05.DIC.21 | PostaPorteña 2250

EL RELATO PANDÉMICO (9)

Por Nicolás Ponsiglione

 

El Relato Pandémico

 Medioevo 2.0: Supersticiones, Dogmas e Inquisición

 

de Nicolás Ponsiglione

 

(novena entrega de este libro de reciente aparición Primera edición: Agosto de 2021, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina)

 

EL PODER DE LA CREENCIA COMPARTIDA

 

 

 "El mito es una historia cuya frescura aumenta con la repetición". ELÍAS CANNETI. Escritor búlgaro.

3Si bien es sacrílego dudar de la existencia del dios, el vacío que amenaza con su laguna de olvido y pérdida de fe es llenado todo el tiempo gracias al poder de la creencia compartida.

Si salimos a la calle en un día no muy creyente particularmente, algo distraídos y despreocupados, y ni bien cruzamos el umbral de nuestra casa comenzamos a ver gente con barbijo por todas partes, un verdadero mar de gente embarbijada, ¿no nos recuerda esto en el acto la existencia de la terrible pandemia? ¿No nos mete su ración de miedo nuevo y fresco hacia el mentado virus? ¿No nos recuerda que el virus existe y nos acecha?

Acá opera un viejo principio: si tanta gente cree... es porque debe ser real. Esto es una falacia específica y se le llama falacia ad populum: la idea de que algo es real o verídico porque mucha gente lo piensa así. Falso. Eso no es garantía de veracidad alguna.

De esta manera, el culto oficial instaurado arrastra a las grandes masas. Deja de importar la comprensión, o la razón, o incluso la convicción propia. Acá todos empiezan a repetir los protocolos (los ritos), porque a su vez todos lo hacen. Es el principio de rebaño. Y no importa si el protocolo sirve o no sirve. Lo importante es la repetición cotidiana, mecánica, automática de los ritos prescriptos por las autoridades del culto. El resultado es que de a poco todo el mundo termina cumpliéndolos, lo que acaba fortaleciendo la premisa fundamental del culto cerrando así un círculo vicioso: el virus existe, por ende acatemos las normas impuestas -todos acatan las normas impuestas, por ende el virus debe ser real, sino no acataría tanta gente.

La premisa básica —real o ficticia, no importa— genera una serie de actos repetitivos, luego estos mismos actos afianzan la premisa inicial. De esta manera se va recreando un culto poderosísimo, un verdadero movimiento de masas cuyos actos están todos prefijados, son previsibles y controlables. Y cada vez más gente se pliega de manera exponencial al movimiento, porque otros piensan: "bueno, si tanta gente cree, ¡es porque debe ser real, así que más vale que acatemos!".

De manera tal que es en parte este mayoritarismo lo que garantiza la omnipotencia de cualquier culto, y es lo que ha sucedido en occidente con el cristianismo, o en el medio oriente con el islam. Más gente que cree significa más poder para el culto. Por otra parte, es cosa bien sabida por los líderes religiosos que la repetición de los rituales en el tiempo es lo que brinda un irresistible poder de arrastre y de constante reactualización a cualquier práctica religiosa. Esta verdad es lo que hizo, por ejemplo, que el zoroastrismo esté por desaparecer de la faz del planeta, porque al ser prohibido su ritual más importante (el ritual funerario que les impide enterrar a los muertos, que por razones higiénicas acabo por prohibirse), el culto quedó herido de muerte y su debilitamiento a partir de entonces fue sin precedentes. Quiten la celebración de la Navidad y las Pascuas, y verán cómo en unas cuantas generaciones la religión Católica ya no es lo que solía ser. Y es tan celoso el dios covidiano, que en su reinado no hay culto que pueda quedar en pie. Los rituales masivos de cada religión están precisamente prohibidos, con el argumento sanitario, argumento verdaderamente sacro santo, incuestionable, omnicomprensible. Esto llevará espontáneamente a una merma cada vez mayor de los distintos cultos.

