08.ENE.22 | PostaPorteña 2257

Argentina : ¡NO al Pase Sanitario !!!

Por Emancipación

 

Desde el 1 de enero de 2022 será obligatoria la presentación del “pase sanitario” por parte de toda persona mayor de 13 años para asistir a determinadas “actividades de mayor riesgo epidemiológico y sanitario” en Argentina.

El “pase” certifica que una persona tiene “un esquema de vacunación completo contra la COVID-19, aplicado al menos CATORCE (14) días antes de la asistencia a la actividad o evento, exhibiéndolo ante el requerimiento de personal público o privado designado para su constatación, y al momento previo de acceder a la entrada del evento o actividad”. Durante el mes de diciembre, el certificado comenzó a regir en distintas jurisdicciones, entre ellas Tucumán (vigente desde el 1/12/2021), Buenos Aires y Santa Fe, entre otras provincias.

La imposición del Estado nacional será (por el momento) para “actividades recreativas”. Sin embargo, ciertas normativas vigentes en algunas provincias afectan derechos ciudadanos básicos que bien podrían nacionalizarse.

Así, en las provincias de Buenos Aires y de Santa Fe el pase sanitario se exige para realizar “trámites presenciales ante organismos públicos provinciales”. Además, en la provincia de Buenos Aires el pase se debe presentar para realizar trámites presenciales ante “organismos municipales” y “entidades privadas” (se exige para cobrar la jubilación por ventanilla bancaria, por ejemplo) y deben tenerlo, para poder trabajar, “trabajadores que realicen atención al público, ya sea de entidades públicas o privadas”; la normativa bonaerense estipula que en el futuro “se puede ampliar en función de la evolución de la situación epidemiológica, el avance de la vacunación y a decisión de las autoridades sanitarias, por lo que oportunamente podrán ampliarse las actividades para las cuales sea necesario contar con el ‘PASE LIBRE COVID’”.

El pase sanitario tiene por objetivo inmediato forzar la inoculación de quienes aún no lo han hecho y completar el esquema de vacunación de las personas a las que se les aplicó una sola dosis de la vacuna.

No obstante, al hacer un repaso rápido vemos que el 80% del total de la población argentina tiene aplicada al menos la primera dosis y el 70% ya completó el esquema de vacunación (y el 90% de las personas mayores de 50 años completó dicho esquema), números que constatan que la inmunización por vacunación (sin contar la obtenida por contagio) es elevada. Recordemos que la vacuna no impide el contagio y propagación de la enfermedad, por lo que hay legítimas dudas sobre su pretendida eficacia a la hora de contener la nueva “ola de contagios” que acontece en la actualidad.

En Argentina tampoco estamos en presencia de un importante movimiento “antivacunas” y nos hallamos muy lejos de una “epidemia de conspiranoia”, a pesar de su presencia inflamada en la esfera virtual de la realidad social.

Y tengamos en cuenta que ninguna vacuna completó la totalidad de las fases de desarrollo, que la industria farmacéutica legalmente no se hace cargo frente a posibles eventos adversos producidos por las vacunas y que ningún Estado asume dicha responsabilidad ante la población.

Adicionalmente, no podemos dejar de mencionar las arbitrarias e incoherentes decisiones estatales que contrastan con la atemorizante información pública brindada desde el comienzo de la “pandemia”. Así, por ejemplo, el 5/10/2021 el presidente Alberto Fernández dijo en un acto público que “la pandemia ha pasado”; sin embargo seis meses antes, el 14/4/2021, al anunciar la imposición del toque de queda en todo el país, el peronista Fernández afirmó: “el virus nos está atacando y lejos está de ceder”.

Más aún: hacia octubre de 2021 el gobierno nacional comenzó a fomentar fuertemente el tránsito con fines turísticos en todo el país, y la apertura de bares y de espectáculos en lugares cerrados luego de un año y medio de machacar insistentemente con que no sólo los boliches y teatros eran focos de infección sino hasta las escuelas (¡incluso las prácticas deportivas al aire libre estuvieron prohibidas durante ocho meses seguidos!).

