07.AGO.22 | PostaPorteña 2301

PERRO, nuevo vástago HUMANO

Por Luis E. Sabini Fernández

 

  Vivimos tiempos cada vez más acelerados

 

Los cambios climáticos otrora, se medían o se sentían en siglos. Hoy parece que los tenemos en años, en muy pocos años. El s. XXI parece un siglo distinto, cualitativamente, del s XX, por ejemplo, en la aceleración de los acontecimientos.

 

Luis E. Sabini Fernández
https://revistafuturos.noblogs.org/     5 agosto 2022

 

Tardó siglos la descomposición del British Empire.

Y décadas la del comunismo soviético.

Sin embargo, nos parece estar ahora en eras más aceleradas.Un cambio sustancial del concepto de salud, que fue hasta hace muy poco ‘estado normal`, ‘sin enfermedad’, hoy la industria laboratoril y las administraciones médicas a su servicio nos lo presentan como lo que se obtendría mediante asistencias y coberturas permanentes, y con “vacunas” como el pasaporte seguro.

Lo mismo nos parece ver con la trama fiduciaria. Se supone que lo financiero está al servicio de los bienes económicos que se nos dice tenemos, tendremos o tendríamos. Esa red financiera, mundial, con dólares, yuanes, libras, euros, rublos, yenes, que ha parido, como la abuela, criptomonedas, también parece en descomposición crecientemente acelerada…

Y esto de los ritmos cada vez más acelerados (de transformación, cambio, liquidación) parece aplicarse también a la familia… humana.

De la familia tradicional, multigeneracional, hemos pasado, en los medios urbanos, más bien comprimidos en superficies cada vez menores, a familias nucleares, también llamadas tipo. Hasta hace un tiempo: pa, ma e hijos (óptimamente, dos).

Pero los cambios sobrevienen galopantes.

Aparece una generación de parejas monofiliales, que ignora (por ignorancia supina o deliberadamente) el desastre psíquico de China con sus quince o veinte años de familias con un solo hijo (casi siempre varones, no porque la biología haya decidido cambiar nuestra estructura genética, sino porque las parejas generalmente elegían tener sólo varones como reaseguro de su vejez, con lo cual se acrecentó el infanticidio sobre niñas, con una diferencia demográfica sustancial entre niños y niñas, una consiguiente miseria afectiva en la vida adulta de una buena cantidad de varones, y, no menos importante, una distorsión de los procesos de socialización con hijos únicos…

Pero el pasaje de la familia tipo (de 4) a la de 3 (padre madre vástago, un trío distinto a otro esquema familiar muy reciente, también de 3 o de 2 miembros; (familias monoparentales) tomó escasas décadas (ni medio siglo, me atrevería a estimar).

 

Del hijo al perro

Y una nueva configuración familiar se va haciendo cada vez más visible y relevante: pareja con perro.  Pareja joven con perro. Pareja que por su propia naturaleza; escasa, insegura, o por su visión crecientemente conflictiva del “estado del mundo”, opta por no tener hijos (o por lo menos, posterga la decisión de tenerlos o no).

Por lo tanto, la afectividad no erótica se libra por el canal pet. Hay que decirlo en inglés, no solo porque el colonialismo mental que nos gobierna a diario desde los medios de incomunicación de masas nos marque como sociedad colonizada, sino porque el fenómeno al que estamos apuntando se inicia en el sitio desde el cual más se ha impulsado la modernidad actual; EE.UU.

El país con cementerios suntuosos y solemnes para sus mascotas; el idioma en que el tradicional “it” para animales (y cosas), que reservaba el she y el he para humanos, se ha modificado radicalmente porque hoy en día se usa ella (she) y él (he) para perras y perros.

 

La pareja con perro genera toda una red de afectividades que sin duda refleja necesidades de nuestro presente; el perro es fiel, incondicional, afectivamente seguro, Así mirado, el perro gratifica a su dueño/a, que seguramente no conseguirá tal grado de apego desde muchas otras relaciones (ya sea con humanos, instituciones u otros animales, como el gato, por ejemplo).

La pareja con perro viene a nutrir una corriente anterior, también en ascenso, que era la de gente sola con perro. 