Las actividades proselitistas (captar nuevos fieles), a su vez, también está seriamente perjudicada, por razones obvias. El cuadro general es el asentamiento universal de esta nueva clase de fe, el covidianismo.

 

LOS PILARES DEL DOGMA COVIDIANO

 

Lo que sustenta y da cohesión a un sistema religioso organizado es siempre una serie de dogmas. Estos dogmas no tienen demostración formal, en última instancia, como todo el mundo sabe es cuestión de creencia, de fe.

 La verdad del dogma es así porque es así y punto. Ya no hay explicación más allá de él, y sus premisas deben ser aceptadas incuestionablemente para que todo lo demás tenga efecto.

Así funciona el acto de fe primero del islam con la denominada shah?da (L?'il?ha 'ill?ll?hu Muhammadun ras?lu-ll?h), que consiste en afirmar tácitamente que no hay más dios que Aláy que Mahoma es su profeta. Sin la sentencia autoconvencida de la shah?da no existe musulmán, por ende no hay islamismo. Asíde sencillo, y asíde poderoso. Este es su dogma principal.

En el relato pandémico vemos exactamente el mismo mecanismo. Todo comienza con la plena aceptación de la existencia de un virus ultra letal y peligroso, terriblemente contagioso, que recibe el nombre de SARS -CoV 2.

 Asumiendo esta creencia, sobre dicho pilar central emerge luego todo un cuerpo doctrinal y un sistema de supersticiones, costumbres, ritos, ceremonias y tabúes: es el relato pandémico en su conjunto.

Tal como aconteció en el pasado con los sistemas religiosos conocidos, y para exactamente los mismos fines sociales. La creencia en el virus del SARS -CoV-2 es lisa y llanamente un dogma. La ciencia se basa en evidencias, y dado que el virus causante de la llamada enfermedad covid19 jamás fue evidenciado siguiendo los protocolos debidos, la pandemia es sencillamente un gran relato basado en cientificismo, basado en falsa ciencia. Cuando la humanidad creía haber dejado atrás todos los relatos, resulta que cae una vez más —y como nunca— en un gran relato.

Cuando sabemos que la ciencia verdadera requiere de ver para creer, el covid19 en cambio reza: creer para ver. Dado que el fundamento de esta suerte de creencia es la existencia de este virus-cuco, podemos entender que el acto de sacrilegio y herejía más rotundo consiste en dudar de su existencia (con o sin fundamentos, no importa). Todos aquellos que osen dudar serán censurados. Así de simple, así de inquisitorial, así de retrógrado. Cualquier elemento que pudiera hacer dudar a la gente de la existencia de esta terrible amenaza peligra con resquebrajar todas y cada una de las medidas sanitarias adoptadas. Y son justamente estas medidas de excepción lo que más interesa al poder.

 

LA IMPLEMENTACIÓN DE UN ESTADO DE EXCEPCIÓN ETERNO

 

El artículo de fe número uno, creer en el virus-dios, es lo que luego va a justificar que los gobiernos (manipulados y extorsionados a su vez por la omnipotente ONU) justifiquen el estado de emergencia sanitaria.

 Pero para ello se requiere la declaración de otro dogma, no primordial pero sí sumamente crucial para todo lo que sigue. Este dogma secundario es la redefinición del término pandemia. Y quien llevó a cabo este cambio en la definición de esta menuda palabra, fue la suerte de vaticano de este sistema de creencias: la OMS. Menudo cambio que haría posible más tarde la declaración de pandemia para el caso del covid19, con o sin justificación.

Al declarar pandemia, se declara el estado de emergencia sanitaria. Dicha emergencia, completamente ficticia en esencia dado que se basa en un dogma y en una transformación semántica tramposa, anula en el acto las constituciones y los derechos humanos fundamentales hasta tanto no se supere el estado de emergencia. Claro está que como todo el cuadro es falaz en su origen, la emergencia jamás va a concluir. Entonces todos somos testigos de cómo las libertades garantizadas en las constituciones, los derechos naturales de todo ser humano, son eliminados con el argumento del relato pandémico. El bien del individuo queda de ahora en más irónicamente supeditado a una suerte de bien público.

