01.MAY.22 | PostaPorteña 2280

CATÁSTROFE CAPITALISTA, CIENCIA Y COVID-19 (I)

Por ProletariosInternacionalistas

 

0. Introducción

Desde siempre, el eje que vertebra nuestros materiales, así como todas nuestras tareas, es la contradicción histórica entre revolución y contrarrevolución, y en dicho eje todos nuestros esfuerzos se enclavan en la defensa e impulso de nuestro campo, del polo revolucionario. El punto de partida y de llegada de todo nuestro accionar es la defensa de las necesidades e intereses del proletariado en tanto que sujeto de la revolución. Esta cuestión, lejos de ser un capricho metodológico, es un posicionamiento de base en una sociedad dominada por el antagonismo de clases.

En coherencia con este enfoque, nuestros materiales sobre el “coronavirus” parten del aspecto social de la cuestión, de lo que ha significado ese elemento en la lucha de clases. Claro que eso no significa que no abarquemos el llamado aspecto biológico del asunto. Nadie puede cuestionar que si una enfermedad o cualquier otro factor, en base a sus propios factores orgánicos, crea un salto cualitativo en el empeoramiento de las condiciones de vida, el análisis crítico del aspecto biológico tiene que asumir un lugar destacado, no como un punto de partida ni como esfera separada, sino como parte integrante del aspecto social y determinado por él.

Justamente, si en nuestros materiales sobre el Covid–19 no hemos dado esa relevancia a ese aspecto biológico y hemos puesto nuestra atención en otros lugares, ello no quiere decir que neguemos la existencia de esa enfermedad, o que insinuemos que la misma no genera muertos, lo que quiere decir es que, para nosotros, en toda la situación mundial generada por la declaración de la pandemia, el aspecto biológico no es, ni mucho menos, un factor determinante, ni tiene nada de extraordinaria esa enfermedad y las muertes asociadas a ella en la vida cotidiana del capitalismo. En ese terreno, consideramos que no hay nada nuevo bajo el sol negro del capital.

Es desde un punto de vista mediatizado por el Estado, que normaliza este mundo de muerte y pasa de puntillas por toda la realidad catastrófica del capital, desde donde se puede considerar a nivel biológico al Covid–19 como algo diferente, como un suceso extraordinario que amenaza la salud de la humanidad.

Los diferentes voceros del capital emiten el mensaje del Estado de forma extenuante y sin pausa con toda clase de imágenes, discursos e informaciones sobre un “terrorífico virus” generando una onda expansiva que golpea insistentemente el cerebro de todo ser humano hasta en el más pequeño rincón del planeta. Al mismo tiempo, se censura, criminaliza y reprime a diversos niveles cualquier pequeña crítica, cuestionamiento o disociación del discurso estatal.

No hay ningún tipo de cobertura mediática para otra posición que no sea la del Estado. Si aparece alguna otra es porque es de una vulgaridad que su simple difusión permite fortalecer la posición dominante.

 

La reproducción ideológica del mensaje del Estado es de tal calibre que incluso en la gran mayoría de espacios que se reivindican de la revolución, de la lucha anarquista y comunista por la abolición del Estado y el Capital, se hacen eco del mismo.

Se escribe hasta la saciedad sobre el carácter excepcional del Covid–19, sobre la emergencia sanitaria que supone esta enfermedad, sobre cómo está gestionando el Estado la situación, sobre cómo gestionarla mejor, etc. La falta de autonomía que hay respecto al Estado para poder comprender y luchar contra lo que está pasando es de tal magnitud que ni siquiera se cuestionan qué hay de especial en esta enfermedad para generar este clima de pánico y de emergencia en comparación con las interminables catástrofes que confluyen en nuestra época.

Claro que ese cuestionamiento sólo puede desarrollarse fuera y en contra de la mediatización estatal, denunciando la paranoia generalizada que el Estado ha generado y poniendo en su verdadero lugar esa supuesta “excepcionalidad”.

Digámoslo claro, el capitalismo es un modo de producción al que le trae sin cuidado que su propia dinámica productiva implique la contraposición a la vida humana, animal y planetaria. Es un modo de producción que mata de hambre a más de 25.000 personas al día y subiendo exponencialmente cada minuto, que genera guerras que chorrean sangre por todas partes desde su nacimiento, que liquida a millones de seres humanos en el trabajo, que enferma y mata el planeta que habitamos, envenenando la tierra, el agua y el aire, encadenando la existencia de todo a los dictados del valor valorizándose.

El deterioro de la salud llega al punto de que millones de seres humanos mueren de todo tipo de enfermedades que son a su vez generadas en su mayor parte por su propia dinámica productiva. Somos contemporáneos de un mundo donde todo ser vivo y su medio vital es sacrificado en aras de un objetivo supremo: el dinero. Y más concretamente dinero incubando más dinero, es decir, capital.

Esta realidad se ha ido agigantando a medida que el desarrollo capitalista, el progreso, y sus contradicciones seguían su curso histórico.