Que se caracteriza por los mismos motivos que acabamos de atribuir a la pareja (o a uno de los integrantes de la pareja). La diferencia más notoria entre la gente sola con perro y la pareja con perro es, en nuestro contingente presente, que la gente sola con perro permea todas las capas sociales y la pareja con perro, en cambio, parece ser más característica de capas medias acomodadas.

Es como si la decisión de tener perro y volcar allí el cuidado, el respeto, el cariño, la dedicación fuera una suerte de lujo afectivo que se permite gente joven que tiene cierta solvencia material, que a la vez, adopta una conducta restrictiva respecto de hijos; y más en general una conducta así restrictiva, tal vez de aprensión, ante lo por venir.

 

Lo perruno, lo humano

El modelo al que hemos procurado apuntar genera, a su vez, nuevas realidades.

El perro, doméstico, desde tiempo inmemorial siguió siendo perro. Como señalábamos al principio, entre sus rasgos más acusados, estaba el de la fidelidad. Pero en general, los perros en las casas de sus amos, incluso bien tratados, con sus perreras, sus alimentos, conservaban su carácter perruno. Y el trato que el humano la daba a su perro afirmaba esas cualidades en las relaciones mismas. Distintas de las que el dueño o dueña podría tener con otros humanos u otros animales.

 El perro en estas nuevas configuraciones sociales que estamos señalando; la pareja humana con perro, el perro con humano solo, es de algún modo antropomorfizado.

Tanto en la creciente costumbre de vestirlo como en el lenguaje usado, El perro es cada vez más tratado como humano, no como adulto, sí como niño.

Y la domesticación, en animales tan sensibles y despiertos como los perros, tiene sus frutos. Los perros responden a ese entrenamiento de urbanidad, adoptando los comportamientos que se espera de ellos; esperar pacientemente a la salida de un negocio, cruzar acompasadamente una calzada, como niño educado.

Si al comportamiento cada vez más “civilizado” que percibimos en más y más perros, le agregamos los atuendos y el trabajo estético sobre el pelaje, tenemos toda una nueva constelación “perruna”.

En los barrios con mayor poder adquisitivo, donde es habitual que sus moradores sepan (o al menos aprendan) inglés, es cada vez más frecuente escuchar “el diálogo” con el perro en inglés. Y cada vez vemos más rincones de solaz para festejarle el cumpleaños al perro, junto con los perros de otros dueños que al menos se enteran de la fecha que no les dice nada ni al perro festejado ni a sus ocasionales convidados de la especie.

Para congraciarse, no tanto con el perro, que no siempre captará el ofrecimiento, pero sí, sin duda, con los dueños o mejor dicho compañeros y cohabitantes de otros perros, ha surgido toda una industria juguetera que ofrece camineros, pelotas, huesos fictos, sonajeros, escaleras circulares, tómbolas, túneles, relojes de arena, discos, camas,  juguetes de caucho, pelotas rellenables, piezas para encastre y con mucho optimismo matemático, encastres lógicos y rompecabezas, y con mucho espíritu competitivo, pesas… Suponemos que para desfogar machos, hay símiles perrunos al que nuestro perro en entorno humano puede montar…

Y tal vez el súmum de esa identificación creciente de humano y perro, que es en rigor la obtención de perro humanizado, lo tenemos en la paciente enseñanza que ciertos dueños de perros dedican a que el perro camine erguido en dos patas.

El perro, bien atusado, respondiendo al idioma inglés, vestido con esmero, tratado “de igual a igual” (en castellano o aun mejor, en inglés), aprendiendo a divertirse (1) , “elevado” con su andar bípedo, ha devenido un auténtico perrijo (o perrhijo; todavía la academia de la lengua no ha incorporado el palabrejo; démonos la libertad de elegir).

Pregunta pendiente: ¿los humanos, perdiendo crías, nos estamos deshumanizando

 


[1]  Pocas veces mejor aplicado este verbo: divertirse proviene de di-versión, quitar a alguien de su propia versión, camino, sentido. En el lenguaje militar se conserva esa acepción. La diversión es una forma de sustraer a algo o alguien de su raíz existencial, su propio sentido.


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