24.MAR.22 | PostaPorteña 2273

FMI y Deuda, ¿NACIONALISMO o ENFOQUE de CLASE?

Por ASTARITA

 

En la nota anterior (aquí) critiqué la afirmación de que Argentina pasó a ser una colonia a partir de la firma del acuerdo con el FMI. También cuestioné la idea de que la “contradicción principal” (para usar la terminología de la militancia de los 1960 y 1970) esté planteada, en Argentina, en términos de “nación versus imperio”, o “movimiento nacional versus la anti-patria”. En esta entrada amplío esa crítica con algunos datos y precisiones sobre la deuda externa y su dinámica.

 

Rolando Astarita 22 marzo 2022

 

El discurso del nacionalismo de izquierda sobre la deuda

 

Tal vez el diagnóstico más repetido en la izquierda nacional es que la deuda es producto de una estafa, de un fraude o ilegalidad. Y que sus causantes principales son el FMI; los gobiernos neoliberales y el capital financiero internacional. De manera que tendría un origen subjetivo y externo. El énfasis en lo subjetivo alimenta la creencia de que el problema son los estafadores –gobiernos neoliberales y sus amigos-, y no las relaciones de producción y de cambio asociadas a un capitalismo atrasado y dependiente.  

En cuanto al acento en lo “externo”, apunta a que el país, de conjunto, (los neoliberales y los “grupos económicos locales” son la anti-patria) es explotado por los países desarrollados. Por eso se dice que estos últimos “explotan nuestros recursos”, “nuestra riqueza”. Expresiones que sacan del radar a la explotación del trabajo por el capital (para reforzar la idea se llega a decir que nuestro querido suelo, o el viento, generan plusvalía, que se llevan los imperialistas).

Establecidos estos criterios, el nacional-marxismo considera entonces que la deuda es uno de los mecanismos principales de la explotación de Argentina. Es sencillo como funciona: “nos” prestan determinada suma, y a partir de ahí comienza el infinito suplicio del Sísifo colonizado, de pagar pero nunca achicar la deuda.

Como dice un periodista del palo nacional-trotskista: “Argentina pagó 200.000 millones de dólares entre 2003 y 2015 y sigue debiendo 200.000 millones de dólares”. Peor aún, a partir de la firma del acuerdo con el Fondo “el país ha pasado a ser el virreinato del FMI”, como sentencia una conocida dirigente del FIT-U.

 

Un enfoque alternativo

 

En primer lugar, ponemos el acento en la cuestión estructural. La deuda es una consecuencia de los mecanismos de acumulación del capitalismo subdesarrollado y dependiente. Lo subjetivo juega un rol secundario. La clave es el bajo nivel de inversión o, en términos marxistas, de acumulación de capital productivo (forma social bajo la cual se desarrollan las fuerzas productivas en el modo de producción capitalista). De ahí la falta de competitividad de la economía. Y el hecho de que la competitividad se busque casi siempre por medio del tipo de cambio real alto (o sea, bajos salarios en términos dólar o euro).

Segundo, a partir de 2010, y hasta 2020, la cuenta corriente fue altamente deficitaria. En esa década el déficit acumulado fue de 120.076 millones de dólares. Semejante negativo no puede explicarse por alguna maniobra especulativa, estafa o imposición colonial. Agreguemos que en 2020 y 2021 (hasta el tercer trimestre) la cuenta corriente fue superavitaria por 6600 millones de dólares (producto de la recesión interna, suba del tipo de cambio, mejora de los términos de intercambio). Pero las reservas apenas crecieron.  

Tercero, entre 2006 y 2015 la salida de capitales (tomando en cuenta solo la adquisición de moneda y depósitos en moneda extranjera) fue de 79.000 millones de dólares. Y entre 20015 y 2019 salieron otros 93.000 millones (si se agrega la inversión directa y de cartera en el exterior, fueron 128.000 millones de dólares en los cuatro años del macrismo). O sea, la fuga se produjo tanto bajo el gobierno “nacional y popular” como bajo el gobierno “neoliberal agente del capital financiero”. De nuevo, esto no ocurre porque lo ordene alguna potencia colonial, o el FMI, sino porque la burguesía argentina lo considera conveniente para sus intereses.

