01.MAY.22 | PostaPorteña 2280

El GRAN RESETEO de la MEMORIA

Por Federico Leicht

 

Los museos del cualquiercosario de la memoria de la izquierda florecen, y actividades que nunca antes tuvieron carácter utilitario han sido convertidas en objeto de contemplación hegemónica

 

Federico Leicht, FARO Argentino , Mayo. 2022

 

Entre la historia y la memoria, en la repartición marxista del tiempo, la apuesta siempre fue por la primera. No obstante, tras la caída del socialismo, la izquierda adoptó el duelo melancólico como característica fundamental de su aggiornamiento dialéctico.

Desde ese momento, la izquierda en su conjunto dio un giro muy conveniente.

Redefinir la posición del marxismo frente a la memoria fue el contraveneno para emerger del luto. De hecho, inmediatamente después de la caída del muro, comienza el duelo en los sectores más radicales de la izquierda que hacen una evocación hacia el pasado, y el concepto de memoria comienza a desempeñar un nuevo papel, uno que antes no tenía: la “recuperación de la memoria histórica”

Esto no es otra cosa que la división entre muertos propios y ajenos, convirtiendo todo lo propio en bueno y todo lo ajenos en malo; merecedores de homenajes y condenados al olvido.

En las últimas décadas han adquirido importancia los movimientos de reconstrucción de la memoria histórica de grupos sociales afectados por los procesos de “invisibilización” como las mujeres, las personas de pueblos originarios, las culturas colonizadas o los perseguidos políticos.

 

Por supuesto, la Organización de las Naciones Unidas, a través de la Unesco, ha apalancado esta depravación. La reconstrucción de la memoria afectada por procesos de “invisibilización” se transformó en un reseteo global del concepto de memoria.

El siglo XXI trajo consigo la era digital y la consolidación del activismo cultural de la izquierda en el relato occidental, que a su vez trajo consigo una explosión del consumo de información que distorsionó el resguardo de la memoria, sustituyéndola por las exigencias de la sociedad del ocio, por el entretenimiento, e incluso por la explosión de la información sesgada de ideología, pero provista en formato de entretenimiento (infotainment).

 

Despojados de cualquier atisbo de curiosidad espiritual, e incluso de familiaridad con nuestro pasado, fuimos condenados a homenajear jubilosamente el olvido y a deleitarnos con las frívolas delicias del momento, pero bien nutridos de histotainment.

Los museos del cualquiercosario de la memoria de la izquierda florecen, y actividades que nunca antes tuvieron carácter utilitario han sido convertidas en objeto de contemplación hegemónica.

Convengamos que memoria y olvido no son necesariamente opuestos. La memoria de un ser humano se diferencia de la de un disco duro por su capacidad para discernir y clasificar.

 

Jorge Luis Borges abordó el tema casi 80 años atrás en Funes el memorioso, describiendo con precisión los problemas de nuestra capacidad de memoria mucho antes que la Neurología. Funes, escribió Borges, era “virtualmente incapaz de ideas generales, platónicas. Pensar es ignorar (u olvidar) diferencias, generalizar, abstraer”.

Es que almacenar sin elegir no es una tarea de la memoria, al menos no de la humana, siempre hay un hipocampo estimulado por patrones de actividad neuronal que le permiten optar; nadie se puede arrogar el derecho de controlar la selección de elementos que deben ser conservados por otro individuo.

 

Del mismo modo, ninguna institución global o estatal debería ostentar el derecho de ninguna persona a buscar por sí misma la verdad de los hechos, castigando a aquel que no acepte la versión oficial del pasado.

De hecho, la propia definición de sana convivencia democrática es la de individuos y grupos con derecho de saber, y por tanto de conocer y dar a conocer su propia historia; no corresponde a poder central alguno prohibírselo o permitírselo.

Sin embargo, a partir de marzo de 2020 quedó de manifiesto que los escenarios de crisis globales, creados o recreados a partir de hechos o ficciones geopolíticas, biopolíticas, psicopolíticas, son oportunidades para que los organismos que rigen el mundo occidental, y los Estados nación sujetos a sus postulados reacomoden el relato -y por ende la memoria futura-, de acuerdo a sus designios.

 

La forma en que los medios brindan la información modifica en el receptor los conceptos con los que opera en su relacionamiento social.

De la información disponible, poca o ninguna puede ser corroborada, ya que pertenece al círculo cerrado de datos que pasan por servidores de redes de Internet, se difunden por vía electrónica y se manejan desde los centros donde esos servidores se asientan, obedeciendo las directivas de sus dueños.

Es un acto de fe aceptar la realidad de tales datos, como los que son vertidos a través de canales que emplean instituciones médicas y científicas para hacerse conocer, o incluso a través de decisiones supranacionales o estatales que, en un santiamén, convierten al individuo en un muñeco que deja de ser dueño de sus espacios, de sus afectos, de sus sentimientos, de sus pensamientos.

Su memoria ha sido distorsionada para siempre.

Mientras escribo esto me pregunto qué será lo que le contaré a mis nietos sobre estos tiempos extraños que me han tocado vivir, tengo en cuenta que los investigadores necesitan décadas, para averiguar los hechos más relevantes del pasado, reconstruir el curso de los acontecimientos y sacar a la luz las intenciones de sus protagonistas.

Entiendo que los diversos motivos expuestos justifican una búsqueda profunda de la relación entre un virus y un encierro de dos años, y si, como me viene pareciendo, no existe una relación intrínseca entre ambos, entonces estará en discusión el error de enfoque que trajo considerar la “pandemia” como un conflicto político cualquiera.

 

¿En veinte años mi memoria dependerá de mi recuerdo o de la noción mediático cultural de lo que viví?

 “No me aterra que me hayas mentido, sino que ya no pueda creerte”, escribió un día Friedrich Nietzsche, que cocía porotos igual que el resto de los superhombres.

Lo que hoy se está haciendo es vender como memoria la hegemonía de un relato y legitimar sus particularidades sin enjuiciarla. Un concepto claramente reaccionario y antiliberal, que nos lleva a condenar la noción dialéctica de progreso histórico, es decir, de la memoria futura.

A veces me siento en la necesidad de aclarar, porque alguien debe pensar que estoy contra los organismos internacionales, los científicos, los políticos, los comunicadores, las vacunas o la memoria, y esto no es así.

Estoy contra la memoria histórica porque ni es memoria ni es historia.

Porque es solamente una versión creada por activistas políticos, periodistas y académicos de la izquierda sobreviviente al marxismo, es decir, la izquierda globalista que construye memoria globalista.

La memoria es individual y subjetiva. Nunca colectiva.

Entiendo que este apabullamiento mediático en el que vivimos es decadente, y la decadencia de los medios que se vinculan con estas formas de atracción para rebaños acostumbrados a aceptar cualquier cosa con tal de poder seguir mimetizándose, sobreviviendo en la oficina o el corral, balando alguna frase de las que pescaron al pasar en las redes sociales, olvidando aquello tan simple y profundo que dijo Ricardo Mella: “Natura no distingue de sabios e ignorantes. Ante ella no hay más que animales que comen y defecan”.

Reivindico la memoria a secas porque sigue siendo el único refugio decoroso frente a la estupidez contemporánea.

Y está hecha la aclaración.


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