15.MAY.22 | PostaPorteña 2283

CATÁSTROFE CAPITALISTA, CIENCIA Y COVID-19 (4)

Por ProletariosInternacionalistas

 

3.4   La guerra a los microbios como guerra contra la vida

 

La ciencia, lejos de comprender este mundo orgánico, de cuidarlo y ayudarle en su proceso incesante de dar y transmitir vida, le declara la guerra siguiendo el rumbo que impone la sociedad burguesa en todos los ámbitos. La concepción de la adaptación de los organismos al ambiente es propia de la biología precisamente porque ramifica el pensamiento burgués a todo mundo biológico. En ese mundo invertido, los organismos son objetos pasivos que se adaptan y no sujetos que actúan y transforman. Quien no se adapte es reprimido o/y eliminado. Esta práctica imperialista no sólo doblega constantemente la vida social de la humanidad a esa dinámica, también actúa constantemente para imponerla a toda existencia biológica.

La teoría microbiana de la enfermedad sirve de pivote sobre el que desarrollar una carrera armamentística contra esos seres microscópicos que forman parte de nuestro ser y de toda la comunidad orgánica, expresando esa necesidad de llevar al mundo biológico el ecosistema propio del mercado mundial, donde la guerra y la contraposición a lo vivo es la forma genuina de desarrollarse. El desequilibrio al que conduce esta nefasta intervención masiva en la naturaleza refleja una vez más la catástrofe capitalista en la que vivimos. Las vacunas, antibióticos, antivirales y toda clase de armas utilizadas en esa particular guerra dan cuenta de la locura destructiva en la que el capital ha sumergido a la humanidad.

Mientras la ciencia sigue vanagloriándose del descubrimiento de los antibióticos, lo cierto es que el uso masivo y generalizado de este descubrimiento, que provoca cada vez mayor “resistencia bacteriana a los antibióticos”, es una de las manifestaciones más claras de lo que supone la intervención de la ciencia en la naturaleza. Su comprensión belicista del mundo bacteriano ha desarrollado una escalada de violencia contra las bacterias que lejos de exterminarlas, lo que provocaría la destrucción misma de la vida, ha provocado que el propio mundo orgánico responda a esta agresión.

El mismo término antibiótico es ya toda una declaración (antibiótico significa ANTIVIDA)  Sin embargo, cabe hacer algunas aclaraciones. En el mundo biológico, microorganismos como las bacterias y hongos generan ciertas moléculas como parte de su ciclo vital. Dichas moléculas son generadas en determinadas situaciones provocando cambios en el propio movimiento e intercambio bacteriano. Por ejemplo, cuando ciertos factores provocan una sobreproducción de determinadas bacterias que crea inestabilidad, esas moléculas son secretadas favoreciendo restablecer el equilibro.

La ciencia llamará a estas moléculas antibióticos, ignorando la verdadera función que tienen en todo el proceso global y las utilizará como armas en la guerra a los microorganismos. Claro que ese uso artificial e indiscriminado que aplicará la ciencia cambia su dinámica natural y provoca graves perturbaciones.

Se crea un ecosistema donde se introduce artificialmente esas moléculas creando un desequilibrio permanente que el mundo orgánico busca de nuevo compensar limitando la capacidad de esas moléculas de controlar la comunidad bacteriana. Esto, que la ciencia llamará “resistencia bacteriana” a los antibióticos, será en realidad la forma en la que la vida mantiene su propio ciclo vital. A medida que esa “resistencia” hace cada vez más difícil el uso de antibióticos en su particular guerra contra la vida, la ciencia se embarca en una loca carrera por vencer a esa tendencia vital desarrollando decenas de nuevos antibióticos sintéticos que representan una fuerza exponencialmente superior a la de las moléculas originales.

El resultado es tan catastrófico que el uso generalizado y masivo de toda clase de antibióticos en animales y humanos tiende necesariamente a que las bacterias minimicen cada vez más el rol de esas moléculas —por muy virulentas que se haya fabricado— para controlar su reproducción. Es decir, la intervención científica provoca un desequilibrio en el propio proceso de reproducción bacteriano al obligarla a hacer caso omiso a las moléculas (tanto a las naturales como a las sintéticas) que limitan esa reproducción. Se llega al punto de que una pequeña infección por una herida, que el ecosistema bacteriano tendía a regular, no tiene regulación mientras que el sucesivo desarrollo de antibióticos más virulentos avista ya sus límites/26

El riesgo que esto supone para la vida humana y animal ha llevado a la ciencia al cinismo de pedir un control responsable para el uso eficiente de antibióticos mientras cada año produce y comercializa más toneladas de esa terrible arma /27

A los antibióticos hay que agregar la fabricación y administración generalizada de vacunas. Si en nuestra exposición hemos venido defendido que las bacterias y los virus no son la causa de las enfermedades infecciosas, es redundante insistir en que las vacunas no sirven para curar ni prevenir ninguna enfermedad.

