25.NOV.21 | PostaPorteña 2248

CABEZA DE TURCO (69,70,71 y 72) FINAL

Por AMODIO

 

Cabeza de turco 69

 

No quería seguir being un prisionero del pasado. Inicié una aventura arriesgada, sin haber explorado correctamente el camino, llevado quizás por la premura y la confianza de que el Uruguay, superada la dictadura era, una vez más, un país democrático, donde la Justicia se imparte sin tener en cuenta las condicionantes políticas .

Creí que la frase de José Mujica «lo político está por encima de lo jurídico», no era más que una de las tantas acuñadas por este falso de la política que ha convertido en doctrina su palabrería sin sustancia.

I gnoré que el camino estaba minado por los mismos que provocaron la debacle de 1972 y que mediante la falsificación de la historia se han convertido en líderes, que se precian de no mirar atrás jamás y que han llevado al Uruguay a la degradación social en que hoy se encuentra.

Esa es mi responsabilidad, y la asumo. Pero nadie, y cuando digo nadie es nadie, ni en la editorial ni en El País y por supuesto entre los tres que organizaron mi viaje una noche que estaban "tomando unos whiskies en casa de un amigo", como comentaron hace poco en Bajo la lupa, se imaginaron lo que podía pasar. Irresponsabilidad total, de todos.

Sí, después me decían, ¡qué cagada nos mandamos… !!!, pero lo cierto es que El País a la semana de estar en el London me hizo avisar por el encargado del lobby que a partir del día 25, era agosto, dejaban de atender el pago de mi estancia y la comida… y Federico Leicht, al que ya en casa de Marius purgando la domiciliaria le pedí que me hiciera la compra semanal me mandó la lista de los comercios con delivery de todo el Buceo…

¿Qué cómo me arreglé? Mi familia y los vecinos… mientras, se seguía diciendo que mi viaje respondía a oscuras motivaciones políticas, producto de una maniobra de los servicios de inteligencia…

Tras la conferencia de prensa comenzó el calvario de conseguirme un abogado. Nadie quiso agarrar viaje. Imaginate, ¿quién iba a agarrar la defensa de Amodio Pérez, when ya había empezado la campaña de prensa para justificar el sainete de procesamiento que se había organizado?

Estaba todo preparado: la tapa y la página dos de La República, con la nota de Roberto Caballero , secretario del Ñato Huidobro, los titulares del resto de los diarios y la campaña de Emiliano Cotelo, con sus invitados acusándome de violador y torturador y la denuncia falsa de Leandro Grille ante la jueza Maynard, que llevó de testigo a Robertito Caballero…

La Staricco me citó porque en la denuncia de las mujeres de Punta de Rieles contra dos militares, Orosmán Pereira y Asencio Lucero, este último había dicho que me había tenido preso en el 9º de Caballería… la denuncia de las mujeres no era contra mí y eso lo dejaron claro, pero era la excusa para citarme, retenerme, como dijo Alejandro Artucio, nota que Cámpora guardó en su archivo, hacerme perder el viaje de vuelta y montar el sainete para procesarme por delitos de lesa humanidad, con la complicidad de los fiscales Cancela y Llorente y de la jueza Julia Staricco . Y si no fueron cómplices cometieron errores inexcusables, como dice el auto del tribunal de Apelaciones. No sé qué es peor ...

Con tal de aparentar que la indagatoria era seria, se le dio parte a gente que se prestó voluntariamente a declarar en mi contra, pero que en todos los casos reconocieron que no me han visto en su vida, que todo lo iban a manifestar eran referencias que oído de otros, sin que esos otros fueron citados para refrendar lo que unos dijeron que ellos dijeron. La lectura del sumario es realmente apasionante. Lo he leído muchas veces y sin embargo nunca deja de sorrenderme.

Nunca hubo ningún elemento que sirviera para mi procesamiento y menos aún por lesa humanidad, como la jueza y la fiscal Llorente intentaron en un principio.

