20.SEP.22 | PostaPorteña 2310

La Cárcel del Pueblo, Dante en Montevideo

Por Alfredo Bruno

 

“Aquel lugar terrible, desolado, aquel lugar inhóspito,  intrincado, aquel lugar de pena y destemplanza, aquel vagar sin rumbo ni sentido, y cuanto más los pasos, más perdido, sólo a la muerte tiene comparanza”

Divina Comedia, Dante Alighieri, Canto I

 

Aviso a los Navegantes: La presente crónica de una visita realizada a la “Cárcel del Pueblo” el pasado sábado 2 infringe casi todas las reglas del periodismo. No brindará respuestas a las clásicas “5 W” de la información, se basará fundamentalmente en la subjetividad del autor y revelará secretos tras bambalinas de la realización de la nota. Advertido el lector, siga a su riesgo…

 

Alfredo Bruno - Portal ContraViento - septiembre 2022

 

Un Viaje a Un Mundo Extraño

 

Hace un par de semanas pudimos coordinar con el Ministerio de Defensa Nacional, a raíz de gestiones anteriores, una visita a la tristemente célebre “Cárcel del Pueblo”, del MLN-T, y sobre cuyas condiciones así como las características de su “caída” se tejieron múltiples leyendas urbanas por medio siglo.

De inmediato anunciamos la noticia a los Compañeros de ContraViento, prometiendo para el domingo siguiente una amplia nota en profundidad sobre la misma, con fotos y videos exclusivos.

A lo largo de los días siguientes volvimos a releer muchísimas cosas sobre la misma, descubrimos otras nuevas para nosotros y hasta localizamos el número de Padrón de la finca y nos sumergimos en toda la historia del origen y tradición del bien en sí mismo.

Con este bagaje a cuestas llegamos el sábado temprano a la cita, tomando a la misma casi como un trámite, dispuestos a realizar el relevamiento de fotos y video y volver rápido a armar la nota que ya teníamos diagramada mentalmente.

Las Primeras Sorpresas

Posiblemente, nuestro primer error fue llegar al lugar demasiado temprano, a las 9 de la mañana, cuando el sábado recién empezaba a desperezarse en esa zona, medio Cordón y medio Parque Rodó.

El tránsito por Juan Paullier era casi nulo, y solo por Canelones se advertía algún movimiento vehicular, en tanto éramos los únicos paseantes de la zona.

Era lo esperado, contábamos con ello para fotografiar tranquilamente el frente de la casa y su entorno. Hechas las tomas, solo quedaba esperar, contra la reja de la ventana principal.

En ese instante la mente ociosa comenzó, como suele suceder, a jugarnos malas pasadas. Fue imposible no proyectar, viendo la melancólica placidez del barrio actual, en cómo habría sido el mismo medio siglo atrás, cuando a escasos metros de donde nos hallábamos estaban secuestrados los prisioneros más buscados del país.

Acto seguido caímos en la cuenta de que estábamos exactamente en el mismo sitio donde 50 años antes se habían situado Amodio Pérez y Wassen Alaniz, tras la revelación de la ubicación del centro por parte de Wolf, para iniciar el diálogo en procura de obtener la rendición de los guerrilleros. La historia empezaba a hacer sentir su peso, que nos aplastaría minutos después.

Abandonar toda esperanza, quienes allí entráis...

En rigor, la inscripción que Dante Alighieri encuentra en la puerta del Infierno podría perfectamente ser la que recibiera a los visitantes de la Cárcel del Pueblo. 

No es así y en cambio cuando, con la clásica puntualidad castrense, se habilita el ingreso a la casa uno se encuentra en una de las clásicas construcciones de fines de los años 40, que podría perfectamente albergar a una empresa, oficina pública, o a una familia normal. Todos hemos estado alguna vez en casas así.

Abajo, el Purgatorio

El primer golpe llega al acceder al espacio carcelario propiamente dicho. No nos extenderemos en descripciones dantescas, ya se ha hablado mucho de ello por medio siglo y las fotografías son elocuentes. Además, sobre todo, porque es imposible describir en palabras la sensación que se experimenta al adentrarse en esos lugares, donde ninguno de nosotros encerraría a un perro.

Los seis visitantes ingresamos a ese espacio, en tanto los funcionarios ya experimentados en estos recorridos se mantenían controlando a distancia, para no quitar aún más movilidad. Esa distancia no le impidió advertir a la responsable del servicio nuestra huida despavorida del carcelaje, que pretendimos justificar como claustrofobia.

En verdad no se trataba de eso, sino de una sensación indescriptible de angustia que, pese a nuestra experiencia directa en cárceles y calabozos, no habíamos sentido nunca y que nos impedía hasta el hacer foco en unos pocos e inútiles esfuerzos por lograr alguna foto.