Aun así, quien en 2021 se contagió de coronavirus pese a haber completado el esquema de vacunación (dos dosis) y en 2020 hizo festicholas en recintos cerrados de su residencia presidencial mientras la mayoría de la población no estaba vacunada y tenía prohibido reunirse con sus seres queridos, daba cátedra de comportamiento cívico… ¿No es previsible y lógico que un sector de la población desconfíe ya no de las vacunas sino de toda la parafernalia de “cuidados” frente al SARS-CoV-2?

Este festival de informaciones y contra informaciones incoherentes y contradictorias alrededor de medidas de “cuidado” es posible gracias a la imposición de esta suerte de “Estado de excepción” vigente no sólo en Argentina sino en casi todo el mundo que suspende y restringe el ejercicio de derechos ciudadanos básicos.

Y es en este contexto donde el Estado logra imponer el “pase sanitario” como dispositivo de control social. El pase sanitario no responde a ningún criterio médico-epidemiológico sino a fines políticos. Mientras la imposición estatal se dirige al grueso de la población, ubicando la responsabilidad en cada una de las personas que “no se cuidan y nos ponen en peligro a todos”, se omiten considerar los verdaderos problemas que puso en evidencia la “pandemia” y se bloquea toda discusión pública al respecto.

Mientras el Estado nacional impone el pase sanitario, el sistema de salud sigue igual de insuficiente (y en ciertos lugares del país inexistente), el hacinamiento habitacional que facilita el contagio por patógenos sigue siendo igual que hace 100 años atrás y, más aún, la forma de relacionarnos entre personas se deshumaniza cada vez más y nuestro vínculo con la naturaleza se degrada a pasos agigantados…

El “pase sanitario” que se está imponiendo en Argentina y otros países del mundo además de servir a su objetivo explícito e inmediato (fortalecer un ritmo de vacunación que, como ya dijimos, en Argentina es acelerado aun sin la existencia del “pase”, debido en gran parte al miedo a la muerte inscrito en el cuerpo colectivo desde el inicio de la “pandemia”) es también una modalidad —democráticamente disfrazada— de amplio control social que apunta tanto a controlar el movimiento poblacional entre ciudades, países y continentes como a reforzar el aparato represivo en tanto herramienta de intervención sobre la sociedad civil; síntomas, todos estos, de la crisis capitalista. Otro síntoma es la propia “pandemia” y sus explicaciones ligadas al arrinconamiento civilizatorio de los biomas.

Rechazamos la imposición del pase sanitario y defendemos las libertades pisoteadas por los gobiernos nacionales y provinciales. Al mismo tiempo señalamos que es necesario abolir estas relaciones sociales entre cosas para entonces poder relacionarnos socialmente entre personas. Abolido este mortuorio mundo burgués iremos hacia la vida: al comunismo anárquico.


¡Abajo el “pase sanitario” en Argentina y en todo el mundo!
¡Libertad de reunión, de circulación y de movimiento!


Emancipación
31/12/202

 

¡Abajo el Pase Nazitario!

 

¿Acaso no es más deseable la muerte misma que una vida considerada como simple medida preventiva contra la muerte? ¿No es la libertad de movimiento parte de la vida?
Karl Marx, Rheinische Zeitung, 12/5/1842


A partir del 1 de enero de 2022 será obligatoria la presentación del “pase sanitario” para asistir a ciertas “actividades de mayor riesgo epidemiológico y sanitario” en Argentina. La medida estatal —firmada por los ministros peronistas Juan Manzur y Carla Vizzotti y publicada el 13/12/2021 en el Boletín Oficial de la República Argentina (BORA) — alcanza a toda persona mayor de 13 años. 

Pero el pase sanitario ya fue impuesto en distintas jurisdicciones: hizo punta el gobierno de Tucumán, donde rige desde el 1/12/2021; continuó en Salta a partir del 2 de diciembre; siguió en Jujuy el 13 de diciembre; y desde el 21 de diciembre se aplica en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Río Negro y Santiago del Estero.