Cuarto, las tenencias de activos externos por residentes argentinos son superiores a la tenencia de activos argentinos por residentes en el exterior. O sea, Argentina es acreedora, no deudora como muchas veces se dice. Al tercer trimestre de 2021 el neto positivo era de 122.513 millones de dólares. El total de activos en el exterior, siempre en 2021-3, alcanzaba los 413.288 millones, de los cuales 235.995 millones correspondían a particulares (estos incluyen más que la clase capitalista; amplios sectores de las clases medias ahorran en dólares). Este avance de la posición inversora internacional tuvo como contrapartida el crecimiento de la deuda externa. Por otra parte, los activos de argentinos en el exterior –incluidos los colocados en países desarrollados- rinden intereses, rentas y ganancias, esto es, plusvalía. Plusvalía que es trabajo no pagado de los obreros de esos países. Todo esto es difícil de cuadrar con el relato “somos una colonia”.  

Quinto, si el déficit en cuenta corriente no se financia con entrada de capitales, o préstamos de algún tipo, caen las reservas. Entre 2011 y 2015 el BCRA perdió reservas por 28.900 millones de dólares. En el extremo, la economía puede llegar a la cesación de pagos, con la consiguiente crisis cambiaria, devaluación, eventualmente crisis bancaria. Una alternativa entonces es endeudarse. Esto ocurre por encima o por fuera de que haya estafadores o especuladores.  

Por otra parte, cuando se disparó la corrida contra el peso, en 2018, las reservas del Central disminuyeron dramáticamente. Con el préstamo del FMI, a fines de 2018 se elevaron a 65.786 millones de dólares. Pero a fines de 2019 se habían reducido de nuevo; estaban en 44.848 millones de dólares. La salida de capitales –que excedía en mucho a algunos “amigos del poder”- continuaba a todo vapor. Una salida que se explica por una “lógica de clase”.

Sexto: bajo los gobiernos de Cristina Kirchner la deuda externa argentina se mantuvo estable y el déficit en la balanza de pagos derivó en la pérdida progresiva de reservas. En 2015 esa baja orillaba límites peligrosos. Luego, en el gobierno de Macri, el déficit externo fue cubierto con entradas de capitales especulativos y la deuda se incrementó hasta que estalló la crisis cambiaria (salida precipitada de capitales, en abril de 2018). Entonces entraron en juego el FMI y su préstamo. La deuda de la Administración Central con organismos multilaterales y bilaterales (FMI en primer lugar) pasó del 6% del PBI en 2015 al 20% en 2019.  

La salida de los capitales que habían entrado al país entre 2016 y 2018 se produjo obedeciendo a decisiones tomadas con criterios capitalistas (rentabilidad, previsibilidad, etc.). A lo que se sumaron salidas de fondos de residentes argentinos (una vez más, no lo hicieron bajo “coerción colonial”).

Séptimo, el déficit fiscal, en promedio, rondó el 4,5% del PBI entre 2011 y 2021. Es el resultado tanto de la debilidad de la acumulación –afecta los ingresos del Estado- como del incremento del gasto fiscal improductivo y de las erogaciones destinadas a contener estallidos y desviar la bronca de los millones de desocupados y pobres (más el sostenimiento de la burocracia y de miles de chupasangre puestos a “altos funcionarios” del Estado).

El déficit puede cubrirse con emisión monetaria o con deuda. El gobierno kirchnerista primero lo cubrió recurriendo mayormente a la emisión. Pero ya en la segunda presidencia de Cristina Kirchner aumentó el endeudamiento. La deuda bruta de la Administración Central, que se había mantenido relativamente estable, se incrementó en 43.000 millones de dólares entre 2011 y 2015. Con la particularidad de que ese aumento se debió, esencialmente, a deuda con Agencias del Sector Público. Una consecuencia fue el deterioro del activo del BCRA (y por lo tanto, del valor del peso).

Luego, entre 2015 y 2019 el gobierno de Macri aumentó el stock de deuda del Gobierno en otros 82.400 millones de dólares. Pero acentuó el endeudamiento externo: a finales de 2019 la deuda externa del gobierno general llegó a los 172.898 millones de dólares.

Octavo: no hay forma de que el Estado argentino haya transferido a los acreedores, en términos reales, 200.000 millones de dólares en la última década o década y media. Es que para que ocurra una transferencia en términos reales no basta con que haya superávit fiscal. Es necesario que también haya divisas, y estas solo pueden provenir de superávits en el sector externo. Pero si a lo largo de una década hubo déficit fiscal (no solo financiero, sino primario, o sea, antes del pago de intereses); y déficit en la balanza de pagos, ¿cómo se pudo haber realizado una transferencia en términos reales? No hay forma de que ello pudiera producirse.

