17.FEB.22 | PostaPorteña 2265

LA FEDERACIÓN ANARQUISTA URUGUAYA (3)

Por Guillermo Reigosa Pérez

 

LA DICTADURA PACHEQUISTA:

 ILEGALIZACIÓN, CLANDESTINIDAD Y LUCHA ARMADA. LA ROE Y LA OPR-33

 

Guillermo Reigosa Pérez- 16 de noviembre de 2010

 

Para la FAU, la ilegalización de 1967 fue un punto de inflexión y marcó el inicio de una nueva etapa, una etapa en la cual la organización acentuó su centralismo organizativo y aceleró su evolución doctrinal y estratégica, profundizando en las tendencias ideológicas predominantes desde la ruptura de 1964 y consolidando una nueva concepción revolucionaria; una concepción insurreccional, una concepción que determinó la estructura orgánica de aquellos años, con la creación de una organización de masas, la ROE, Resistencia Obrera Estudiantil, y de un aparato armado, la OPR-33, Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales. Fue una etapa definida en gran medida por la clandestinidad, ya que si bien la organización volvió a ser autorizada en 1971, su nueva línea estratégica le impedía incorporar todas sus estructuras a la legalidad.

Con la clandestinidad, también hubo cambio de nombres: se mantiene el cuarteto formado por Gerardo Gatti, el líder indiscutible, y su hermano Mauricio, León Duarte y Juan Carlos Mechoso, pero algunos dirigentes con mucho peso en el pasado como Washington Pérez o los veteranos Roberto Franano y Alberto Marino pierden todo protagonismo, mientras que otros, como Hugo Cores y Raúl Cariboni, ganan posiciones.

Ante la nueva situación, con la ilegalización de 1967-71 y el desarrollo de su propio aparato armado, la FAU comenzó a funcionar con criterios conspirativos: la cúpula se redujo y las reuniones amplias se convirtieron en algo realmente excepcional al tiempo que se implantó la compartimentación de los diferentes grupos de trabajo, la codificación de las instrucciones y tareas o el uso de seudónimos y claves: G. Gatti pasó a llamarse “ “Santiago”, su hermano Mauricio, “Sebastián”, y Hugo Cores, “Anselmo”; el Secretariado Ejecutivo pasó a conocerse como “Fomento”; la organización, como “Tía” o “Familia”; los locales, “riso”; el reclutamiento, “Eliseo”; los fondos, “Charlo”; los militares, “Borbones”; la seguridad, “Regueiro”; la propaganda, “Packard”;  la lucha revolucionaria, “acción democrática”; la actividad de masas, “Alejandra”; el local donde se trabajaba con armas o explosivos, “Carmeta”; los zulos, “Améndola”; el material explosivo, “Carrara” o “Zunino”; los comandos de acción directa, “Bancada Parlamentaria” ; la instrucción armada, “Cultura”; y así, un largo etcétera.

En la clandestinidad, la FAU desarrolló su propio órgano de prensa: las “Cartas de la FAU”, editadas semanalmente y a cargo de Mauricio Gatti y Raúl Cariboni. Era una publicación de dos hojas, escritas a máquina, membretadas con los colores rojo y negro y una leyenda: “La lucha revolucionaria no la disuelve ningún decreto, ni la detienen las Medidas de Seguridad”. “Cartas de la FAU” fue distribuida clandestinamente en fábricas, oficinas y centros de enseñanza entre los meses de junio de 1968 y marzo de 1971. Una segunda publicación, la revista “Rojo y Negro”, sólo pudo sacar dos números.

 

El contexto: crisis, conflictividad social y represión

 

Entre 1968 y 1972, Uruguay entró en un proceso de aceleración histórica. La crisis económica, la concentración del poder político y el desarrollo de la guerrilla fueron factores fundamentales de esa aceleración.