La salud individual ya no importa, solo importa que se preserve la salud pública —cosa increíblemente irracional, porque los que tienen salud o enferman son siempre los individuos, nunca una entidad abstracta como lo es lo "público"; ¿o acaso es posible tomarle la temperatura y prescribirle medicamentos a algo llamado "salud pública"?

En otras palabras: el individuo debe recortar aquello que le propicia salud y plenitud —impedir, limitar su vida— en aras de la "salud pública".

¿Pero qué es la salud pública sino la mera sumatoria de salud individuales? Al final, en este juego torcido, lo que va a terminar esfumándose es precisamente la salud pública, lenta pero fatalmente, si seguimos coartando las actividades libres que hacen a la salud tanto física como mental de los humanos.

Es la manera de acabar con la salud de la gente en nombre de la salud. Se instaura pues un estado que pareciera ser de excepción, pero que a juzgar por su origen, podemos ir adivinando con acierto que se extenderá indefinidamente. Mientras los gobernantes así lo quieran, en tanto les resulte útil y conveniente en materia de poder

Y porque implementa un tipo de gobierno que nosotros creíamos que formaba parte de los libros de historia: una dictadura muy particular, disimulada y taimada, una dictadura sanitaria, que es en todo similar a sus hermanas las dictaduras del siglo pasado con la sola diferencia que posee un justificativo omnicomprensivo: es por tu propio bien, es por tu salud. La gente está así bien predispuesta a dejar de vivir como individuos libres y soberanos, con tal de que el Estado las proteja del temible virus que, como el cuco de nuestras abuelas, sólo existe como relato imaginario tendiente a despertar los sentimientos del miedo con el fin coaccionar a las personas.

 

OMS, EL VATICANO COVIDIANO. MONOPOLIO DEL RELATO CIENTIFICISTA.

 

 "En la Ciencia, la única verdad sagrada es que no hay verdades sagradas". CARL SAGAN. Científico estadounidense.

Al afirmarse la existencia de este ente llamado virus SARS -CoV-2 sin ningún tipo de evidencia científica seria, únicamente por dogma, luego al modificar la definición misma del término "pandemia" de manera tal que cualquier cosa pueda serlo en lo sucesivo, se logra dar rienda suelta al estado de emergencia en todo el mundo.

El virus está suelto por ahí y, más allá de que muera mucha o poca gente (eso no importa), hay que tomar cartas al asunto urgente.

 Pero la emergencia no se lleva a cabo de cualquier manera, mucho menos de una manera realmente eficaz (como puede ser el tratamiento con la Ivermectina o con la Hidroxicloroquina). No, no, nada de eso. Más bien se instrumenta en base a los férreos cánones emanados de la autoridad sanitaria máxima, el tribunal supremo, suerte de vaticano de esta clase de fe: la Organización Mundial de la Salud (OMS), que no es más que un organismo dependiente de la ONU (algo así como el ministerio de salud de Naciones Unidas). La OMS se declara como el culto oficial, la forma verdadera de culto pandémico. Allí se celebran toda clase de "concilios de Nicea" en donde se dictamina qué creencia es válida. Cualquier otra visión es segregada en el acto como herejía y debe ser silenciada. La OMS lleva a cabo un monopolio total de la medicina, irónicamente financiada por empresarios dueños de grandes farmacéuticas o fabricantes de vacunas (Bill Gates, fundador de La Alianza para la Vacunación —GAVI—, es uno de los principales inversionistas y socios de la OMS, además estar implicado en el negocio de las vacunas), quienes desde que gateaban en la cuna que carecen por completo de escrúpulos y poseen un desinterés absoluto en el bienestar real de las personas.