Con exquisita sensibilidad la funcionaria nos invitó a bajar de nuevo cuando el resto de la comitiva recorriera la planta superior y así, no sin esfuerzo, pudimos lograr el registro de fotos y video y recorrer cada rincón, accediendo incluso al túnel original, única entrada de la Cárcel en el momento de su caída.

Solo entonces se advierte la trascendencia del papel que les tocara entonces a Amodio y Wassen, ya que la orden que tenían los carceleros era la de resistir cualquier ataque y matar a los prisioneros, y de no haberse producido la mediación sin dudas el combate para tomar la cárcel hubiera sido cruento, con muchas bajas de ambos bandos y seguramente la caída de civiles, como daños colaterales.

En efecto, las condiciones de ingreso al recinto hacían muy difícil el acceso violento al mismo en tanto los terroristas tuvieran municiones, y quebrar esa eventual resistencia habría significado un operativo de envergadura, que sin duda habría terminado con la vida de los terroristas, los secuestrados y tal vez el resto de los ocupantes de la finca, entre ellos cuatro niñas.

Asumida esa realidad, nos esperaba arriba otro golpe, también de carácter físico.

En su libro “Un secuestro por dentro” Pereyra Reverbell, uno de los secuestrados liberados esa noche, cuenta que incluso la mediación de Wassen ya en el recinto no fue fácil, y a sus argumentos y a las invocadas “órdenes superiores” se respondió con reproches y airados cuestionamientos, sobre todo por parte de Raquel Dupont y Adriana Castera, que junto a Eduardo Cavia y Óscar Bernattit constituían el grupo a cargo de los prisioneros. «-Abran soy yo, Alberto». Repetía una y otra vez una voz de hombre intercalada con los golpes. Este hombre era un dirigente tupamaro que habiendo sido detenido decidió colaborar con las Fuerzas Armadas. ‘¿Por qué no abren? Es una orden superior. Saben que deben abrir. Es urgente, traigo una orden superior». Seguía el silencio. Después oí que abrían la puerta porque arrastraba sobre el piso y conocía el ruido. Hablaban en voz baja, por lo que no oía lo que decían. Al rato el encargado llamó a las dos custodias que continuaban vigilándonos. ‘-¡Cierren las celdas y vengan!’, reiteró. Así lo hicieron. Casi enseguida que pasaron al otro ambiente oí la voz de ambas, fuerte, a veces gritando: ‘-¡Cobardes! ¿Con ustedes vamos a ganar la revolución?’ (…) Subió el tono de la discusión. «-Hijos de puta. ¿Cómo no vamos a matar a esos tipos?’ Eran siempre las voces de ambas mujeres.

El Infierno, arriba

Vueltos a la planta principal de la casa y aun golpeado por lo visto abajo comenzamos una rápida recorrida por la misma, casi como un tasador inmobiliario, pero a los pocos segundos nos asaltó una nueva percepción que cambiaría esa óptica.

Los amplios espacios, si bien prolijamente mantenidos, evidencian la falta de cariño y cuidado durante décadas, pero no ocultan la condición de privilegio que tuvieron en su época y que sirvieron como escenario a un crimen mucho más grave que los que ocultaba a su pesar en el subsuelo.

Por inconcebible que parezca, mientras en la parte inferior de la casa había personas torturadas en un encierro inhumano que llevaba a que en comparación el peor “buzón” de la más cruel cárcel del mundo resultara un palacio, apenas un piso más arriba una familia entera vivía normalmente, pese a ser totalmente conscientes de la atrocidad que se cometía bajo sus pies.

Esa hermosa casa tan ultrajada era desde 1963 el hogar del matrimonio de José Luis Porras Rey y Zulema Arenas y sus cuatro hijas, de once, nueve, ocho y cinco años al momento de la intervención militar.

Al respecto es importante remitirse a palabras de la propia Sra. Arenas, manifestadas a La Diaria en nota del 4 de noviembre de 2014“En el barrio éramos la casa linda, la señora elegante -yo siempre fui muy coqueta, me maquillé hasta en las trincheras, mientras pude-, las niñas preciosas; teníamos dos o tres domésticas a cargo…Las niñas sabían que había unas 20 personas debajo de casa, era imposible disimularlo. Pero también sabían que no debían hablar con ninguno, ni decirles el nombre, ni ellos debían preguntarles nada a ellas”, explicó, refiriéndose al debut de su domicilio como central operativa del terrorismo, albergando a 21 de los 111 presos fugados de Punta Carretas, en setiembre de 1971.

