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LA FEDERACIÓN ANARQUISTA URUGUAYA (4)

Por Guillermo Reigosa Pérez

 

LA PRESIDENCIA DE BORDABERRY Y LA MILITARIZACIÓN DEL URUGUAY, PROLEGÓMENOS DEL GOLPE DE ESTADO

 

Guillermo Reigosa Pérez- 16 de noviembre de 2010

 

El contexto

 

El último año del mandato de Pacheco supuso el pistoletazo de salida hacia la militarización del país: el 9 de septiembre, sólo tres días después de una espectacular fuga tupamara del Penal de Punta Carretas, el Ejecutivo encomendaba la conducción de la lucha antisubversiva a las Fuerzas Armadas, que se pusieron al frente del resto de los cuerpos de seguridad del Estado y conformaron las llamadas Fuerzas Conjuntas.

A partir de ese día, el rol de los militares en la vida política y nacional no hará sino crecer, ocupando poco a poco un lugar de preeminencia que ya no abandonarán durante décadas. Fueron también unas elecciones marcadas por irrupción de la alianza de la izquierda, el FA, cuyo éxito, con cerca del 20% de los sufragios y 15 diputados, marcó la ruptura del tradicional bipartidismo uruguayo.

La coalición naciera el 5 de febrero de aquel mismo año como un proyecto unificador sin exclusiones, sumándose al mismo casi toda la izquierda: el PCU, el PDC y el PSU; otros partidos menores, como el MRO, los GAU, el Movimiento Socialista de Emilio Frugoni o el POR, Partido Obrero Revolucionario (Trotskista) veterana  organización nacida hacia 1938 ; diversas disidencias del PN, como el MBPP, Movimiento Blanco Popular y Progresista, de Rodríguez Camusso o Patria Grande de Enrique Erro, y del PC, como el Movimiento Pregón de Alba Roballo o el PGP, Por el Gobierno del Pueblo, de Zelmar Michellini y Hugo Batalla.

La FAU fue la única organización izquierdista de importancia que se quedó fuera. Incluso la guerrilla tupamara dio su apoyo crítico al FA, fundando en abril el M26, Movimiento 26 de Marzo, el instrumento de expresión de su línea política en el frente legal. Participaron también ciudadanos no sectorizados, como Liber Seregni Mosquera elegido presidente y candidato de la coalición.

Liber Seregni fuera el General que en 1968, cuando ocupaba la principal Jefatura del país, la de la Región Militar de Montevideo, rechazara el papel represivo asignado a sus tropas por el Presidente Pacheco Areco, solicitando su pase al retiro; el militar lideraba la corriente legalista de las FFAA, una corriente integrada por oficiales democráticos, que repudiaban el papel asumido por el Ejército y se negaban a aceptar la "obediencia debida" dela "doctrina de Seguridad Nacional", instrumento ideológico empleado por las dictaduras del Cono Sur; estos militares defendían el carácter "profesional" de la carrera militar y el legado de las FFAA uruguayas, un legado de unas FFAA respetuosas con la vida social y política del país, satisfechas con su papel de institución pública al servicio de los ciudadanos, contrarias al avance y la consolidación de los posicionamientos  "mesiánicos", a su nuevo papel como actores protagónicos dela vida política y civil, de  "salva patrias", de "guardianes del orden civil y de los valores nacionales".

Cada vez más en minoría, estos militares fueron poco a poco desplazados de sus puestos o acabaron pidiendo su pase a retiro; muchos de ellos se vincularon al FA, destacando junto a Seregni otros como el Coronel Zufriategui, designado Secretario del FA, el General Víctor Licandro, que pidió su pase a retiro también a fines de los 60, el Coronel Cesar Viglietti, el General Gerónimo Cardozo, que se insubordinó en 1974, el General Arturo Baliñas, los coroneles Pedro Ahuerre y Pedro Montañez, detenidos ya en 1971 y encarcelados entre 1976 y 1984, el Coronel Oscar Petrídes, que paso al retiro en 1971 y fue juzgado en 1976 pos sus simpatías con los comunistas, los brigadieres generales Walter Martínez o Ariel Pérez, los mayores Milton Techera o José Luis Vallimal, el Coronel Carlos Zufiategui...