Establecido el culto oficial con sede en la OMS, todos los países deben acatar las medidas correspondientes gracias a las cuales se habría de superar esta falsa emergencia. El establecimiento de cualquier culto dogmático excluye irracionalmente, de raíz, cualquier tipo de argumento que ponga en duda las bases del mismo. Las cosas son así como decimos, y punto, eso no se cuestiona. Por esta razón, el culto oficial deja al descubierto a los herejes, aquellos que no adhieren a sus verdades dudosas o bien las cuestionan con fundamentos ya sean científicos, morales, filosóficos, ideológicos, económicos, o el que fuere. Los herejes son censurados en las redes y plataformas de videos, omitidos en los medios, difamados en Google y Wikipedia (esa voz de la verdad absoluta que todos llevamos en el bolsillo), perseguidos, denunciados, hasta amenazados y asesinados —como es el caso de los tres presidentes africanos, los tres en contra de los planes pandémicos de la ONU, y los tres muertos en 2021, dos de ellos asesinados /97

 Jamás ha habido en la historia un solo culto dogmático y fanático que no se tornase inquisidor, y jamás hubo inquisición que no se tornase violenta y criminal. Y nada de esto ha tenido que ver jamás con las repúblicas democráticas basadas en los derechos humanos.

La OMS establece formalmente el dogma, y baja desde su trono las creencias consideradas válidas, los contenidos a divulgar, los ritos a ser practicados. Como otro de los brazos de ONU son el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, no se priva de echar mano a todo tipo de extorsiones monetarias hacia las corruptas castas políticas de los diferentes países, sobre todo de los países vasallos cuyos complejos de inferioridad tercermundistas los han llevado siempre a creer que necesitan de estas ayudas perversas. En el enlace adjunto /98 pueden ver al presidente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko (fecha 29 de julio de 2020), declarar cómo fue increpado por el FMI para que adoptara los protocolos y recomendaciones de la ONU, con la posibilidad de recibir una donación (préstamo) rápida de 940 millones de dólares, pero que también el Banco Mundial ofreció diez veces dicha suma para que Bielorrusia adoptara las cuarentenas masivas y el toque de queda. Ya sabemos cómo operan los préstamos de estas entidades de la ONU: por un lado las mantienen en servidumbre por medio de la deuda eterna, pero también logran que otras naciones acepten sumisamente determinadas condiciones (por contrato) si es que quieren recibir el dineral. Argentina ya cayó en esa trampa —de nuevo— en 2021, tranzando con el FMI por una suma de 650 millones de dólares /99 en concepto de "ayuda por la pandemia"

En nuestros días, aceptar el préstamo implica, por supuesto, aceptar la implementación drástica de las medidas sanitarias extremas e irracionales bajadas desde este organismo. Y si no gustan las medidas... no hay platita.

 

LA RELIGIÓN DEL MIEDO

 

 —Dime, Catarro, ¿por qué si uno sabe nadar flota sin moverse, y cuando no sabe se hunde? —El miedo pesa, hijo.

MIGUEL DELIBES ("La Partida")

Es realmente muy curioso observar que así como la religión monopólica de occidente fue fundada sobre el concepto del amor (el nuevo mandamiento), y que poseía un dios que era todo amor, y que llevó a su profeta a no temerle ni siquiera a la muerte porque tenía confianza (lo contrario del temor) en la resurrección (lo contrario de la muerte como fin de todo), esta nueva forma de pseudo-religión de masas llamada covidianismo, este relato pandémico íntegro está basamentado en exactamente lo contrario de la ideología cristiana: el temor, en lugar del amor que confía y no teme, y la muerte en lugar de la vida eterna.

Es realmente una ideología anti-cristiana en el sentido más alto de la expresión. El relato pandémico perpetrado por la OMS y forzado a ser instaurado en los rincones del planeta, no es sino un relato basado en el miedo. A tal punto que si retiramos el miedo y lo reemplazamos por la confianza robusta en un sistema inmune victorioso, ni una sola medida sanitaria adoptada queda en pie porque deja de estar justificada.

Es el miedo lo que lleva a las personas a colocarse el barbijo en la vía pública; es el miedo lo que las lleva a higienizarse obsesivamente a cada rato; es el miedo lo que las encierra en sus casas. Lo irónico es que todas y cada una de sus medidas alejan de la vida sana y aproximan cada vez más a aquello que es el objeto de principal temor: la enfermedad y la muerte. De tanto dibujarse al diablo en la pared, éste al final se les aparece. La emoción del miedo es, vaya coincidencia, la favorita de los sistemas totalitarios. Generando miedo en las personas es como se las coacciona —explícita o implícitamente— para que realicen o dejen de realizar las acciones que el gobierno desee.