1968 fue un año muy marcado por la crisis económica evidenciada desde comienzos de la década: la inflación creció desmesuradamente hasta alcanzar cifras de tres dígitos, la devaluación del peso alcanzó niveles desconocidos hasta entonces (100% en diciembre de 1967, 25% en abril de 1968…), el desempleo creció hasta el 8%, algo inédito en el país, etc.…

El Gabinete de Pacheco Areco, integrado casi en exclusiva por empresarios agroganaderos, industriales y sobre todo banqueros, respondió con medidas antisociales, como la congelación, en junio y por decreto, de los salarios hasta el nivel de seis meses antes, una medida dramática ante el crecimiento galopante de la inflación. Todo ello generó una creciente conflictividad social y laboral que sólo fue respondida con represión,

Jorge Pacheco Areco, del P.Colorado, fuera investido Presidente el 7 de diciembre de 1967, sucediendo desde su cargo de Vicepresidente a Oscar Diego Gestido, fulminado el día anterior por un síncope cardíaco. Su gobierno profundizó en la política despótica de su predecesor, recurriendo de forma reiterada y arbitraria a la clausura de la prensa crítica y al “Estado de Sitio”, denominado en la Constitución como Medidas Prontas de Seguridad, MPPS, y previsto sólo para casos excepcionales (conmoción interna o ataque exterior); su régimen estuvo marcado así, por un manejo del poder fuera de los límites constituciones, apoyándose en un solo artículo de la Constitución, el que le otorgaba el derecho de implantar las MPPS, es decir un Estadio de Sitio permanente, con el sometimiento del Parlamento y con un continuo gobernar por medio de decretos de urgente aprobación. Pacheco mantuvo las instituciones pero vaciándolas de contenido y creando así, un marco seudolegal. El autoritarismo de su presidencia llegó hasta el punto de ser calificada por no pocos autores como “Dictadura Pachequista”, “Dictadura Constitucional” o “Pachecato”.

Lo que se implantó durante su Gobierno fue un estado de transición entre el agotado modelo batllista y la dictadura cívico-militar que se impondría en junio de 1973. El Uruguay “batllista y liberal”, el mito del “paisito pacífico y armonioso”, donde los conflictos se solucionaban en beneficio de todos gracias a la avanzada legislación social, se derrumbaba definitivamente.

En este contexto de crisis y autoritarismo, el clima social transitó de la crispación al enfrentamiento. Los trabajadores, nucleados en torno a la CNT, llevaron a cabo importantes movilizaciones y sostuvieron huelgas muy prolongadas. El estudiantado, liderado por la FEUU, Federación de Estudiantes Universitarios de Uruguay, y el FER, Frente Estudiantil Revolucionario, se unió a la lucha, multiplicándose los paros generales, casi uno por mes, y las manifestaciones diarias de trabajadores y estudiantes.

Con la represión a las luchas obreras y estudiantiles, se sucedieron los enfrentamientos callejeros, las cargas policiales, cada vez más violentas, con el empleo de perros y armas de fuego, y las muertes de estudiantes y trabajadores, etc.… La violencia se acabó instalando en el país, volviéndose cotidiana. La ofensiva “pachequista” fue especialmente significativa en junio del 68, cuando el Ejecutivo respondió a la agitación de estudiantado y del sector bancario con el decreto de las MPPS y, al amparo de éstas, con la militarización de los trabajadores de la banca pública y los entes estatales en junio de 1968, medida que se extendió luego a los empleados de la banca privada y el transporte; con ella, los trabajadores quedaban sometidos a los códigos y tribunales militares y toda acción gremial fue castigada con su confinamiento en los cuarteles.

En agosto, cuando los enfrentamientos con el estudiantado universitario eran más duros, Pacheco ordenó a la policía violar la autonomía universitaria, allanándose locales y facultades. Entre junio y agosto tres estudiantes fueron muertos por la desproporcionada represión policial: Liber Arce, Susana Pintos y Hugo de los Santos. A pesar de la evidencia de la derrota del movimiento huelguístico en 1969, la represión y las formas totalitarias se mantuvieron a lo largo de todo el mandato pachequista, siendo buenas muestras las nuevas clausuras de diarios o el secuestro de sus ediciones, como ocurrió con “El Debate”, “Ya”, “El Eco”, “El Popular” o “Marcha”, la intervención en 1970  de la enseñanza secundaria, con el reemplazo de sus autoridades por una represiva comisión interventora, las primeras denuncias de presos políticos torturados…Todo ello, en una sociedad que se preciaba de sus tradiciones de libertad y hospitalidad, brindada a los perseguidos políticos llegados de otros países, una sociedad que se enorgullecía de haber construido una democracia ejemplar, una sociedad que presumía de tener un Estado benefactor, laico y respetuoso con las libertades esenciales, una sociedad que sentía más próxima a las de las democracias europeas que a las de los países del entorno.

