemental para informarse acerca de lo que les pasa delante de la nariz; perdieron de vista no solo el mandato profesional elemental de no quedarse con la primera información oficial que obtienen sino cuestionarla e investigar más allá; además de eso, no tienen la menor intención de poner en cuestión los asuntos que atañen a la salud de la población. 

No saben siquiera leer; la información sobre todo lo que hay que saber alternativamente respecto de la «pandemia» circula, traducida en eXtramuros y en otros medios colegas, desde el principio. Si alguno de estos «periodistas» tuviese en algún momento la inquietud de informarse, se sorrenderían de todo lo que ya sabíamos y habíamos publicado mucho antes de la primavera del año pasado quienes estábamos buscando informarnos.

Pero todo lo anterior no es lo importante, porque un defecto técnico, la falla en la búsqueda de la información, son machos comunes a todos nosotros en alguna medida u otra. Ahí no es donde está el problema.- Podrán tener todos estos defectos técnicos, pero lo que los caracteriza es la cobardía y la obsecuencia, el miedo y la más arrastrada mediocridad. Pues si al menos tuviesen dignidad para anteponer la verdad a su miedo a perder algo, habría alguna esperanza. Lo que hicieron, en cambio, fue esconderse en la manada, aceptar el relato oficial, tapar con barro todas las salidas hacia la luz, por minúsculas que fuesen, y seguir así un año y medio.

Ya tienen, sospecho, una carga que podría llegar al nivel penal -si la justicia existiese en el Uruguay- por no haber advertido los potenciales efectos letales de la vacuna para un porcentaje de los vacunados.

Ahora seguirán, contribuyendo a la campaña para vacunar a los niños.


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