05.MAY.22 | PostaPorteña 2281

CATÁSTROFE CAPITALISTA, CIENCIA Y COVID-19 (2)

Por ProletariosInternacionalistas

 

2. La guerra al coronavirus como solución temporal a las contradicciones capitalistas

 

La historia posterior que va desde la declaración de la pandemia hasta el momento actual es bien conocida. El mundo entero se sumerge en una guerra peculiar: “la guerra al coronavirus”. Este escenario, lejos de empeorar las contradicciones capitalistas, tal y como se publicitaba por todas partes, permitió la oxigenación a la bestia capitalista. Se conseguía, por un lado, paralizar nuestro movimiento, aunque como ya hemos anotado en nuestros materiales la lucha ha tratado y trata de retomarse /4 y, por otro lado, se lograba acelerar un proceso de reestructuración económica con el que el capital intentaba dar nuevos bríos a un modo de producción que agoniza.

Si el mundo de las apariencias nos muestra a una enfermedad propagándose y poniendo a los Estados contra las cuerdas, obligándolos a tomar medidas para proteger la salud humana frente a la sagrada economía, o haciendo peripecias para equilibrar ambos aspectos, provocando graves daños en el tejido económico, explosionando más aún las contradicciones capitalistas, la verdadera realidad que se desarrolla bajo este mundo espectacular es bien diferente.

Como acabamos de exponer, el capital se encontraba totalmente podrido y en grave riesgo de desplomarse por completo, la desvalorización obligaba a emitir moneda sin ningún respaldo, ampliando la deuda sin tregua, exprimiendo los últimos recursos planetarios y atizando latigazos sobre las espaldas del proletariado mundial.

El proletariado, por su parte, dejaba claro a la burguesía mundial que no iba a aceptar ser sacrificado en aras del beneficio, que iba a presentar pelea allí donde pudiera, poniendo en jaque los planes de reestructuración del capitalismo en decenas de países, presagiando tiempos de lucha internacional.

Objetivamente, la irrupción del Covid–19 se presentó como un factor idóneo para hacer frente a todas estas contradicciones. El momento preciso en el que se declara la pandemia no podía haber sido más oportuno para la dinámica de acumulación capitalista. La “guerra al coronavirus”, a semejanza de las demás guerras generadas por el capital en su proceso de valorización, permitía aplicar medidas para hacer frente a la bancarrota a la vez que se sometía al proletariado a un clima de terror que no sólo frenaba de golpe la oleada de luchas en curso, sino que lo ponía en disposición de aceptar y tragar todas las brutales medidas aplicadas. Es por eso que desde la declaración de la pandemia del Covid–19 nosotros afirmamos a contracorriente en todos nuestros materiales que la guerra contra el coronavirus era una guerra contra el proletariado mundial.

Desde algunos ámbitos, esta denuncia que realizamos se amalgama a la teoría de la conspiración; sin embargo, nuestra posición no parte de lo que piensa o se imagina tal o cual burgués, o incluso esa clase en su conjunto, ni de la voluntad de tal o cual dirigente, tal y como hacen los análisis que vienen de esa teoría. Por el contrario, para nosotros lo fundamental son los hechos, la acción real que desarrolla los acontecimientos. Los análisis basados en la voluntad y la conciencia, en lo que piensan los protagonistas, pierden de vista que precisamente lo esencial es siempre lo que se produce en la realidad social, la acción real de los seres humanos y no lo que impulsa a cada uno a actuar o lo que se imagina que está haciendo.

Esto no significa que ignoremos o menospreciemos lo que la burguesía planifica, simplemente queremos decir que los acontecimientos no se analizan en base a ese factor.

Es evidente que ciertos sectores de la burguesía se colocan a la vanguardia de su clase al representar con su orientación práctica los intereses generales del capital, y no podemos subestimar la conciencia que adquieren de su propia práctica. Cuando personajes como Klaus Martin, fundador del Foro Económico Mundial, publican un libro como Covid–19: El gran reinicio, demuestran precisamente que sectores de la burguesía no actúan de forma ciega o automática, sino en base a cierta planificación.

Los plumillas de la burguesía tampoco dudan en hacer públicas las necesidades de sus amos, como el periodista de Bloomberg, Andreas Kluth, quien publicó un artículo titulado “Debemos comenzar a planificar una pandemia permanente”. Claro que esa planificación no parte de la cabeza de esos burgueses y sus siervos, sino de las propias necesidades del capital que a través de esos sectores trata de imponerse en la sociedad. En última instancia sólo los burgueses que logran verificar en los hechos las necesidades del capital se imponen frente a los otros y acaban orientando la política económica mundial. Los recambios burgueses, los cambios de orientación económico–social… vienen determinados por este factor.

Precisamente, las diversas acciones emprendidas por todos los Estados del mundo al declarar la pandemia han estado determinadas por las necesidades de imponer una serie de medidas para sanear el organismo capitalista y que apretaban aún más la garganta del proletariado.

