24.DIC.21 | PostaPorteña 2254

Boric refresca mejor al progresismo populista latinoamericano

Por M.Pezzarini/communia

 

Chile y el triunfo de la supuesta izquierda

 

3500 NOTICIAS –Chaco -23 diciembre, 2021

Por Martín Pezzarini

 

Hace poco más de dos años, gigantes movilizaciones ocupaban las calles de Chile. Las ciudades más importantes del país, y en especial, Santiago, fueron el escenario de una oleada de protestas contra el empeoramiento de las condiciones de vida. El movimiento inició como un repudio al aumento de las tarifas del transporte, pero el descontento rápidamente se tradujo en reclamos vinculados al sistema de pensiones, la calidad de los servicios de salud y educación. Estos episodios marcaron el inicio de una crisis política cuya manifestación más visible fue la decadencia de las fuerzas que venían gobernando Chile en los últimos años. Desde entonces, los dos principales agrupamientos que se alternaban en el gobierno mostraron grandes dificultades para conservar su poder, al tiempo que otros partidos y coaliciones ganaron un impulso notable.

Poco tiempo después de que estallara la crisis, el Partido Comunista de Chile y los agrupamientos que integran el Frente Amplio, así como decenas de organizaciones sociales ligadas a estas fuerzas, lograron imponer la dirección del movimiento.

La línea programática que se sostuvo desde este espacio estuvo marcada por sus críticas a la constitución, el sostén del “modelo neoliberal” en Chile y la supuesta raíz de todas las miserias que vive la población.

La reforma constitucional que reclamaba esta “nueva izquierda” fue rápidamente absorbida por casi todos los partidos del régimen, quienes terminaron firmando el «Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución» para descomprimir la situación política e imprimirle un cauce institucional al movimiento.

Así, en octubre de 2020, se realizó el histórico Plebiscito Nacional, donde la opción a favor del cambio constitucional obtuvo un apoyo abrumador. Pocos meses después, en mayo de este año, la “nueva izquierda”, los candidatos independientes y las comunidades indígena obtuvieron un lugar destacado en las elecciones de convencionales constituyentes. La proclamación de Elisa Loncón como Presidenta de la Convención Constitucional y, poco tiempo después, la victoria de Gabriel Boric en las internas del frente Apruebo Dignidad, pusieron de manifiesto el recambio que estaba teniendo lugar en las filas del personal político y el impulso que ganaba el nuevo progresismo. Ante este escenario, se impuso la lectura de que el país se estaba volcando masivamente a las urnas para rechazar el neoliberalismo y el régimen pinochetista, en tanto que la política nacional estaba adoptando un notable giro hacia la izquierda.

Este fue el cuadro en el que tuvieron lugar las últimas elecciones presidenciales. Los resultados de los comicios pusieron de manifiesto que la crisis política aún no se ha cerrado. Las dos variantes que hace décadas venían alternándose en el poder quedaron en tercer y cuarto lugar, al tiempo que dos candidatos relativamente nuevos pasaron a la segunda vuelta. Y en esta disputa, Gabriel Boric se impuso frente a su adversario, a quien el progresismo consiguió instalar como el mayor exponente de la “ultraderecha”, “neoliberal”, “fascista” y “pinochetista”.

La “izquierda” terminaba por imponerse frente a la “derecha”, reeditando un drama muy similar al que ya habíamos observado en Chile y en otros países de la región.

Ahora bien, un examen atento de esta “izquierda” permite advertir que no estamos frente a ninguna novedad. Boric es la principal expresión del progresismo, que logró capitalizar la pérdida de apoyo del Partido Socialista y el Partido Comunista de Chile.

Su programa no es diferente a lo que ya hemos visto en otros países: críticas al “neoliberalismo”, demandas de participación, políticas de identidad y algunas moderadas reformas sociales. Además del respeto a las “diversidades”, las comunidades “indígenas” y el apoyo a las pequeñas empresas,

Boric propone algunas medidas cuya “radicalidad” sólo llama la atención porque se lo compara con el discurso extremadamente moderado del viejo Partido Socialista. Lejos de expresar las políticas inapelables de una eventual gestión, los aspectos más reformistas de su programa – como el aumento del salario mínimo a 500 mil pesos, la reforma del sistema jubilatorio y el fortalecimiento de la salud pública- solo constituyen las típicas promesas de un partido burgués que nunca ha llegado al gobierno. Y si ese discurso ha ganado cierta credibilidad, ello se debe, antes que nada, a los antecedentes relativamente “limpios” que tienen los partidos del Frente Amplio, puesto que nunca han controlado el Poder Ejecutivo nacional. Bastará que lleguen a la presidencia para que terminen de enterrar su moderada perspectiva reformista.

La crisis política ha obligado a que los partidos de Chile se presentaran como «oposición» o «renovación», permitiendo la entrada de arribistas de cualquier tipo.