Por consiguiente, que una enfermedad que representa un simple eslabón más en una interminable cadena de catástrofes capitalistas genere toda una serie de medidas a nivel mundial sin precedentes, en lo que a una emergencia sanitaria se refiere, eso sí es lo novedoso. Partiendo de la crítica a esta realidad de muerte, de catástrofes y de destrucción que es el capitalismo, todo lo que ha generado el Covid–19 a nivel biológico no contiene nada de extraordinario. Una meada en medio del océano.

Es únicamente la proyección espectacular del Estado, emitiendo de forma ininterrumpida imágenes y mensajes que ocupan la totalidad del espacio–tiempo, la que ha fabricado la excepcionalidad de la situación, creando un clima que permite implementar toda una serie de medidas que el capital venía requiriendo asumir urgentemente desde hacía tiempo con el objetivo de afrontar e intentar superar, aunque sea temporalmente, las terribles contradicciones que cuestionan con fuerza esta sociedad y que en los últimos años habían puesto en dificultades la dinámica de acumulación capitalista.

En el fondo, la verdadera excepcionalidad son las medidas puestas en práctica y que no tenemos duda alguna vienen determinadas por las necesidades de la economía y no por defender la salud.

Por supuesto que no estamos afirmando que todo este tinglado se ha confeccionado para crear un Nuevo Orden Mundial, tal y como algunos sectores pregonan (usando la terminología empleada por toda clase de burgueses desde hace décadas), sino justamente para conservar el orden mundial existente: el capitalismo.

Tampoco insinuamos que se trate simplemente de un plan minuciosamente orquestado por una élite, ni siquiera que sea algo planificado de antemano por los Estados. Se dieron y favorecieron las condiciones necesarias para que la burguesía (impulsada y dirigida por sus minorías de vanguardia que evidentemente sí orientan toda actividad y la planifican en base a la tasa de ganancia) acometiera una política acorde a las necesidades acuciantes e inaplazables de la economía. Esa política económico–social sí que estaba preparada, sólo esperaba un terreno propicio para aplicarse.

Es cierto que algunos sectores de la burguesía titubearon, dudaron, oscilaron, e incluso algunos levantaron discursos disonantes y se opusieron a las medidas que se iban aplicando, pues es inherente a esa clase social tener contradicciones y diferencias determinadas por la propia lógica competitiva del mercado mundial, movido siempre en un enfrentamiento continuo entre átomos de capital que buscan imponerse uno frente al otro.

La realidad nos muestra a cada fracción burguesa tratando de afirmar sus intereses particulares como intereses generales de la sociedad, es decir, intentando que grandes franjas de proletarios se identifiquen con esos intereses para utilizarlos como fuerza de choque en su batalla particular. Hay que hacer notar, sin embargo, que las medidas adoptadas por los Estados, por muy diferentes que se sigan mostrando en algunos discursos de sus representantes, poseen una homogeneidad que en la historia del capitalismo se da en situaciones excepcionales. Es aleccionador ver los discursos del primer ministro de Reino Unido, Johnson, resistiéndose a imponer el confinamiento mientras cerraba con su equipo de gobierno un acuerdo por valor de £119 millones con una empresa de publicidad estadounidense, OMD Group, instando a la gente a «quedarse en casa, mantenerse a salvo».

Pero antes de seguir desarrollando estos y otros elementos que consideramos fundamentales, es imprescindible echar una mirada retrospectiva a cómo estaba la situación mundial del capitalismo antes de la irrupción del Covid–19. Sólo comprendiendo el momento histórico que atraviesa el capitalismo mundial podemos comprender y comprobar que esa enfermedad está sirviendo de cobertura ideal para implantar un estado de emergencia sanitaria para defender la salud. Pero no la de los seres humanos, sino la de la economía capitalista, a costa de la vida del proletariado mundial.

 

1. Antecedentes al Covid

 

Decir que la economía mundial se encontraba sujetada por alfileres antes de la declaración de la pandemia no es ningún descubrimiento. La mayoría de los economistas burgueses reconocían que la situación en la que se encontraba el capitalismo era crítica. La supuesta recuperación acontecida tras el desplome del 2008, así como las constantes perturbaciones en diversos sectores centrales, se cimentó en una serie de medidas y mecanismos puestos en marcha que parecía otorgar alas eternas al capitalismo. Sin embargo, pocos años después la “recuperación” daba muestras de agotamiento, evidenciando que se había tratado de una simple operación de aplazamiento temporal de las contradicciones sociales. Los años posteriores a 2008 vinieron caracterizados por el empleo de una política económica delimitada por una desenfrenada emisión monetaria como nunca antes, un empeoramiento cada vez más brutal de las condiciones de vida del proletariado en todas partes, así como una aceleración y ampliación en la explotación de los recursos naturales. Realicemos una breve mirada retrospectiva a la par que una crítica a la dinámica interna que guía esta sociedad para vislumbrar con claridad la esencia de esta política económica de la burguesía, y especialmente sus límites.