 El de 1971 fue también un año definido por el electoralismo de la política económica del Ejecutivo, que manipuló hábilmente las variables económicas y supo abrir un paréntesis en la aplicación de las recetas fondomonetaristas, congelando el dólar, decretando una significativa subida de las pensiones y otorgando un aumento salarial inesperado, superior casi en un 100% al reclamado por la propia CNT.

Gracias a esta estrategia, Pacheco se ganó el apoyo delos sectores populares menos penetrados por las organizaciones de izquierdas, apoyo que le permitió revalidar para su partido la mayoría parlamentaria y la Presidencia de la República en la Elecciones Generales de noviembre. El de Pacheco fue, sin embargo, un éxito parcial, puesto que aunque se aseguró la continuidad de su fracción, su propuesta de reforma del artículo de la Constitución que impedía la reelección presidencial, planteada en un plebiscito celebrado conjuntamente con los comicios, no alcanzó la mayoría requerida (mayoría mayoría absoluta de los votantes y 35% de los habilitados), debiendo dejar paso a su "delfín" Juan María Bordaberry, hasta entonces su Ministro de Agricultura y Ganadería.

Así, y después de un escrutinio bajo sospecha que se prolongó durante más de dos meses, el 1 de marzo del 72 Bordaberry fue investido Presidente de la República de Uruguay. Bordaberry asumió el gobierno con las MPPS vigentes, con más de un centenar de presos políticos detenidos a su amparo y con las FFAA a la cabeza de la lucha contra insurgente. Superado el paréntesis electoral, la política económica retornó de inmediato a la concepción neoliberal del pachequismo.

Como primeras medidas, el nuevo ejecutivo resolvió una devaluación monetaria del 100% y el envío al Parlamento de un proyecto legislativo, la Ley de Seguridad del Estado, que suponía un paso más en la deriva represiva, aumentando las penas  para los que "atentasen" contra la Constitución; en las semanas siguientes, el Gobierno duplicó el precio de los combustibles, limitó el consumo de carne, aumentó un 90% las tarifas eléctricas y elevó el precio de cientos de artículos de consumo en casi un 40%, todo ello mientras los salarios del sector industrial, por ejemplo, sólo crecían un 20%. 

En este contexto, los primeros meses de 1972 no hicieron sino confirmar la agudización del conflicto interno y la violencia política. La CNT y el movimiento estudiantil enfrentaron la política del Gobierno, multiplicando los conflictos.

Al mismo tiempo, el desafío de la guerrilla se acentuó: mientras que la OPR y las FARO alcanzaban su máxima operatividad, el MLN-T, proclamaba el fin de su tregua armada unilateral, declarada con motivo de las elecciones; los tupamaros mantenían secuestrados a Ulises Pereira Reverbel, mano derecha de Pacheco, Carlos Frico Davies, exministro de Ganadería y Agricultura, y Ricardo Ferres, empresario; la lista se incrementaba con la captura, el 28 de enero, de Nelson Bardesio Marzoa, fotógrafo técnico de la policía e integrante del Escuadrón de la Muerte, y el 12 de febrero, de Homero Fariña, redactor del diario "Acción".