Que se ajusten a los caprichos y criterios de una casta política rancia y demagógica que busca perpetuar el ejercicio del poder en detrimento del pueblo al que gobiernan. Dado que en nuestros tiempos supuestamente se gobierna para el bien del pueblo, se necesitó la invención de un nuevo argumento que permitiera seguir coaccionando (o volver a coaccionar) a las personas sin que se resientan. Este argumento es la pandemia

 

CULTO A LA MUERTE

 

Cualquiera puede advertir hoy en día que todas las actividades propias del hecho de estar vivo y desempeñar las funciones de vida son interpretadas como "amenaza a la vida". Y las conductas y hábitos que se adoptan en consecuencia —actos que siempre han sido propios de la gente enferma o semi-viva— son interpretados como "protección de la vida". Bajo el lente doctrinal del covid, se cataloga como "amenaza a la vida" a: el contacto con otras personas, respirar libremente (es decir, inhalación plena y libre de oxígeno y exhalación completa y libre de desechos), pasearse por el parque, realizar actividades que supongan reunión de gente (familiares, religiosas, deportivas, recreativas, etc.). Estas cosas se interpretan como amenazas a la salud y la integridad sanitaria. Ahora bien, esto es una inversión total, carente incluso de sentido común. La vida está entramada toda ella de (precisamente) contacto estrecho con otras personas, respiración libre y actividades grupales que implican intercambio (recreación, amistades, culto, actividades de todo tipo, trabajo, fiestas, conciertos). De hecho, son elementos comunes de toda vida humana. Privar de estos significa coartar la vida misma en sus expresiones básicas. Es como si a la gente se le pidiera dejar de vivir, y encima por su supuesto propio bien y de los demás. Debes aprender a vivir sin ejercer nada que hasta ahora haya sido vida.

¿O no se trata de eso el mantra nauseabundo de la "nueva normalidad"? Una persona impedida de ejercer estas cosas es una persona más muerta que viva. Y he aquí que lo que los gobiernos mal informados o malintencionados quieren implementar como "nueva normalidad", aunque pretende contra todo sentido común mantener saludable a la gente, lo que va a lograr no es sino un endémico debilitamiento enfermizo. ¿Hace falta explicar el porqué de esto?

 El remedio, en verdad, es el veneno. Todos podemos notar cómo cuando estamos enfermos lo primero que queda interrumpido es lo que constituyen los disfrutes de la vida. Esto tiene una razón de ser, tanto energética como biológica. El disfrute, el gozar, es la expresión de una superabundancia de energía vital, la salud se desborda —por así decirlo— en actividades de gozo. Pasear por el parque, ir a una fiesta, viajar, ir a cenar con amigos o familia, reunirse, reír, cantar, etc. Mientras que, cuando estamos enfermos, esa energía no sobra y la poca que poseemos es orientada hacia dentro, hacia el restablecimiento de la salud. Ya no tenemos ni ganas de ir a pasear al parque, de ir a la fiesta, viajar o juntarnos con amigos. La base para el disfrute no está dada, o mejor dicho el combustible del disfrute no se encuentra en suficiente cantidad o calidad. Y de realizar dichas actividades, sabemos perfectamente que de todas maneras no las disfrutaríamos, o las disfrutaríamos muy poco.

 ¿A quién no le sucedió la desgracia de caer enfermo o descomponerse estando en un viaje de disfrute? ¿Y no quedó en el acto anulado el disfrute mismo? Estar saludable y vigoroso es condición previa para los disfrutes de la vida.