Hemos insistido hasta la saciedad en que todas las medidas impuestas por los Estado responden exclusivamente a las necesidades del capital. Todo lo que hace el Estado, en tanto que manifestación de capital, no puede responder más que a su propio interés. Si bien el capital también se ve forzado a realizar en ocasiones concesiones ante la protesta, la lucha y la reivindicación proletarias, lo cierto es que esas zanahorias que otorga están determinadas para mantener la paz social y perpetuar su sociedad.

También es verdad que el capital trata de resolver a su manera algunas de las terribles contradicciones que genera para evitar que le exploten brutalmente, por lo general desatando a futuro otras peores. Pero de lo que no tenemos duda alguna es que lo que determina las decisiones en esta sociedad es la tasa de ganancia.

Pese a las reticencias y dudas iniciales mostradas por tal o cual fracción de la burguesía, por tal o cual Estado nacional, lo cierto es que los Estados fueron adaptando en todas partes, a mayor o menor escala, las mismas medidas bajo la declaración del estado de alarma o de emergencia sanitaria. Por supuesto que algunos sectores importantes de la burguesía trataron y tratan de seguir reivindicando otro tipo de medidas, pues en ello va la defensa de su propio interés particular en el mercado mundial, pero la homogeneidad alcanzada entre los Estados sólo es comparable —algunas como el confinamiento mundial totalmente novedosas— a los periodos de grandes guerras interburguesas como las llamadas primera y segunda guerra mundial.

Si algo ha caracterizado todas esas medidas es la despótica restricción de todos los aspectos que conservaban, aunque de forma atrofiada, ciertas relaciones humanas.

Si bien la historia del capitalismo se identifica precisamente con el proceso de subsunción de toda relación humana a las relaciones de valor, lo cierto es que siempre hay pequeños poros por los que los seres humanos experimentan, aunque sea de una forma intoxicada por la lógica de la mercancía, momentos que parecen escapar levemente a esa lógica. Por supuesto que esos mismos momentos acaban siendo útiles al capital al permitir cierto desahogo que da brillo a las cadenas de esta sociedad. Fueron esos aspectos donde se enclavaron algunas de las medidas fundamentales desplegadas.

Se restringía todo movimiento que no fuera catalogado como movimiento económico indispensable, toda reunión de personas en la calle, todo contacto que no fuera motivado por las necesidades de la economía. Evidentemente, también se cierra una vasta red económica, pero esta irá progresivamente abriéndose paso y/o buscando otras vías para desarrollarse, mientras que la primera, con idas y venidas, mantendrá una dinámica tendiente a la restricción. La comunidad del capital se imponía con una fuerza pocas veces vista.

En los periodos de máximas restricciones, los Estados sólo permiten salir a la calle bajo el salvoconducto mercantil. El confinamiento humano es total y sólo se permite circular a actores económicos. Pese a que la OMS había afirmado y declarado públicamente en noviembre de 2019 que para mitigar gripes y pandemias de virus respiratorios “las medidas no farmacológicas masivas sobre población sana o sin síntomas carece de la evidencia científica respecto a su efectividad, además de tener una dudosa factibilidad e implicar cuestiones éticas sobre la libertad personal”, no tuvo problemas en cambiar el criterio pocas semanas después hasta llegar a recomendar el confinamiento mundial.

En algunos Estados se puede circular si se va a producir o consumir, pero no si se va a satisfacer alguna necesidad humana fundamental. Puedes ir a comprar a un supermercado, pero no ir a jugar con los niños a una pradera o un parque, aunque estés sólo con ellos; puedes acudir a tu trabajo rodeado de otros trabajadores, pero no ir al monte a respirar, aunque vayas solo; puedes subir hacinado en un medio de transporte colectivo para ir a trabajar, pero no puedes ir en un vehículo particular con un amigo con otra finalidad que no sea del circuito económico… En definitiva, puedes juntarte con otros en lo que tiene que ver con el proceso productivo o de consumo, pero no con fines fuera de esa lógica mercantil.

El distanciamiento social vino acompañado de la imposición de la mascarilla a todas horas, incluso al aire libre en muchos países. Evidentemente, la producción y consumo mercantil que así lo requieran quedaban exceptuados de esa imposición. La mascarilla viene a recordar y reforzar la necesidad del distanciamiento social junto con todas sus nefastas consecuencias para la salud. No sólo dificulta la respiración, tanto la inhalación como la exhalación, sino que su uso prolongado nos regala productos altamente tóxicos y alérgenos como los fluorocarbonos, formaldehídos, diminutas microfibras sintéticas y toda clase de tóxicos. Por supuesto, tal y como se concluye de nuestra exposición posterior sobre los microorganismos, la misma no tiene ningún uso saludable ni sirve para evitar enfermedades.

No hubo que esperar mucho para la aparición relámpago de numerosas vacunas producidas de forma exprés por diversos laboratorios y que fueron la gran esperanza anunciada por la ciencia. Su venta e inoculación masiva no tardó en permitirse, saltándose sus propios miserables protocolos de seguridad ,pues estos requerían su experimentación durante años.