La imposición del Estado nacional es para actividades “recreativas”: viajes grupales y entrada y permanencia en discotecas, bares y eventos masivos. Es, comparada con la de ciertos Estados provinciales, una imposición (por el momento) escasamente draconiana.

En efecto, las normas dictadas por los gobiernos peronistas de las provincias de Santa Fe y Buenos Aires afectan derechos ciudadanos fundamentales, ya que en ambas provincias se pide el pase sanitario para realizar “trámites presenciales ante organismos públicos provinciales”. En el territorio regenteado por el rosista Kicillof el ataque al ejercicio de derechos ciudadanos básicos es aún más devastador: el pase se debe presentar para realizar trámites presenciales ante “organismos municipales” y “entidades privadas” y deben tenerlo, para poder trabajar, “trabajadores que realicen atención al público, ya sea de entidades públicas o privadas”; además, el gobierno bonaerense avisa que si la peonada no acata o se retoba —o bien por simple capricho sádico de patrón de estancia— la imposición estatal “se puede ampliar en función de la evolución de la situación epidemiológica, el avance de la vacunación y a decisión de las autoridades sanitarias, por lo que oportunamente podrán ampliarse las actividades para las cuales sea necesario contar con el ‘PASE LIBRE COVID’” (cfr. Resolución 460/2021 y las modificaciones introducidas por Resolución 474/2021 publicadas el 10/12/2021 en el Boletín Oficial de la Provincia de Buenos Aires; Decreto 2915 publicado el 16/12/2021 en el Boletín Oficial de la Provincia de Santa Fe). Así, como en Italia y otros países, en las provincias de Buenos Aires y de Santa Fe no sólo no se podrá beber algo en un bar si no se está vacunado sino que para trabajar será obligatorio inocularse con vacunas “contra el coronavirus”.

Es menester señalar que algo más del 80% de los habitantes de Argentina tiene aplicada la primera dosis y más del 70% ya completó el “esquema de vacunación contra la Covid-19” (dos dosis), además de que muchas personas adultas mayores y “personal esencial” (trabajadores de la salud, de la educación, etc.) ya recibieron una “dosis de refuerzo”, y que el 90% de los mayores de 50 años ya completó el esquema de vacunación (dos dosis).

Recordemos que la vacunación no es “obligatoria”: ningún Estado nacional (el argentino incluido) se hace responsable de los “daños colaterales” (ya intensa y extensamente documentados) producidos en los cuerpos (que incluyen las psiquis) de las personas inoculadas por medio de unas vacunas que aún están en proceso de experimentación (“Fase III”), de ahí su no obligatoriedad.

En este sentido, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) reconoce que la Fase III “tiene como objetivo evaluar de forma más completa la seguridad y la eficacia en la prevención de las enfermedades e involucran una mayor cantidad de voluntarios que participan en un estudio multicéntrico adecuadamente controlado (…). En general es el paso anterior a la aprobación de una vacuna” (“Covid-19: Fases de desarrollo de una vacuna”, OPS, 2020). Así, hacen pasar por “participación voluntaria” la de millones de personas de todo el mundo que son impelidas a vacunarse, ya que todas las vacunas contra el coronavirus aprobadas para el “uso de emergencia” están en “Fase III”. Lejos estamos de llegar a la “Fase IV” donde, dice la OPS, se estudia la efectividad de la vacuna y se “siguen monitoreando los eventos adversos”.

Entonces, si la “inmunización” por vacunación (sin contar la obtenida por “contagio”) entre la población argentina es elevada, ¿por qué se imponen estas nuevas restricciones de reunión, de circulación y de movimiento de las personas que vehiculiza el “pasaporte sanitario”?