 

1.1 Crisis de valorización y hegemonía del capital financiero

 

La lógica interna del ciclo de vida y de reproducción del capital contiene una contradicción inherente en constante ampliación. En su dinámica de acumulación y de valorización, el capital se ve impulsado y obligado a emplear medios que conducen inevitablemente a una desvalorización generalizada. En la guerra que los diferentes átomos del capital se libran en el mercado mundial para valorizarse, en esa guerra de todos contra todos, cada capital intenta imponerse a su rival para asegurar su supervivencia y realizarse de forma cada vez más plena en su ciclo vital (D–M–D’).

Para ello, cada capital busca reducir el precio de las mercancías en las que expresa su valor. La explotación cada vez más intensa a la que somete a los productores de esas mercancías es, evidentemente, el elemento base. Sin embargo, el aumento en la productividad del trabajo proporciona una ventaja decisiva en la competencia, al permitir reducir el precio de la mercancía, lo que conduce a cada capital a una búsqueda frenética de inventos y tecnologías cada vez más sofisticados.

La reducción del trabajo vivo, en relación con el muerto, empleado en la producción de una mercancía particular, provocada por el uso constantemente ampliado de nueva tecnología que minimiza la necesidad de trabajo humano —el incremento de capital constante en relación con el variable—, permite al capitalista que utiliza esta tecnología apropiarse de una mayor parte de la ganancia al aumentar la productividad.

Así, por ejemplo, si ha duplicado la fuerza productiva es capaz de expresar en una hora de trabajo, dos horas de trabajo social, lo que le permite tener un amplio margen para vencer a la competencia al poderse permitir, incluso, poner en el mercado su producto a la mitad del valor sin descender los niveles de su ganancia. El problema para el capitalismo radica en que rápidamente los demás capitalistas invertirán en esas nuevas tecnologías, lo que provocará que esa fuerza productiva duplicada se generalice convirtiéndose en la fuerza productiva determinante, es decir, el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de esa mercancía pasará a determinarse por la nueva fuerza productiva ahora dominante. Pero no sólo se esfumó la ventaja que durante ese tiempo disfrutó ese capitalista, sino que, con la reducción de la cantidad de trabajo socialmente necesario para la producción, se reduce la magnitud de valor que genera y materializa la fuerza de trabajo en la mercancía. En el ejemplo que hemos dado, la nueva productividad hace que cada mercancía represente la mitad de trabajo abstracto que antes, hay una contracción de valor.

Este es el terreno sobre el que se mueve el mercado mundial. Los ciclos de acumulación de capital están atrapados en esta contradicción irresoluble en constante agudización. Cada vez se requiere para la producción mercantil más trabajo muerto y menos trabajo vivo. Esta dinámica tiende a desplazar del medio productivo al trabajador, que es la única fuente que genera valor. Lo que es lo mismo, cada mercancía contiene más capital constante (medios de producción y materias primas que sólo transfieren su valor al producto) y menos capital variable (fuerza de trabajo que crea nuevo valor: su propio valor y un agregado que viene del plustrabajo), es decir, menos plusvalor, y menos ganancia para el burgués por unidad de producto. La propia dinámica del capital cuestiona un mundo determinado por el trabajo.

El capital tratará de contrarrestar esa contradicción inherente de diversas formas. Además de insistir en el aumento de la explotación del proletariado, eje vital, incrementará lo más posible la cantidad de mercancías producidas para compensar la caída de valor con un aumento de su masa, reiniciará ciclos productivos en base a guerras cada vez más generalizadas, ampliará el recurso crediticio dando al sistema financiero un papel cada vez más destacado y llevará al extremo el uso del capital ficticio. Todas y cada una de las medidas implican, en mayor o menor medida, un ataque a las condiciones de vida del proletariado.

Cabe destacar que, en las últimas décadas estas medidas se han mostrado totalmente insuficientes y con límites difíciles de sortear para contrarrestar la caída de la tasa de ganancia y las consecuencias que esto conlleva, pero no hay otra alternativa para la burguesía que insistir en esas mismas medidas de manera cada vez más demencial, especialmente en lo que se refiere al uso frenético de capital ficticio. La importancia que ha adquirido este elemento para sostener con vida un sujeto que envejece y amortiguar las irresolubles contradicciones que genera aplazándolas en el tiempo (irresolubles desde la óptica burguesa no desde la proletaria, que contiene la abolición de esa forma social por medio de la revolución) es decisiva.

Si bien es cierto que en la producción capitalista siempre ha existido cierto nivel de capital ficticio, como Marx analizó ya en su época, lo cierto es que no ocupaba aún el lugar central que hoy ocupa dentro del capital financiero, y mucho menos en relación al capital global.

Mientras que el capital financiero en el pasado estaba por lo general integrado en la acumulación real, siguiendo en mayor o menor medida el tempo de los ciclos productivos, y su función principal era agilizar las inversiones productivas y poner a disposición de la burguesía capital a través de toda clase de prestamistas, dando además impulso a los ciclos de valorización, a partir de finales de los 60 del sigloXX se inicia un cambio cualitativo generalizado en la dinámica.