Los contratos de compra que negociaron los Estados incluían, por supuesto, la exención de responsabilidad a los laboratorios farmacéuticos por todos los efectos perjudiciales provocados por la administración del producto. Las muertes y efectos nocivos para la salud provocados por las mismas han sido, como siempre, disociados y ocultados, por lo que es imposible tener una estimación de esos datos. Claro que hay que tener en cuenta que la mayoría de los graves problemas vacunales se producen a largo plazo lo que favorece la disociación causa–efecto. Pese a todo no se ha podido ocultar la generalización de efectos adversos inmediatos graves a nivel circulatorio y neurológico que han sido minimizados bajo el eslogan de que los riesgos de padecer la enfermedad eran mucho peores que los de inocularse ese veneno.

Hoy ya se prepara su administración a los niños menores de cinco años y hay una campaña de persecución mundial contra los que se resisten a vacunarse, estigmatizando y señalando como amenaza a quienes se oponen a ese procedimiento médico, obligándolos a vacunarse en algunos países, y preparando su marginación social a través del pasaporte Covid que comienza a exigirse en diferentes aspectos sociales: viajes en medios de transporte, lugares de ocio, centros deportivos, cruce de fronteras, etc… /5

Si bien, el pasaporte Covid tiene esa dimensión, y sirve actualmente de herramienta para coaccionar socialmente a la vacunación allí donde legalmente no se ha tipificado obligatoria, lo cierto es que esto es solo uno de los usos actuales del pasaporte. En realidad, su función social es mucho más profunda al representar un documento de buena conducta ciudadana que tiene muchas más aplicaciones en el futuro, al permitir identificar rápidamente a los que se adhieren al Estado y sus medidas y a los que son refractarios.

Otro aspecto que el confinamiento impulsó fue el llamado teletrabajo que ayuda al capital a elevar un poco más los niveles de explotación. Efectivamente, allí donde puede el capital ha aumentado los trabajos ejercidos desde el hogar, lo que libera al capital de una masa de costes considerables que son trasladados al trabajador. Costes ordinarios para desplegar el trabajo, como los despachos y otros centros de trabajo, mantenimientos de instalaciones, la luz… Y por supuesto, la extensión de la jornada laboral puede afianzarse mucho mejor en esas condiciones que difumina más aún las horas reales de trabajo.

Otro sector que ha visto la oportunidad de fortalecer su posición en el mercado es el de venta y ocio online. Compañías como Amazon, Netflix… han disparado sus ganancias liquidando muchos sectores que le competían fuera del mundo virtual haciendo de su estatus de crecimiento algo permanente. La explotación a la que somete a sus trabajadores para cubrir el mercado en condiciones óptimas —en Inglaterra se decretaron horas extras obligatorias a estos trabajadores— está siendo respondida por los trabajadores de diversas formas, como la huelga internacional que se realizó en 2020.

Para aquellos que afirman que los confinamientos no son una medida agradable para el capital deberían revisar los números económicos. Pero esos números vienen dados por el mercado mundial, y no exclusivamente por el mercado de valores, que refleja los movimientos financieros y especulativos de la burguesía en ese ámbito y que sufrió el hundimiento más pronunciado de su historia entre finales de febrero y marzo de 2020 —antes del gran confinamiento—, superando la gran depresión y orientando a esos sectores de la burguesía a implementar las medidas que vendrían posteriormente/6

Más allá de ese sector, el movimiento del capital global nos sugiere como en el año 2020 los sectores burgueses con mayor capital ganaron a nivel mundial 3,9 billones de dólares mientras que el proletariado perdía 3,7 billones de dólares. Pese a que estos números son una indicación parcial y limitada del aumento de la explotación del proletariado durante el confinamiento, pues la cuantificación monetaria no refleja ni mucho menos las condiciones de existencia del proletariado y su salario real y relativo, es decir, la parte de la producción social que se le deja como migaja, los mismos tumban el discurso del daño económico general. Reflejan cómo el capital ha apretado más la soga contra el proletariado extrayéndole más plusvalor, trasladando una franja de lo que iba al salario global del proletariado hacia la acumulación del capital.

Es decir, el confinamiento permitió un desempleo masivo que deprimió el salario global a nivel mundial, facilitó la absorción y centralización de los pequeños capitales y además destruyó el capital mercantil excedente que no hacía más que favorecer la desvalorización. En el proceso, millones de proletarios superfluos fueron arrojados al sacrificio.

El proceso de “apertura” o la llamada “nueva normalidad” mantuvo la condición esencial de la mercancía. Se podía acudir a una piscina, pero se prohibía bañarse en los ríos, se podía tomar bebidas en las terrazas de bares, pero se perseguía a los que se reunían al aire libre en algún lugar a compartir bebida y comida; se podía viajar en los metros y trenes para acudir a trabajar, pero no hablar con los demás pasajeros, como el conocido tren del silencio de Barcelona en España. El Estado jugaba con los confinamientos y sus niveles, confinamientos perimetrales, cierre de fronteras, pero abriendo las puertas al movimiento mercantil (humanos incluidos) y cerrándola a cualquier otro movimiento ajeno.