La idea de que las vacunas han sido un factor decisivo en el descenso de enfermedades es un mito generado por la industria médica y farmacéutica que se encarga de filtrar todas las evidencias, todos los testimonios y transmisiones generacionales, así como los datos históricos que cuestionan su utilidad, para consolidar este proceso de producción mercantil. Los auténticos estudios críticos que se han hecho sobre el desarrollo de las enfermedades y su relación con las vacunas, y que no han hecho otra cosa que desenterrar de los sótanos de las bibliotecas documentos lanzados al olvido de médicos, periódicos, revistas, testimonios y experiencias, dejan en mal lugar a estas. Dichos estudios que colaboran en recuperar esos fragmentos de memoria histórica llegan a una misma conclusión: en ningún caso hay una relación directa entre la introducción de la vacuna y el descenso de la enfermedad /28

Que el valor de uso de esas mercancías no sirva realmente para ninguna necesidad humana no hace más que añadir otra mercancía al carro de la producción social de productos inservibles pero que generan sustanciosas ganancias.

Los datos mismos nos muestran que en la mayoría de las ocasiones la vacuna se introduce cuando la enfermedad ya está en proceso de decadencia; en otras ocasiones, el debilitamiento de la salud que provoca su administración provoca nuevos brotes y repuntes de enfermedades, como en los terribles ejemplos de la viruela. De la misma forma, es un hecho constatable que el descenso en la incidencia de tal o cual enfermedad viene asociado a que los factores fundamentales desencadenantes pierden relevancia.

El hacinamiento de seres humanos expuestos constantemente a toda clase de toxinas/29, con agua, alimentos, hogares y lugares de trabajo contaminados, con hogares donde el agua y los alimentos son expuestos constantemente a la contaminación industrial, fecal…, así como la desnutrición, el agotamiento en el trabajo, el estrés sistemático…, fueron y son factores esenciales para la proliferación de la mayoría de las enfermedades. Claro que también son las formas de vida genuinas del capital.

Por eso el virus de la viruela o el bacilo de la tuberculosis se convierten en la causa de la viruela y de la tuberculosis, en lugar del modo de vida capitalista. Eso permite identificar a un virus o bacteria como la causa de la enfermedad, pese a surgir como una consecuencia de la misma, y abordarlo con un tratamiento médico y farmacológico sintomatológico, es decir, permite fagocitarlo y darle una respuesta al interior de la producción, haciendo de ello un gran negocio.

Por supuesto que el capitalismo también actúa para que esas condiciones de vida no supongan una amenaza para el mantenimiento de su sociedad. Las medidas que el capitalismo aplica para “solucionar” estos problemas, y que muchos apuntan como verdadero factor para la disminución de enfermedades infecciosas en lugar de las vacunas (pasteurización de alimentos, cloración del agua, sistemas de alcantarillados, higienización con productos químicos…), en realidad no hacen sino sustituir ciertas enfermedades por otras, incluso multiplicándolas.

Puede que esos procedimientos hayan reducido en muchas partes la tuberculosis, el tifus o la fiebre tifoidea, pero se enferma y se muere, de forma más generalizada si cabe, por otras múltiples enfermedades como los llamados cánceres, los problemas respiratorios, circulatorios, neuronales…, asociados a esos procedimientos higiénicos

La persistencia —o reaparición— de algunas enfermedades infecciosas, así como la aparición imparable de nuevos tipos, nos recuerda que las causas de las enfermedades vienen determinadas por las condiciones de vida, y el capitalismo no puede más que reproducir las condiciones de la enfermedad. Es un modo de producción de enfermedad.

Ante la evidencia de que las vacunas no podían prevenir enfermedades, la industria médica intentó justificar la vacunación introduciendo el término “enfermedad más leve”, justificando que los vacunados sufrirían la enfermedad de una forma más leve. Pero no podemos dedicar este texto a exponer cómo se traduce esa “enfermedad más leve” pues la historia negra de las vacunas llena decenas de libros. El problema no es simplemente que las vacunas no sirvan para lo que prometen hacer, sino que las mismas son una agresión contra la salud de los humanos y animales en las que se inoculan.