 La respuesta del Estado y de los militares fue la brutalidad, la generalización de la tortura como procedimiento sistemático y el desarrollo del paramilitarismo, que no dejaba de ser "terrorismo de Estado"

.En abril de 1972, aprovechando la violencia desatada por los tupamaros contra los paramilitares, el Congreso declaró el Estado de Guerra Interno y suspendió las garantías individuos. Las detenciones de militantes y activistas, generalmente imputados de colaboración con las organizaciones armadas, fuera o no cierta, se convirtieron en una rutina. El país asistió a la aplicación sistemática de las torturas, cuya intensidad y características era desconocida en el Uruguay; las prácticas enseñadas a los agentes de algunas dependencias policiales fueron asumidas por los militares, que las utilizaron como rutina cotidiana; la tortura se convirtió en un hecho cardinal en la vida del Uruguay y marcó un antes y un después en su historia; algunas estimaciones hablan de unas 4.500 víctimas de este brutal método represivo a lo largo de 1972; fue el llamado por el periodista Carlos Quijano "año de la furia", el año en que se pasó el punto de no retorno, un in crescendo cruel e inhumano que incluyó todo tipo de brutalidades, violaciones y muertes: la capucha, la picana, el potro, el tacho, el submarino, el plantón, el caballete...

Montevideo se transformó en una ciudad aterrorizada por las sirenas de las camionetas de la represión. Uruguay comenzó a convertirse en una gran cámara de torturas.

Además, la violencia ya no era patrimonio de la izquierda revolucionaria y de las fuerzas del orden, comenzando a multiplicarse los atentados de la ultraderecha. La situación empeoró mucho a partir del invierno de 1971: la desaparición del estudiante Abel Ayala Álvez, sin filiación política, el 16 de julio, 14 atentados del DAM (Defensa Armada Nacionalista, según otras fuentes, DAM, en recuerdo del agente de la CIA Dan Anthony Mitrione, asesinado por le MLN-T),) el 21 de julio, otros siete, además de baleamientos a domicilios de militantes o alocales vinculados al FA, el 23 del mismo mes, el asesinato de Manuel Ramos Filippini, simpatizante del MLN-T, por el Comando Caza Tupamaros el 6 de agosto, la desaparición del militante liceal Héctor Castagnetto el 17 de agosto... y así hasta más de 150 atentados en once meses, entre julio de 1971 y junio de 1972, 60 de ellos durante los primeros cuatro meses del 72.

A pesar del secretismo propio de la naturaleza de estos grupos, con el tiempo fueron apareciendo diversos testimonios que arrojaron luz al respecto; así, a las "Actas de Bardesio", las declaraciones de Nelson Bardesio Marzoa, un fotógrafo policial e integrante de uno de estos grupos forzado a confesar durante su secuestro por el MLN-T, se fueron añadiendo luego el libro de Ralph W. McGehee, un agente "arrepentido" de la CIA, o la posterior desclasificación de documentos en USA.

 Gracias a todo ello, hoy se sabe que esto grupos, conocidos como Escuadrones de la Muerte o CCT, Comandos Caza Tupamaros, estaban coordinados con las más altas esferas del Estado y recibían órdenes directas del Ministro del Interior, Danilo Sena; también se sabe que tuvieron vínculos con los servicios dela Embajada de USA (la CIA, con William Cantrell, el FBI,...) y que estuvieron también implicadas otras legaciones diplomáticas, de países de la región con dictaduras, como Brasil y Paraguay, al igual que agencias como la USIS, United States Information Services, o la AID, Agencia para el Desarrollo Internacional; también que detrás de los CCT estaba gente como el Coronel Walter Machado los comisarios José P. Machi y Hugo Campos Hermida o los inspectores Víctor Castiglioni, Jorge Grau o Pedro Fleitas.