Hubo, claro, quienes declararon en mi contra, todos miembros del MLN, pero incluso quienes dijeron haber sido señalados por mí en la calle no pudieron aportar ninguna prueba que corroborara su acusación. Y los militares, aquellos a los cuales Cámpora le dijo al fiscal Cancela que había que citar, negaron las acusaciones que se me hacían.

Para intentar reunir elementos contra mí, la jueza le pregunta a Orosmán Pereira, ¿en qué despacho interrogaba Amodio Pérez a los detenidos? El testigo contesta que no lo sabe, con lo que queda la idea de que Amodio Pérez efectivamente interrogaba pero que el testigo ignoraba dónde.

Otra pregunta de la fiscal: ¿Con qué oficiales Amodio Pérez salía a practicar detenciones? El testigo tampoco sabe, pero queda en el aire la idea de que Amodio participaba en las detenciones. Así se formó la semiplena prueba.

Hay en el sumario tres informes médicos sobre el estado de salud mental del coronel Asencio Lucero, coincidentes los tres en que el acusado padecía un deterioro mental que lo incapacitaba para declarar pese a lo cual la jueza, acompañada de la fiscal Llorente constituyó despacho en la misma sala en que Lucero estaba internado en el Hospital Militar para interrogarlo. Lucero, acusado por 28 mujeres detenidas en Punta de Rieles junto al también coronel Orosmán Pereira, fue procesado por abuso de funciones, violaciones y un largo etcétera.

Orosmán Pereira no. ¿Porque fue declarado inocente de las acusaciones? No. ¿Porque su causa fue archivada? Tampoco. Nada se sabe acerca de su situación penal. Tampoco se sabe si la Fiscalía especializada, tan interesada en procesar a subordinados por hechos sucedidos hace 50 años se ha interesado sobre delitos cometidos hace algún tiempo menos.

Tampoco sabemos la razón por la cual ninguna de las 28 mujeres que oficiaron como acusación tampoco se han preocupado por la situación de este coronel retirado, acusado por todas ellas de los mismos delitos que Lucero, perseguido hasta su muerte, no solo por la justicia, sino también por la periodista Georgina Mayo, tan locuaz en otros momentos y hoy llamada a silencio. El mismo silencio cómplice que guarda el entonces patrocinante de la denuncia, Álvarez Petraglia.

 

Cabeza de turco 70

 

Por si no lo recuerdan, Orosmán Pereira es el único militar que refrendó, dando falso testimonio, las acusaciones que el MLN me hizo entonces. Es, además, el autor de una carta pública, integrada al mismo sumario, dirigida a Lucía Topolansky y a José Mujica, en la que les recuerda su paso por el cuartel Florida. Estas son las razones por las que Pereira está en el limbo judicial y por las que a nadie interesa su procesamiento.

 

Estando en casa de Marius, la primera que me visitó fue Olga Ruiz, unainvestigadora chilena, que había querido entrevistarme estando en casa de mi hermana y luego tres estudiantes de periodismo, para sus trabajos de carrera, que no recuerdo sus nombres. A Olga le agradezco haberme dado las primeras pistas sobre la falsificación de mi manuscrito del 72.

No, nada de esto lo hablamos con Marius, porque él vivió conmigo menos de una semana. Ves, ese es un tema que no encaramos. Sí, es mejor hablarlo ahora. Marius me contó en una carta que me envió creo que en marzo de 2016, que se había separado. Más concretamente, que su mujer lo había abandonado. Después supe las razones, me las dijo el mismo Marius, y la señora tuvo sus razones. Cuando se lo dije a Marius se enojó bastante. No podía tolerar que alguien le dijera que en ese caso su esposa tenía razones más que suficientes para romper la relación. No, no viene al caso. Cuando recibí la carta pensé que esa era la oportunidad para cambiar mi residencia. 