La propia fabricación de vacunas, en la que se hacen toda clase de mezclas genéticas, en las que se cultivan virus de células humanas en cerebros de mono, o en embriones de pollo, para luego volverlos a inocular en humanos o animales, sigue el modelo Frankenstein de la teoría microbiana de la enfermedad con nefastas consecuencias para la salud.

Lejos de mejorar, las nuevas técnicas de desarrollo de la biología molecular delinean problemas todavía peores. Las nuevas técnicas de codificación celular y el desarrollo de vacunas de “ARN mensajero”, que tienen a la población mundial como objeto de experimento a través de ciertas “vacunas antiCOVID–19”, tienen unas consecuencias impredecibles para la salud. Aderezado con toda una serie de elementos químicos requeridos para mantener la estabilidad y conservación del producto, así como otros elementos de dudosa justificación, las vacunas son una brillante muestra de la locura enfermiza que produce el progreso y desarrollo científico del capital /30

 

4. La declaración de pandemia como escenario de guerra

 

Las terribles medidas desplegadas en la guerra al coronavirus no podrían haberse impuesto con la relativa facilidad que se han hecho sin que esa concepción alienada de la ciencia que hemos ido exponiendo se haya impuesto de forma generalizada. Si las explicaciones políticas o humanitarias han sido un factor de justific­ación histórica de la guerra interburguesa, esta vez son cuestiones biológicas las que sirven para desarrollar esta particular guerra.

Como vimos con anterioridad, las condiciones de desarrollo capitalista exigían de nuevo una guerra generalizada para tratar de sanear su maltrecha salud, pero había serias dificultades para implementar las medidas necesarias, para arrastrar al proletariado a matarse o para que aceptase los sacrificios requeridos como la oleada de luchas de 2019–2020 demostró. Sin embargo, la enfermedad de la que comenzó a hablarse en China pronto se convirtió en una forma bajo la que saciar esa necesidad. Lo que hubiera pasado como algo anecdótico para todos los voceros del capital se convirtió en un suceso extraordinario. La enfermedad, que fue asociada rápidamente a un tipo de coronavirus, desplegó una guerra generalizada a ese virus que permitió imponer unas medidas similares a las de una guerra interburguesa por todas partes.

Televisiones, periódicos, radios, redes sociales y toda clase de nuevas tecnologías trasmiten y reproducen masivamente el discurso del Estado que es recibido por el ciudadano como el religioso recibe las palabras del papa. La potencia e intensidad que desde hace décadas alcanza la voz del Estado y que llega a todo rincón del planeta propagó el miedo y la sumisión. Episodios “gloriosos” del capitalismo como la mal llamada segunda guerra mundial en la que murieron más de sesenta millones de personas son una mota de polvo al lado del Covid–19 si atendemos a los voceros del Estado.

El pánico se instauró, el miedo a un virus se impuso y los Estados tuvieron vía libre para aplicar toda una serie de medidas imposibles de desplegar en otro contexto.

La teoría microbiana de la enfermedad, que expresa la necesidad del capital de fagocitar y capitalizar toda realidad social, incluso sus propios problemas y contradicciones, hace del virus un enemigo al que declararle la guerra. Las condiciones precedentes, que buscaban tendencialmente concretar a nivel mundial un conjunto de medidas que en otros periodos históricos similares habían sido impuestas por la guerra imperialista, encontraron en la guerra generalizada al virus una forma exitosa de llevar a cabo esa necesidad /31

Pensamos que encontrarse con esa enfermedad para generar medidas no fue algo casual, sino un encuentro buscado desde hace ya bastante tiempo por algunos sectores de la burguesía. De la misma forma que algunos sectores se preparan para la guerra y para la acumulación de ganancia en ella, y cuando cristaliza esa necesidad guerrera y destructiva —a la par que se dan las condiciones para declararla—, esos sectores asumen un papel de vanguardia, no podemos obviar cómo algunos sectores de la burguesía llevaban años volcando masas enormes de capital en la industria farmacéutica y médica para posicionarse en un buen lugar ante la menor oportunidad/32

Como en toda guerra imperialista, el interés fraccional de ciertos sectores burgueses se une al interés general del capital, de la misma forma que otros importantes sectores burgueses incapaces de adaptarse a la situación son sacrificados.

Es importante no confundir las causas particulares que conducen a cada burgués individual, o a ciertos sectores de esta clase a impulsar esta guerra, con que esas causas sean el motivo de la misma.