Por un lado, como lo dicen sin tapujos distintos profesionales de la salud, el pasaporte sanitario tiene por objetivo obligar a las personas a vacunarse. En efecto: si, de acuerdo al consenso médico, una persona con el “esquema completo de vacunación” puede contagiarse al igual que una no vacunada, ¿cuál es el motivo “médico” de presentar un pase sanitario?

Por otro lado, y como consecuencia de lo anterior, el pasaporte sanitario funciona como dispositivo de control social.

En efecto: las tecnologías de la información[i] y las innovaciones microbiológicas[ii] son fuerzas productivas del Capital, administradas/reguladas por los Estados, que inciden en las relaciones de producción, lo que permite a cada Estado, por ejemplo, controlar cada vez con mayor precisión los flujos migratorios. El Estado usa (y abusa de) estos dispositivos de control social (App de rastreo de movimientos, pase sanitario) para generar obediencia, miedo, pánico y terror, sentimientos/ (in)acciones que inducen a las personas a desconfiar de otras y hasta a tratarlas como potencialmente “enemigas”.

Lo vimos cuando hacia marzo de 2020 se impusieron los confinamientos en casi todo el mundo: quien sacaba a pasear al perro o acompañaba a caminar a una persona autista era señalado como “irresponsable” y/o “cómplice de la propagación del virus”, quien no usaba barbijo en la calle sin nadie alrededor era obligado por la policía a usarlo; ahora lo vemos con la vacunación: quien no se vacuna es señalado por el Estado y por la “ciudadanía”[iii] como una persona “egoísta” y hasta “asesina” por (supuestamente) propagar el “virus”, en estos días festivos de navidad y año nuevo al interior de muchas familias la persona no vacunada es “cancelada” y se le impide reunirse con sus seres queridos vacunados o bien se le exige (a la no vacunada) que muestre un test “negativo” para “proteger” a la abuela y a los “viejos”…[iv]

No es una novedad que, ante el surgimiento de un patógeno susceptible de generar una enfermedad, se culpabilice al otro.

Así, en el feudalismo durante la “peste negra” se acusó a “brujas” y a personas judías de introducir la peste, envenenar cursos de agua y/o fomentar el “desorden” social; en el capitalismo, cuando surgió el “VIH”, las personas homosexuales fueron señaladas con el dedo acusatorio y sufrieron desde discriminación hasta golpizas por parte de personal del Estado (policial y de la salud) y de la “sociedad civil” (sin importar la clase social de pertenencia de la persona discriminadora o golpeadora). El “complejo VIH-SIDA” bien puede relacionarse con la actual correlación “contagio de SARS-CoV-2 = enfermedad COVID-19”: se sabe que quien porta el “virus del SIDA” no enferma necesariamente de “SIDA”, sin embargo el Estado por medio de sus aparatos ideológicos (“ciencia médica”, medios de comunicación, etc.) en las décadas de 1980 y 1990 estigmatizó a las personas portadoras de HIV (y por supuesto también a quienes desarrollaban la “enfermedad SIDA”) como “sidosas” o “sidóticas”, así como ahora a quien se contagia de coronavirus se la considera “enferma de coronavirus” aun cuando no desarrolle “la COVID”[v]

El rol que, por medio de los confinamientos, cumple la inmovilidad de millones y millones de personas en el sostenimiento del modo de producción capitalista es innegable, de ahí que cada Estado use el grifo de apertura y cierre de movimientos internacionales de personas[vi] de acuerdo a las necesidades políticas y económicas del Capital. Esto no sólo con relación a la población “doméstica” (de un día para el otro los distintos Estados anuncian el “fin de las restricciones” y al poco tiempo vuelven los confinamientos) sino también respecto de los movimientos poblacionales allende las fronteras de cada Estado nacional.