Se lo plantee a Marius y aceptó a la primera, pero me hizo una serie de consideraciones: en su casa faltaban algunas cosas, como televisión, internet y alguna otra cosa menor, que si no las recuerdo es porque no tenían importancia para mí. Lo de internet sí, porque era la herramienta que usaba para comunicarme con mi familia en España. Eso se arregla, pensé. Se contrata y ya está. Marius se mostró de acuerdo y se puso manos a la obra.

Yo hablé con mis abogados y les pedí me gestionaran el cambio de domicilio ante el juzgado. En cuanto el juzgado me autorizó, pedimos a la OSLA el traslado. Yo ya había avisado a mi hermana que había pedido el traslado. No, no se opuso ni me dijo nada porque ella estaba convencida que no me lo iban a conceder. Adónde vas a ir, me decía cada vez que discutíamos… sí, fueron varias, casi siempre por temas relacionados con mi hijo. Ella también pensaba que yo lo había abandonado, cuando me hice tupamaro. 

Sí, en los hechos fue así, pero fue un abandono que entonces nos habíamos planteado y justificado: lo hacíamos buscando un futuro mejor para nuestros hijos… y eso no lo entendieron nunca. Si lo hubiera hecho para marcharme como misionero me habrían perdonado, porque la verdad es que nunca me lo perdonaron.

Además, toda mi familia tiene una visión idílica de Daniel, lo que me parece bien, pero eso les impide ver todos los esfuerzos que hicimos, tanto cuando vivía con Alicia como luego con Celia, para tratar de hacerle ver a Daniel que ya era hora de dejarse de resentimientos y que yo le estaba poniendo en sus manos los años venideros, le estaba resolviendo su vida. Claro, que dejara la casa de mi hermana no le gustó a casi nadie… solo a mi cuñado… ayudame a irme, le había dicho yo varias veces, cuando la relación se nos complicaba.

Estando en casa de Marius tuve varios problemas con su familia. Los problemas eran por la casa… pensaban que yo quería quedarme con ella. Un disparate, pero es lo que les comentaron a los vecinos. Incluso llegaron a escribirme mails simulando ser el propio Marius, pidiéndome que me fuera, que le dejara la casa libre porque pronto le darían el alta y se proponía volver con su familia. No hay inconveniente, les contestaba yo. En cuanto vuelvas, me marcho.

Me marché de su casa en diciembre de 2016. Fui a la residencia en que estaba internado y le entregué las llaves. No, no le dije nada de los problemas con sus hijos y su ex esposa. No me hizo falta. Fue evidente que él nada tuvo que ver en las reclamaciones. Creía que volvería a su casa y que yo podría cuidarlo… me dio pena verlo tan entregado y traté de animarlo. Le prometí ir a visitarlo y encargarme de la casa, sabiendo que le estaba mintiendo. Sabía que no saldría de la residencia en que estaba internado.

Federico me había ofrecido un apartamento que tenía alquilado por Solano García. Yo pagaría el 50% del alquiler, con un dinero que me dejó Pinatto. Yo se lo pedí por tres meses, creyendo que en ese plazo la Corte resolvería mi caso y podría volver a España, pero la Llorente apeló y tuve que esperar un año más. Lo del alquiler se arregló, porque Federico lo tenía pagado por adelantado y renunció al 50% acordado.

 

Cabeza de turco 71

 

El caso es que me fui de casa de mi hermana en mayo del 2016. La tarde que el auto de la OSLA me dejó en la puerta de la casa de Marius, en Ramón Anador 3879, fue muy contradictoria. Yo había hecho el corto viaje desde el Cerrito hasta esa zona del Buceo con grandes ilusiones. Creía que me sentiría libre. Apenas entrar el olor a meada de perro me decepcionó. Era un olor penetrante, como de años… luego comprobé que era así, porque había paredes con meadas acumuladas hasta más de un metro y medio de altura.

 Fui dejando mis escasas pertenencias donde mejor pude, tal era el desorden. En una de esas que fui a la cocina me encontré que el suelo estaba no solo meado, sino que había cagadas del perro sin limpiar, lo que aumentaba el hedor. En la media luz que había me pareció que algunas manchas que había en el suelo se movían… y claro que se movían… eran cucarachas!!!

