Pero una mañana encontré un Cantando las 40, de Tagliaferro , en donde Zabalza habla de la búsqueda de la verdad, u na verdad que según cuenta hace años que persigue… justamente él, que ha mentido como el que más, que ha dicho una cosa hoy y otra a los pocos días, hablando del machismo y el papel del amor, justamente él que aplaudió el machismo de Sendic y despreció a quienes por una razón o por otra fuimos capaces de expresar sentimientos y que nos negaron a quienes lloramos a nuestros compañeros muertos la condición de revolucionarios por eso, por llorarlos… sí, tenés razón, por bañarme también… pero es tan absurdo eso que trato de no darle importancia.
Es cierto, dijo que me bañaba demasiado mientras "ellos" acumulaban mugre, en lo personal y en la ropa ... vaya manera de medir la condición de revolucionarios ...
El caso es que me puse a contestar a Zabalza. Al final eran cuatro páginas. Las imprimí y las guardé junto al resto del material. Lo que había empezado con unas pocas hojas, las copias que Alicia había hecho de mi manuscrito reescrito en el 9º de Caballería, ocupaba ya dos estantes de uno de los armarios de la oficina.
Creo que ese montón de libros y papeles me hicieron ver que si seguía por ese camino nunca podría desmentir la historia.
Durante un par de días le fui dando vueltas a una idea que me surgió : enviar esas hojas por correo postal. Descarté el mail una vez que comprobé que podría llegar a mí por la IP. Busqué entonces las direcciones de El País, Brecha, La Diaria y La Republica, hice las copias que faltaban, las firmé y como detalle de humor puse como remitente a André Touan, que había sido el dueño del Tortoni en Buenos Aires.
Una cosa que nunca dije, es que cuando firmé las cartas, puse Héctor con todas las letras, cuando mi firma verdadera es solo con la hache, un garabato que abarca todo lo que ocupa Amodio… imagínate mi asombro cuando leí que los peritos calígrafos consultados daban veracidad a mi firma ... el mismo Marius llegó a decir que la había comparado con una firma mía que él tenía guardada en su computadora ...
Bueno, creo que no hace falta que te diga las repercusiones porque ya las conocés. Claro, una fue el acuerdo de no publicarlas, para no darme la oportunidad de divulgarlas, pero no contaron con que El Observador, al que yo había ignorado, olfateó la oportunidad de dar el campanazo y publicó el cuestionario.
Ahí me di cuenta que algo podría conseguir. Le contesté el cuestionario y lo mandó por correo. El sobre era uno igual a las cartas y le puse el mismo remitente. Nunca llegó. Alguien en Correos o en el diario lo hizo desaparecer. No, en Madrid no. Si buen lo remití desde otra oficina allí era imposible detectarlo… nadie conocía lo que estaba pasando como para estar desapareciendo cartas. Fue en Montevideo, seguro .
Como pasara una semana y El Observador no daba señales de vida, me fui a un locutorio público en Alcobendas, regentado por un ciudadano hindú. Llamé al Observador y pedí para hablar con el secretario de redacción . ¿Con Gabriel Pereyra? Fue la respuesta. Dije que sí, pero no sabía quién era el tal Pereyra y cuando me dijeron de parte de quién dije Amodio Pérez. No sé por qué se me ocurrió decirle ¿sabe quién soy…? No, me respondió la telefonista. Espere que le pase la llamada.
Cuando nos comunicamos, noté que Pereyra estaba muy nervioso. ¿Cómo puedo tener la seguridad que usted es Amodio Pérez? Por ahora es una cuestión de confianza, le dije. Lo llamo porque respondí el cuestionario y me extraña que no lo hayan publicado… me dio su correo personal y quedamos que se lo enviaba vía mail, al día siguiente. Así lo hice, desde el mismo locutorio de Alcobendas.
Si alguien investigaba la IP no darían conmigo. Recuerdo que en un momento el mail se colgó y tuve que repetir los envíos, por lo que las cartas se recibieron y se publicaron en el orden recibido, que no concuerda con el orden que fueron escritas y enviadas. No sé, no estoy seguro, pero creo que fue una confusión entre la segunda y la tercera cartas. Una vez enviadas llamé a Pereyra, que me hizo una serie de preguntas casi infantiles para asegurarse que Amodio era realmente quien hablaba.
Por fin se publicó mi respuesta, y se me ocurrió decir en broma que la CIA y el MOSSAD me habían contratado al comprobar mis dotes de organizador y parte de los lectores y el propio Pereyra se lo creyeron.