En la guerra imperialista la venta de armas es el motor de los sectores de capital que se dedican a ese negocio, pero la guerra no se desarrolla por este simple motivo, ni por otros motivos coadyuvantes como apoderarse de recursos, reemplazar a los administradores, etc . El impulso que cada átomo de capital da a la guerra en defensa de su propio interés fraccional sólo es importante desde el punto de vista que ese impulso confluye con los intereses generales del capital y por ello tiende a afirmarse.

Por lo tanto, señalar que el motivo de la declaración de pandemia se reduce al negocio de la venta de vacunas —Pfizer, Moderna y BioNTech están ganando entre los tres más de mil dólares por segundo— u otras mercancías farmacéuticas, es una visión miope de la realidad que no va más allá del motivo particular que impulsó a sectores relacionados con la producción de dicha mercancía a impulsar la guerra al virus. Esta visión miope es incapaz de levantar la mirada para ver al capital y sus necesidades en su globalidad, percibiendo cómo este absorbe todos los impulsos de la burguesía que tienden a afirmar esas necesidades /33

La aceptación generalizada por parte del proletariado mundial de los sacrificios que fue ordenando el Estado, su sometimiento a esta guerra, pese a que ha tenido y tendrá fisuras que se expresan en revueltas, protestas —que durante algunos meses parecían hacer retroceder al Estado pandémico pero que finalmente fueron replegándose—, tienen su soporte en una sociedad donde los seres humanos no poseen el mínimo control sobre sus propias vidas. Es el Estado el que se encarga de ello. 

El miedo y la fe en la ciencia, reproducidos hasta la saciedad, complementan este sometimiento enfermizo. El miedo generalizado a la pandemia permitió implantar el terror en todo el planeta. Pese a las tentativas de luchas y resistencia, que han puesto del revés numerosos países, /34 lo cierto es que la situación ha ido estabilizándose para la burguesía.

Mantener un Estado pandémico para poder articular las medidas que el capital va requiriendo se ha mostrado como un terreno fértil sobre el que seguir manejándose y articulando las recetas que la economía requiere para levantar la cabeza.

Para ello, se hacía necesario mantener cierto status quo en cuanto a la enfermedad.

Las cifras de muertos y de enfermos tenían necesariamente que llegar a cierto nivel. Ampliar el abanico de muertes y enfermos asociados a la Covid–19 en los lugares donde se requería hacerlo no suponía una ardua tarea.

La desaparición de la gripe estacional de los registros médicos mundiales es cuanto menos sospechosa. Hay que recordar que la gripe es, según todas las instancias y entidades médicas y científicas del mundo, la enfermedad respiratoria estacionaria más común que existe desde hace muchas décadas. Curiosamente, su incidencia en el mundo según cifras oficiales ha caído hasta el 98%. Al mismo tiempo, otras enfermedades respiratorias, como la neumonía, la pulmonía, resfriados, etc., han seguido la misma tendencia. Los problemas y muertos asociados a estas enfermedades han desaparecido para brotar como Covid–19.

Las explicaciones que la comunidad médica y científica dan para este hecho rozan la parodia. Creerse que las medidas sanitarias efectuadas por la población aniquilan todas esas enfermedades, pero dejan intacta la Covid–19 o que esta enfermedad ha absorbido a las otras (por lo que en ese caso el Estado tendría que relativizar los daños de esa maligna enfermedad al descontar esas cifras y felicitar al menos a la misma por esa contribución de centralizar todo en uno) dice mucho de la época que nos ha tocado vivir.

Claro que desde hace ya un tiempo el elemento definitorio del Estado pandémico, y por lo tanto de las medidas a poner en marcha, no depende de los muertos o enfermos, que tiene sus límites, sino de la positividad obtenida en un proceso científico de detección. La pandemia pasa a depender de cierto nivel porcentual de positividad y no de cifras de enfermos o muertos.

No es una cuestión baladí que ya no se trate de que el Estado anuncie muertos o enfermos, ni de saturaciones de hospitales, sino exclusivamente de resultados positivos en una prueba llamada PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa). Este factor da una gran flexibilizad al Estado y a sus necesidades estructurales. Gracias a la PCR, el Estado puede relajar o incrementar las medidas a su gusto.