También se tiene conocimiento dela existencia de al menos cinco de estos grupos: el Grupo de la Guardia Republicana, creado por Carlos Pirán, político colorado y compañero de la fórmula presidencial de Pacheco Areco en el 1971; la JUP, Juventud Uruguaya de Pie, armada por la Jefatura de Policía a través del empresario y fascista Miguel Sofía, hombre desconfianza del Ministro de Interior Armando Acosta y Lara; la DAN, formada por el General Juan P. Ribas, uno de los candidatos presidenciales del PColorado en el 71; el grupo del SID, Servicio de Inteligencia de Defensa, dirigido por el Capitán de corbeta Ernesto Motta; y el grupo del Capitán Mario Risso, exjefe del M-2, el servicio de inteligencia de la Marina. Los locales de las organizaciones del FA, algunas librerías “progresistas" y las casas de izquierdistas reconocidos -militantes, defensores de presos políticos, familiares de detenidos especialmente "molestos", profesores - fueron objetivos habituales de las bombas y balaceras intimidatorias de los paramilitares; fue este el caso delos abogados Hugo Fabbri, Alejandro Artucio, Mario dell'Acqua, María Esther Gilio o Arturo Dubra, del arquitecto Antonio Malet o el doctor Manuel Liberoff.

 Otros tuvieron peor suerte, como los estudiantes Abel Ayala Álvez, sin militancia conocida y secuestrado y desaparecido en julio de 1971; Antonio Ramos Filippini, un simpatizante,  no activista, del MLN-T secuestrado y asesinado, también en julio del 71, por el CCT Óscar Burgueño; Ibero Héctor Castagnetto de Rosa, estudiante y militante de la agrupación estudiantil ERU raptado, torturado y ejecutado en agosto de 1971; Gutiérrez González, militante del FEUU y del FA secuestrado, torturado y asesinado en febrero de 1972; o Nelson Rodríguez Muela, militante Agrupaciones Rojas asesinado en agosto del mismo año en su liceo por un grupo de la JUP.

Y 1971 fue también el año de la vuelta a la legalidad de las organizaciones del “Acuerdo Época”. Por lo que respecta a la FAU, esta vuelta abrió una nueva etapa, una nueva etapa definida paradójicamente, y sobre todo en sus inicios, por su aislamiento en el conjunto de la izquierda; una etapa definida también por un mayor desarrollo del brazo armado, la OPR, y por el avance dentro de la organización de las posiciones que defendían la necesidad de una refundación, de una redefinición ideológica y organizativa definitiva, que rompiese con su aislamiento y superase las contradicciones de la síntesis anarco-marxista.

 

La FAU en 1971: el FA y el aislamiento

 

El 7 de octubre de 1970, un grupo de ciudadanos alentados por el triunfo en Chile de la UP, Unidad popular, de Salvador Allende, producida sólo unas semanas antes, hacían un llamamiento público de unidad a “todas las fuerzas políticas del país que se opongan a la conducta antipopular y antinacional del Gobierno, con vistas a establecer un programa con el que superar la crisis estructural del país…y reintegrar al pueblo el ejercicio pleno de las libertades individuales y sindicales”.

El llamamiento se hacía ante la oportunidad de una próxima instancia electoral, los comicios de noviembre de 1971, y contó con la firma de destacadas figuras del progresismo uruguayo, como Eugenio Petit Muñoz, reconocido historiador, profesor y escritor, el periodista Carlos Quijano, que fuera cofundador y director del semanario “Marcha”, el prestigioso arquitecto Carlos Herrera Mac Lean, Carlos Martínez Moreno, renombrado abogado y escritor vinculado también como periodista a "Marcha”, el sindicalista Héctor Rodríguez, cofundador de los GAU, el analista político y periodista Oscar Bruschera, que también escribía en “Marcha”, el pedagogo, periodista y maestro Julio Castro, otro cofundador de “Marcha”, del que era en el momento de su cierre director y redactor responsable, el profesor y sindicalista José D´Elia, Presidente de la CNT, o el General Arturo Baliñas, representante de la corriente democrática de las FFAA.

El 1 de enero de 1971, a menos de un año de las elecciones nacionales, el Ejecutivo uruguayo derogaba el decreto de ilegalización de las organizaciones firmantes del “Acuerdo Época”. Tan sólo un mes después, el 5 de febrero, nacía el FA. Por fin, tras los intentos del PSU y del PCU a comienzos de los 60 (la UP y el FIDEL respectivamente), se alcanzaba la unidad política de la izquierda. La multitud que acompañó el discurso de Liber Seregni en el primer acto público de la coalición, celebrado en la Plaza de la Intendencia Municipal de Montevideo el 26 de marzo de 1971, demostró el entusiasmo que el nacimiento del FA despertara en los ciudadanos de izquierdas.

