04.NOV.22 | PostaPorteña 2317

BRASIL, Decime Que Es Lo Que Sientes

Por varios

 

Una nueva estafa política, Lula y la continuidad del ciclo populista

 

Ezequiel Gil Lezama Militante y fundador de La Caja

 

La particularidad de Brasil y sus formas políticas

 

Para cualquier análisis de un país, el marxismo debe partir del concepto sobre que el capital es una totalidad mundial. Que la unidad mundial de la acumulación de capital se realiza, dado el carácter privado del trabajo, bajo la forma concreta de procesos nacionales de acumulación (países). Que esos procesos nacionales de acumulación realizan las distintas potencias particulares del contenido mundial del capital. Esto es, que el capital es internacional por su contenido y nacional por su forma.

De manera tal que las características propias de un país se explican de acuerdo al lugar que ocupa éste en el mercado mundial (es decir, qué rol específico cumple tal país en el movimiento mundial del capital).

En este sentido, Brasil, al igual que otros países de la región, se constituye como proveedor de materias primas para el mercado mundial, en particular mercancías agrarias. Esta es, en tanto fragmentación nacional de la unidad mundial de capital, la determinación simple de Brasil. Luego, dados los resultados preliminares que obtenemos del estudio de la industria automotriz y del neumático, es decir de la rama más importante de la industria brasileña, pareciera que el proceso nacional de acumulación de Brasil presenta características similares al caso argentino.

A saber, pequeños capitales nacionales junto a capitales medianos de origen extranjero acumulan capital sobre la base de una baja productividad en relación a la media mundial aunque se valoricen a la tasa general de ganancia

Esta diferencia, entre una productividad del trabajo baja y la obtención de ganancias, se compensa de alguna manera y dicha compensación, a priori, debe buscarse en la baja salarial y los flujos de renta agraria, minera y petrolera (Brasil exporta, sobre todo, soja, minerales de hierro y aceites de petróleo crudo).

Esta determinación concreta, por tanto, explicaría el carácter mercadointernista y/o regional de la industria brasileña y, por ende, el proteccionismo que rige la estructura productiva de la economía más grande de América Latina (las exportaciones de Brasil representan apenas el 17% de su PBI, muy similar al 15-16% que representan en el PBI argentino). Esta especificidad brasileña, subrayamos similar a la local, explica las formas políticas.

Si queremos ver este fenómeno más en concreto o en términos coyunturales, se puede seguir los distintos avatares políticos de hace 20 años siguiendo el ascenso y descenso de los precios internacionales de las materias primas o el “dibujo” del PBI, que crece exponencialmente de 2002 hasta 2008, cuando se estanca un año, para nuevamente pegar un salto hasta 2011/12 que se estanca, comienza a caer en 2015 hasta 2017, cuando se recupera para volver a caer hasta el año pasado, que muestra un leve ascenso (por otro lado, como “curiosidad”, se puede ver el desarrollo de Rusia, otro país que vive de renta agraria, gasífera y petrolera, y notaremos que el “dibujo” del PBI es calcado al brasileño).

Es decir, Brasil (al igual que Argentina u otros países de la región) crece notablemente de 2002 hasta 2012, motorizado por el ciclo alcista de los precios de las materias primas. Cuando ese ciclo termina, pasando la soja de 500-600 dólares (2012-13) a 300-350 dólares la tonelada (2014), inicia la fase descendente, la economía se contrae y se vuelve necesaria una política de ajuste. Entre 2002 y 2012 el PBI se expande más de un 40%, mientras que en 2013 el PBI crece un 3%, para 2014 se desacelera hasta un 0.5% y cae vertiginosamente un 3.5% y un 3.3% en 2015 y 2016 respectivamente. Desde entonces alternan crecimiento (2017, 2019, 2021 y 2022) con caídas (2018 y 2020). Dado que las proyecciones para 2023 y 2024 vuelven a mostrar una desaceleración en un contexto de recesión mundial, el escenario que viene exige la continuidad del ajuste.

Entender esta cuestión permite explicar, por caso, que de Lula a Bolsonaro todos gobernaron con el mismo programa: populismo.

Las diferencias, como vimos, responden a las distintas necesidades y posibilidades determinadas por el precio de las materias primas. Cuando los precios suben mucho y por periodo largo, se da la incorporación de fracciones obreras pauperizadas a la producción y el consumo durante los mandatos de Lula, el ajuste y la devaluación brutal del 10% operada bajo Dilma aparece cuando se contrae la renta, la reforma laboral de Temer como los intentos de privatizar o la rebaja salarial en relación a la inflación de Bolsonaro o el endeudamiento creciente que pasó del 63% del PBI (2014) al 93% del PBI en la actualidad o, tanto mejor, el ajuste del déficit fiscal que comienza en 2015 alcanzando los 10% del PBI para llegar a los 4.4% del PBI en la actualidad. Esto es, desde 2014 hasta el presente, debido a la contracción de la renta, tanto Dilma como Temer y Bolsonaro han realizado un ajuste de casi 7% del PBI y aumentaron la deuda pública un 30% del PBI. En el medio, se sancionaron dos leyes como la Laboral (que precariza y terceriza el trabajo) y el tope al gasto público, quedando pendientes la provisional (que busca elevar la edad jubilatoria de los 55/60 años actuales a los 62/65 años) y la tributaria. ¿Les suena conocido?