Lo curioso de esta prueba, o no tanto, es que en lugar de buscar un virus lo que busca es una secuencia genética viral, y más exactamente un número muy pequeño de nucleótidos en una muestra extraída al sujeto de estudio. Es decir, esta prueba no detecta partículas virales viables, ni incluye ningún cultivo viral, sino que todo parte de fragmentos de ARN. La propia ciencia se salta y cambia sus propias leyes metodológicas según las cuales es imprescindible un cultivo celular del virus para confirmar si está presente o no ese virus en una muestra.

Por otro lado, dependiendo de los ciclos de amplificación que sufre una misma prueba PCR, se pueden obtener resultados diferentes sujetos totalmente a interpretación. A más ciclos de amplificación, mayor distorsión y positividad. El Estado dispone así de este parámetro para forzar resultados a conveniencia. Al mismo tiempo, los Estados no han dudado en aumentar y multiplicar las pruebas en los momentos que se necesita obtener una masa alta de positividad /35

El mercado, por su parte, va suministrando y vendiendo masivamente otros tipos de test, como el test de antígenos o el serológico, cuya metodología de verificación es aún más irrisoria.

Por consiguiente, los diversos Estados del mundo tienen la posibilidad de entrar y salir fácilmente del Estado pandémico en base a sus propias necesidades económicas, de mantenimiento de la paz social, etc., obteniendo así una gran versatilidad para imponer las medidas que en cada momento se requieren con la justificación pandémica. Las “variantes” de la enfermedad no dejan así de reproducirse justificando constantemente las necesidades de nuevas medidas y restricciones.

 

5. Contra la ciencia y el Estado pandémico

 

El desarrollo del capitalismo mundial ha aupado a la ciencia al rango de religión oficial en todo rincón del planeta.

Es el sueño por fin alcanzado de toda religión. Sus libros sagrados son defendidos por todos los Estados y la mayoría de sus ciudadanos, sus grandes sacerdotes son venerados y sus sermones acogidos como verdad absoluta, sus milagros son inconmensurables e incuestionables, sus iglesias se inundan de capital para seguir predicando el evangelio. Su fuerza social es de tal envergadura que no tiene problema en que sus fieles practiquen otra religión al mismo tiempo. Cada uno es libre de ser cristiano, judío, musulmán o incluso ateo, siempre que sea ante todo un hombre de ciencia, un devoto dispuesto a cumplir los mandamientos que ordene su santidad científica. Osar cuestionar la autoridad científica es considerado una herejía que tiene su castigo divino en proporción a la ofensa recibida. Exclusión y presión social, denuncia pública, persecución con leyes represivas, penas de cárcel, etc.

Hoy, cuando la locura científica alcanza su clímax en la sociedad capitalista, siendo un elemento fundamental para que el capitalismo mundial imponga unas medidas brutales contra la humanidad, se hace más necesario que nunca denunciar la contraposición de la ciencia a todo lo viviente. La crítica que hemos ido exponiendo forma parte de la crítica unitaria al capitalismo. Pero si es evidente que hay aspectos de la crítica revolucionaria que han sido bastante profundizados en la lucha histórica del proletariado contra la burguesía, tales como la crítica de la economía, la crítica de la política o la crítica de la religión, lo cierto es que la crítica de la ciencia sigue siendo un eslabón débil de la crítica revolucionaria. Por eso mismo, nuestra crítica es vista hoy en día con desconfianza, incluso por compañeros cercanos que siguen sosteniendo postulados pertenecientes a la concepción distorsionada de la ciencia.

La lucha contra el capital tiene, por tanto, en la lucha contra la ciencia, en la pelea por su destrucción, un elemento de primer orden. Evidentemente, los seres humanos necesitamos y necesitaremos profundizar y desarrollar nuestros conocimientos, hacer de la experiencia formas de desarrollo de nuestro conocimiento como especie, aplicarlos a la existencia. Pero eso nada tiene que ver con la ciencia, nada tiene que ver con el conocimiento enajenado creado en el ciclo histórico del valor donde el sujeto del conocimiento es el capital y el único interés es la ganancia.

Que rechacemos toda esta cientificación del conocimiento no quiere decir, evidente, que tengamos que partir de cero. Desde el nacimiento del ser humano nuestra especie ha ido acumulado una gigantesca red de conocimientos. El problema es que el propio desarrollo histórico del valor ha ido arrinconando y descuartizando ese conocimiento, subsumiéndolo y liquidándolo para hacerlo servil a su lógica de explotación.