Por esos días “trataba de dejar la casa abierta, como siempre”, continuó señalando: “El mayor problema en nuestra cotidianeidad fue cuando teníamos a los veintipico de fugados. Ése fue el momento más difícil, porque en algún momento tenían que subir. Luego fue más tranquilo. Pero la casa nunca podía quedar sola”

Cuando en noviembre de 1971 comenzó a funcionar allí la Cárcel del Pueblo   “Tratábamos de que la vida fuera la misma, dentro de lo posible”, aunque hubo cambios en los cuidados de la rutina, en las invitaciones para que las amigas de las niñas fueran a jugar, incluso los contactos con la organización guerrillera “.

Todo muy normal, según los comentarios de la época recogidos nada menos que por El Popular en su edición del 28 de mayo de 1972, bajo el título: ”Una Finca y una Familia que eran “Insospechables””. En similares términos se manejó toda la prensa de entonces.

Un Negocio familiar

El recuerdo de todos esos elementos nos vino entonces en tropel, al advertir que recorríamos el escenario donde unos padres habían puesto en riesgo mortal a sus hijas, e hicieron que durante meses durmieran literalmente sobre personas torturadas, mientras en la casa se seguía con la rutina de un hogar normal, con juegos, tareas escolares, festejos navideños y de cumpleaños.

No nos ha sido posible encontrar un caso similar, buceando en la historia desde un punto de vista político. 

En ese mismo inmueble, tiempo después, hubo nuevamente detenidos sometidos a tratos inhumanos, ya en el marco de operaciones de la dictadura militar. No obstante, ni allí ni en un ningún otro centro de detención, irregular o no, antes o después, se “plantó” a una familia como cobertura, ni se hizo dormir a niños a menos de 3 metros sobre los torturados. No existe registro de un torturador que se llevara “trabajo a casa”, ni la casa al trabajo.

Por ello hemos situado en esta Divina Comedia vernácula al Purgatorio en el área inferior, ya que en los inmundos caniles aun existía la esperanza de salir y dejar atrás esa miseria. Arriba, en cambio, no existía redención posible para sus habitantes.

Para encontrar algo parecido fue necesario sumergirse en las oscuras aguas del crimen más despiadado, reservado a mentes profundamente enfermas que justamente por ello concitan la atención internacional cada vez que aparece algún caso de ese tipo, cual los sonados episodios de elementos que tuvieron secuestrados en sus hogares por años a niñas.

No obstante, casi todos esos hechos se refieren a lobos solitarios, individuos aislados presa de sus personales desequilibrios y no pueden compararse a esta situación, donde toda una familia conspiró para materializar, vehiculizar y ocultar una situación tan aberrante.

Así, el elemento que más se asemejaría ocurrió en Argentina en la década de los años 80, en el recordado caso del Clan Puccio, donde casi toda la familia participaba o al menos toleraba la actividad delictiva del “patriarca”, manteniendo individuos secuestrados por meses en su propio domicilio, en un hecho que generó ríos de tinta, libros, películas y hasta una serie televisiva.

No es extraño ese interés. El secuestro es un hecho excepcional en los ámbitos delictivos y su presencia es absolutamente marginal dentro de los guarismos criminales. Requiere una operativa e infraestructura muy compleja y sobre todo una absoluta falta de humanidad en los ejecutantes, que pese a lo que pueda creerse no es tan fácil de hallar, incluso en los más bajos escalafones morales de la sociedad. Por ello casos como el mencionado de la Argentina alcanzan difusión mundial.

Memorias Ingratas, Oferta Especial

Más modestamente, “a la uruguaya”, la Cárcel del Pueblo ha sido también objeto de trabajos editoriales. El último de ellos, presentado hace un par de meses, no deja de ser significativo, en base a su título y autora. “Mi casa era la Cárcel del Pueblo”, de la Sra. María Zulema Arenas. Si, la propietaria de la finca de Juan Paullier 1190 cuando allí se constituyó el enclave terrorista presenta una suerte de «memorias», que puede ser adquirida on line, con descuentos especiales para los tenedores de tarjetas  Oro, Platinum, Infinite y Black de Itaú Bank.

En oportunidad del lanzamiento del libro esta Señora fue entrevistada por TV Ciudad, donde confirma todos los elementos manejados en esta nota, así como por la prensa de la época, entre otros su religiosidad, que en algún momento la llevó a cambiar un dogma por otros, en un cambio que según puede verse sigue vigente.

En efecto, al narrar la noche de la intervención militar la Señora mantiene aún hoy la “historia oficial”nombrando a Amodio y omitiendo el nombre del otro sedicioso negociador, Wassen Alaniz, en lo que, además de un esfuerzo inútil de ocultamiento, resulta al menos un tanto injusto para con aquellos que evitaron un enfrentamiento y así salvaron una cantidad de vidas. Entre ellas, probablemente las de la propia Sra. Arenas y sus hijas.