Marius me guió por la escalera y me señaló la que sería mi habitación. La escalera estaba llena de paquetes con cuadernos de sus hijas y de alumnas de su esposa, que había sido maestra y que por alguna razón terminaron ahí. Apenas quedaba sitio para los pies. El olor a meada en vez de disminuir aumentaba a cada paso. Era lógico, porque las meadas continuaron en el piso de arriba. Qué pasa?, le pregunté, al perro no lo sacás a mear? Hace unos días que no lo saco, me dijo… yo pensé, serán años, pero no dije nada.

No quería discutir con alguien que me había brindado hospitalidad. Mi habitación se notaba que había sido barrido el suelo, pero le hacía falta un buen fregado. Mañana empiezo, me dije. Todavía no me había dado cuenta del frío que hacía. No era para menos, la ventana no cerraba y cuando intenté empujar sus hojas vique era imposible, estaban combadas. Fue el viento, me dijo Marius.

La mugre del baño era indescriptible. El olor a meada, y no de perro, precisamente, era enorme. A la hora de la cena hablamos de la distribuciónde las tareas y de los gastos. Vos cocinás y yo limpio, le dije, ya que Marius se ofreció para cocinar. Sobre los gastos me dijo que tendría que hacerme cargo yo durante unos días, a la espera de cobrar unos honorarios por algo, no recuerdo por qué. No, no solo no estaba jubilado, sino que durante años la Democracia Cristiana no hizo los aportes al BPS, por lo que le faltaban años. Creo que al final lo resolvió, pero eso fue cuando ya estaba en la residencia.

Marius tenía un contacto con la Fundación Adenauer, que de vez en cuando le encargaba algún trabajo, sobre todo de temas electorales. Sí, él decía que era experto, yo no sé. Lo cierto es que los alemanes confiaban en él y para hacer esos encargos contaba con un grupo de colaboradores de los que hablaba maravillas y a los que conocí nada más que a dos: una tal Georgina y otro, funcionario del Palacio Legislativo que le picaba los textos. No lo sé, creo que se aprovechaban de él, de su contacto con los alemanes. Todos los días llamaba a alguno y siempre se fijaban encuentros que nunca se producían.

Resulta que Marius tenía una herida en la pierna derecha, mal curada y con una infección avanzada. Le dije que tenía que ver a un médico, que no me gustaba esa herida. Doler le dolía, claro, y se pasaba tomando Perifar. Eso no se cura con Perifar, le decía, es para un cirujano.

Llamé a Federico y a Leandro, creyendo que podría contar con ellos. Hasta ese momento los creía amigos, a tal punto que al día siguiente de mi llegada, por la noche, llegaron los dos a visitarme y trajeron queso, longaniza, vino y pasamos un rato agradable los cuatro. Que se hagan cargo los hijos, me dijeron. Los hijos no quieren saber nada, les dije. Y nosotros tampoco. No tenemos nada que ver. Entonces hacerlo por mí, les dije una vez. Este hombre se me va a morir de una infección.

En esas a Federico lo convencí y una mañana lo llevó al Clínicas. A la vuelta me contó todo: ellos ya sabían que Marius vivía casi en la indigencia, sabían lo de la mugre y la separación, la mala relación con los hijos… por qué no me dijeron, pregunté. No, si me lo hubieran dicho igual me habría mudado, porque más libertad que en lo de mi hermana tenía, pero no me habría tomado tan de sorpresa.

Sí. Conocí a tres de sus hijos. No, la relación fue muy mala. Gracias a mí tu padre está vivo, les decía. Si yo no hubiera venido se muere de gangrena. No, no les afectaba nada la vida de su padre. Era miedo, miedo de que me quedara con la casa… con la tapera, más bien… además embargada por la Intendencia. Creo que nunca pagó la contribución.

