05.JUN.22 | PostaPorteña 2288

Aguafuertes Colombianas (IV)

Por R.J.B.

 

De mitos y otras yerbas en la Colombia actual

 

Colombia y sus mitos. No hablaré de la Mancarita ni del Hombre Caimán; tampoco de la Madremonte, del Patetarro o de la Candileja. Como muchas otras, esas son leyendas, narraciones que se han transmitido de generación en generación, combinando lo histórico con lo mítico para así integrarse al rico folklore colombiano.

 Sin embargo, lo que hoy me convoca es una contienda electoral en la que se juega el destino de todos los habitantes de este país y en la que me toca ser testigo ocasional.

Basta con prestar atención a lo que circula en las redes sociales o acaso escuchar las conversaciones que tienen lugar en la vía pública o en algún negocio, para comprobar que un nuevo mito se ha instalado y no es producto de la casualidad. Está alimentado desde las alturas del poder y como todo mito, infunde temor. 

Como todo mito, tiene sus raíces en acontecimientos reales.

 En efecto, el origen que, en términos históricos, es muy reciente señala que Gustavo Petro -el candidato más votado en la primera vuelta- fue, en su juventud, militante del M-19 (Movimiento 19 de abril), una organización guerrillera que surgiera en los años setenta como consecuencia del fraude electoral orquestado por los partidos tradicionales y el propio gobierno para hacer posible el triunfo del conservador Misael Pastrana.

 El Eme”, como muchos le llamaban, se constituyó fundamentalmente en una guerrilla urbana y fue operativo hasta marzo de 1990, cuando se desmovilizó para convertirse en la Alianza Democrática M-19 (AD-M-19), el primer grupo rebelde que abandonó las armas para participar en la vida política del país.

 Con apenas 21 años y a la vez que ejercía el cargo de concejal en la ciudad de Zipaquirá, Petro pasó a ser militante clandestino del M-19.

En 1984, tras la firma de un primer y frustrado acuerdo de paz entre esa organización y el gobierno de Belisario Betancourt, fue detenido por orden de la justicia penal militar y pasó dieciocho meses en prisión.

Cuando la recordada toma del Palacio de Justicia por parte de los guerrilleros del M-19 en noviembre de 1985, Gustavo Petro estaba prisionero del ejército en la ciudad de Bogotá.

 

Hasta aquí los datos de la realidad, pero el mito instalado y que por estos días muchos se encargan de hacer circular, sindica a Petro como uno de los comandantes del M-19 y aún peor, establece que fue suya la decisión de la toma del Palacio de Justicia.

Falso por donde se lo mire, pero no son pocos los que lo repiten y asumen como verdad. Me ha tocado escuchar y hasta leer, que, si el candidato de izquierda se alza con el triunfo en la segunda ronda electoral, habrá de instalar en Colombia una dictadura de corte marxista; la democracia sucumbirá y el país pasará a ser un satélite de la “Rusia comunista”.

Peligroso, pero no menos que su rival, Rodolfo Hernández, un anciano ingeniero que, de forma sorpresiva, pasó a la segunda vuelta. Por su estilo directo y agresivo, y la manera de desacreditar a sus rivales, muchos trazan un paralelo con Donald Trump.

 El caso es que, más allá de las comparaciones, la realidad indica que cuenta con el respaldo de todo el espectro político conservador y sus posibilidades de acceder a la presidencia son ciertas.

 Esa forma suya de presentarse como hombre del llano, trabajador y sin pelos en la lengua, le va bien a mucha gente que se divierte con su desparpajo y celebra sus ocurrencias. Poco parece importar que haya afirmado que prefiere que las mujeres estén casa y no se mezclen en la política o que haya dicho que es admirador de Hitler; a la luz de tamañas declaraciones, que carezca de programa de gobierno, no parece relevante…

En política, nada es casual y para el caso, se trata de la versión colombiana de algo que muy bien conocemos. No es yerba buena y crece con inusitada rapidez para constituirse en el complemento justo para ese mito que se ha instalado con el propósito de impedir que Gustavo Petro acceda a la presidencia.

 

R. J. Benelli

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