Por qué Bolsonaro no es fascista

Tanto en política como en general no se puede analizar o caracterizar a una persona por lo que dice de sí misma ni por lo que dice que hace ni por lo que afirma que hará, sino por aquello que hace efectivamente y por lo que tiende a hacer. De igual modo, un discurso o un conjunto de ideas sólo tienen valor si se materializan. Sobran ejemplos de políticos burgueses que prometen cosas en campaña y si llegan al gobierno se olvidan lo prometido. De ahí el reflejo saludable que poseemos para nunca creer del todo a un político en campaña. En este sentido, Bolsonaro tiene un discurso que podría ser calificado de fascista, incluso puede que él mismo porte una ideología fascista. Pero ¿qué es el fascismo?

Podríamos decir que el fascismo puede definirse a partir de características particulares: nacionalismo, militarismo, arbitrariedad política, intolerancia con las minorías, anticomunismo, religiosidad, desprecio por la democracia, etc. Sin embargo, esas características también pueden estar presentes en gobiernos de "derecha" o reaccionarios sin llegar a ser fascistas. El fascismo puede ser un movimiento político que organiza grupos paraestatales o, si gobierna, un régimen político de excepción. 

Pero en ambos casos, el fascismo es la contrarrevolución que apela a la movilización de masas para detener, reprimir o aplastar una amenaza revolucionaria.

¿Hay en Brasil una amenaza revolucionaria? ¿Bolsonaro tiene un movimiento de masas que moviliza para reprimir ilegalmente? Como es obvio que ni hay amenaza revolucionaria ni Bolsonaro ha movilizado masas para una tarea contrarrevolucionaria, no necesita ni puede instalar un régimen fascista. Podrá decirse que tuvo un discurso reaccionario, que reprimió y profundizó la política de mano dura, pero, otra vez, no por ello fue fascista.

Incluso tampoco fue liberal o neoliberal. Más allá de la retórica inicial sobre promesas de reformas, privatizaciones y aperturas liberales, lo cierto es que el gobierno de Bolsonaro mantuvo el proteccionismo (ver el programa “rota 30” o la disminución del Impuesto a Productos Industrializados) y ha gobernado con un programa populista (ver la ampliación del programa Auxilio Brasil de 450 a 600 reales para 14,5 millones de familias o la eliminación de aranceles a los alimentos, etc.). Por tanto, corriendo la maleza ideológica, ni Bolsonaro instauró el fascismo ni menos una apertura liberal de la economía brasileña.

¿Qué contenido social está detrás de Bolsonaro?

Ahora bien ¿qué necesidad expresa? Dado que la clase obrera compite contra sí misma para reproducir sus condiciones de vida, Bolsonaro expresa una fracción obrera más acomodada que ve en el lulismo un empeoramiento de sus propias condiciones por la vía del aumento del gasto público para sostener a las fracciones más pauperizadas. Dado que la competencia entre obreros se exacerba en períodos de crisis y ajuste, la promesa “liberal” y el ajuste sobre el gasto público son vistos de buena forma por tales fracciones obreras.

Del otro lado, Lula representa a las fracciones más pauperizadas y castigadas por el ajuste que lleva 7 años. Que esto es así quedó plasmado en el mapa electoral: el centro agrícola y el sur industrial se inclinó por Bolsonaro, mientras que el norte y nordeste donde abunda la población obrera sobrante para la necesidad del capital fue para Lula.

En el plano internacional, la administración Bolsonaro se alineó con China, desde la profundización del vínculo comercial (es el segundo socio comercial de importancia luego de Argentina) hasta la integración a la nueva ruta de la seda china. Pero también Bolsonaro se alineó con Rusia: se abstuvo en la ONU ante la moción norteamericana para expulsar a Rusia del Consejo de Derechos Humanos, rechazó la expulsión de aquel país del G20 y se negó a sumarse a los embargos energéticos y las sanciones económicas contra la administración de Putin. Esta política, contraria a los deseos norteamericanos, tiene su base material: Brasil precisa de los fertilizantes rusos para iniciar el ciclo productivo agrario y, además, en 2021 las exportaciones agrarias a Rusia aumentaron un 20%. Es por esta razón que Lula cuenta con el apoyo de EE.UU. y la Unión Europea. Aquí se abren, de todos modos, dos interrogantes ¿puede Brasil prescindir del fertilizante ruso? ¿puede reflotar la caída negociación de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea?

Lula: un futuro de ajuste y represión

Al margen de lo que pueda decir Lula o las esperanzas que despierte en sus propias bases, lo cierto es que la burguesía brasileña precisa de un personal político que personifique la etapa de contracción de la renta, esto es, la profundización del ajuste iniciado en 2014, pero con la mayor estabilidad y orden posibles.