Yo me mataba de risa… pero eso complicó un poco las cosas, porque me pidieron una foto… ahí debí mandarlos a la mierda, pero no hice. Sí, seguro que fue por eso. Tantos años esperando una oportunidad y cuando la tenía, descartarla me pareció estúpido.
En realidad lo estúpido fue enviarles la foto. Sí, es la que aparezco con el gorro negro y los lentes. Está tomada en la oficina. Después de enviarla me arrepentí… paro ya era tarde. Apenas recibida El Observador la publicó y la edición América de El Mundo, de Madrid, la recogió. Mientras esto sucedía, resolví hacerme la foto con la peluca y le pedí a Pereira que la cambiara, pero ya era tarde. Un vecino de Cobeña, José Luis Noguero y Enrique Alcaide, el contable de la ONG Tiempo de Paz me reconocieron. Sí, yo era proveedor de la ONG.
Como era de esperar, a los pocos días en Cobeña lo de mi identidad lo conocía medio pueblo, por lo que tuve que dar algunas explicaciones. Pero no pasó de eso. Lo mismo en la ONG. Tu caso no es el único, estamos acostumbrados, me dijeron. Mientras, en Montevideo se produjeron varias reacciones y desde Brecha y la Diaria trataron de desvalorizar mis dichos. Blixen y Aldrighi en Brecha y Marcelo Pereira, su director, en la Diaria. Marcelo Pereira llegó a decir que no había un relato que confirmara mis dichos. ¿Cómo lo iba a haber si hasta ese momento no había podido hacerme oír?
¿No eran mis cartas motivo suficiente para al menos iniciar un período de revisión? Yo les contesté y envié los mails a Gabriel Pereyra, creyendo que los publicaría. Pero Gabriel estaba más interesado en hacerme una entrevista personal y descartó mis envíos.
Acepté la entrevista, una vez que Gabriel me aseguró que nadie, aparte de Peirano, sabría nada sobre la entrevista. Yo alquilé una sala en un hotel de Barajas, un pueblo a doce kilómetros de Cobeña y le envié a Gabriel una serie de instrucciones para el día de su llegada, con la finalidad de poder comprobar que nadie lo seguía desde Uruguay.
Llegó un sábado por la mañana y como todo fue normal, poco después nos encontramos en el hotel en que se alojó, en la calle O’Donnell. Acordamos que la entrevista empezaría el lunes y le entregué los datos para llegar al hotel en Barajas. Como recuerdo le regalé el gorro negro que luzco en la foto. Gabriel me trajo dos botellas de Espinillar y dulce de leche. No, los libros ya me los había mandado por correo, a una casilla postal que contraté en Alcobendas, con una copia en color de un DNI que me preparé.
El lunes señalado le hice hacer a Gabriel y al cámara que lo acompañó un recorrido a pie por Barajas, para asegurarme que no eran seguidos. Ya en el hotel, con la sala preparada para la entrevista, me di cuenta que Gabriel sabía muy poco del MLN y que el cuestionario que traía era muy elemental, basado en los dimes y diretes que el MLN había puesto en circulación. Eso, no sabía nada, o sabía muy poco y por eso ante mis respuestas no podía reaccionar.
Entre eso y que Gabriel tenía proyectado un viaje a Barcelona para visitar a unos parientes de su esposa, los seis días de la entrevista previstos por mí quedaron reducidos a dos, a razón de seis horas diarias. Me decepcioné bastante, porque yo quería abordar otros temas y no me fue posible. No, en lo económico no, porque el hotel se comportó muy bien y me liquidó la cuenta por los dos días, nada más.
A la semana, con Gabriel ya en Montevideo, me dijo que tenía pronta la publicación de la entrevista en un suplemento. La quiero leer antes, le dije de inmediato. Y me dijo que no, que eso no era la norma y que a él nadie le corregía las entrevistas. Menos mal que lo convencí… había dejado fuera casi todo lo que para mí era más importante… la selección la hizo según su criterio y según el criterio de quien estaba detrás, Leonardo Haberkorn.
Para eso no valía la pena todo lo hecho y arriesgado, así que me tocó convencerlo. Al final lo entendió y aceptó. Sí, menos mal. Por lo menos en ese momento fue razonable.
Claro que hubo reacciones… muchas… y casi todas las respondí y le envié las respuestas, pero no publicó ninguna.