En realidad, la emergencia de esta “izquierda” es una respuesta de la propia burguesía, que detiene el movimiento de la clase obrera e impide el desarrollo de su conciencia, aplacando la energía que se manifestó en 2019.

Recordemos que Boric firmó el “Acuerdo por la paz social y la nueva constitución” junto con todos los partidos del régimen, buscando descomprimir el clima de protestas en noviembre de 2019. Además, en contra de quienes participaron de las movilizaciones y saqueos de ese año, votó la “Ley Anticapuchas” junto al gobierno y, como si fuera poco, recientemente advirtió que no piensa apoyar el indulto de las personas que fueron encarceladas en aquellas jornadas. Luego de que se conocieran los resultados de la primera vuelta, el candidato no solo templó su discurso, también hizo sucesivas referencias al «diálogo» con otros sectores que precisará su futuro gobierno. Estos elementos demuestran las similitudes que comparte Boric con el resto del personal político, así como la farsa que se construyó en torno a su candidatura.

Las críticas al régimen y la demanda de una «nueva» democracia, así como el constante martilleo del indigenismo, la política de la identidad, la defensa acérrima de las minorías y las críticas al neoliberalismo recuerdan las experiencias de Podemos en España, el MAS en Bolivia y el kirchnerismo en Argentina.

Ya conocemos los resultados: cambian los nombres y los discursos, al tiempo que la miseria social se mantiene intacta.

* El Lic. Martín Pezzarini es docente (UBA), investigador del CEICS (Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales) y analista político internacional.

 

BORIC PRESIDENTE DE CHILE: ¿ALGO QUE CELEBRAR?

 

Gabriel Boric será el nuevo presidente de Chile. La prensa global y la izquierda saludan hoy una nueva etapa en la historia chilena. ¿Es para tanto? ¿Qué significa para los trabajadores en Chile y en América del Sur?

Communia 20/12/21

 

¿De dónde viene todo esto?

 

En octubre de 2019 se produjo un estallido de protestas a partir de la subida del precio del transporte público. Lo que empezó siendo un movimiento estudiantil que expresaba, sobre todo, el impacto del nuevo empellón de la crisis sobre la pequeña burguesía, amenazó pronto con convertirse en una movilización general en la que los trabajadores afirmaran abiertamente sus propias bases y necesidades.

El gobierno Piñera reaccionó rápidamente con las primeras concesiones y promesas de cierto alcance en 30 años, mientras la pequeña burguesía, los sindicatos y la izquierda del aparato político, con el discurso de la «transversalidad», contuvieron -y a veces reprimieron- cualquier expresión autónoma de los barrios obreros y las plantillas en las empresas.

El movimiento en pinza, tan espontáneo como orgánico, se transformó en un proceso de reorganización general del aparato político bajo la forma de una reforma constitucional. Un producto por cierto, de la iniciativa de Boric.

En octubre de 2019 [Boric] salió otra vez a la calle, para participar de las revueltas sociales que hicieron tambalear al Gobierno de Sebastián Piñera. Y entonces se produjo el quiebre, el gran salto a la política. Boric mantuvo en el Congreso una conversación con el senador de derecha Juan Antonio Coloma y acordó como salida a la crisis cambiar la Constitución de Augusto Pinochet, vigente desde 1980. Su decisión, personal, arrastró al Frente Amplio a firmar el 15 de noviembre un acuerdo con todas las fuerzas políticas para convocar a la elección de una Asamblea Constituyente. EL PAÍS

La renovación del aparato político se encauzó así definitivamente, retomando brío y ganando una credibilidad cuyo punto álgido hasta ahora ha sido el referendum para la reforma constitucional de octubre pasado.

Un gran éxito para la burguesía chilena que consigue reavivar la legitimidad del estado tras un año de algaradas y revuelta. El férreo control ideológico de la pequeña burguesía transversalista ha sido tan efectivo, ha sido tan útil para que el estado recuperara el paso perdido, que hoy la prensa se puede felicitar de que incluso el desgastado aparato político, originalmente descolocado por las protestas, goce de tan buena salud.

La estéril fiesta de la revuelta transversal, que nunca logró deshacerse de las banderas nacionales e interclasistas para tomar banderas de clase, se convierte ahora en primer acto de una fiesta de la democracia que acabará, indefectiblemente, en nuevos   sacrificios por la patria. El señor Larraín y ahora, incluso el reticente señor Sutil respiran tranquilos sabiendo que sus objetivos de rentabilidad serán pronto objetivos en defensa de la democracia y de la nueva constitución que se dieron todos los chilenos

 

¿Qué significa el triunfo de Boric en la interna de la burguesía chilena?

 

El remozo del aparato político del estado y el capital chileno abierto por el referéndum de reforma se consolida, para empezar porque a esta segunda vuelta no llegaron candidatos ni de la Alianza ni de la Concertación, las coaliciones que gobernaron Chile después de la dictadura pinochetista.