Al salir de la clandestinidad, la FAU mantuvo sus posicionamientos revolucionarios y descartó en consecuencia toda estrategia electoralista, rechazando de este modo su participación en la elecciones de 1971 y su ingreso en el FA.

Su decisión obedecía más a fundamentos tácticos que a razones ideológicas. La organización se alejara, hacía tiempo, de la tradición libertaria, careciendo ya de las inhibiciones que el anarquismo más ortodoxo podía tener ante el parlamentarismo y el juego electoral; su propia trayectoria, compartiendo incluso la dirección de la central única, de la CNT, un organización legalista y dominada por los comunistas, era buena prueba de ello. Los motivos esgrimidos aludían más al espacio de lo contextual: para la dirección del FAU, la vigencia de las MPPS, con el encarcelamiento de presos políticos, los allanamientos domiciliarios, las redadas y controles arbitrarios, los despidos ejemplarizantes o la intervención de la enseñanza, convertían la convocatoria de “elecciones libres” en una farsa; ante la situación de “dictadura constitucional”, la participación en el juego electoral se consideraba, sencillamente, tácticamente errónea.

El proyecto del FA como esfuerzo unificador de la izquierda uruguaya alcanzó tal dimensión que provocó el aislamiento de las escasas organizaciones que no participaron del mismo, de las cuales la FAU era la más importante de ellas.

La idea de la de unidad como modo de frenar al totalitarismo consiguió atraer incluso a la izquierda revolucionaria en la cual se encuadrara hasta entonces la organización anarquista: el MRO, los GAU, el PSU, y a su manera el MLN, se sumaron sin dudarlo a la coalición de la izquierda.

La soledad de la FAU se evidenció nítidamente en la posición de la ROE dentro de la Tendencia Combativa, donde los GAU, hasta entonces estrechos colaboradores de los anarquistas, comenzaron a coordinarse más con los grupos del FA con inserción sindical, como los socialistas o el M26, el brazo político de los tupamaros, configurándose al interior de la Tendencia la “Corriente”, un nuevo espacio que dejaba fuera a la ROE.

Además, la ilusión y la esperanza que el FA despertó en las gentes de la izquierda provocaron el alejamiento de no pocos simpatizantes de la organización anarquista, descontentos ante su actitud frente al proceso unificador, sobre todo activistas próximos a la ROE atraídos por el M26. El entusiasmo generado por la alianza de izquierdas era compartido incluso por buena parte de las bases “leales” de la FAU, sobre todo en la ROE, siendo muchos los que participaron en los “Comités de Base” del FA y contravinieron la consigna del voto nulo, votando en los comicios por alguna de las listas frenteamplistas, sobre todo por las de Patria Grande, encabezadas por Enrique Erro  y por el líder del MRO, de Ariel Collazo, cuya libertad dependía de la renovación de su inmunidad parlamentaria.

Ante su aislamiento, la FAU apostó por volcar esfuerzos en la ROE y dar un salto cualitativo en la lucha armada, redefiniendo su brazo armado, rebautizado como OPR-33. El objetivo de la organización era levantar una propuesta alternativa, una estrategia de difícil cumplimiento al ir contracorriente del resto de la izquierda.

El debilitamiento de la organización se acentuó con el encarcelamiento de no pocos de sus miembros. A pesar de la salida de la clandestinidad, los activistas de la FAU-ROE debieron sufrir, desde el mismo momento de su legalización, la ofensiva represiva lanzada por Pacheco contra el sindicalismo, que llenó, al amparo de las MPPS, las cárceles y cuarteles del régimen de presos políticos.