A medida que la producción de valor declinaba en relación con el capital invertido, la reproducción mediante nuevas inversiones, cada vez más elevadas por el aumento del capital fijo, precisaba de nuevas fuentes de dinero, de crédito, cuyo reembolso era cada vez más complicado pues los propios resultados productivos no podían garantizarlo. Fue dando más protagonismo al capital financiero como el capital sorteó estas dificultades. Los créditos eran pagados con nuevos créditos, creando toda una cadena de dinero crediticio que conseguía sostener una base productiva que daba muestras de estancamiento. En esa época, la inflación reflejaba que el dinero aumentaba tanto absoluta como relativamente frente al valor conjunto de todas las mercancías producidas. Y tal como exponía Marx frente a la teoría cuantitativa del dinero, en ese contexto, si la producción no crece en sintonía con el incremento de los medios de cambio, el dinero se deprecia. El camino que se abría era una autonomización mayor del dinero. Las cantidades de crédito generadas en esa época, abanderadas por la deuda pública, se disociaban de la futura producción de valor, certificando la tendencia del dinero de desligarse de su sustancia. La burguesía formalizaba entonces, en su política económica, lo que ya era una realidad. El 15 de agosto de 1971, EEUU anuncia la suspensión de la convertibilidad del dólar en oro abandonando los acuerdos de Bretton Woods. El dólar se afirmaba así como moneda mundial. Por primera vez en la historia la moneda mundial que siempre había sido un valor real pasaba a ser ocupada por un signo de valor.[1]

Desde entonces, la dinámica del capital no hace más que reproducir constantemente y de forma ampliada estas condiciones para la colonización de la reproducción por un capital totalmente ficticio. En 2006 el índice M3, que cuantificaba la cantidad de dólares impresos, dejaba de ser público, ocultándose así la cantidad de dólares en circulación. Así se multiplica el dólar como moneda mundial desvinculado de su sustancia y de toda base material sobre la que se movía, pero que actuaba como valor real, como si fuera parte del proceso real de valorización. El capital financiero, pivote sobre el que se desarrolla ese capital ficticio, se convierte, gracias a este desarrollo histórico del capital, en el sector hegemónico del capitalismo mundial.

Una vez alcanzado este punto de desarrollo, cualquier regreso al patrón oro, o a cualquier otra mercancía como moneda mundial, se presenta imposible sin hacer inmediatamente presente todo el terremoto de contradicciones del capital. El cauce de capital ficticio es de tal volumen que no se puede regresar a ese patrón sin que toda la economía mundial se desplome, pues implica traer al presente todas las contradicciones que esa ficción ha logrado aplazar en el tiempo.[2]

De ahí que la esencia de las políticas monetarias de la burguesía se vea obligada a seguir caminando por esta ruta en la que el capital consume su propio futuro a una velocidad sin precedentes. El capital busca salida en lo virtual, en la ficción, en la emisión frenética de billetes sin ningún respaldo, en la creación de signos de valor que parecen haberse emancipado de los límites de lo concreto, como las nuevas monedas virtuales, los derivados, los contratos de futuro, la baja tasa de impuestos que ha llegado en ocasiones incluso al negativo.

 El capital financiero, pivote sobre el que se desarrolla ese capital ficticio, se convierte, gracias a este desarrollo histórico del capital, en el sector hegemónico del capitalismo mundial.

Todo este proceso crediticio y ficticio que se presenta sobre la superficie como algo indescifrable e irracional proyecta la apariencia de que el capital ha burlado su propia ley, que lo abstracto se ha librado de los límites de lo concreto, que la ficción no requiere de ninguna realidad que no sea la simple creencia religiosa en ella.

Esta realidad ha consolidado una gran variedad de teorías e ideologías en torno al papel del capital financiero que ignora que son precisamente los límites y contradicciones de la “economía productiva” los que han multiplicado las finanzas, y estas últimas han dado vida artificial a la “economía productiva”.

Las finanzas no son una garrapata que chupa la sangre u oprime a la economía productiva, industrial, que gozaría de buena salud si no fuera por ella. No, el capital financiero, los banqueros… , no han secuestrado la economía e impuesto una dictadura contra el mercado, contra la producción. Son las propias necesidades del mercado mundial, del capital, las que han colocado al capital financiero en una posición de hegemonía frente a otras fracciones del capital, para impedir la quiebra del capital global, para que el mercado mundial pueda seguir existiendo.

El capitalismo no se está pudriendo por las finanzas, sino que se pudre la forma social que adquiere este modo de producción, la forma de valor, y las finanzas permiten objetivamente no sólo retardar y aplazar en el tiempo ese proceso de putrefacción, sino que da nuevos bríos, nueva juventud al capital, como si borrase todas las contradicciones que lo amenazan. Ignorando u ocultando la realidad del capital y quedándose con sus manifestaciones más superficiales, ciertas ideologías, así como la mayoría de los economistas, afirman que el capital financiero se ha emancipado de las leyes inherentes que someten al propio movimiento del capital.