Al restringir, pues, todas estas manifestaciones de vida o salud, yo me pregunto sinceramente si no es una manera lenta pero eficaz de disminuir o dañar la salud por el mecanismo inverso: manipulando sus efectos, no sus causas. En otras palabras: trata al saludable como si fuese un enfermo, y al final acabará enfermando. Luego, la clase de hábitos y costumbres de vida sub-normales que se pretenden imponer globalmente, en verdad a nada de eso se le puede llamar vida, al menos no una vida plena, saludable e intensa. Es una semi-vida, algo enfermizo y patológico, algo debilitante y obstructor de la expresión humana. Nos torna en sub-humanos mediante el ejercicio de una sub-normalidad, confinados absurdamente en nombre de un ente hipernatural que, como el "hombre de la bolsa", nos va a venir a buscar si no obedecemos los protocolos. En síntesis, se interpreta como "muerte" a la vida misma, y como "vida" a la preparación certera de una muerte prematura.

La doctrina Covid conduce lenta pero fatalmente a las masas a su propio fin, aprovechándose de su todoabarcante miedo a ese mismo fin.

 

LA MORAL SANITARIA. LA EMULACIÓN DE "SU SANIDAD"

 

Como todo sistema religioso, no podía carecer de su apropiado sistema de valores (bien/mal, bueno/malo, virtud/pecado, importante/no importante). El credo tiene todo un sistema de prioridades muy definido. Tener prioridades diferentes representa alta traición. Como por ejemplo la prioridad que supone que un hijo asista a su padre moribundo, o que un padre haga que se le dé atención médica a su hija convaleciente, prioridades éstas que están por encima de cualquier emergencia sanitaria, y que brotan de un deber espontaneo impulsado por el amor. ¿Qué hijo abandonaría a su madre en sus últimos momentos de vida sólo porque "tiene miedo de contagiarse de algo"? El amor, una vez más, vemos que es valiente, y la combinación de estas dos enérgicas emociones brinda inmunidad natural. Es el egoísmo patético y cobarde lo que impulsa a invertir estas prioridades naturales, teniendo siempre como punto focal una adoración narcisista, irracional e infantil del ego. Y es precisamente este egoísmo, en fin, lo que nos torna inmunodepresivos, porque nos aleja de la vida y del prójimo. La clásica concepción moral en los sistemas religiosos, en donde en esencia tenemos la antinomia bueno/malo, divino/demoníaco, virtud/pecado o loable/reprensible, al haber perdido gradualmente su asidero en concepciones abstractas o espirituales, se materializó en nuestros tiempos en otra antinomia más concreta: sano/enfermo. El resultado es que se traslada toda una carga de juicios morales y éticos, de aprobación y desaprobación social y cívica, al cuerpo o a la fisiología de las personas. En esta cosmovisión materialista y positivista de la existencia, así como el espíritu se materializó en formas, la moral también se corporeizó convenientemente en una suerte de moral sanitaria.

¿Quién puede negarme el hecho de que en estos tiempos la enfermedad —y muy específicamente la que conlleva los síntomas tipificados como sospechosos por este credo— ha sufrido un claro proceso de demonización? Han criminalizado y demonizado todo síntoma de resfriado, alergia, fiebre o cuadro gripal. La presunta nueva enfermedad llamada covid19 ha monopolizado la terminología y caracterización de este tipo de enfermedades tan comunes. Como resultado, la gente se horroriza ante un simple estornudo. Así como todo sería covid, el miedo se expande como una verdadera plaga. Esta clasificación también aplica para todas las conductas tendientes a permanecer del lado de los "buenos" (a saber, los "sanos"): el que no cumple con los protocolos (con los rituales) es visto como un inmoral, como un mal ciudadano: irresponsable, inconsciente, orgulloso, egoísta, incluso como un asesino. De esta forma se llevan a cabo los manejos culpabilizantes. Si alguien no cumplía hasta ahora, en cualquier momento puede empezar a cumplir sólo para no sentirse mal como persona. Nadie quiere recibir motes desagradables ni ser visto como un inmoral, y eso lleva a todo el mundo a acatar las normas impuestas, por más irracionales o inútiles que fueran (el ejemplo más claro es el del uso del tapabocas o barbijo). El individuo abanderado en esta clase de moral sanitaria es un individuo absolutamente rodeado de protocolos. En él ya no queda nada, o casi nada, de espontaneidad. Nada queda al azar. Es un individuo aséptico, limpio, pulcro, carece de manchas, y la sociedad subnormal lo respeta como una persona intachable. Una persona que no contagia "el bicho". En él se puede confiar. Es un ser civilizado. No sucede así con el irresponsable, el inconsciente, el ególatra que es descuidado con los protocolos y/o con los ritos y creencias prescriptas. El que sale a la calle sin barbijo, o el que ingresa al supermercado y su barbijo esta semi-colocado de manera que no cubre la nariz, solo la boca. El que en un restorán no se vuelve a colocar el barbijo para ponerse de pie y caminar unos pasitos a buscar un salero. El que no se hizo el test PCR, el que no tomó la debida distancia. Este es visto como una seria amenaza a la seguridad, a la salud, al orden público.