El totalitarismo de Pacheco no hizo sino aumentar el descontento en la calle, con un ambiente cada vez más convulso y tenso, un ambiente en el que las acciones del MLN comenzaron a hacerse cada vez más frecuentes, recogiendo buena parte de esa creciente indignación y despertando así, las simpatías de amplias capas de la población. La crispación social y la hostilidad hacia el poder, provocadas por la crisis y el autoritarismo, favorecieron que miles de personas -10.000, 12.000- estuvieran dispuestas a organizarse clandestinamente, mientras que cientos de miles protagonizaban huelgas y resistían la militarización de sus gremios. Fue en este contexto de crisis y lucha, donde la FAU vivió su clandestinidad y dio su paso definitivo hacia la lucha armada.

 

Evolución ideológica: una nueva concepción revolucionaria y una nueva estructura orgánica

 

En cuanto a su evolución ideológica, es en esta etapa cuando la FAU, embarcada en la construcción de una síntesis del anarquismo y el marxismo, comienza a decantarse hacia éste. Son buena prueba de ello los estudios y lecturas de aquellos años, donde los textos del marxismo estructuralista de Louis Althussen y Nicos Poulantzas, de Antonio Gramsci, de Isaac Deutscher o de Marta Harnecker tienen cada vez más peso. Uno de los dirigentes con más peso en este proceso, sino el que más, fue Raúl Cariboni da Silva; procedente del PCU, Cariboni tenía una vastísima cultura de teoría política y volcó sus esfuerzos en el desarrollo de un pensamiento propio, que partía de una base marxista, pero desde una posición crítica, creativa y adaptada a la realidad uruguaya. En esta evolución, la dirección de la FAU trató evitar las contradicciones recurriendo a menudo a la indefinición, pero cada vez encontrará más dificultades para continuar sin dilucidar cuestiones básicas y postergar su análisis para el futuro.

Por lo que respecta a la nueva concepción revolucionaria de la FAU, ésta estaba estrechamente vinculada al proceso cubano, por lo que ya empezara a formularse a comienzos de la década, siendo no en vano una de las causas de la ruptura de 1964, pero es en esta etapa cuando se asiste a su consolidación definitiva. Era una concepción que sintetizaba elementos anarquistas y marxistas, una concepción insurreccional, fundamentada en una activa participación de amplios sectores de la clase trabajadora, de su mayoría o al menos de los sectores más concienciados y experimentados, en suma de los colectivos revolucionarios, rechazando, a pesar de la influencia de la Revolución Cubana y del guevarismo, las visiones foquistas, interpretadas como atajos frente a la ardua tarea de trabajar dentro del movimiento de masas. La FAU entendía que  la victoria vendría de la insurrección obrera, no del crecimiento electoral de la izquierda, rechazando por ello la estrategia del PCU, al que acusaba de reformista, o la incorporación al FA, Frente Amplio, ni tampoco de la irradiación de simpatías por el movimiento guerrillero, criticando en consecuencia el foquismo del MLN-T; de ahí la importancia dada a la inserción de la organización en el movimiento obrero y a la conformación de un frente de masas, con una línea estratégica de trabajo no exclusivamente sindical, sino insurreccional. La acción armada era una herramienta de la organización política, pero nunca un sustituto de ella misma o de su trabajo en el frente social.

En este sentido, la reflexión de la FAU sobre la lucha armada, recogida en el “Copei”, un documento interno elaborado por Raúl Cariboni en 1972, insistía, de acuerdo con el legado anarquista, en la transformación desde la periferia al centro, es decir a partir de una participación protagónica de los movimientos sociales.

 De acuerdo con esta lectura, el accionar armado se concebía como un esfuerzo revolucionario más, no como el esfuerzo único o principal a partir del cual se desencadenarían los otros. Todo esto suponía, en alusión directa al MLN-T, una fuerte crítica al foquismo, tan en boga en aquellos años y considerado ya no sólo una estrategia sin futuro, sino una amenaza para el propio proceso revolucionario; se admitía el espíritu revolucionario de los “foquistas”, de los tupamaros, pero se rechazaba explícitamente la naturaleza revolucionaria del “foquismo”, de la estrategia del MLN-T.