En el Clínicas le descubrieron de todo, empezando por la diabetes. Estuvo meses internado hasta que un día apareció una de las hijas con una silla de ruedas. Es para mi padre. La dejó y se fue. Como a la semana apareció el hijo. No lo veía desde el día que se llevó al perro. Sí, menos mal que se lo llevó. Con Marius internado yo lo sacaba a mear al jardín, pero el perro se me iba. Lo llamaba pero no hacía caso y yo no podía salir ni a la vereda. Violaba la domiciliaria. Bueno, el hijo se llevó la silla y aparecieron al rato con el padre. Lo entraron en la silla, lo dejaron y se fueron. Sí, tal cual. Como Mercado Libre…

Cómo estás? le pregunté. Jodido, me dijo, y me fue contando. Siempre en la silla. ¿No podés caminar?, le pregunte en un momento. Me dijo que sí pero que le costaba mucho. Yo creo que hizo un ACV, porque la verdad es que daba lástima. Me pidió que le bajara un sillón cama de aquellos que se doblaban y que estaba en el piso de arriba. Lo bajé, lo monté donde pudimos y se pasó de la silla a la cama. Claro, lo tuve que ayudar. Ahí me di cuenta que el baño estaba arriba. Vas a tener que cagar en el balde, le dije en son de broma, para animarlo. Ni loco, me dijo. Subiré la escalera. Yo tenía mis dudas, pero no lo contradije. Al rato me dijo ayudame a sentarmeen la mesa de la computadora. Va a venir mi hija, la médica y no quiero que me vea acostado.

 

Cabeza de turco 72

 

Al rato vino la hija. Yo como que no existiera, ni me dirigió la palabra. Le ordenó las medicinas, se las dejó en una caja y se marchó. Yo no había prestado atención a sus indicaciones, porque no quise meterme, pero al rato me di cuenta que Marius no había entendido mucho. Pero bueno, le hice la cena y entonces se me planteó otro problema: yo tenía que dormir arriba y Marius abajo. Si le pasaba o necesitaba algo por la noche, ¿cómo me enteraba yo? No, no tenía portátil. Lo despreciaba. No te preocupes, me dijo, no me va a pasar nada. Ojala, pensé, pero por las dudas dormí con un ojo solo.

A la mañana siguiente, muy temprano, bajé y Marius estaba despierto. No dormiste?, le pregunté y me dijo que no, que le dolía el estómago y que tenía que subir al baño. Tardamos más de media hora en subir la escalera. Imaginátelo vos. No te voy a decir nada. Al medio día no comió y cada vez se quejaba más. Lo convencí para que llamara a sus hijos y como a las ocho de la noche apareció la médica, que se puso a rezongarlo: que si no tenés paciencia, que esto y lo otro y el pobre Marius calladito.

Entonces me calenté y le dije: mirá, tu padre está mal, tiene una diarrea espantosa, no come nada desde anoche y si no te encargás vos yo llamo a la policía. No me contestó, pero al rato llegó la otra hija a buscarlo. Ayudé a meterlo en el auto y le dije avisame lo que sea. Voy a esperar levantado para ayudarte a entrarlo. Claro, yo esperaba que volviera, pero no me avisaron nunca nada. Ni esa noche ni cuando lo sacaron del Clínicas y lo metieron en Los Pinos. Me enteré por Cacho, un vecino.

Cacho y Hugo me los presentó Marius, uno de esos días que pasamos juntos, antes de internarse. Gracias a Hugo que me hacía la compra pude comer los primeros días que Marius no estaba. Sí, la compra la hacía él.

Cuando Marius no estuvo lo llamé a Federico y le pedí que me hiciera la compra, una vez a la semana. Me mandó la lista de los comercios de todo el Buceo que tenían delivery… así que tuve que llamar a mi hermana, Cristina, y le pedí a ella.

No, Marius no volvió nunca a la casa. Fue cuando empezaron a presionarme para que me fuera. Me empezó a escribir el hijo que vive o vivía en Chile.  No, ya estaba anulado el procesamiento pero no podía irme de Uruguay porque la fiscal apeló. Al pedo pero apeló. Sí, la orden le vino de arriba. Lo sabemos porque ella se lo confesó a una de las abogadas que defiende a los milicos.