La deuda se pagó tomando deuda. No solo para renovar los principales, sino también para pagar los intereses. En consecuencia los diferentes gobiernos (“nacionales” o “neoliberales”) aceptaron endeudarse a tasas cada vez más elevadas. Es lo que se puede llamar un esquema Ponzi. Esto se hizo sin que mediara coacción militar, o extraeconómica alguna. 

Noveno: la dinámica Ponzi desemboca en desvalorizaciones masivas de los capitales y reestructuraciones de deudas. Así, antes del acuerdo con los bonistas privados el gobierno enfrentaba vencimientos por 63.000 millones de dólares entre 2020 y 2024. Se impuso pues la reestructuración de la deuda.

Las reestructuraciones implican desvalorizaciones de capital, pero son imprescindibles en la historia de las finanzas capitalistas. Por eso, el FMI buscó poner límites a los que las traban con tenencias minoritarias de títulos. Una cuestión bastante natural, pero varios intelectuales del campo nacional dijeron entonces que había un “nuevo FMI”, como si este hubiera pasado al bando de la liberación tercermundista. En paralelo, presentaban al ministro Guzmán como un astuto y firme negociador capaz de poner en vereda a los buitres especuladores. Es una manifestación del abordaje subjetivista de la deuda.  

En su momento criticamos estas interpretaciones (aquí) /  y dijimos que no había que poner esperanza en el “nuevo FMI”, ni en el docto experto en negociaciones de deuda.

También criticamos la afirmación de que a partir de esa reestructuración el país dispondría de más fondos que para las necesidades sociales. Sin embargo, los apologistas miraron para otro lado. En cualquier caso, los bonos reestructurados hace año y medio hoy están a precios de remate (y el riesgo país por las nubes). Y los que hace poco más de un año elogiaban a Guzmán, hoy lo acusan de “falta de firmeza” para negociar. No salen del psicologismo (y barato).  

Décimo: no hay salida progresista de la deuda en el sistema capitalista. Un default sin un programa que ataque las raíces del problema, no es solución. Sectores de la izquierda radical proponen medidas avanzadas, que tendrían sentido bajo un régimen obrero y socialista que implemente un programa articulado. Pero son parches precarios y hasta inútiles en un sistema capitalista.  

Destacamos también que la reestructuración de la deuda con los bonistas no mejoró un ápice la situación de la clase obrera y las masas populares.

Los salarios y jubilaciones y pensiones, que habían bajado fuertemente entre 2018 y 2019 -20% promedio los salarios, algo más las pensiones- se mantuvieron hundidos (e incluso perdieron algún punto adicional).

La pobreza, según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, alcanzó en 2021 el 44% de la población (en 2015 era el 29%). El 28% de los trabajadores ocupados es pobre.

Casi el 45% de la población vive con un programa social.  Y la perspectiva post acuerdo con el FMI es que las cosas empeoren para las masas trabajadoras. La inflación proyectada se acerca al 60% anual; los aumentos de tarifas están en el horizonte cercano; el tipo de cambio se indexará, lo que sumará a la inflación; el déficit en la cuenta energética seguramente aumentará. El gobierno y las cámaras empresarias pretenden que los aumentos salariales no superen el 40 o 45%, muy por debajo de la inflación.

Todo apunta a que la reducción del déficit fiscal se dé por fuerte licuación de los gastos en salud, educación, los planes sociales y los ingresos de los trabajadores estatales.

A su vez, continúa abierta la posibilidad de que en un plazo cercano Argentina entre en un nuevo default (y después de 2024 escalan los vencimientos con los acreedores privados). Por lo que tendríamos nuevas rondas de desvalorizaciones de capital y “ajustes” sobre las masas laboriosas.

En resumen, los capitalistas y sus gobiernos se han endeudado atendiendo a la defensa de sus posiciones e intereses. La deuda habilitó una masiva salida de capitales, que tuvo como contrapartida un bajo nivel de acumulación. La salida del estancamiento y crisis vía aumento de la explotación del trabajo, salarios bajos, reducción de prestaciones sociales, y similares medidas, es una política hacia la que convergen todas las formas del capital (nacionales y extranjeros, grandes o pequeños), y los organismos de crédito internacionales, con el FMI a la cabeza; pero no se trata de explotación colonial, sino capitalista.


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