Una Comedia Trágica

Todos estos elementos son los que caen sobre el visitante al cruzar el umbral de Juan Paullier 1190 y que pasan factura, tanto a nivel psíquico como físico. En efecto, nuestra salida del recinto se asemejó más a una huida, cumpliendo apenas y en velocidad record las normas de cortesía para con las funcionarias, a las que agradecemos en este acto nuevamente su gentileza.

Así como aquel que estuvo largo rato sofocado, necesitábamos aire libre y amplitud de espacios y así fuimos a dar en piloto automático al cercano Parque Batlle, donde recién tras un buen rato pudimos comenzar a enlazar sensaciones con ideas. No fue un proceso fácil y no lo está siendo aún. Por ello hemos demorado dos semanas en dar forma a estas reflexiones, que como decíamos al inicio violan todas las reglas de la comunicación en forma, contenido y según podemos ver extensión.

En esto ha derivado lo que iba a ser una mera informativa.

Hemos leído anteriormente sobre sensaciones similares vividas por quienes visitan campos de concentración nazis. Naturalmente, la magnitud del Holocausto no puede compararse a nada, pero nos atrevemos a afirmar que la cercanía geográfica y de tiempos hace que los hechos de la subversión local se potencien.

A eso se suma que, a diferencia de los criminales nazis, los protagonistas de estos hechos viven entre nosotros, podemos cruzarnos con ellos y, lejos de mostrar arrepentimiento o al menos un pudoroso silencio, aún reivindican sus acciones y en una perfecta definición del término «tragicómico» hasta se han erigido en elementos modélicos, Campeones de la Moral y los Derechos Humanos, Héroes de la Verdad y la Justicia y Únicos Detentadores de la Justicia.

Así lo demuestran por ejemplo dichos de la Sra. Arenas en 2014“Yo estuve ocho años en la cárcel de Punta de Rieles y nunca me arrepentí de lo que hice. Hice lo que hice porque creí que era lo que tenía que hacer», en una afirmación que podría ser rubricada por la totalidad de los delincuentes que habitan hoy nuestras cárceles, los cuales también hicieron lo que hicieron porque creyeron que era lo indicado. La única diferencia es que casi todos éstos deben arrepentirse, al menos, de haber cometido ese delito que los llevó a “perder”.

Tan grande fue la falta de arrepentimiento de la Sra. Arenas que al retorno de la Democracia pretendió lograr la devolución de su casa, el preciso objeto del delito, y al no obtenerlo exigió con éxito la indemnización por los bienes muebles que obraban en su interior, porque sabido es que la Revolución es mucho más linda si la financian otros.

Recuerdos del Futuro

A lo largo de los años muchos han ensayado distintas teorías para justificar que algunos jóvenes, en su amplia mayoría burgueses, hayan virado de tal forma sus convicciones hasta tornarse en cipayos del terrorismo, abandonando todo rastro de humanidad. Se ha estudiado desde lo social, ambiental y de tiempos, restando  a nuestro juicio un profundo estudio psicológico y psiquiátrico.

Las razones de fondo, empero, fueron básicamente simples y se resumen en dos grandes factores. En primera instancia la ausencia en rigor de convicciones propias, que posibilitó que abrazaran con fe de dogma un discurso maniqueo de buenos contra malos, pobres contra ricos, oligarquía o pueblo que no resistía análisis.

Unido a ello, un concepto de moral subjetiva donde el fin justificaría los medios, imprescindible para poder abordar sin problemas estomacales una alianza de acción con quienes apenas días antes eran enemigos armados, como sucediera en los pactos del Batallón Florida, entre otras Sedes Castrenses donde vencidos y vencedores retozaron fraternalmente en el igualitario lodo de la infamia.

Estas dos condicionantes se dieron, claro está, en ambos bandos combatientes, por el clásico principio de acción y reacción. En uno y otro lado hubo quienes leyeron mucho, pero entendieron muy poco y a la luz de esa ignorancia creyeron poder decidir por todos, hundiéndonos en la oscuridad.

Esa oscuridad que se avizora al asomarse al abismo de la Cárcel del Pueblo y duele en el alma y en el cuerpo al punto de que esta haya sido la nota más difícil y más postergada de que tengamos recuerdo.

Tal vez porque sabemos que, a pesar del medio siglo transcurrido, de los cambios del mundo, y de que la Biología de a poco nos va librando de estos especímenes, aún hoy hay profetas del desastre que reivindican al fin sobre los medios, a lo político sobre lo jurídico, al «contenido sobre las formas».


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