Así, hoy vemos cómo Bielorrusia usa a los inmigrantes (sirios, afganos, etc.) como carne de cañón en sus disputas con la Unión Europea; México tapona la frontera con Guatemala para que no ingresen migrantes de Nicaragua, El Salvador y Haití que quieren llegar a Estados Unidos; Estados Unidos no deja pasar migrantes desde México y cuando en sus campos de concentración junta a una importante cantidad de personas las devuelve en masa; Chile blinda su frontera con Bolivia para evitar la creciente migración de ciudadanos bolivianos. Es verdad que en el reglado flujo de personas se “cuelan” quienes pretenden vender su “fuerza de trabajo” en el mercado. Pero la fuerza de trabajo se convierte en mercancía al cerrarse un trato con el comprador de la fuerza de trabajo, es decir: cuando trabaja para el/la capitalista.

Así y todo, la mayoría de las personas migrantes ya era población sobrante (o, en términos de Marx en El capital, “sobrepoblación relativa o ejército industrial de reserva”) en los lugares de partida: “sobraban” en Siria, Afganistán y otros países (donde no sólo no tenían trabajo sino que ni siquiera cobraban del Estado alguna “renta básica” para sobrevivir porque sencillamente no existen esas “ayudas” estatales) y seguirán sobrando en los países adonde transitan o arriban (aunque en este último caso, si es un país de la Unión Europea, quizá sí cobren una “renta básica”).

No es el momento (ni tenemos el espacio suficiente) para debatir si “el guión de la pandemia ha sido dictado, en última instancia, por la implosión del sistema: la caída de la rentabilidad de un modo de producción al que la automatización desenfrenada está dejando obsoleto” (Fabio Vighi [2021], AQUÍ); o si estamos vivenciando un crecimiento cuali-cuantitativo de la “sociedad de enclave” donde “los gobiernos y otras organizaciones tratan de regular los espacios y, de ser necesario, inmovilizar los flujos de personas, bienes y servicios”, un “régimen de inmovilidad” donde “se incrementa la necesidad de cuarentenas para garantizar la contención biológica (contra el resurgimiento de la tuberculosis, el avance del SARS y el VIH/SIDA, y la amenaza de una catastrófica pandemia de gripe aviar)” (Bryan Turner [2007], “The Enclave Society: Towards a Sociology of Immobility”).

Tenemos muchas dudas: ¿por qué en Irlanda, donde el 90% de la población mayor de 13 años está inoculada con el “esquema completo”, recientemente aconteció un pico de “contagios por coronavirus”?; ¿hay una parva de personas diagnosticadas como portadoras de “SARS-CoV-2” que en verdad son “falsos positivos”?; ¿cuán eficaces y seguras son las vacunas “contra el coronavirus”?; ¿para la “salud” del enfermo modo de producción capitalista será la obligatoriedad de vacunarse una y otra vez necesaria para posibilitar la “salida” a la crisis de rentabilidad en curso por medio de las performances de las industrias farmacéutica y de software (App de rastreo de movimientos, etc.)?; ¿se avecina una suerte de “capitalismo neofeudal” con mayorías sujetadas al lugar de residencia (como los siervos de la gleba en el medioevo) y minorías que viajan de un sitio a otro de la Tierra y también al “espacio exterior”?;

si “las fuerzas productivas y las relaciones sociales —unas y otras aspectos diversos del desarrollo del individuo social— se le aparecen al capital únicamente como medios, y no son para él más que medios para producir fundándose en su mezquina base” donde “el capital mismo es la contradicción en proceso” ya que la generación de plusvalía impulsa tanto a explotar fuerza de trabajo como a expulsarla de la producción (Marx, Grundrisse), ¿estamos en condiciones de “hacer saltar a esa base por los aires” (ídem) y avanzar hacia el comunismo?, ¿“saltar la mezquina base” significará un desplome de “la producción fundada en el valor de cambio” (ídem) que posibilitaría la emergencia de otra formación social explotadora no capitalista o bien supondría el final no sólo del modo de producción capitalista sino de la especie humana y hasta de la vida terrestre?

Pero también tenemos algunas certezas. Una de ellas es que a los confinamientos nos los vendieron en todo el mundo como una medida “excepcional” para “aplanar la curva de contagios” (y “robustecer el sistema sanitario” en algunos lugares de ese mundo) hasta que apareciera la “vacuna”; sin embargo la vacuna apareció y una y otra vez se confina a la población.