Esta concepción revolucionaria requería una nueva estructura orgánica. Su diseño alejó definitivamente a la FAU del federalismo anarquista y la transformó en una organización muy centralizada, sobre la base de los “frentes”: el “frente sindical” y el “frente armado”. Era una estructura que incluía a la FAU como núcleo central de conducción, encargada de la dirección política y la coordinación y sumida en la clandestinidad hasta 1971, y a dos creaciones orgánicas llamadas por G. Gatti las “dos patas”: una “pata pública”, la ROE, concebida para el nivel de masas, y una “pata clandestina”, la OPR-33, organizada para el nivel armado. El líder, Gerardo Gatti, que hasta 1966-67 trabajara intensamente en el SAG( sindicato de artes gráficas) y en el proceso unificador de la CNT, se volcará casi en exclusiva en el fortalecimiento de esta nueva estructura.

La forma a través de la cual la FAU-ROE-OPR procesará los conflictos sindicales desarrollados bajo la influencia de sus militantes fue haciendo visible una metodología alternativa a la conducción mayoritaria de la CNT, una metodología que combinaba acciones de boicot, de sabotaje y de apoyo externo realizado por la militancia clandestina. La FAU consideraba que los métodos tradicionales de lucha, las huelgas, los paros, o incluso las ocupaciones, eran métodos validos pero insuficientes, insuficiencia que se evidenciaba aún más en los conflictos aislados, que afectaban a una sola empresa o fábrica. Para cubrir esa carencia de la práctica sindical tradicional nacerían los grupos de acción directa, integrados en la ROE, y los comandos armados de la OPR-33.

 

La ROE

 

Por lo que respecta a la ROE, esta organización vino a dar continuidad al arduo trabajo sindical desarrollado durante años por líderes como Gerardo Gatti, León Duarte o Washington Pérez. 

Muy vinculada a la radicalización de los estudiantes y trabajadores en las luchas callejeras de 1968, la ROE surgió de la coordinación de una treintena de agrupaciones sindicales y estudiantiles ya existentes. Se fundó sin estatutos ni formalidad alguna, tomándose como fecha de nacimiento junio de 1968, que es cuando apareció por primera vez su firma, estampada en unos volantes que reclamaban la libertad de los activistas detenidos al amparo de las MPPS.

 El nombre fue propuesto por Gerardo Gatti y contó con el rechazo inicial de Raúl Cariboni. Fue un proyecto que trataba de nuclear en una misma organización de masas a estudiantes, trabajadores y movimientos barriales radicalizados. En el terreno sindical, destacaban las agrupaciones de la compañía cementera Portand, las del sector radioeléctrico (General Electric, Tem, Serratosa y Castells…) y la UF, Unión Ferroviaria. Sin despreciar este aporte sindical, sin duda significativo, el grueso de su militancia procedía del ámbito estudiantil, sobre todo de la UTU, Universidad del Trabajo de Uruguay, de la Agrupación 3 del Magisterio, de secundaria y, en menor medida de la FEUU, donde el anarquismo perdiera su fuerza del pasado. A partir de 1971, sus agrupaciones estudiantiles pasaron a llamarse Agrupaciones Heber Nieto, nombre tomado del primer “mártir” de la ROE, un estudiante de la Escuela de Construcción de la UTU asesinado en julio de aquel año por disparos de la policía durante un “peaje obrero-estudiantil” solidario con los huelguistas de la papelera CICSSA (Compañía Industrial y Comercial del Sur S. A.).

La ROE tuvo su propio órgano de prensa, “Compañero”, una publicación de periodicidad quincenal editada entre 1971 y 1973; aunque era el órgano de la ROE, “Compañero” vino a ocupar el lugar de “Cartas de la FAU”, que con la legalización de la organización en 1971 perdió su periodicidad y redujo mucho su difusión.

Su líder más destacado fue Hugo Cores, con amplia experiencia sindical en la AEBU, Asociación de Empleados Bancarios de Uruguay, donde, a partir de 1968, ostentará el cargo de presidente; junto a él dirigentes veteranos como León Duarte y una nueva generación de cuadros que, en su mayoría, se forjarán en las luchas obrero-estudiantiles del 68, como Carlos Coitiño, procedente del gremio bancario, Raúl Oliveira, sindicalista del sector ferroviario, o los jóvenes del frente estudiantil, del magisterio sobre todo: Pablo Anzalone, Jorge Zaffaroni, Luis Puig, José Félix Díaz, Elena Quinteros, Hugo Casariego, Lilian Celiberti, Andrés Bellizi, Gustavo Inzaurralde, José Pedro Charlo, Yamandú González Sierra…

Aunque el propósito de la ROE era ir más allá de lo gremial, ser más que una mera rama sindical de la FAU, ello no fue obstáculo para que asumiese plenamente las relaciones de la organización anarquista con la CNT, relaciones mantenidas eso sí, a través de la doble militancia de sus activistas, ya que la ROE nunca ingresó como tal en la central única.