Es un mal ciudadano, casi un cavernícola, un vagabundo caótico y sucio al que hay que procurar tener siempre lejos. Sus movimientos son peligrosos, no está controlado por los ritos puritanos. Es también visto como alguien bárbaro, inculto, porque pareciera no estar "bien informado" con los últimos y preocupantes adelantos divulgados por los medios de comunicación. Casi como el hippie sucio de los setentas o el rebelde punk de los ochentas, son la escoria de la sociedad: mejor estaría el mundo sin ellos. Pero este sujeto no es nada comparado con el criminal más criminal de todos: el que rehúsa vacunarse. Si la herejía tiene un acto culminante, este es el acto de negar la inyección. Como tal, es absolutamente imperdonable.

 

RITUALES SANITARIOS

 

Los rituales sanitarios que dictamina la OMS que deben observarse estrictamente, tienen por finalidad mantener por un lado la creencia inviolable en el ente supernatural, y por otra se vende como un medio eficaz para mantener la moral sanitaria a un nivel óptimo, la ascesis que garantizará la ascepsis, gran ideal covidiano de puritanismo extremo. Cumpliéndolas, al parecer se lograría que el dios-virus no se enfade y esté satisfecho con las ofrendas de los fieles. Cada tanto el dios-virus exige se practique la rigurosa penitencia, por medio de la cuarentena de los sanos. Es tan absurdo, tan irracional este procedimiento de encerrar a la gente sana, que no puede ser visto más que como un rito de cualquier tipo, menos científico. Jamás en la historia de la medicina —ni de la humanidad en general— se había hecho tal cosa. Las ciudades se han convertido en gigantescos gulags o campos de concentración sanitarios. Esta clase de culto gregario tiene también su iconografía particular, sus símbolos de universal entendimiento que se exhiben por todas partes. Lo que para el catolicismo es el acto de persignarse, en el covidianismo es el acto de lavarse frecuentemente las manos con alcohol en gel, rito que es obligatorio para acceder a muchísimos establecimientos o comercios. Este acto, si bien se sabe que (en el caso de que se tratara realmente de un virus) no sirve para absolutamente nada, es un acto mecánico, repetitivo, irracional, que descarga su ínfima y cotidiana cuota de seguridad al fiel temeroso.

Con respecto al llamado "distanciamiento social", ¿nunca se preguntaron por qué utilizan estas palabras? ¿Por qué no "distanciamiento físico"? Si se trata simplemente de mantener una distancia de metro y medio o dos metros con otras personas. La distancia que se debería mantener es física, sólo física. ¿Qué clase de reprogramación subconsciente están queriendo efectuar al instarnos todo el tiempo a "mantener distancia social"? Además, ¿es que nadie pensó en el siguiente hecho básico? ¡No es posible construir un mundo democrático basado en los derechos humanos manteniendo dos metros distancia con los demás! ¿Qué clase de sociedad estamos construyendo? Luego, las iglesias y capillas ambulantes de esta clase de culto son los centros de vacunación y los centros de testeo.