Otra certeza es que el “pase sanitario” no sólo persigue (como ya mencionamos) regular el flujo de personas desamparadas (que huyen de sus países de origen por motivos económicos, políticos y hasta climáticos) sino generar, al interior de cada Estado, ciudadanos de “primera” (aquellos completamente sometidos a los dictados sanitarios vigentes) y de “segunda” (quienes no se vacunan). Esto último lo denuncian diariamente en las calles de Europa centenares de personas que se oponen al “Green pass”. En efecto, como plantean ciertos grupos comunistas en Austria, Alemania y Suiza: “el pase verde te controla a vos, no al virus” [der Grüne Pass kontrolliert dich, kein Virus!], “ninguna persona es certificable” [kein Mensch ist zertifizierbar].

Si como sociedad naturalizamos el certificado sanitario (como ya hemos hecho con otros atropellos estatales, desde consentir sin chistar el uso de barbijos en lugares abiertos hasta permitir la prohibición de despedir a nuestros seres queridos muertos por/con covid, pasando por el visto bueno a los confinamientos que nos produjeron daños físicos, psicológicos y económicos irreparables), las consecuencias serán aún más temibles y terribles de las que ya conocemos.

Giorgio Agamben [2021] dijo que estamos en presencia de “un paradigma de gobierno en el que, en nombre de la bioseguridad y del control, las libertades individuales están destinadas a sufrir crecientes limitaciones” (léase “El peor contagio es la obediencia” en nuestro blog). En la senda de Agamben no dudamos en calificar al pasaporte sanitario como “nazitario”.

Se lee en chequeado.com (14/12/2021): “El actual pase sirve para establecer criterios de cuidado; los pasaportes utilizados en la Alemania nazi tenían como fin ‘excluir o quitar derechos de ciudadanía por el carácter étnico, religioso, cultural o nacional de un grupo’”[vii].

Sin embargo ya hemos señalado que el “pase sanitario” impuesto por los gobiernos de las provincias de Santa Fe y Buenos Aires quita “derechos de ciudadanía” al no permitir a personas no vacunadas gestionar presencialmente determinados trámites (y no olvidemos que Argentina no es el paraíso de la “virtualidad”, que no todas las personas tienen habilidades informáticas básicas y/o acceso a Internet, y que muchísimas diligencias —estatales o no— deben hacerse sí o sí de manera presencial).

En Alemania, en la década de 1920, pocas personas preveían que diez años después el Estado impulsaría “marcar” comercios cuyas personas propietarias fuesen judías, luego a las personas judías se les prohibiría ejercer determinados trabajos y cercenaría “derechos de ciudadanía”, y finalmente organizaría una cacería que exterminaría a millones de judíos. Ciertamente, no estamos comparando una realidad con otra: el Estado argentino no excluye “por el carácter étnico, religioso, cultural o nacional de un grupo”, simplemente discrimina y no permite ejercer (y hasta quita) derechos de ciudadanía a muchos habitantes que no quieren inocularse porque desconfían de los supuestos efectos “benéficos” de las vacunas y se interrogan por los “efectos secundarios” a largo plazo (y a esos muchos habitantes la razón les asiste: son vacunas experimentales que usan como conejillos de indias a millones de personas de todo el mundo).

Sabemos que en el capitalismo “la libertad es la esclavitud” (George Orwell, 1984) y que “el sistema del trabajo asalariado entraña el esclavizamiento general” (Karl Marx, Salario, precio y ganancia). Sí, estamos en el “reino de la necesidad” y en el inmediato horizonte aún no vislumbramos el “reino de la libertad” (Marx, El capital).

En este podrido reino de la necesidad capitalista conocemos el sabor amargo de ejercer la “libertad política” de votar cada cuatro años a quienes nos seguirán sometiendo desde un “gobierno democrático y republicano”; sabemos que tenemos la “libertad económica” de vender nuestra mercancía fuerza de trabajo y que una vez vendida nos convertimos en esclavos asalariados.