Pocas veces en la historia la comunidad del capital se impuso de una forma tan abierta y explícita contra todo atisbo de comunidad humana. Sacrificar las necesidades humanas para beneficio de las económicas es la ley por excelencia de esta sociedad. La comunidad del dinero, que no puede soportar otra comunidad, alcanzaba una nueva cumbre.

Los mecanismos de atomización del capital, como los teléfonos móviles, ordenadores y todas las aplicaciones que esos aparatos de aislamiento incluyen para relacionarse cibernéticamente y virtualizar las relaciones, recibieron un gran impulso.

Si desde hace muchos años esas herramientas están afianzadas y han profundizado la atomización, no es menos cierto que su asentamiento tras la “crisis del Covid” les ha dado un nuevo impulso. Teletrabajo, ciber–relaciones, conversaciones virtuales, encuentros telemáticos entre amigos y familiares…

La separación consumada, la unidad de lo separado, no hace más que mostrar la locura hacia la que camina el capital. No es nada nuevo, lo llevamos experimentando y sufriendo en nuestras carnes mucho tiempo. El desarrollo del capital es desarrollo de la atomización social desde su nacimiento, pero el salto cualitativo que ha adquirido tras la declaración pandémica no puede dejar de señalarse. Por supuesto que este proceso de atomización y de aislamiento total pudo concretarse porque ya antes esos seres humanos vivían en la vida cotidiana del capital. Pese a todo, la nueva vuelta de tuerca incrementó aún más las depresiones, suicidios y toda una serie de enfermedades físicas y psíquicas que forman parte de la cotidianidad capitalista.

Toda esa comunidad de muerte, de aislamiento, de enajenación, que muestra a las claras cómo es la terrible vida social capitalista, no tiene otro objeto que hacer cada vez más funcional al ser humano en el proceso de reestructuración económica del capital. Un proceso de reestructuración iniciado hace ya años con otra vuelta de tuerca a la atomización, tanto a nivel productivo como de consumo

La sociedad sólo puede producir socialmente, pero en el capitalismo esa sociedad se presenta cada vez de forma más atomizada y los esfuerzos productivos, como impulsos aislados que son centralizados por la maquinaria capitalista y que son cada vez más fácilmente sustituidos por nuevas tecnologías que conducen a la fuerza de trabajo a convertirse en algo totalmente superfluo, y que al mismo tiempo sigue siendo imprescindible para que el capital pueda seguir extrayendo plusvalor.

El proceso de reestructuración económica encontró como siempre en la guerra, en el caso presente en la guerra al coronavirus, el terreno ideal para desplegarse.

El sueño de Keynes de reproducir en condiciones de paz las bondades de la guerra se hacía realidad. La economía mundial necesitaba sanearse, dar a luz un nuevo ciclo de reproducción global limpiando los sectores y empresas que lastraban nefastamente los beneficios, así como aquellas que no se adaptarán a la nueva dinámica centralizando el capital aún más. Necesitaba también, con urgencia, dar salida a la sobreacumulación de capital ficticio que abarrotaba ya todos los circuitos financieros y pedía abrirse paso a raudales en la economía real —y que implica en su horizonte su destrucción a través del proceso inflacionario que hoy vivimos, aunque en algunas regiones trate de ocultarse en las cifras oficiales, pero todo proletario lo capta en la capacidad de compra y la subida imparable de los precios de productos de primera necesidad—/7

 

El primer efecto del cierre de los procesos productivos fue la apertura sin freno de la puerta que conecta las finanzas con la economía real. Las empresas fueron nutridas de capital ficticio para cubrir de forma virtual sus ciclos reproductivos. Si antes de la declaración pandémica las empresas estaban financiadas, inyectadas de esa ficción para poder realizar sus ciclos productivos o para mantener durante un tiempo una aparente reproducción, bajo el nuevo escenario el grifo del dinero prestado emanaba a raudales y se generalizaba a empresas que antes no alcanzaba, haciendo de las “empresas–zombis” la forma generalizada de producción mercantil.

Los bancos centrales creaban signos de valor sin respaldo alguno que prestaban a los Estados para, y aquí está la novedad, trasladar una gran porción a la economía real. En el fondo el resultado era que el proceso de centralización del capital atraía sobre sí los pequeños capitales sueltos y se destruían los que no gravitaban.

Las pequeñas empresas que no quebraban, o eran directamente desplazadas/compradas por un capital mayor, eran absorbidas en mayor o menor medida a través del crédito que permitía adquirir grandes porcentajes de propiedad y de ganancia de estas pequeñas empresas que pasaban a incorporarse a ese capital mayor. Desde siempre la centralización de capital es un proceso indispensable para afrontar la tasa descendiente de ganancia, claro que los niveles alcanzados en el presente no tienen comparación con el pasado. La crisis de acumulación ha llegado a tales niveles que esa centralización se acelera a un ritmo sin precedentes. La deuda pública marca unos números que hace unas décadas parecían inasumibles para cualquier Estado y hoy es uno de los pilares sobre el que se sustenta la economía.