La resistencia histórica a la enajenación de ese conocimiento histórico perdura hoy en la comunidad de lucha contra el capital y en diversas tentativas de resistencias, pero están presentes como pedacitos de puzles que, aunque siguen dando pistas, han perdido su unidad originaria /36  Reapropiarnos de nuestro conocimiento histórico, de toda una memoria histórica milenaria que sintetiza la experiencia vital de una especie, va inseparablemente unido a reapropiarse de la memoria histórica de la lucha proletaria. Y es evidente que el objetivo no es sólo la reapropiación sino darle un salto de calidad a su contenido, tanto en el presente como en el futuro.

Por consiguiente, no se trata de ver lo que hay de aprovechable en la ciencia, sino de luchar para destruir toda la cientificación del conocimiento. El proceso histórico de abolición del capital conlleva inevitablemente el proceso de abolición de la ciencia, lo que supone que el sujeto del conocimiento deje de ser el capital y pase a ser el ser humano en toda su extensión como una expresión de la totalidad del mundo orgánico. Nada parecido a la ciencia sobrevivirá en una sociedad liberada de la tiranía del capital. Si bien, tal como pasa en la producción material, el ser humano tendrá que seguir produciendo un montón de cosas que hoy produce, como, por ejemplo, ciertos bienes destinados a la alimentación, lo cierto es que esos bienes no tendrán nada que ver con lo que hoy son. Ni la forma de producirlos, ni la forma de utilizarlos, ni siquiera la forma de concebirlos o comerlos, se parecerá en nada a la que conocemos hoy en día, pues el sujeto determinante en todo esto ya no será el capital, sino la humanidad. La producción, conservación y aplicación del conocimiento no recorrerá un camino diferente.

Si hemos querido desarrollar con cierto detalle y amplitud lo que consideramos fundamentos de la crítica de la ciencia y hemos tratado de profundizar en algunos desarrollos particulares, es precisamente porque no se puede captar en su totalidad, ni ir al fondo de la crítica que desarrollamos de la llamada pandemia del coronavirus sin los mismos.

Para nosotros nunca se trató de poner el foco en si había pandemia o no, si la enfermedad era realmente fulminante o no, si existía o no la misma, sino en lo que afectaba a los proletarios, en todo lo que se estaba generando, especialmente en cuanto a generación de medidas.

Las pandemias son una interpretación científica y, por tanto, alienada y mercantil de la realidad que han servido históricamente para ocultar la causa de las enfermedades detrás de un microorganismo y salvar su medio enfermizo de producción que nos debilita.

Nosotros hemos salido en defensa de esos microorganismos pues son parte de nuestro organismo, de nuestro ser, de la vida. Hemos denunciado lo que realmente nos enferma, nos intoxica, nos mata. Que la propia ciencia tenga que ir variando a lo largo de los años las condiciones que permiten hablar de pandemia o que incumplan sus propias definiciones para declararla no es algo de nuestro interés. De la misma forma que no es nuestro interés discutir si tal o cual libertad del derecho burgués se incumple, sino comprender que todo está codificado, cúmplase o no, para los intereses del capital. De lo que se trata precisamente es de denunciar como proletarios que todo este tinglado ha sido utilizado por el capital para dar un salto cualitativo en el empeoramiento  de las condiciones de vida del proletariado mundial y dar algo de oxígeno a un sistema social que agonizaba ante nuestros ojos. De lo que se trata es de contraponernos a esta realidad, de profundizar la lucha hasta la raíz y llevarla a sus últimas consecuencias, a la transformación radical de las condiciones existentes

 

6. La perspectiva es: más sacrificios y exterminio… o lucha, revolución y gestación de una nueva sociedad

 

Para el capital todas estas medidas se van mostrando insuficientes. Pese a que la declaración de pandemia ha ido eliminando empresas y medios de producción inservibles y con una tasa de desvalorización insostenible, incrementando al mismo tiempo la centralización del capital, lo cierto es que, por otro lado, la economía mundial requiere de la destrucción de grandes franjas de capital que no hacen más que acelerar la desvalorización general. Este proceso implica hacer no sólo una gran limpieza de capital fijo y circulante que atasca los procesos cíclicos de acumulación, sino de capital variable, es decir, de fuerza de trabajo.