Desde dentro del movimiento social y sindical, CNT incluida, la ROE impulsó e integró la llamada Tendencia Combativa, también conocida como La Tendencia, una corriente sindical y estudiantil que agrupaba a las agrupaciones más radicales del movimiento social, agrupaciones revolucionarias que buscaban una ruptura social y política y que rechazaban la línea moderada o “reformista” impuesta por el PCU en las organizaciones donde era mayoritaria: la CNT en el ámbito sindical o la CESU, Coordinadora de Estudiantes de Secundaria del Uruguay, y otras agrupaciones controladas por la UJC, Unión de Juventudes Comunistas, en el estudiantil.

Los principales grupos de la Tendencia Combativa integrados en la CNT fueron los GAU(Grupos de Acción Unificadora) los sectores más radicalizados de la FEUU, en minoría a partir de la alianza socialista-comunista de 1971 en el FA, y aquellas organizaciones vinculadas la “izquierda revolucionaria”, es decir, el MIR, con una presencia significativa en la banca oficial, la construcción y el sector de la carne; la FAU, con el Sindicato de FUNSA y las agrupaciones ligadas a la ROE; y el PSU o el MLN-T, con organizaciones como la UTAA. La situación se repetía en todo el movimiento estudiantil integrado en la Tendencia Combativa, donde además de la ROE, destacaban: el FER, Frente Estudiantil Revolucionario -que surgió en 1968 como una escisión de la CESU vinculada a la Juventud del MRO y disconforme con el control comunista de su dirección y que supo desplazar a ésta y hacerse con el control de las movilizaciones, actuando entre 1969 y 1971 como la agrupación del MLN-T en el sindicalismo estudiantil; el FER 68, Frente Estudiantil Revolucionario 68, representante del MLN-T a partir de 1971, cuando surge como una disidencia del FER opuesta a la ruptura de éste con la guerrilla tupamara y a su vinculación al FRT, Fuerza Revolucionaria de los Trabajadores, una escisión de tupamaros procedentes precisamente del FER; la Interagrupacional Universitaria, vinculada también al MLN-T; las Agrupaciones Rojas, surgidas hacia 1970 como rama estudiantil del MIR; el TER, Tendencia Estudiantil Revolucionaria; la AG 26, Agrupación Revolucionaria 26; el LER, Liga Estudiantil Revolucionaria; o el FEH, Frente Estudiantil de Humanidades, nacido en 1970 como coordinadora de todos los grupos de la Tendencia Combativa presentes en el CEH (Centro de Estudios de Humanidades) y sustituido pronto por la TER-H, Tendencia Estudiantil Revolucionaria de Humanidades.

Esta integración de la ROE en un movimiento más amplio, es lo que explica la militancia, por lo menos en los primeros años, hasta 1971, y a pesar de su pertenencia al armazón orgánico de la FAU, de activistas procedentes de otros grupos de la Tendencia Combativa, del entorno de los GAU y del MLN-T fundamentalmente. No obstante, el grueso de sus militantes pertenecía también a la FAU.

A pesar de la posición minoritaria, de la Tendencia Combativa  al interior de la CNT, con alrededor del 25% de los delegados, en el I Congreso Ordinario, celebrado en mayo de 1969, y las gentes de la ROE ganaron una de las dos vicepresidencias, que paso a ser ocupada por Hugo Cores. La designación del resto de la cúpula “cenecista” reflejaba sin embargo la realidad interna de la central: en la Presidencia, José D`Elia Correa, de la FUECI y de tendencia socialista aunque próximo a los comunistas -no en vano ya integrara la cúpula de la UGT-, y en la otra Vicepresidencia, Wladimir Turiansky, de la AUTE, Agrupación de UTE, y responsable de prensa y miembro del Secretariado del Comité Central del PCU.