Pero no sólo las empresas dopadas con dinero a niveles incontables se nutrían de estos signos de valor y pasaban a formar un mismo capital, pese a que formalmente se articulara bajo diversos propietarios, sino que en algunos lugares, como Europa o EEUU se financiaban ayudas sociales para sostener la explosión que se avecinaba con los despidos masivos y la falta de recursos pues la medida esencial del Estado pandémico /8 era imponer una economía de guerra que implicaba que el proletariado aceptase unas condiciones de vida aún peores que las que sufría. Con el chivo expiatorio de la pandemia todo se justificaba. Despidos, bajada de salarios, subida imparable del precio de todos y cada uno de los productos básicos que refleja el inicio del proceso de corrección mercantil por la inundación de capitales ficticios, etc.

Las ayudas sociales que esos pocos Estados podían conceder no eran más que sucedáneos y migajas que trataban de afianzar el sometimiento generalizado —y por supuesto mantener el suministro de capital variable— y se presentaban como medidas coyunturales que ni si quiera podían cubrir necesidades básicas de una gran parte del proletariado.

Sin embargo, lo general en la mayoría de las regiones del mundo era no conceder ni esas ayudas sociales pues se prioriza la inyección de los signos de valor en las empresas y sectores de capital que requerían dinamización. El confinamiento llevaba a los proletarios de numerosos países, con la India como ejemplo luminoso (donde el 80% del proletariado vive del trabajo negro, ilegal o de salir a la calle a buscar cualquier medio de vida o recurso), a la muerte por inanición. El cierre de fronteras impedía movimientos migratorios para salvar el pellejo. Claro que las decenas de miles de afectados y muertos por esta situación son ocultados por los voceros del capital que buscan dirigir la atención a un solo protagonista, el Covid–19.

Del mismo modo, los proletarios que no mueren de hambre o no tienen todavía esas condiciones brutales de exterminio no han dejado de ver empeorar todos los aspectos de su existencia, pidiéndose todo sacrificio necesario en la guerra al Covid–19. Las empresas piden a sus trabajadores esfuerzos para luchar contra las consecuencias del virus que se traducen en la extensión de la jornada, el aumento de la intensidad del trabajo, salarios que no se pagan durante meses, despidos, peores condiciones generales de realización del trabajo. También hay empresas que disminuyen la jornada por las necesidades productivas con la correspondiente bajada de salario (mejor dicho, con la exponencial bajada del mismo) que no da ni para alimentarse.

Todas estas medidas han generado un nivel de muertes que hace palidecer las cifras oficiales de muertos por Covid–19 que nos ofrecen los Estados. La proyección mediática pasa de puntillas por todo lo que ha exacerbado las medidas sanitarias y se podría utilizar el lenguaje científico para hablar de la pandemia de suicidios, de ictus, de ataques cardíacos, de trombosis, de cánceres… Pero no sólo se trata de muertes. Se han multiplicado todo tipo de enfermedades tanto físicas como mentales y no habría espacio en este texto para enumerarlas.

Lo que para nosotros es totalmente claro es que la catástrofe capitalista está alcanzando nuevas cumbres con la declaración de pandemia y plantea seguir escalando en su carrera demencial por la ganancia, triturando todo lo que encuentra a su paso para cumplir sus procesos cíclicos de valorización. Frente a esta carrera de la locura mercantil, la única luz que puede abrirse en la noche capitalista la tiene el proletariado a través del fuego de la revuelta.

 

3. La ciencia, factor esencial para desplegar la guerra al coronavirus

 

El capitalismo, en su proceso de cristalización de la guerra imperialista, necesita que grandes sectores del proletariado acepten ir a matarse unos contra otros. Ese proceso, que representa el mayor exponente de la negación negativa del proletariado, /9   requiere como uno de los factores fundamentales la consolidación de ideologías que arrastren al proletariado a luchar por intereses que no son los suyos.

El nacionalismo, el fascismo y el antifascismo, en sus diversas variantes ideológicas, han jugado siempre un rol fundamental. El Estado pandémico que nosotros hemos asociado, con sus particularidades, con el Estado de guerra imperialista, necesita de su particular ideología: la ideología científica. Es gracias a la ciencia y al sometimiento generalizado a la misma como se ha podido materializar esta particular guerra contra un enemigo exterior en forma de virus.

En consecuencia, la crítica de la ciencia se presenta hoy más que nunca como un elemento esencial para luchar contra el capital y el momento actual que atravesamos. En la crítica a la ciencia en sus diversos niveles, en su concepción del mundo y su lógica de valorización, nos surtimos del armamento necesario para derribar tanto el cientifismo dominante como las bases ideológicas que sustentan la declaración del Estado pandémico. Sin reapropiarnos y asumir con todas sus consecuencias esta crítica no hay posibilidad de contraponernos al momento que estamos viviendo.

 

3.1 La ciencia como conocimiento enajenado

 

Es un lugar común hacer de la ciencia algo autónomo, algo neutro, independiente de la maquinaria capitalista. En ciertos casos se critica a la ciencia, pero no desde su verdadera raíz, sino como vendida, intoxicada o dominada por el capital. Se trataría entonces de salvaguardar lo “bueno” de la ciencia, liberarla, sacarla de las manos de los capitalistas para que sirva a las verdaderas necesidades de la humanidad.