Pero también conocemos lo que significa no poder movernos “libremente” (en sentido liberal capitalista), no poder reunirnos con nuestros amigos, compañeros de trabajo o camaradas de ideas. Y además sabemos la diferencia entre la “libertad de expresión” y la censura, sobre todo en estos días donde cualquier opinión que cuestione el “consenso científico” mundial es silenciada y hasta penalizada. Estas certezas no nos hacen dudar: defendemos las libertades individuales, sí, las burguesas libertades de reunión, de circulación y de movimiento; esas libertades tal como existían antes del 11 de marzo de 2020, día en que la OMS declaró la existencia de una “pandemia de coronavirus” y comenzaron las restricciones a la movilidad de las personas en todo el mundo.

Hay que evitar que el Estado, amparándose en sus “comités de expertos científicos”, siga avanzando sobre nuestra humanidad haciendo de las personas (como lo está haciendo cada vez más) infantes desvalidos obligados a acatar el mandato de papá Estado[viii] (por ejemplo si autoriza o no ir a la casa de una amiga a merendar o a un bar a tomar una cerveza); más aún, si esta situación (en nombre de la ciencia o por simple capricho político autoritario apenas sazonado con argumentos científicos) se normaliza, se harán realidad estas palabras de un revolucionario ruso: “una sociedad que obedeciera a una legislación emanada de una academia científica sería una sociedad de bestias y no de hombres” (Mijaíl Bakunin, El Imperio knuto-germánico y la revolución social).

Hay que terminar con el semitotalitarismo en curso en Argentina y en todo el mundo. Tanto los “contagios por covid” como la “enfermedad covid” deben tratarse como cualquier otra infección o patología.

Nunca antes se habían decretado sincrónicamente en todo el mundo confinamientos pese a que pandemias hubo y habrá, y no hay “razón científica” para haberlo hecho y seguir haciéndolo. Así como cuando alguien se siente engripado consulta al personal de salud y éste determina si padece “gripe” o no (y si sí esa persona se aísla de otras, reposa y al cabo de unos días la enfermedad es superada), así deberá tratarse la portación del “virus” y de la “enfermedad coronavirus”. Si el sistema público de salud es “endeble” (o “precario”, o lisa y llanamente no existe), la sociedad deberá reclamar su fortalecimiento o creación (lo que implica mejor infraestructura edilicia, insumos adecuados y suficientes, mejores condiciones laborales para los trabajadores de la salud, más personal, etc.).

Ante unas vacunas cuya eficacia y seguridad no están comprobadas, nadie tiene derecho a obligar a vacunarse a nadie.

Si para comer en un restaurante no se exige mostrar el certificado de vacunación contra el sarampión, tampoco debe exigirse la presentación del certificado de vacunación contra el coronavirus.

No permitamos que el pase sanitario “pase”. Si pasa, quizá los atropellos de los Estados contra la humanidad serán cada vez más habituales y permanentes.

El capitalismo nos está llevando cada vez más hacia la deshumanización de los lazos sociales, destruye el planeta y deteriora nuestra calidad de vida. Hay que abolir este mundo burgués que huele a muerte e ir hacia la vida: al comunismo anarquista.

El reino de la libertad sólo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos; queda, pues, conforme a la naturaleza de la cosa, más allá de la órbita de la verdadera producción material.