Por desgracia para la burguesía y todas esas teorías sobre el capital financiero, los límites de lo concreto esperaban a la vuelta de la esquina para reclamar su lugar en todo esto. El dinero creía haberse desembarazado definitivamente de los límites de lo concreto. Creía haber destruido la antítesis interna (valor–valor de uso) que determina su propia existencia a través de todo tipo de signos autorreferenciales. La realidad parecía confirmar esta creencia pues se generaba a sí mismo a través de gigantescas emisiones monetarias creadas de la nada que apenas inquietaban la buena marcha de los negocios. Sin embargo, si esta ficción pudo mantenerse estas últimas décadas, y aún puede sostenerse hoy en día pese a que se prefigura su desmoronamiento, si el dólar y los demás signos de valor no muestran su vacío de valor, si la gigantesca inflación no se manifiesta en toda su dimensión, es porque la mayoría de ese dinero emitido por los bancos, con la Reserva Federal a la cabeza, circulaba fundamentalmente en el circuito financiero.

Efectivamente, si todo ese dinero creado de la nada se volcara directamente en la reproducción y circulación mercantil, la antítesis interna se abriría paso violentamente restableciendo la verdadera relación en la antítesis externa, es decir, los billetitos se evaporarían, el capitalismo mostraría que es un ente decrépito que vivía de una ficción, y lo que es más importante, el proletariado como negador de la antítesis se vería llevado a arrasar con todo para no perecer inmediatamente por inanición.

Pese a todo, la forma en la que todo ese capital ficticio ha sido inyectado en los últimos años no ha podido eludir que una parte considerable se introduzca en la reproducción mercantil, pues de lo contrario se detendrían procesos de reproducción de capital que comprometerían su propia existencia (recordemos que el capital ficticio tiene en última instancia, aunque sea mínima, una referencia en la reproducción mercantil —proyección a partir de una base dada— y requiere por tanto de esas inyecciones para mantener esa reproducción).[3] 

Lo que ha provocado que la catástrofe siga desarrollándose con constantes perturbaciones que el capital ha gravado sobre la espalda del proletariado y sobre la Tierra, acelerando la búsqueda de todo rastro posible de valorización. El empeoramiento de las condiciones de vida del proletariado a todos los niveles, las nuevas vueltas de tuerca a exprimir recursos naturales, la liquidación de sobreacumulación de capital en base a la guerra, etc., responden a esa necesidad acuciante del capital de llevar su brutal modo de producción de la no–vida hasta sus últimas consecuencias.

 

1.2 La catástrofe capitalista

 

Si bien el capitalismo es un modo de producción de catástrofes desde su nacimiento, su desarrollo histórico sigue un curso imparable de reproducción de catástrofes a escala ampliada. La búsqueda desenfrenada de ganancia sacrifica todo lo que encuentra a su paso para responder a las necesidades insaciables del capital. La contraposición entre la vida humana, animal y planetaria ha seguido un curso de agravamiento que desestabiliza y cuestiona la existencia sobre la tierra tal y como se ha desarrollado desde hace millones de años. El progreso está indisolublemente unido a la destrucción de esa vida que conocemos y su hábitat. No hay ningún aspecto de la existencia que escape de ese deterioro generalizado.

La vida de la mayor parte de la humanidad es un infierno de guerras, hambrunas, enfermedades generalizadas, represión y miseria. Las pocas regiones que hasta hace décadas podían sostener la ideología del bienestar entraron hace ya bastantes años en caída libre, azotando las espaldas del proletariado para mantener el trono de la ganancia y provocando una homogenización de las condiciones del proletariado mundial.

La alimentación, uno de los pilares que sostiene todo modo de producción y reproducción de la especie humana, refleja el drama social que vivimos. Allí donde los proletarios pueden alimentarse, lo hacen de basura, veneno que adopta la apariencia de alimento. Los nutrientes desaparecen de la dieta de la humanidad. El proceso de producción mercantil implica que el valor de uso sea un mero soporte de la valorización. Es decir, lo cualitativo del producto, lo que le da una carácter genuino y particular, es totalmente secundario y la pérdida de lo cualitativo sobrepasa todo límite si la tasa de ganancia así lo requiere, siempre y cuando el producto pueda seguir manteniendo el valor de uso como soporte de valor, aunque sea en la apariencia, como versión falsificada, como impostor que adopta los trajes del original.

El caso de la alimentación es paradigmático pues es uno de los factores que hace enfermar, morir y debilitarse a todo ser humano, ya sea por no tener recursos, ya sea por tenerlos e ingerir el veneno que hoy se denomina alimento.

El agua nos pone rápidamente sobre la pista. Por un lado, más de mil millones de seres humanos no tienen acceso a lo que oficialmente se llama agua potable, encontrándose en unas condiciones de extrema dificultad para sobrevivir. Por otra parte, allí donde llega ese agua supuestamente consumible se presenta con enormes niveles de contaminación y toxicidad proveniente de ríos que son vertederos de la producción mercantil. Los niveles de nitratos, de ácido fluorosilícicomercurio generador de arsénico, los trihalometanos, ácidos haloacéticos, y toda clase de sustancias químicas derivadas de los desechos tóxicos que genera el capital envenenan el agua que fluye por nuestros cuerpos y por los del resto de los seres vivos.