Si algo tienen en común todas estas concepciones de la ciencia es que desconocen que la misma es una parte constitutiva del capital.

La ciencia es la articulación del capital que se ocupa del campo del conocimiento, de la investigación y desarrollo de ese conocimiento, así como de su aplicación práctica. El objetivo, claro está, como en todos los sectores, es la valorización, lo que implica que todo su producto, toda producción científica, tenga ese referente. Todo este conocimiento, su concepción del mundo, su método de investigación, sus aplicaciones, etc., están determinadas por las necesidades del valor, necesidades que evidentemente se contraponen a las de la humanidad pues su motor es la maximización de la ganancia.

No es que la ciencia esté presa de la forma capitalista de pensar el mundo, sino que ella misma es la forma en la que se manifiesta el pensamiento mismo del capital y su aplicación práctica. Es la objetivización del pensamiento y de la reflexión capitalista, así como el desarrollo de esos conocimientos para aplicarlos en todos los campos sociales bajo el dictado de la ganancia. Por supuesto que son los seres humanos los que crean y desarrollan este conocimiento, pero no para sí, sino como fuerza ajena, es decir, como capital. Bajo la sociedad burguesa, en los diversos campos de la actividad humana los seres humanos son sólo una mediación en el ciclo de vida del valor.

Es pues totalmente coherente que las corrientes científicas que mejor responden a esos intereses se constituyan como las hegemónicas siendo, evidentemente, las que reciben financiación para la investigación y desarrollo por parte del capital mundial.

Algunas de las corrientes disidentes que tratan de afirmar una contraposición a esta determinación capitalista y expresan tentativas de romper con esa lógica se ven negadas por dos motivos. Primero, porque son reprimidas en el campo científico al no responder a las necesidades de valorización del capital; segundo, porque pese a sus cuestionamientos, al no consolidar una clara ruptura, siguen siendo dominadas en sus postulados por toda la lógica científica lo que limita y desfigura los determinantes humanos que puedan contener.

Pero es innegable que algunas de esas expresiones disidentes se presentan bajo esa forma confusa como tendencia de la humanidad a contraponerse a las necesidades capitalistas, pero sólo con la afirmación y desarrollo de la comunidad de lucha del proletariado (de la que son en parte una expresión contradictoria), que nutre y se nutre de las rupturas en todos los campos sociales y prefigura la constitución del proletariado en clase revolucionaria, pueden esas expresiones prefigurar una ruptura con la ciencia   /10

Fuera de esa perspectiva que conduce a la revolución la humanidad es un ser inerte en todos los aspectos de su vida. Ciertamente, en el capitalismo los seres humanos hacen de su propia actividad un poder ajeno, una fuerza enajenada que se le contrapone y se objetiviza como capital. La enajenación no es por tanto algo que afecte meramente al resultado de su actividad, sino a su propia actividad.

De hecho, el resultado no hace más que objetivizar su actividad y por tanto la enajenación de aquel es un producto mismo de la enajenación de esta. Su actividad y el producto de la misma se muestran como una fuerza ajena, exterior. La base sobre la que se sustenta todo este proceso que convierte al ser humano en un ser extraño a su propia actividad, a sus propias creaciones, convirtiéndose en mero mediador de un sujeto que lo domina y que lo explota para sustraerle valor, es la separación (histórica, a sangre y fuego) del ser humano y sus medios de vida como resultado del desarrollo histórico del valor.

El desarrollo del valor corre parejo al desarrollo de la actividad humana enajenada. Él crea y desarrolla esa enajenación. Cuando el valor alcanza su pleno desarrollo en tanto que capital mundial, tras un largo proceso histórico contradictorio y de resistencia, toda actividad humana queda determinada por esta enajenación.

En el capitalismo, el ser humano no sólo sufre esta enajenación cuando trabaja, sino también cuando descansa, cuando come, cuando hace el amor, cuando se relaciona con su propia especie. Aunque no lo sepa, todas esas actividades no las hace para él, sino para otro, para el capital. Toda su actividad, su vida misma y sus diferentes momentos, son episodios en la producción global de ganancia, es decir, están determinados por las necesidades de valorización. La forma y el contenido de toda actividad humana quedan totalmente trastocados pues su objeto no es el ser humano, sino el capital y sus necesidades. Sólo hay que ver a lo que hoy se le llama descansar, relacionarse afectiva o sexualmente, alimentarse, cuidarse, etc., para darse cuenta de esta realidad. /11

Por consiguiente, la ciencia, en tanto que conocimiento y práctica enajenada para la producción de ganancia, subsume en su ser todo conocimiento de la humanidad (pasado, presente y en desarrollo) para hacerlo funcional al sujeto capitalista.

Esa subsunción implica evidentemente un trastrocamiento total de lo que pudiera existir como conocimiento determinado para la humanidad. Si la subsunción del trabajo al capital implica que toda actividad humana quede trastocada al integrarse en la valorización del valor, el conocimiento y su desarrollo no son una excepción. Como expresión de la producción mercantil, de la producción de valor, la misma esencia del conocimiento hecho ciencia contiene los esquemas rígidos de las necesidades de acumulación de capital.