El triunfo de Boric significa que la nueva izquierda (Frente Amplio + PCCh estalinista) toma el rumbo de la fase definitiva de las reformas, inscribiéndolas como culminación de una serie de movimientos «generacionales»: la «Revolución pingüina» de 2006, las movilizaciones estudiantiles de 2011 -que hicieron de Gabriel Boric y Camilla Vallejo figuras públicas nacionales- y, por supuesto, el estallido a partir de la subida del transporte en octubre de 2019.

Estos movimientos estudiantiles expresaban las contradicciones de la herencia pinochetista... para la pequeña burguesía y sus aspiraciones de ascenso social; fueron los que pusieron el dedo sobre la llaga del endeudamiento generado por las matrículas universitarias y la incapacidad de la economía chilena para generar colocaciones para la masa de egresados que salía de la Universidad.

 

¿Qué significa el triunfo de Boric para los trabajadores en Chile?

 

Al haberse consolidado esta línea con la elección de Boric como eje para contar la historia reciente chilena y el colapso del régimen, la inevitable ampliación de «la grieta» entre la pequeña burguesía pinochetista y la «progresista» puede presentarse bajo el bálsamo del conflicto generacional, acentuando de nuevo la transversalidad de las nuevas ideologías de estado que traen consigo el nuevo presidente y sus apoyos: autonomismo regional, feminismo, ecologismo, elementos de indigenismo...

Es decir, el triunfo de Boric va a suponer un bombardeo ideológico permanente en el que los «movimientos populares» se van intentar convertir en encuadramientos para la «modernización». Los trabajadores en Chile van a experimentar algo muy parecido al sanchismo español: recortes y ataques vestidos de «justicia social» y toneladas de patriotismo de izquierda para «poner al día» a un capital nacional que sigue siendo fundamentalmente semicolonial y no tiene fuerzas para convertir la bonanza del cobre producto del Pacto Verde en una nueva forma de inserción en el mercado mundial que asegure su sostenibilidad.

 

¿Qué significa el triunfo de Boric en el juego imperialista regional?

 

Hasta ahora, con matices en los gobiernos de la Concertación y a tumba abierta en los de la Alianza, el estado chileno ha sido el principal vector del desarrollo belicista en América del Sur. Durante los últimos años el gobierno de Piñera ha intentado configurar, con modos cada vez más agresivos, una cierta hegemonía regional utilizando tres herramientas: la alianza con el Brasil de Bolsonaro, el grupo de Lima y ProSur.

Principal animador de Colombia y Brasil para invadir Venezuela, Piñera, asegurado por la pinza con Bolsonaro, Duque y hasta hace un año Trump, ha tensado las relaciones con Perú, Bolivia y Argentina a un punto que era desconocido desde tiempos de la dictadura mientras apuntaba peligrosamente hacia la militarización del propio territorio chileno.

Sin embargo, el lugar en el que de manera más peligrosa se están concentrando las tensiones imperialistas globales es en el Sur, en el Mar de Hoces... que en la distribución territorial chilena coincide con Magallanes y Antártica, la región natal de Boric a la que representaba hasta ahora en el Congreso.

Es muy posible que aquí veamos una cierta distensión en la relación con Argentina, al menos en un primer momento. Distensión que, seguramente, abra la puerta a grandes inversiones financiadas por China para conectar ambos países.

Pero no nos engañemos, en paralelo, el nuevo gobierno reforzará el nuevo perfil de Chile como guardián de los pasos australes: a veces garante, a veces regulador de la conexión entre Asia y el Atlántico Sur, afirmándose tanto frente a Argentina en la disputa territorial como frente a las potencias anglosajonas, cada vez más activas desde Malvinas, que juegan cada vez con apuestas mayores y más agresivas.

Porque Boric y sus aliados del PCCh si son algo es «patriotas», es decir, defensores a ultranza del capital nacional. Van a moldear las alianzas internacionales del capital chileno a favor de un nuevo posicionamiento estratégico, no a enfrentar sus ambiciones imperialistas. Los ejes previsibles de la nueva política exterior pasarán por la puesta en valor del Sur, seguramente por un aumento de las inversiones en Bolivia y con certeza por un intento de aprovechar el colapso de Mercosur a favor de las exportaciones y capitales chilenos.

Para ello, dependiendo de los resultados electorales y los cambios de gobierno en Argentina, Brasil, Perú y Bolivia, utilizarán más o menos los reaccionarios y altisonantes discursos de la «Patria Grande» o resucitarán el UnaSur de Lula y Bachelet. Y en la global reanimarán los lazos con la UE o con EEUU según venga la mano táctica.

Es decir, el triunfo de Boric marcará un cambio de alianzas menos dramático que el que hoy quiere ver la prensa europea. Y en ningún caso pondrá freno ni a la carrera de armamentos regional en marcha ni al agravamiento de tensiones regionales azuzado por potencias globales.


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