Con los alimentos esenciales como la carne, hortalizas o frutas es incluso peor. En su proceso de producción mercantil, la mayoría de esos alimentos sólo conserva el nombre publicitario tras su producción. Animales hacinados que son cultivados a un ritmo vertiginoso para acortar el tiempo productivo por medio de todas clases de hormonas, antibióticas y demás sustancias, alimentados con piensos industriales de engorde (o para acelerar lo que produce ese animal, como la leche o los huevos). Despiezados para su comercialización, las partes de ese producto industrial son aderezadas con innumerables porquerías (conservantes, edulcorantes, colorantes, aromas y otra serie de tóxicos). Hortalizas, frutas o verduras no tienen nada que envidiar. Se cultivan con toda clase de fertilizantes, pesticidas, incluso hace años que no se necesita ni tierra gracias a los hidrocultivos que dan una vuelta más a la destrucción de los nutrientes.

La alternativa que ofrece el capital bajo la forma mercantil de alimentos orgánicos, biológicos o ecológicos es un simple sucedáneo que aplica la ideología del mal menor en ese aspecto. Un mundo que supura toxicidad por el aire, por la tierra y por el agua no puede producir alimentos sanos. Todo alimento, todo producto, está infectado por el vertedero capitalista por mucho que en ciertas producciones particulares no se apliquen algunos tóxicos con el objetivo de introducirlo en ciertos sectores mercantiles (como el mercado bio).

Eso por hablar de los alimentos que hoy se dicen “nutritivos”. Si hablamos de la inundación del veneno que se ingiere proveniente de los cereales, especialmente los refinados, el azúcar, veneno por excelencia, los productos procesados, la comida rápida… En fin, la contraposición entre las necesidades humanas de alimentación y lo que produce el capitalismo es tan brutal que la salud humana se encuentra más deteriorada que nunca.

La vida de la mayor parte de la humanidad es un infierno de guerras, hambrunas, enfermedades generalizadas, represión y miseria.

Dejemos de lado la alimentación para echar un vistazo a otros ámbitos donde el drama sigue desarrollándose. Si en el lugar concreto en el que vivimos las bombas y la bota militar no nos está exterminando, es suficiente el simple hecho de respirar menos oxígeno y más toxicidad gracias a un aire lleno de polución en ciudades atiborradas de personas que viven en condiciones cada vez peores, o el descansar y dormir encerrados en lugares hostigados de frecuencias, radiaciones o ruidos, o sufrir las tristes relaciones entre humanos cada vez más ficticias, virtuales y nocivas, o la tortura de un trabajo cada vez más deprimente, agotador y expoliador…

La burguesía nos ha vendido el espejismo de la “aldea global”, concepto aséptico embalado en celofán, que no puede ocultar más la terrible realidad de este mundo, ¡qué cada vez se parece más a un vertedero!

En muy poco tiempo, el hacinamiento entre millones de seres humanos, animales y basuras de todo tipo ha transformado esos lugares y ciudades, en inmensas incubadoras a cielo abierto, en donde nuevas bacterias y virus se cultivan cotidianamente, anunciando así futuras catástrofes sanitarias.

En estos últimos años hasta han reaparecido antiguas enfermedades que la OMS daba por “desaparecidas”, mientras que aquellos que se prostituyen delante de todo lo que respira la ciencia nos habían prometido su total erradicación para fines del siglo XX o principios del XXI Sólo en el año 2001, la enfermedad del sueño ha matado a más de 300.000 personas, la fiebre negra dio mejores resultados, eliminando a más de 500.000 personas en Brasil, Bangladesh, India y Nepal. Otra epidemia hizo su reaparición, a pesar que había desaparecido en los años setenta, la tuberculosis.

Las execrables condiciones de higiene y vida, en las que se encuentra un número creciente de seres humanos, han producido la reaparición de la tuberculosis, que en pocos años ha ocasionado la muerte y el sufrimiento de más de ocho millones de seres humanos. Agreguemos a este siniestro cuadro la muerte, cada 30 segundos, de niños por paludismo en 2006.

Los antiguos medicamentos no producen reacción alguna, los agentes transmisores han devenido más resistentes a los antibióticos utilizados en sobredosis para hacer crecer más rápido a los animales y enriquecer a las firmas agropecuarias y a los laboratorios y firmas farmacéuticas multinacionales. Mientras el 40% de la población mundial vive en regiones en donde el paludismo reina, la respuesta del negocio farmacéutico estuvo a la altura de lo que el capitalismo propone como solución al excedente, en relación con sus necesidades actuales de valorización de fuerza de trabajo: ¡la muerte!