Por otro lado, para la acción directa, recurso imprescindible en la línea estratégica diseñada por la FAU para el movimiento sindical, la ROE desarrolló una estructura específica: los grupos de “Violencia FAI”, llamados así en homenaje a la FAI, Federación Anarquista Ibérica. Surgieron hacia 1970 y eran pequeños grupos de acción no armados que actuaban a través de dos o tres activistas encargados de dar apoyo a los conflictos obreros y de impulsar la agitación y la radicalización de las luchas callejeras. Hacia 1970-1971 había tres grupos de “Violencia FAI” y unos quince activistas implicados. Con frecuencia, firmaban sus acciones como Grupos de Solidaridad Obrera. Aunque pertenecían a la ROE, los equipos venían a ser una estructura intermedia, a medio camino entre la acción sindical de la ROE y la acción armada de la OPR-33; en este sentido, seguían criterios de seguridad y compartimentación análogos a los de la OPR-33; además, estos grupos se convirtieron para muchos en una estructura formativa, un paso previo a su ingreso a la OPR-33.

 

La OPR-33

 

En la nueva concepción revolucionaria de la FAU, la lucha debía abarcar todos los planos, incluyendo la dimensión militar. Aunque era una concepción muy influida, como ya vimos, por la Revolución Cubana, la lucha armada en la FAU tenía un proceso previo: su origen en la acción directa, tan arraigada en la práctica anarquista. Será este origen el que determine que esta lucha fuera finalmente abordada desde posiciones bastante alejadas de la experiencia castrista, destacando en este sentido el rechazo explícito del foquismo, fundamento estratégico del MLN-T; entendían que la toma de conciencia de la población, imprescindible para  la viabilidad del proceso revolucionario, era un objetivo inalcanzable a través, únicamente, de una estrategia que concibiese la lucha armada como el elemento polarizador y, al colocar al pueblo de un lado y al sistema represor del otro, como el elemento desencadenante del estallido revolucionario.

 La idea de una élite o vanguardia revolucionaria como guía y como generadora de la situación revolucionaria, era para la FAU una idea paternalista para con el pueblo, una idea en suma equivocada. El estado de conciencia del pueblo sólo se alcanzaría a través del trabajo con las masas, con los estudiantes, en los barrios, con los obreros…En este diseño estratégico, el aparato armado debía estar al servicio de este trabajo político con el pueblo y su desarrollo debía ir parejo al desarrollo de la conciencia revolucionaria de las masas, sin caer en la hipertrofia. Para la FAU, la lucha armada solo cobraba sentido en un contexto obrero-popular y su sobredimensión conducía al militarismo y a dinámicas propias y desprendidas del contexto social.

Por todo ello, cuando la FAU decide transitar definitivamente por el camino de las armas, apuesta por el desarrollo de un aparato armado sin capacidad de decisión política, con una autonomía sólo táctica, puesto que la organización política era competencia de la FAU, el centro neurálgico desde el que se actuaba en los otros campos; un aparato armado reducido, con una estructura pensada para acompañar, nunca sustituir, el accionar de los trabajadores; un brazo armado auxiliar de la Tendencia Combativa, del frente de masas, del trabajo político, que era donde debían volcarse los mayores esfuerzos. Esa estrecha unión de la lucha armada con la lucha obrera es lo que imprimió a la FAU una connotación única en la historia del movimiento armado uruguayo.

La de la FAU será así, una lucha armada diferenciada de la del resto del movimiento guerrillero latinoamericano, muy influido en aquellos años por el foquismo, la teoría inspirada en el Che y desarrollada por Regis Debray; será una lucha que prefería emular la de los grupos de acción anarquistas de la España de los años 20 y 30 del siglo pasado; una lucha que evitó siempre los hechos de sangre.

Con el desarrollo de su aparato militar, los miembros de la FAU no se convirtieron en los principales actores de la lucha armada del Uruguay, papel reservado para los tupamaros, pero formaron sin duda parte importante de ella. Su punto de partida debe buscarse en 1966, cuando ante el fracaso del Coordinador, la organización decidió desarrollar definitivamente un brazo armado propio. No obstante, sus primeros pasos por la senda de la lucha armada, apenas unas “recuperaciones económicas”, no se dieron hasta el invierno de 1968, en un contexto de creciente conflictividad social.