En estos últimos, la gente va a confesarse, a tratar de detectar si tiene algún pecado en sí mismo, alguna mancha que dé un positivo; en el caso de que así sea, el creyente debe inmediatamente someterse a una serie medidas, protocolos y penitencias que tendrían por objeto la purificación del pecador para que retorne al buen camino, a la observancia de la debida moral sanitaria que lo purgue. Debe practicar una ascepsis, en lugar de una ascesis. Y si osa no respetar nada de esto, que se atenga a las consecuencias sociales y económicas de tamaña desobediencia.

Con respecto a los centros de vacunación, éstos son los sitios del culto oficial en donde se consagra el acto de fe más importante, más sagrado de todos. Las turbas de creyentes hacen cola para recibir el agua bautismal que los haga pertenecer en cuerpo y mente a este sistema de creencias y supersticiones. En el momento en que la inyección es administrada, no hay vuelta atrás. Guste o no, lo sepa o no, da lo mismo: el sujeto ha confirmado el dios-virus en su sangre, en su médula, en sus órganos, en su mismísimo ADN. Ahora el dios realmente existe, porque creyó fuerte y acabó confirmando en actos su fe. Embebido, investido del invisible espíritu viral, pronto verá, y creerá, y sabrá...

 

BAUTISMO INICIÁTICO: LA VACUNACIÓN COVID

 

 Todo individuo que accedió a inocularse el experimento inyectable mal llamado vacuna, en mayor o menor escala es alguien que fue ungido en la fe covidiana. En el acto de aceptar el pinchazo se consuma formalmente toda la doctrina íntegra, empezando con la shah?da covidiana de asumir que el virus existe y continuando con cada una de las costumbres y supersticiones que todo buen creyente debe practicar y sostener. También funciona como prueba formal, como acto de confirmación en la fe. Por más protocolos que respete una persona, el día le llega en que tiene que demostrar su adhesión con un solo y sublime acto, el de recibir la vacuna contra el covid. Y si reniega de ese simple acto, ninguna otra cosa le hará sentirse parte del culto masivo y acabará inevitablemente excluido de la "nueva normalidad", porque estará renegando de la fe misma

Mucha gente se vacuna, no por convicción o por certezas personales, sino sencillamente porque ceden a los manejos culpabilizantes de quienes manipulan la moral sanitaria. Si todos saltan al río, es porque hay que saltar. Eso no se cuestiona. Cuestionarlo es signo de mala educación. Es lo que ya señalamos como manejos culpabilizantes de la moral sanitaria. El sujeto tarde o temprano, arrinconado, cede a los remordimientos de su conciencia y accede a vacunarse, sin más opción. Sin siquiera notarlo, fue coaccionado exitosamente por la sociedad manipulada por el Estado, hacia un acto que debiera ser individual, libre y optativo. Por eso, el verbo que pareciera emanar de las autoridades de esta dictadura sanitaria pareciera decir algo como esto: "no es obligatorio... pero más te vale que lo hagas". O esto: "en realidad es obligatorio... pero nosotros no lo recomendamos". Los discursos plagados de contradicciones están tan a la orden del día que cualquier individuo promedio debería sentirse perpetuamente mareado, confundido, asqueado. Esto constituye un crimen violento contra la razón.

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97  https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-57948538 https://www.clarin.com/mundo/john-bulldozer-magufuli-presidente-tanzania-murio-61-anos-cronicanegacionista-brutal-coronavirus_0_39neaY4vH.html?gclid=Cj0KCQjwsZKJBhC0ARIsAJ96n3Wf89koursln1uTGefeCY75oxOue9QfgmXPxRBV_SZXUp7eEoc3PoaAvl_EALw_wcB https://www.france24.com/es/20200609-muere-el-presidente-de-burundi-pierre-nkurunziza-tras-sufrir-uninfarto

98  https://odysee.com/@PedroRedes:8/el-fmi-y-el-bm-sobornan-pa%C3%ADses-para:5?

99  https://www.telam.com.ar/notas/202108/563593-argentina-pago-una-cuota-de-us-345-millones-enconcepto-de-intereses-al-fmi.html

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