De la estructura organizativa de la FAU, la ROE fue la más afectada, siendo muchos los militantes detenidos. Tampoco la cúpula de la organización se salvó de la cárcel, siendo arrestados sus principales dirigentes: en marzo, Mauricio y Gerardo Gatti; en abril, Hugo Cores; y en octubre Raúl Cariboni. A finales de año, los únicos miembro del Secretariado Ejecutivo de la FAU que permanecían en libertad eran León Duarte y un “clandestino”, J. Carlos Mechoso, el jefe de la OPR.

La FAU intentó tomar la iniciativa en noviembre, cuando los militantes encarcelados de la ROE, encabezados por Hugo Cores y Gerardo Gatti, iniciaron una huelga de hambre con la que denunciar la ilegitimidad de un proceso electoral a celebrar mientras las cárceles estaban llenas de presos políticos. Sin embargo, la medida solo sirvió para evidenciar de nuevo el aislamiento político y mediático de la organización y apenas tuvo resonancia, siendo abandonada a las dos semanas.

 

La FAU en 1972: la Instancia y la superación del aislamiento

 

Se llegó así, a comienzos de 1972, con una FAU arrinconada y debilitada, con una pérdida significativa de simpatizantes y de influencia, situación que contrastaba con el claro crecimiento del resto de la izquierda, especialmente del PCU y del M26.

Esta situación reabrió el debate sobre el FA, impulsado fundamentalmente por tres jóvenes cuadros procedentes del frente estudiantil de la ROE: Pablo Anzalone, Jorge Zaffaroni y Francisco Calleros. La discusión ocupó gran parte de las reuniones preparatorias del Congreso de 1972, llamado La Instancia.

La Instancia vino a cubrir una necesidad requerida por los grandes cambios acontecidos en los últimos cuatro años, desde la celebración las últimas elecciones internas de la FAU. Cuatro años en los que el contexto sociopolítico y económico del Uruguay, inmerso en el proceso de aceleración histórica, mudara profundamente. También cuatro años, en los que la FAU, sumida en el proceso de redefinición ideológica iniciado desde el mismo momento de la ruptura de 1965, experimentara una honda pero incompleta evolución doctrinal y estratégica que se hacía necesario concluir.

Las contradicciones ideológicas emanadas de la pervivencia de un legado anarquista frente a la aceptación de muchos de los postulados del marxismo revolucionario, las grandes dificultades para transmitir esta síntesis doctrinal de forma clara y sencilla a la militancia y a la clase trabajadora o el propio debate sobre el FA, cerrado en falso, exigían una respuesta congresual y ésta comenzó a plantearse a lo largo de 1971.

El encargado de redactar el documento base a tratar en el futuro evento congresual fue Raúl Cariboni. La Instancia estuvo precedida de un intenso debate abierto con motivo de la misma y durante el cual se discutió la ideología, la lucha armada o la situación del país. Anzalone, Zaffaroni y Calleros elaboraron un documento llamado el “Acta del 4º Nivel”, una dura crítica a la falta de coherencia ideológica de la organización y al funcionamiento de la ROE, rechazando la estrategia “espontaneista” y “seguidista” de ésta, siempre a remolque del movimiento de masas, y alertando sobre la necesidad de la constitución del “partido”. El diagnóstico de Cariboni incidió, una vez más, en este problema de indefinición ideológica; defendía la necesidad de un programa, un armazón ideológico propio, y de abandonar el “voluntarismo” como su sustituto.

La necesidad de un nuevo partido, aceptada cada vez con más fuerza dentro de la organización, absorberá gran parte de sus esfuerzos a partir de 1973, centrando la etapa de la FAU en el exilio y culminando en el invierno de 1975 con el nacimiento en Bueno Aires del PVP, Partido por la Victoria del Pueblo.