Una vez resuelta la apuesta por la lucha armada, la FAU asignó a la tarea a Juan Carlos Mechoso, convertido así, en el máximo responsable del aparato militar; junto a él, otros dirigentes y cuadros como su hermano Alberto Mechoso, llamado en la clandestinidad Andrés o “El Abuelo”, Adalberto Soba, alias Julio o “Plomito”, Joaquín Botero, Héctor Santa Romero “Gomar”, Idilio de León “El Gauchito”, Alfredo Pareja Carambula o Aníbal Griot Avondet, alias “Campos”.

La organización armada, inicialmente sin nombre, se centró inicialmente en las “recuperaciones económicas”, generalmente “expropiaciones bancarias”, esenciales para la financiación de la organización y para el lanzamiento de la ROE. De hecho, el primer operativo de este incipiente aparato armado fue el asalto a la sucursal en la Teja del Banco UBUR (Unión de Bancos de Uruguay), ejecutado el 11 de marzo de 1968. La acción se repitió el 24 de agosto con una sucursal del Banco de La Paz.

Más adelante, en consecuencia con su concepción de lo que debía ser la lucha armada, comenzó a realizar también otro tipo de operativos, vinculados casi siempre a la lucha obrera: “expropiaciones” en empresas, ocupaciones armadas de fábricas, secuestros de miembros de la patronal más impopular y reaccionaria, etc.…Operativos a los que se recurría cuando las instancias puramente sindicales estaban agotadas.

1969 fue el año de la consolidación de lo que todavía era un aparato armado en estado embrionario.Fue el año en el cual la FAU decidió dar a conocer este brazo militar, eligiendo para ello una fecha señalada: el 1º de mayo. No obstante, este propósito estuvo a punto de frustrarse por un incidente casual acontecido en abril: una explosión accidental en la vivienda de su máximo dirigente, J. C. Mechoso, percance producido cuando Hebert Mejías Collazo, el experto en explosivos de la organización, manipulaba un artefacto

Si bien el suceso obligó a la organización armada a adoptar una estrategia defensiva, antes siquiera de darse a conocer, forzando la prematura clandestinidad de Mechoso, no llegó a alterar sus planes de presentación y finalmente, tal como estaba previsto, en la madrugada del 1º de mayo el aparto armado de la FAU comparecía ante la opinión pública con la firma de la “R”, la “R” de Resistencia.

 El operativo consistió en una serie encadenada de pequeños atentados contra varias oficinas de entidades bancarias, la sede de la Asociación de Diarios (la patronal de la prensa), las dependencias del COPRIN (Comisión de Productividad, Precios e Ingresos) y la residencia de la Misión Naval de la Embajada de USA en Montevideo. Apenas tres meses después, el 16 de julio, la nueva organización armada demostraba su espíritu de continuidad con dos nuevos operativos: un atentado contra el centro de computación del Banco Comercial, acción de apoyo al gremio bancario, inmerso en una durísima huelga; y la que sería la operación más recordada de la “R”, la sustracción en el Museo Histórico Nacional de la Bandera de los 33 Orientales, un verdadero símbolo nacional.

Tras un nuevo periodo operativo volcado a la obtención de recursos, en 1971 la FAU se sentía preparada para dar un paso más en la lucha armada, redefiniendo su brazo militar, asignándole más esfuerzos y activistas y apostando por operaciones más ambiciosas. Se daba inicio así, a una nueva etapa, una etapa en la cual el aparato militar anarquista, alcanzará su máximo desarrollo; una etapa en la cual será rebautizado con el nombre de OPR-33, Organización Popular Revolucionaria Treinta y Tres Orientales, “Chola” en clave;  una etapa en la cual se mantendrán los operativos de “pertrechamiento”, pero en la cual el apoyo armado a los conflictos sindicales se convertirá en el centro de la línea estratégica: ocupaciones armadas de fábricas, como la de Plastilit, “retenciones” de empresarios, como los de Alfredo Cambón, de la papelera CICSA (Compañía Industrial de Cartón SA), o Sergio Molaguero, heredero de la fábrica de calzado Seral, etc.…

Precisamente, el secuestro de Sergio Molaguero marcará un punto de inflexión para la OPR: la reacción represiva que desencadenó fue de tal magnitud que acorraló a la organización y acabó forzando su repliegue hacia la Argentina. (continuará)

 

segunda entrega: http://www.postaportenia.com.ar/notas/12255/la-federaci%C3%B3n-anarquista-uruguaya-2/


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