Me dijo que El Observador no estaba para que yo discutiera con otros… yo creo que a Peirano lo apretaron para que no siguiera con mi historia. Si hubiera seguido quizás nada de lo que vino después habría sido necesario.
Pereyra negó las presiones, pero estoy convencido que las hubo. Hizo entrevistas en La Mira, A Kimal Amir, Luis Nieto, a Zabalza, a Haberkorn, a Garcé… todos hablaban de mí sin que yo pudiera intervenir y discutimos varias veces.
Fue cuando me propuso escribir sobre mi vida, dejando de lado lo político. Qué vas escribir de mí si no sabés nada de mi vida… bueno, contame, me respondió.
Durante un par de meses todos los días le remití varias páginas, que él leía y comentaba. Un día me dijo que el libro lo escribiría su hermano, que escribía mejor… nunca hicieron nada. Yo no podía dejar de mencionar mi militancia y creo que eso fue lo que les impidió escribir. Claro, yo negaba las acusaciones, era una Palabra de Amodio en otro formato y eso los hizo desistir. Por lo menos en esos momentos no tenían idea de nada… un día le mandé una nota, La sombra de Trabal es alargada, se llamaba, donde hablaba de la tregua, del pacto de silencio y de lo que vino después y casi se rió… ¿esto pensás publicar? me respondió.
A partir de ese momento comprobé que el tema Amodio ya no le interesaba.
Entre los libros que Gabriel me había enviado estaba Tiranía de la miseria, de Jorge Marius. Yo ya había escuchado a Marius en radios uruguayas cuando las cartas, lo había oído decir algunas barbaridades, como el tema de las hojillas de fumar que él había pasado a máquina una noche en el despacho de Juan Pablo Terra y la mentira de la comprobación de la firma. Eché un vistazo al prólogo y me pareció que no debía tenerlo en cuenta.
Pero un día, sin saber bien el porqué, decidí leerlo y me pareció que lo que Marius decía que era mi libro de 1972 era muy parecido a lo que decía Fontana en La piel del otro.
Me puse a cotejarlo y resultó ser el mismo. Comparé con lo que había publicado Arca como mi autobiografía y también coincidía. Ahora no recuerdo cómo, pero de algún lado saqué que Mate Amargo, la publicación del MLN también había publicado en 1995 mi supuesta biografía, pero no tenía forma de comprobarlo. Así que le pedí a Gabriel si me podía conseguir los ejemplares de Mate Amargo correspondientes.
No, no los pudo conseguir, pero uno de los fotógrafos de El Observador, creo que fue Fernando Ponzetto, a pedido de Gabriel, hizo las fotos en la Biblioteca Nacional y las recibí. Ahí empezó a aclararse todo. Mate Amargo fue el primero en publicar la falsa versión, comentada por Marenales y por el Ñato Fernández Huidobro y todos, Fontana, Marius y Arca lo habían copiado.
Tiranía de la miseria se imprimió en Tradinco, y fue a través de la imprenta que logré contactar con Marius. No, Marius dijo en Palabra de Amodio que fue a través de la editorial Cruz del Sur, pero eso es un error. Lo dice en el prólogo, y el prólogo es de su autoría. No, no lo corregí… ahora no recuerdo si no me di cuenta o no le di importancia.
Ves, ya en el correo le digo que yo nunca escribí mi libro en hojillas de fumar… pero aseguró tantas veces que él las había pasado a máquina que terminé por creérmelo e incluso elaboré una teoría, que hoy reconozco totalmente equivocada, que Fernández Huidobro era su autor. Claro, es lo que le digo a Fasano en Código País, pero yo todavía no sabía que la historia de las hojillas era un invento de Marius.
Lo descubrí más adelante, porque no cerraba nada. Por rápido que escribiera nadie es capaza de copiar en una noche ochenta notas escritas en papel de fumar, con letra diminuta, como cuenta Marius. Además, si todos tenían fotocopias de mi original, para qué perder tiempo escribiendo las hojillas
Álvaro llegó a la misma conclusión cuando estaba con Mapa de un engaño. No, se dio cuenta solo. Cuando me llamó para decirme que creía que la historia de las hojillas era una fantasía de Marius le dije ah!, vos también te diste cuenta… no quise decirte nada para no influirte… A Marius no llegué a reprocharle su engaño, porque cuando lo descubrí él ya estaba internado por la herida en la pierna y luego, al verlo tan desmejorado en la residencia… no tuve valor, es la verdad.