Existen grandes franjas de población superflua que ya no pueden ser soportada por la dinámica de acumulación, y las condiciones materiales que ha impuesto el capital a través del Estado pandémico no son suficientes. Enormes masas de fuerza de trabajo que deberían ser fuente de valorización son fuente de desvalorización al no participar en los procesos de producción y ser una fuente de gasto social (sea con prestaciones, subsidios, ayudas alimentarias…)

Es cierto que ya en la mayoría de las regiones del mundo esas masas de humanos son desechadas y abandonadas a su suerte, pero siempre hasta cierto nivel y con el peligro de la revuelta como amenaza. Se necesita liquidar a esa población sobrante para restablecer cierto equilibrio en las partes integrantes del capital. El confinamiento, el empeoramiento en todos los aspectos de la vida ya de por sí insufrible de los proletarios, y todas las brutales medidas del Estado de emergencia que han provocado la muerte de una cantidad enormes de proletarios, y cuya cifra no es cuantificada oficialmente pues dejaría en ridículo las cifras asociadas por los Estados al Covid–19 no han sido suficientes. La economía mundial necesita seguir ahondando en el camino trazado por la declaración de pandemia, sea por ese mismo medio o por otros. A los proletarios sólo nos queda contraponernos a esta realidad afirmándonos como fuerza revolucionaria.

Mientras el espectáculo de la política burguesa brinda a las masas la discusión entre una u otra gestión del Estado pandémico, entre abogar por medidas “más estrictas” o “más permisivas”, entre priorizar “la defensa del Estado protector” o “la apertura económica”, lo cierto es que, este juego político permite entretener a los proletarios entre esas falsas polarizaciones. La izquierda y la derecha, los proteccionistas y los liberales brindan discursos enfrentados que sirven para enganchar a los proletariados a los mismos cuando, tal y como decimos a lo largo del texto, las medidas aplicadas y en previsión por los diversos Estados y las diversas fuerzas políticas gobernantes tienen un mismo esqueleto central sobre el que se mueven.

Pese a esta contundente realidad, hemos comprobado que hasta en ese medio que se autodefine como revolucionario y contra el Estado, llámese anarquista o comunista, ha prevalecido de forma abrumadora mantenerse dentro de ese espectáculo político poniendo al frente de sus preocupaciones la gestión del Estado pandémico en lugar de contraponerse al mismo y sus medidas.

Claro que lo que define a los revolucionarios no es que levanten tal o cual bandera o se autodefinan como tal, sino su práctica real, su oposición a las condiciones existentes y su lucha constante por la transformación social. El Estado pandémico ha puesto al desnudo todas las miserias que contenía ese medio. Su naufragio ha sido absoluto. No sólo son transigentes con la acción estatal y sus medidas, algunos apoyando confinamientos, distanciamientos, o recientemente pasando de puntillas sobre el pasaporte Covid, sino que asumen la función de mamporreros del Estado cuando condenan o denuncian protestas sociales contra el Estado pandémico, acusando a las mismas de ser organizadas por la derecha, por ser interclasistas o confusas.

Por supuesto que ha habido y hay protestas organizadas por tal o cual fracción de la burguesía. El encuadramiento y la canalización de la protesta es siempre un objetivo central para canalizar la lucha proletaria. Ante la contestación de nuestra clase es evidente que la burguesía no sólo puede ofrecer palos, necesita también que otras fracciones de su clase estén presentes en el interior de la misma para tratar de neutralizar el potencial revolucionario y utilizarla para los intereses fraccionales de esa burguesía. Aprovechar esta realidad para amalgamar las diferentes protestas provenientes de nuestra clase es una acción que sirve a los intereses del capital. Desde el punto de vista del proletariado y de la revolución lo necesario precisamente es impulsar la contestación y denunciar las tentativas burguesas de canalización de la misma.

Si bien no tenemos dudas de que el proletariado seguirá peleando, saliendo a la calle de una forma más o menos clara, más o menos fuerte, protestando contra sus condiciones de vida, contraponiéndose a los sacrificios, a su propio exterminio, lo cierto es que lo decisivo no es eso.

Lo decisivo es que, en la pelea, en la lucha, se abra paso la ruptura revolucionaria, el proletariado afirme con fuerza la necesidad de destruir el capital como única alternativa real a la catástrofe que vivimos. Por supuesto, esa ruptura, esa afirmación revolucionaria, forma parte de un proceso histórico que busca cristalizarse y mientras el mismo se presente parcial, las diferentes formas de protesta que el proletariado tienda a ejercer contra el capital se encontrarán apresadas por ideologías nefastas, y la burguesía tendrá facilidades para canalizar su lucha.