Respecto al FA, Anzalone, Zaffaroni y Calleros defendían que la integración en el FA y la lucha armada no eran incompatibles; entendían que si bien el FA se concibiera como una alternativa de la izquierda a la propuesta armada, el anhelo de una unidad sin exclusiones permitiera que la coalición acabara gestándose como un proyecto lo suficientemente amplio como para integrar en su seno a organizaciones vinculadas a la lucha armada, como era el caso del MRO y del M26; además, tal lucha aún despertaba grandes simpatías en amplios sectores de la militancia frenteamplista.

En cuanto al aislamiento en la que la dejara su posición ante la fundación del FA y las elecciones de noviembre de 1971, la FAU, decidida a cambiar las cosas, intenta aprovechar la liberación de los presos políticos de la ROE, acontecida en diciembre, tras la celebración de las elecciones, cerrando filas con la organización a comienzos de 1972 de un gran acto público de celebración. El acto, celebrado el 4 de enero en el Paraninfo de la Universidad, contó con la afluencia de una gran multitud y tuvo como principales oradores a tres pesos pesados de la organización: Gerardo Gatti, León Duarte y Hugo Cores. Este acto y la realización de la Instancia, con la celebración de elecciones internas, permitieron a la FAU recuperar la confianza en su fortaleza.

A lo largo de 1972, la FAU se fue recuperando de este aislamiento. El estrechamiento de relaciones con el FER y el FRT, muy evidente a partir del otoño, ayudó sin duda a ello. También, lo hicieron el remate del año electoral, que condicionara la actuación del resto de la izquierda, y la campaña de movilizaciones a favor de los presos políticos y contra las torturas, que facilitó el acercamiento a la “Corriente”, el espacio frenteamplista formado dentro de la Tendencia.

Así, en el invierno, la ROE lanzó junto a los GAU y el M26 la llamada “Operación Verdad”, que trataba de abrir los ojos de la opinión pública a la realidad de los presos políticos y de los excesos cometidos contra ellos en cárceles y cuarteles. La campaña por los presos culminó en julio y agosto, cuando decenas de miles de trabajadores se movilizaron bajo la consigna de “liberar a los presos por luchar”; las movilizaciones, casi siempre fuertemente reprimidas, alcanzaron su cenit en la primera mitad de agosto, destacando las manifestaciones del 4 y 14 de este mes, convocadas por una CNT arrastrada por sus sectores más dinámicos.

En este contexto, la ROE promovió la realización de un acto de homenaje a Sacco y Vanzetti con motivo del 45ª aniversario de los “Mártires de Boston”. El mitin, convocado a través del Comité Obrero Sacco y Vanzetti y celebrado el 23 de agosto en el Teatro Artigas, se transformó en un acto por la liberación de los presos y obtuvo una respuesta masiva, con “cinco o seis cuadras tupidas de gente” (Hugo Cores), convirtiéndose en el último acto de masas de la izquierda radical uruguaya.

En el mitin hicieron uso de la palabra Gerardo Gatti y Hugo Cores por la ROE, Armando Rodríguez por el M26, Enrique Erro por la UP, Zelmar Michellini por la Agrupación Avanzar y un compañero del sindicato argentino CGT, Confederación General del Trabajo. Rematado el acto, Hugo Cores y Gerardo Gatti fueron requeridos por la policía, debiendo pasar a la clandestinidad.

Por otro lado, la profundización de la FAU en su evolución ideológica, cada vez más próxima al marxismo y más alejada de sus orígenes anarquistas, tuvo su reflejo en la ROE, que avanzaba poco a poco hacia posiciones cada vez menos asamblearias y más centralistas, perdiéndose de este modo la idea de un funcionamiento horizontal. Esto generó cierto descontento en algunos sectores y provocó incluso algún abandono, destacando el de la AMUT, Agrupación Militante de la Universidad del Trabajo.

Tercera entrega 

http://www.postaportenia.com.ar/notas/12261/la-federaci%C3%B3n-anarquista-uruguaya-3/


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