Pero lo fundamental estaba logrado: despertar en alguien el interés en dar mi versión de los hechos, de la historia.
Muy pronto comprendí que en realidad Marius no sabía más que Pereyra. Es más, las primeras 114 páginas del libro que lleva su firma son el resultado del raconto que a su pedido hice de la historia del MLN. Marius le agregó sus conclusiones en la página 115.
Cuando Marius comenzó a dar señales de no poder continuar con la entrevista, adopté el doble papel de entrevistado y entrevistador. Ya habíamos acordado el nombre: Conversando en el parque Rodó. Incluso llegamos a confeccionar las tapas, mediante un montaje fotográfico realizado en nuestro taller. No, doble intención ninguna, era una travesura, hacer creer que yo estaba en Montevideo… tan travesura que en la página de los créditos lo dejábamos claro…
De pronto, pareció que todo había sido inútil. Marius me dijo que no podía costear la impresión, que la imprenta le reclamaba el saldo de una deuda que él alegaba que no le correspondía y que andaba a la búsqueda de un socio. Yo manejé la idea de financiar la impresión, pero no dije nada, a la espera de lo que Marius hiciera sus gestiones.
Pasados unos días me anunció que pensaba contactar con Ediciones de La Plaza, cuyos responsables, Leandro Aguirre y Marcos Paladino eran amigos suyos y que si me parecía bien, me pondría en contacto con Federico Leicht, que hacía las veces de editor free lance para ellos. Le contesté que no conocía a ninguno de ellos, que si a él le parecía una buena solución estaría de acuerdo, pero que no lo hiciera, al menos hasta tener claras nuestras posibilidades. Sí, yo estaba considerando la posibilidad de financiar la edición, pero no llegué ni a plantearla, porque a las pocas horas recibí un mail de Leicht anunciándome que Ediciones de La Plaza, propiedad de El País, publicaría el libro.
Imaginate… no solo bronca… sentí desilusión, más que nada. Otra vez me fracasaba el intento de publicar… porque Leicht me decía que De la Plaza era la editorial de El País… cuando lean lo que digo de Wilson no lo publican, me dije. Pero a pesar de eso, decidieron publicarlo, así que empezamos a comunicarnos con Leicht. Así me fui enterando que Marius había comentado lo del libro con varios allegados, algunos de los cuales habían sido militares y que había rumores acerca de la aparición de un libro sobre Amodio Pérez.
No, no le di demasiada importancia. Incluso debo haber llegado a creer que sería bueno como promoción… Leicht me pidió ampliación de algunos pasajes del libro y me anunció que intentaría entrar en contacto con los oficiales que yo mencionaba, para confrontar mis dichos. Mi sorpresa fue cuando me dijo que intentaría contactar con Calcagno… llevaba dos años muerto y Leicht lo ignoraba. Me pareció raro. Al final contactó con algunos, pero no pasó de ahí.
Cuando me preguntó a quiénes de mis ex compañeros convendría invitar a la presentación del libro, le mencioné a Efraín Martínez Platero, Jorge Zabalza, Marcelo Estefanell, pero que creía que cuantos más participaran en el coloquio posterior, mejor. Entre los detractores le nombré a Blixen, Lessa, Caula, Silva, Aldrighi y Leicht agregó a Claudio Paolillo, Leonardo Haberkorn y Alfredo García. No, no recuerdo que se incluyera a Fasano, pero puede ser.
Efraín y Marcelo aceptaron, pero luego recibieron la orden contraria y se rajaron. Zabalza dijo que en esos momentos su lucha por la vida era lo más importante y no iría. Blixen y Aldrighi tampoco aceptaron ir. Fue en esos momentos que debió surgir la idea de mi viaje a Montevideo y hacer la presentación del libro yo mismo. Fue en el momento en que dije que en el fondo, lo que yo quería era confrontar públicamente con mis detractores… ¿te das cuenta mi grado de desubicación?
En aquellos momentos ignoraba muchas cosas del panorama judicial y político. Creía saber, que no es lo mismo. Había cortado mi relación con amigos y familiares… a nadie le podía preguntar oye… voy a viajar a Montevideo a presentar un libro que desmiente la historia de los tupamaros… ¿a vos que te parece…?
Nadie me avisó de que se estaba procesando a milicos por el color de los ojos o porque alguien recordaba el tono de voz, o porque en esos días estaba de guardia en la puerta del cuartel… no tenía cuentas pendientes, estaba amnistiado, como todos…