De ahí que una tarea central que asumen los revolucionarios, que recordemos no tienen ningún interés particular ni están separados de su clase, y que son secretados por las propias luchas proletarias, tanto a nivel histórico como en el nivel inmediato, es denunciar a las fracciones de la burguesía que tratan de canalizar la respuesta del proletariado, denunciar y enfrentarse a las ideologías presentes, como las que hoy adquieren fuerza por la defensa de los “derechos y libertades democráticos frente a la dictadura sanitaria”, y toda otra serie de concepciones que impiden la afirmación revolucionaria del proletariado y apuntar al corazón de la bestia capitalista.

También es preciso denunciar el Estado pandémico como una necesidad vital del capital para hacer frente a la profunda desvalorización que sufre, tal y como históricamente ha servido la guerra imperialista, denunciar los pilares sobre los que se sustenta y se desarrolla el mismo, con la ciencia a la cabeza, denunciar a todas las fuerzas que colaboran en este desarrollo capitalista. Sin esos elementos de base seguiremos presos de la dictadura del capital y sufriendo toda la catástrofe que la misma desarrolla. Pongamos pues nuestros esfuerzos en impulsar esos aspectos para abrir la brecha, para que el comunismo y la anarquía se afirmen por la destrucción del capitalismo mundial ( Fin de la entrega)

Proletarios internacionalistas – Revista Revolución Nº 1 – Abril 2022

26/ Con sus particularidades, el caso de los pesticidas plantea un problema muy similar

27/ Agreguemos que eso que llama la ciencia «el uso eficiente de antibióticos» significa, cuando menos, la agresión a todo el ecosistema bacteriano del organismo al que se le suministra con consecuencias más allá del mismo, por muy reducido que se diga que es el espectro del antibiótico utilizado. Por supuesto, ese uso responsable incluye el suministro demencial de esas sustancias en los animales cultivados para la cadena mercantil.

28/  Los materiales y asociaciones contra el uso de las vacunas, su nula utilidad, así como sus numerosos efectos perjudiciales para la salud son numerosos. Podemos citar, pese a las diferencias que podemos tener por su concepción científica de las enfermedades y en otros aspectos, el libro Desvaneciendo ilusiones. Las enfermedades, las vacunas y la historia olvidada, así como la Liga para la Libertad de vacunación (https://vacunacionlibre.org/)

29/ No sólo nos referimos a todas las toxinas físicas generadas por el propio proceso de producción y circulación mercantil, sino a las toxinas “emocionales” que reproduce la vida capitalista.

30/ Los antivirales, las radioterapias y todo un cóctel de medicamentos complementan y desarrollan esta guerra generalizada contra la vida.

31/ Como hemos insistido, las únicas diferencias son que la destrucción masiva de capital no viene dada por la guerra “convencional” y que la industria de guerra no sirve como pilar y centralización del capital. El sostén y la centralización se han desplazado a la industria farmacéutica y la guerra “contra el virus”. Por lo demás, todo sigue el mismo patrón, pero con los límites que hemos tratado de exponer en el capítulo anterior

32/ El ejemplo de Bill Gates puede ser el más conocido, pero no el más determinante.

33/ Que la industria farmacéutica necesitaba una gran inyección de capital, como la proveniente por una vacunación masiva y frecuente, lo demostraba el simple hecho de que en numerosos lugares este sector, pese a la inversión realizada por importantes burgueses, ha cerrado gran parte de sus instalaciones de trabajo, teniendo que depender de instalaciones financiadas por el Estado. La financiación misma de las vacunas para la Covid–19 ha venido de fondos estatales como demuestra la vacuna de AstraZeneca de la que el 97% vino de manos de los fondos del Estado.

34/ Ver nuestro texto “El contagio de la revuelta se extiende: luchas por doquier”

35/ Mientras preparábamos este texto para la impresión, a principios de 2022, diversos Estados anuncian el regreso de fuertes restricciones precisamente por el resultado de esas pruebas practicadas masivamente. Anotemos además que los Estados se han asegurado de que por un lado los niveles de positividad justifiquen las medidas, pero por otro lado han implementado que una gran parte de los positivos sigan ejerciendo sus responsabilidades productivas, es decir, sigan trabajando, gracias a la etiqueta “carga viral baja” junto a “baja sintomatología”. Nuevo invento científico que se salta sus propias leyes —que de todas formas no dejan de seguir una falsa concepción— al despreciar el movimiento contradictorio que definía lo que llaman “carga viral” y que puede ascender o descender siguiendo un curso irregular.

36/   Evidentemente muchos de estos pedacitos son digeridos por el capital y transformados en mercancías, especialmente bajo el rótulo de ciencia alternativa o medicina alternativa

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