Evidentemente, el capital no sólo se contrapone al ser humano y sus necesidades, sino a todo ser vivo y al planeta Tierra. Mejor dicho, la contraposición que desarrolla el capital respecto al proletariado expresa a nivel humano la contraposición general entre el capital y la Tierra. Los animales y los recursos planetarios, al igual que los proletarios, son utilizados exclusivamente para la obtención de beneficio. La producción agrícola, ganadera, la producción minera, térmica…, la expoliación industrial de todos los recursos naturales, han alcanzado tal contraposición con la Tierra y los seres vivos que el desequilibrio ecológico del planeta amenaza a corto plazo la vida actual sobre el planeta. Se extinguen especies animales al ritmo que los ecosistemas forestales desaparecen para dejar sitio a fábricas, ciudades o/y campos de producción agrícola–ganadera; se inunda el aire de dióxido de carbono a un nivel que no puede ser incorporado en la cadena vital del planeta, produciendo una acumulación que desestabiliza el clima terrestre; la contaminación y acidificación de los océanos, convertidos en auténticos vertederos de la basura capitalista, dificulta la vida marina; el agotamiento de los suelos arrincona la propia producción alimenticia…

«Las grietas están por todas partes. Las generaciones precedentes de administradores del capital sólo han aplazado, a partir de toda una serie de trucos y astucias, como la creación desenfrenada de capital ficticio, la catástrofe. Pero con eso no hacen más que “preparar crisis más extensas y más violentas”, como decía Marx. Todos los recónditos escondrijos de este planeta se encuentran afligidos por el pocalipsis capitalista. Como hemos demostrado, la mierda se encuentra por todos lados y adquiere niveles nunca vistos. La catástrofe se expresa por todos lados […]» (GCIComunismo nº 58. La catástrofe capitalista alcanza nuevas cumbres. Breve excursión bajo el sol negro del capital.)

 

1.3 Luchas proletarias

 

Este escenario ha provocado que en los últimos años la contradicción entre las necesidades de la economía y las necesidades humanas, entre la catástrofe que necesita seguir desarrollando el capital para valorizarse y la vida humana y planetaria, haya alcanzado niveles insostenibles. El proletariado ha respondido a todo esto como ha podido, generando reiteradamente protestas, algaradas y revueltas. Con sus fuerzas y límites, propias del periodo que estamos atravesando, nuestra clase ha desarrollado numerosas y potentes luchas que expresan su hartazgo, su rechazo a seguir siendo sacrificado por la economía, su necesidad imperiosa de afirmar e imponer las necesidades humanas y planetarias frente al mundo devastador del dinero.

Desde finales de la década del 2000 las luchas sociales fueron agudizándose mediante revueltas y algaradas que se desplazaban de región en región, generándose en algunos momentos cierta confluencia internacional. La revuelta en Grecia, las luchas internacionales del 2010–11 contra el aumento mundial del precio de los alimentos, la llamada Primavera Árabe, cuya amplitud territorial desbordaba las fronteras de numerosos países del norte de África, la revuelta en Brasil o Siria, la inestabilidad social en ciertas regiones de Latinoamérica, Francia… Es verdad que esas luchas no estuvieron al nivel del ataque recibido, que portaban límites y debilidades evidentes, que las reivindicaciones no se afirmaban con la fuerza suficiente para evitar su transformación en reforma…, lo que permitía a la burguesía la recuperación de la lucha a través de diversos mecanismos de integración, paralizando el ataque proletario, ya sea concediendo algunas migajas, dando marcha atrás en tal o cual medida, con recambios parlamentarios… Además del agotamiento y la terrible represión que hicieron mella en muchos lugares. Lo que estaba claro es que la relación entre catástrofe y luchas no estaban ni mucho menos pareja, pero a pesar de todo el proletariado no dejaba de actuar aquí o allá.

Sin embargo, las luchas proletarias que intentaban responder al ataque capitalista dieron un salto cualitativo a finales de 2018 con la generalización internacional del conflicto de clases. Chile, Ecuador, Irak, Haití, Líbano, Hong–Kong, Colombia, Bolivia, Honduras, Argelia, Sudán, Francia… y otra serie de países confluían temporalmente en la lucha contra el capital. Independientemente de que en algunos países el combate asumía un carácter mucho más profundo, anunciando la necesidad del salto insurreccional, mientras que en otros la revuelta se mantenía en un nivel inferior, lo importante era la tendencia objetiva hacia una afirmación unitaria internacional. La dimensión cuantitativa permitía una transformación cualitativa al romper los diques de la contención nacional.

Aunque las causas particulares del estallido fueran en apariencia diferentes en cada lugar, su base social era la misma y tendían hacia una misma contraposición al capital. Cierto es que el proletariado, pese a rebasar en actos las fronteras y expresar en la calle su comunidad de lucha internacional, no fue capaz de afirmarse explícitamente aún como fuerza internacional, pero este escenario nos anunciaba su reemergencia como clase mundial e internacionalista como decíamos en un texto que publicamos en aquella ocasión.