Es más, la ciencia ha sido un factor predominante y determinante en la valorización al menos en los últimos dos siglos, lo que se refleja en la actual fuerza ideológica de la misma.

La defensa de la “neutralidad” de la ciencia se basa fundamentalmente en ignorar esta realidad suya. Reivindica el contenido de la teoría científica, pero denuncia su uso y control por parte de la clase dominante. Ignora precisamente que es el contenido mismo de la ciencia, de este conocimiento, el que permite su uso y control por parte de la clase dominante. ¡No! La ciencia no es un instrumento que podría ser utilizado de forma diferente dependiendo del sujeto que la utilice.

Es por el contrario un contenido. Es el capital pensando y generando conocimientos en tanto que mercancías que como tal están expresamente desarrollados para un uso capitalista. No puede haber una utilización diferente, un saneamiento que permita que la ciencia pueda ser provechosa para la humanidad.

Es como la creencia de que el dinero es simplemente un instrumento y podría ser usado en beneficio de los humanos con una buena gestión, distribución y uso. Incapaz de comprender que la ciencia, como el dinero, no es una herramienta, sino una objetivización social, una de las materializaciones fundamentales del sujeto capitalista, del proceso de explotación, esta concepción es incapaz de comprender un mundo sin ciencia y sin dinero. El problema de la ciencia hay que buscarlo pues en sus propios fundamentos, en lo que realmente es: una manifestación del organismo capitalista.

Todas y cada una de las producciones científicas, desde la más elemental hasta la más compleja, son un producto del raciocinio capitalista y su proceso de producción mercantil.

Su punto de partida, como expresión de la propia vida capitalista, de la propia dinámica de producción de capital, es la separación. Separación del objeto y el sujeto, separación de los contrarios, aislamiento de los fenómenos, descuartizamiento de los organismos, dualismo, concepción mecanicista, positivista… esa es la forma como la ciencia reflexiona.

Nunca parte de la totalidad en movimiento, por lo que no puede conocer ni la totalidad ni sus partes, ni lo simple, ni lo complejo. No es mera casualidad que sus investigaciones y descubrimientos científicos sean meras réplicas de la realidad capitalista. No es casualidad que la atomística defina más el movimiento del capital que el de la materia, que la cuantificación sea más para medir el capital, la explotación y su mundo mercantil que para cualquier otra cosa, que teorías como el origen y la evolución de las especies de Darwin expliquen más la competencia del mercado que la vida de las especies en la tierra. Se trata de un listado sin fin. Todas y cada una de las concepciones y producciones científicas expresan la lógica del valor. Esta realidad no es un producto casual sino causal.

La ciencia no hace más que pensar e integrar el mundo en su propia lógica, la del capital. El mundo de la separación determina el pensamiento de lo separado. No se trata de que tal o cual teoría se impuso en la ciencia y determinó su pensamiento actual, sino comprender que la ciencia, como forma de conocimiento del capital, recluta para su desarrollo las teorías e investigaciones que expresan sus necesidades, emanadas del propio movimiento tautológico del valor en el proceso de producción y circulación de mercancías.

«Es remarcable ver cómo Darwin reconoce en los animales y las plantas su propia sociedad inglesa, con su división del trabajo, su competencia, sus aperturas de nuevos mercados, sus invenciones y su maltusiana lucha por la vida. Es el bellum omnium contra omnes de Hobbes, y recuerda a Hegel en la Fenomenología, donde la sociedad civil interviene en tanto que “reino animal del Espíritu”, mientras que, en Darwin, es el reino animal el que interviene en tanto que sociedad civil» (Carta de Marx a Engels, 8 junio 1868).

«Toda la teoría darwiniana de la lucha por la existencia es simplemente la transferencia, de la sociedad a la naturaleza viva, de la teoría de Hobbes sobre la guerra de todos contra todos y de la teoría burguesa de la competencia, así como de la teoría de la población de Malthus. Una vez realizado esta hazaña (de la que la legitimidad absoluta, en particular en lo que concierne a la doctrina de Malthus, es problemática), es muy fácil transferir de nuevo estas teorías de la historia de la naturaleza a la de la sociedad; y es demasiado ingenuo pretender haber probado de esa forma que esas afirmaciones son leyes naturales de la sociedad» (Engels, Dialéctica de la naturaleza).

Si el reduccionismo cartesiano, el mecanicismo y el positivismo forman los fundamentos del modo dominante de captar y comprender la realidad, es precisamente porque son el reflejo ideológico de la sociedad en la que fueron concebidos. El mundo social alienado genera una forma alienada de conocer e intervenir en el mundo biológico que a su vez aliena más aún ese mundo social. Ambas formas de alienación se retroalimentan.

La ciencia es un componente de ese ser social que es el capital. De ahí que el desarrollo del capital viene acompañado del desarrollo de la ciencia. Mientras se expropiaban tierras comunales, se desplazaba la sabiduría ancestral y comunitaria, sobre salud y partos, por ejemplo, para dejarla en manos de médicos profesionales.