Así como el salvaje tiene que luchar con la naturaleza para satisfacer sus necesidades, para encontrar el sustento de su vida y reproducirla, el hombre civilizado tiene que hacer lo mismo, bajo todas las formas sociales y bajo todos los posibles sistemas de producción. A medida que se desarrolla, desarrollándose con él sus necesidades, se extiende este reino de la necesidad natural, pero al mismo tiempo se extienden también las fuerzas productivas que satisfacen aquellas necesidades. La libertad, en este terreno, sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente el intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como por un poder ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana. Pero, con todo ello, siempre seguirá siendo este un reino de la necesidad. Al otro lado de sus fronteras comienza el despliegue de las fuerzas humanas que se considera como fin en sí, el verdadero reino de la libertad, que, sin embargo, sólo puede florecer tomando como base aquel reino de la necesidad.
Karl Marx, El capital (vol. III, conjunto de manuscritos editados por Friedrich Engels)


Rossoinero
Buenos Aires, 26/12/2021 (Emancipación)




Notas:

[i] Rastreo de movimientos vía “google”, ¿se insertará coercitivamente en la piel de las personas un microchip para “revelar el nivel de inmunización de las personas ante el virus”? (cfr. “Coronavirus: crean un microchip subcutáneo que muestra los datos del pasaporte sanitario”La Nación, 21/12/2021), etc.

[ii] ¿El efecto de ciertos insecticidas químicos que evitan el “embichamiento” de determinadas plantaciones benefician al conjunto de la “vida”?, ¿el SARS-CoV-2 es de origen “artificial”?, etc.

[iii] ¿Recuerdan la propaganda estatal que en la voz del peronista Pedro Saborido incitaba a la ciudadanía a recelar del otro, a cuidar (se) del semejante mediante la “cuidadanía”?

[iv] Hablando de cancelaciones, miedo e (in)felices fiestas: el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Ghebreyesus (quien está acusado de cometer crímenes de lesa humanidad en Etiopía, ver “Es malo hablar del mal…” de Gianfranco Sanguinetti en nuestro blog), recientemente sembró el terror al declarar que “es mejor cancelar ahora y celebrar más tarde, que celebrar ahora y estar de luto más tarde” (“Ómicron puede infectar a las personas vacunadas o que ya han tenido COVID-19, advierte la OMS”Naciones Unidas, 20/12/2021). Recordemos que este portavoz de la terrorista OMS fue uno de los responsables de promover entusiastamente la prisión domiciliaria de la población mundial y el uso de barbijos en espacios al aire libre, y de inocular en el cuerpo social el terror hacia el otro (persona o colectivo/comunidad) al sugerir al inicio de la pandemia no visitar a familiares encerrados en geriátricos y no tener contacto con personas que no fueran de su “burbuja” (¿!) ya que quien incurriera en esa “conducta irresponsable” sería “culpable” de “propagar el coronavirus” (¿recuerdan la cantinela de “combatir al enemigo invisible”?).

[v] No todo persona “portadora” tiene la suficiente “carga viral” para contagiar, además de que una potencial receptora de la carga viral (incluso si es alta) puede no ser susceptible o propensa a ser contagiada. Por eso en las epidemias de gripe (y lo mismo en la actual “pandemia de coronavirus”) muchas personas que están en contacto con el virus no se engripan, así como quien tiene un sistema inmunológico débil/debilitado es más probable que se contagie que una persona con “altas defensas”. De ahí que al comienzo de la “pandemia de coronavirus” Martin Kulldorff y los científicos firmantes de la “Great Barrington Declaration” hicieron hincapié en cuidar a las personas adultas mayores, ya que sus sistemas inmunes suelen estar debilitados en comparación con las personas jóvenes.

[vi] No de mercancías, aunque también la provisión de determinados bienes y servicios fue afectada, como ocurre cada vez que acontecen “crisis” en el modo de producción capitalista.

[vii] Estos “criterios de cuidado” apuntados por chequeado.com, ¿no les resuena? “A veces la vigilancia y el control son también prácticas de cuidado. (…) Es posible la apertura de una nueva forma de estatalidad que asuma un modelo policial centrado en el cuidado” opinaban los “científicos” sociales Gabriela Seghezzo y Nicolás Dallorso en Página/12, 28/3/2020.

[viii] ¿Notaron que muchas personas usan el barbijo como babero, colgado a la altura del pecho, y sólo se lo ponen cuando papá Estado exige su uso (por ejemplo para entrar a un comercio o viajar en transporte público)?


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