«Lo que nos anuncian las revueltas que hoy se generalizan por el mundo capitalista no es otra cosa que la reemergencia del proletariado, el regreso del viejo topo que nunca dejó de cavar. La llamada Primavera árabe, la revuelta social en Grecia, en Turquía, en Ucrania, o las recientes luchas en Brasil o Venezuela, eran la antesala de un movimiento internacional e internacionalista que hoy lleva el miedo a todos los representantes del capitalismo mundial e insufla esperanzas y fuerzas a los proletarios de todo el planeta […]

Claro que, dicho todo esto, subrayando la importancia histórica de lo que estamos viviendo y que tiende a afirmarse en la práctica como movimiento proletario internacional e internacionalista frente a todas las tentativas de la burguesía por reprimirlo, ocultarlo, canalizarlo, deformarlo, fraccionarlo… no dudamos ni un momento de que no es más que el comienzo de un proceso largo y complejo. Es difícil predecir los pulsos y desarrollos que tendrá, las idas y venidas, pero indudablemente avanza ya hacia una confrontación cada vez más internacional y generalizada, cada vez más violenta, cada vez más decisiva…

Si bien estamos ya reventando de hambre, enfermando de todas las maneras posibles y asfixiándonos por todo lo que da empuje a la economía a costa de nuestra vida y la de nuestro planeta, lo que está por venir es todavía peor. La catástrofe   capitalista que se viene encima es incomparable con lo que se ha vivido hasta ahora.

Las insaciables necesidades vitales de la economía capitalista piden sacrificar al ser humano y todo lo viviente en el altar de la ganancia. Pero los proletarios hemos retomado la vía que abre la puerta a otro futuro: la pelea, la lucha intransigente por imponer una transformación radical, el ataque a las diversas instancias y representantes del capital, la afirmación en las calles de innumerables rincones del mundo de la comunidad de lucha contra el capital.»

Lo que no predecíamos entonces era que una declaración de pandemia mundial serviría de catalizador para solventar las grandes contradicciones que atormentaban al capital.

La crisis de valorización, así como toda la catástrofe general del capital que muy brevemente hemos esbozado, veía en esa declaración una oportunidad para aplicar las medidas económicas y sociales que el capital exigía para solventar temporalmente sus graves problemas. Por supuesto, fue la paralización de la lucha proletaria, la contradicción principal que contiene la negación de las condiciones existentes, lo que más tranquilizó a la bestia capitalista. El proletariado se sometía al estado de excepción mundial que aplicaban los diversos Estados nacionales e iría aceptando los diversos sacrificios decretados. Los acontecimientos que se han venido desarrollando desde la declaración de pandemia, nos han demostrado que esta ha venido a ocupar el papel que históricamente corresponden a la guerra imperialista. Desgraciadamente, y pese a las resistencias y revueltas desencadenadas, se ha conseguido enganchar al proletariado a esa guerra y someterlo a la acción estatal.

La fe generalizada en la ciencia ha servido de soporte para garantizar ese sometimiento y articular todas las medidas bajo una fachada sanitaria. De ahí que en este texto demos una especial relevancia a la crítica a la ciencia, a los postulados que han dado fuerza social a lo que estamos viviendo, esbozando unos elementos fundamentales para la crítica de la ciencia y de paso hacer un alegato en favor de quienes han sido señalados como enemigos de la humanidad: los virus y bacterias. Pero antes de abordar este aspecto crucial, queremos dar una rápida exposición de lo que ha sido el objetivo de todo el affaire covid, poniendo de relieve en qué han consistido las principales medidas. Para ello es decisivo abordar la acción estatal en toda su desnudez, atravesando la carcasa ideológica para librarla de las falsas apariencias. (continuará)

 

Proletarios internacionalistas –  Revista Revolución Nº 1 – Abril 2022

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1 / El signo de valor es la forma clásica como el dinero materializa su existencia en la circulación de mercancías. Pese a que el signo no posee valor, sí que representa una cantidad real de valor. Por ejemplo, las monedas nacionales de los Estados representaban una mercancía, el oro, que respaldaba su valor, y que se había convertido en el equivalente general tras un largo proceso histórico. Sin embargo, el mercado mundial utilizaba directamente el oro desechando los signos de valor pues no podían representar fielmente el valor. El dólar rompió definitivamente esta realidad mundial al instaurarse ese signo de valor como moneda mundial en detrimento del oro.

2/ Algunos sectores burgueses están haciendo depósitos de oro percibiendo la depreciación total hacia la que avanzan los signos de valor. Muchos países árabes, Rusia y China acumulan reservas de oro, así como reservas de otros metales potencialmente monetarizables. China, por ejemplo, está incluso acumulando en el sector de la chatarra metales nobles de todo tipo como el latón, cobre…, más allá de metales superconductores y tierras raras. Sin embargo, pese a estas medidas de algunos burgueses, el regreso al patrón oro u otro patrón basado en una mercancía es imposible sin la implosión de todas las contradicciones.

3/  Veremos que con la posterior declaración de la pandemia el capital soltaba anclas definitivamente y daba el paso que le quedaba para intentar contrarrestar la desvalorización desplegando una bomba de relojería: volcar masas de ficción monetaria en el intercambio mercantil.


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