18.AGO.22 | PostaPorteña 2303

SE ACERCA LA NOCHE DE LA NOSTALGIA

Por Marcelo Marchese

 

Ya se sabe, tenemos el calendario bien ocupado, hay un día del niño, hay un día del abuelo, hay un día incluso para los reyes magos y hay días para dos cosas a la vez, como el día del gato, que al mismo tiempo es el día del orgasmo femenino, pues la cosa venía tan pobre, que hubo que destinarle un día.

¡Cosas veredes, Sancho!

Gracias a Dios, un despertador nos levanta del catre cada mañana y en el calendario está escrito qué hacer ese día, no sea cosa que se nos ocurra levantarnos a la hora que sea y hacer cualquiera.

¡Eso, nunca!

Por mi parte, declino mi espíritu crítico y me sumo a estas carnestolendas (ya sé que no son las carnestolendas que tienen sus días fijos, precisamente) y nostalgío mi infancia con vecinos sacando sus sillas a la vereda en el atardecer y botijas jugando picaditos en la calle. Hay motivos para la nostalgia, pues ahora, los vecinos, y los botijas, están prendidos a la TV.

 

Nostalgío las ferias donde te vendían los pollos vivos y uno decía: “quiero ese”. Ahora te venden unos pollos envueltos en nylon que no tienen gusto a pollo, sino a esteroides o a no sé qué cosa que le ponen.

¿Qué decir de los tomates? Flor de nostalgia. Ahora ni siquiera son rojos y más bien tienen gusto a esa parte verde manzana de la sandía. En una de esas le meten genes de sandía, o de elefante, vaya uno a saber.

Añoro escuchar silbar en la calle. Ni un tango, ni una milonga, ni un rockanrol, allí van, muchos de ellos, con sus auriculares.

Añoro cierto grado de silencio, o al menos, un espacio con muchas menos bocinas y motos deliverys, y noches donde a uno no lo despertaba la alarma de un auto que, con toda evidencia, se quiere robar.

Tengo nostalgia de los periódicos, que no eran gran cosa, pero me gustaba que estuvieran en unas mesas sostenidas por unos fierros y donde había una latita en que uno ponía la plata.

Añoro también las botellas con leche, antes de que vinieran con plástico, y uno dejaba en la puerta el dinero por el cuál te dejaban la leche, y añoro poder dejar la bicicleta afuera sin miedo.

Añoro los estadios de fútbol llenos y la avenida 18 de julio los sábados con gente hasta las cinco de la mañana.

Añoro las estrellas musicales que cantaban con su voz, antes de que viniera ese programa que se las acomoda hacia una dudosa perfección, y añoro aquellas estrellas que hacían sus canciones, y que no hacían como que hacían sus canciones.

Añoro pagar con dinero y que me paguen con dinero, pues andar perdiendo un cinco por ciento cada vez que vendo algo, me parece mucho dinero que el banco se lleva por no hacer mucho, cuando uno tiene que abrir el negocio, llenarlo de cosas y venderlas.

Añoro, cuando viajo al campo, ver aquellas vacas, infelices, de verdad, que te miraban entre los barrotes. Ahora, sólo veo camiones con troncos, y más camiones con troncos, y más camiones con troncos. Espero que no cambiemos las vacas por los troncos, pues esos son bien duros de roer, y uno no puede después arrojarle una sobra al perro o al gato.

Ahora que lo pienso, deberían instituir el día del perro, y si todos los días ya estuvieran ocupados, como presumo, adjuntarlo al día del tahúr o al día del banquero.

Añoro los médicos de cabecera, que sabían de la vida y obra de la familia y que en general te curaban. Ahora, ir al médico es una visita de diez minutos donde el doctor no te mira a los ojos, nunca jamás te toca, te hace unas preguntas mirando la computadora y luego te receta medicamentos dudosos y exámenes costosos.

Añoro las inyecciones que servían para algo. La decadencia de las cosas viene jodida de verdad desde que te inyectás y no sirve para nada, y como no sirve para nada, tenés que darte otra dosis que tampoco sirve para nada.

Tiene razón ¡Marche preso!

 

Añoro y me nostalgío de aquellos gauchos, no los conocí pero sí a sus nietos, que no se dejaban asustar por cualquier fantasma.

Añoro, que esto me lo contaron, al Negro Jefe diciendo “Los de afuera son de palo”

Añoro, ya te la veías venir, que se discutan los verdaderos temas que nos preocupan, y no si alguien atropelló un zorrillo en la ruta, o si la China Suárez es más flaca que Wanda Nara, o si el corrupto de turno es corrupto o no es corrupto ¡Pamplinas! La verdadera corrupción es otra y es la corrupción de la moral y las ideas.

Finalmente, añoro la idea de democracia representativa, donde acordábamos que nosotros nos poníamos a trabajar como galeotes, dándole y dándole al remo, mientras otros dirigían el barco en nuestro nombre. “Nosotros le damos al remo, vos guiá el timón por dónde nosotros queramos”.

Todo eso ya fue, ahora el que guía el timón hace acuerdos secretos con los piratas, que a veces informa, y a veces mantiene en secreto.

-¿Qué acordaste con los piratas?

-¡Vos confiá y seguí remando!

 

Tengo miedo de añorar el trabajo en un futuro, ya que cada vez hay menos trabajo, cosa jodida entre todas las cosas jodidas.

Añoro, me olvidaba, que cuando uno dijera “todos”, dijera “todos”, y no “todes”, “todxs”, o “txexexs”

Añoro el sentido común, y añoro ver el rostro de los pibes del supermercado, y hasta añoro ver el rostro de nuestros políticos, siempre ocultos ¿Por qué motivo no muestran sus rostros? A uno le nace como una desconfianza.

Añoro el País que se va. Uno ya se imagina escribiendo “Allá lejos y hace tiempo”, mientras almuerza una píldora que tiene todos los nutrientes necesarios, o una carne sintética elaborada por un laboratorio siniestro.

Tenemos que defender con uñas y dientes la añoranza.

 Quién sabe si en el futuro nos dejarán esa posibilidad.

 

 Marcelo Marchese

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