Mientras se imponían las tesis ilustradas, científicas y de defensa a ultranza del progreso, se esclavizaba y colonizaba a gran parte de la humanidad. Se imponía el trabajo en cadena mientras se fabricaban pastillas en serie, produciendo millones de humanos dependientes de fármacos. La separación de la ciudad por barrios y la ruptura de toda comunidad iba en paralelo de la separación corporal (diseccionando el cuerpo humano como si hubiera órganos autónomos y separándolo de la mente), se higienizaron ciudades (callejones oscuros y otros lugares donde conspirar) al mismo tiempo que se intentaban generar cuerpos higienizados y asexuados.

No es de extrañar, entonces, el sometimiento generalizado a las medidas sanitarias ordenadas por la ciencia en relación con la guerra al coronavirus.

La creencia religiosa en los dogmas científicos, producto de la vida profana dedicada a la producción de valor, es de tal magnitud que se cree que las medidas sanitarias impuestas en todo el mundo se aplican para cuidar nuestra salud. Por lo tanto, no sólo es imprescindible la crítica general a la concepción científica del mundo, determinada por la tasa del beneficio, como hemos esbozado brevemente, sino la crítica concreta de las teorías y disciplinas científicas que hoy sirven de puntal para el desarrollo de esta guerra.

Trataremos de exponer dentro de nuestras capacidades y con los enormes límites actuales de nuestro tiempo, la crítica de los fundamentos del espectáculo sanitario desplegado en la actualidad, y lo que da coherencia, justificación y cobertura a las medidas económicas y sociales que requiere el capital, implicando, por supuesto, la búsqueda imparable de ganancia. Se trata de una concepción científica del mundo que hace de la vida una guerra de todos contra todos (continuará)

Proletarios internacionalistas –  Revista Revolución Nº 1 – Abril 2022

______________________

4 / Cierto es que pese a nuestras previsiones, que consideraban que la lucha se reanudaba con fuerza tras los acontecimientos en EEUU en 2020, esta reanudación se ha presentado a una intensidad mucho más modesta y con altibajos.

5 / No es que defendamos todos estos aspectos del consumo mercantil, simplemente señalamos la forma que el capital tiende a marginar socialmente los que se oponen y que puede ir ampliando aspectos hasta llevar al confinamiento social.

6/ Anotemos que la disminución de la emisión de dinero del banco central —gastada en la compra de deuda pública y corporativa— como modo de frenar la inflación fue un elemento crucial en ese hundimiento.

7 / La mayoría de los Estados han superado con creces las expectativas de inflación lo que supone un riesgo de que se desboque. La subida de las tasas de interés como medida de sostén de la inflación está paralizada pues la burguesía sabe que puede precipitar el estallido de su gran burbuja financiera mundial.

8 / Con el término Estado pandémico simplemente queremos designar de una manera ágil y simple todo el escenario actual que ha desplegado el capitalismo mundial bajo la declaración de pandemia.

9/  La negación negativa del proletariado es el sometimiento armónico de nuestra clase a las necesidades del capital; por el contrario, la negación positiva del proletariado es el proceso de afirmación de nuestra clase como elemento revolucionario para abolir la sociedad actual y acabar con su propia condición de clase.

10/ En realidad, en el propio medio científico se refleja la misma lucha de clases que en otros sectores productivos. El científico, en tanto que trabajador de la ciencia, pues no nos referimos a los grandes dirigentes científicos, no tiene el control sobre su campo de trabajo. Por lo general, en tanto que mero productor de una fracción de un proceso ni siquiera conoce la mayoría de las veces el objetivo de su investigación. Cuando las contradicciones fundamentales (no es nuestro interés abordar contradicciones al interior del capital) lo llevan a la lucha, es esa misma lucha y la del resto del proletariado, la que esboza su negación como científico, como trabajador del capital y su afirmación en tanto que proletario. Un buen ejemplo es la lucha de científicos y estudiantes contra el uso de la producción científica en la guerra de Vietnam con huelgas, sabotajes, etc. Otros ejemplos actuales, como la lucha contra los transgénicos y la agroindustria, nos muestran también episodios de esas tendencias.

11/  Es cierto que esta realidad no puede materializarse sin ciertas contradicciones, sin que existan momentos o espacios donde las necesidades humanas irrumpan como pequeños destellos de luz en mitad de la noche capitalista, sin que existan tentativas cotidianas que cuestionen tal o cual aspecto de la rutina mercantil. Como en el caso antes citado, pese a todo, esas inevitables contradicciones no alcanzan ninguna perspectiva y verdadera contraposición al capital salvo que se afirmen como una expresión colectiva, como actividad de la comunidad de lucha proletaria. Sólo la práctica colectiva, de clase, que parte de la lucha contra la actividad enajenada y cuestiona la misma como forma de realizarse la explotación capitalista, contiene en su perspectiva el fin de la enajenación. Esa comunidad de lucha no es una isla de comunismo donde la enajenación no tiene lugar, sino la constitución histórica de un polo de la humanidad que desde su enajenación absoluta actúa contra la misma (continuará)

nota anterior  AQUÍ


Comunicate