Una vez alguien de la familia me escribió un correo como si fuera Marius. Sí, él tenía una laptop que se había traído de un viaje a Venezuela, a ver a un hermano y un día lo mandó buscar y se lo llevaron. Me pedía que me fuera lo antes posible, que pensaba rehacer su vida matrimonial y necesitaba que yo me fuera lo antes posible. Yo me di cuenta enseguida que el que escribía no era Marius y le contesté que no había problemas. Que me alegraba mucho y que cuando estés aquí instalado yo me marcho. Claro, yo ya sabía que estaba internado en Los Pinos. Fui a verlo varias veces pero nunca hablamos de ese tema. La última vez fue cuando le entregué las llaves de la casa. Fui con Federico, porque esa tarde me mudé a su apartamento en Solano García.

¿Sabés lo que rescato de Marius? El tipo estaba en la llaga, pero cuando le pedimos que devolviera el cheque por los derechos de autor para que yo pudiera pagarle a los abogados, lo devolvió sin protestar. Sí, en ese sentido lo respeto. Habrá sido un chanta, me metió un balurdo con el tema de las hojillas que ni te cuento, me mintió en otros asuntos, pero lo devolvió. Él se sintió responsable de mi procesamiento y actuó en consecuencia. Los otros se lavaron las manos.

Después de varias dificultades, conseguí que la Corte me autorizara a viajar. Lo hice con grandes expectativas. Me había marchado por dos días y había tardado casi dos años en volver.

El reencuentro fue doloroso. La situación de la empresa familiar, el aislamiento que la gente del pueblo le dispensó a Celia, aquella casa por la que tanto trabajé ya no la sentía como antes. Además, tenía que volver.

Pocos creyeron que lo haría, pero yo no podía acabar de mala manera lo que había empezado, dar vuelta la historia.

Cuando la Corte me absolvió de manera definitiva volví a España. Hubiera sido una deslealtad enorme no hacerlo. Tanía la obligación moral de volver y tratar de remediar la situación que mi viaje había creado. Algunos problemas los resolví y otros no pude hacerlo entonces.

Sentía una necesidad enorme de volver a Montevideo.

Cuando lo hice, en 2015, tuvo para mí unas consecuencias que nunca había podido imaginar. Aunque la ciudad ya no era la que recordaba, aunque muchos lugares me despertaran recuerdos dolorosos, aunque me había prometido que nunca volvería, algo me hacía sentir si no cariño, algo parecido a la piedad.

¿Se puede sentir piedad por una ciudad? Creo que sí y yo lo sentí.

Pisar las mismas baldosas que pisé hace cincuenta años, contemplar las puertas de las casas que fueron mis casas aunque estuviera en ellas de paso, hoy enrejadas como si guardaran un tesoro, ir a los sitios donde murieron compañeros a los que quise o donde soñamos juntos con un Uruguay mejor me fueron cambiando y me hicieron volver atrás sin darme cuenta.

Creo que todo empezó cuando me di cuenta que cuando alguien me llamaba Héctor ese Héctor era realmente yo y no uno de esos personajes que me inventé a lo largo de mi vida de militante clandestino. Alteración de la personalidad, me dijeron que se llama. Esa pregunta me la hicieron muchas veces.

No, nunca hice terapia. Es posible que la haya necesitado, cómo no. He resuelto las cosas lo mejor que pude. Seguramente hice sufrir a quienes me quisieron y hasta es posible que todavía me quieran, pero espero que me entiendan y me perdonen, como ya he perdonado a quienes quise y me hicieron sufrir. No, soy incapaz de odiar a quienes amé.

Sí, fueron años muy intensos.

He perdido amigos, ganado otros y recuperado unos cuantos. No, de los que perdí no lamento ninguno. Fueron ellos los que se enojaron conmigo y ya he dejado de echarme la culpa de todo lo que les pasa a otros.

Héctor Amodio Pérez

(fin del relato)


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