Esto implica, por tanto, ajuste y represión. Como vimos más arriba no depende de una voluntad política, sino de una realidad material dada: incluso si el año que viene sube la renta, la inflación a escala mundial y el aumento de los insumos intermedios (los bienes que importa Brasil para su industria) dejará sin efecto tal suba.

Dado este escenario ¿Lula puede recrear el período expansivo de 2003 cuando la economía mundial ya se ubica en recesión y promete durar varios años?

¿O continuará la senda que comenzó Dilma, de ajuste, y Temer, de reformas estructurales? Lula asumirá su tercer mandado, dando continuidad al ciclo ininterrumpido populista, pero con un carácter limitado, débil, que deberá lidiar con una profunda recesión y el ajuste. Es decir, promete ser una nueva estafa política.

 

Lula, el caballo del comisario Biden

 

La segunda vuelta impuso, como nuevo presidente de Brasil, a Lula da Silva, siendo la tercera presidencia de quien continúa presentándose como dirigente del “Partido de Trabajadores”, una organización que ya no tiene nada de obrera, porque, desde hace mucho tiempo, representa los intereses de los grandes empresarios brasileros y extranjeros, principalmente de Estados Unidos.

Las condiciones en las que gobernará serán muy diferentes a las anteriores, ya que no cuenta con márgenes para hacer concesiones al pueblo pobre. Y, además, porque el ajustadísimo margen -apenas dos puntos- que obtuvo por encima de Jair Bolsonaro, podrá al nuevo presidente en una situación de extrema debilidad.

El voto a Bolsonaro no fue, en su mayoría, de apoyo al programa de este personaje, sino de rechazo o “castigo” a lo que representa el PT, que no es otra cosa que un plan de ajuste adornado con mentiras y humo progresista, algo parecido a lo que hace, en nuestro país, el kirchnerismo.

El proceso electoral brasileño expresó la disputa entre dos potencias que tratan de dominar los mercados mundiales, Estados Unidos y China.

 Lula fue apoyado por la embajada y el presidente de los EE.UU., mientras que Bolsonaro cerró filas con el imperialismo chino, que durante su mandato aumentó de manera notable las inversiones de este país. Ese alineamiento lo llevó a apoyar la invasión a Ucrania del aliado chino, Rusia. Sabiendo que ambos candidatos representan los intereses de estas potencias, que hacen negocios con distintos empresarios brasileros, desde nuestro partido llamamos a no votar por ninguno de los dos, como hizo la mitad de la población brasilera, que directamente no fue a votar, porque ya no tiene ninguna expectativa en los capitalistas y su “democracia”

La izquierda y las organizaciones combativas de Brasil, deben convocar a la clase obrera y al pueblo a luchar desde el primer día de su nuevo mandato, contra la política de ajuste y saqueo de los recursos que continuará implementando Lula y su gobierno. La única salida para ese país y para todos sus vecinos, es una revolución obrera y socialista

Juan Giglio Palabra Obrera-Convergencia Socialista 2/11/22

 

                                     Ganó Lula ¿y qué?

 

Ganó Lula y ya salió todo el mundo a hablar maravillas de lo que será su próximo gobierno. Es natural que así sea, pues ante cada nuevo gobierno se abrigan esperanzas de cambio y mejoras, por aquello que “escoba nueva siempre barre bien”. Pero no es lógico si nos atenemos a algunos datos mayúsculos.

Granó por menos del 1% de los votos, lo que indica que Brasil está políticamente partido en dos, lo que se le hará muy difícil gobernar a su gusto porque además tiene el Congreso en contra.

Es cierto que Lula tiene mayor sensibilidad social que Bolsonaro. Aquél es progresista y éste conservador. Y esta es una falsa disyuntiva política hoy en día, tanto dentro de las naciones-Estado como en el orden internacional.

Hoy la disyuntiva es entre gobiernos progresistas o soberanistas.

Los progresistas constituyen la mayor parte de los gobiernos occidentales con Estados Unidos a la cabeza, casi la totalidad de los europeos y de los iberoamericanos. Los gobiernos soberanistas los podemos enumerar a casi todos: Rusia, Irán, China, India, Turquía, Israel, Indonesia, Namibia, Hungría, Polonia, Somalia, Cuba, Ecuador, Paraguay, Taiwán y algún otro.

Lula militó, milita y militará dentro de los gobiernos progresistas de corte globalista, que son aquellos gobiernos para los cuales la idea de soberanía es una rémora, una cosa del pasado y por tanto desatendible.

Los gobiernos progresistas tienen flojo “el no”, salvo para todo aquello que represente la tradición y los valores del pasado. ¿por qué? Porque, se mueven siempre en el éxtasis temporal del futuro, de ahí que su lema sea “estar siempre en la vanguardia”, en la cresta de la ola. Su mayor pecado es que le digan que son antiguos.

Por supuesto que Lula se va a llenar la boca con la idea de soberanía, así como hacen los Cristina y los Fernández con la idea de Patria, pero que en el momento de defenderla, como sucede con “los que trabajan de indios”, apoyan a éstos en desmedro de la Nación.

Mirado fríamente, los gobiernos de Lula y Bolsonaro son intercambiables puesto que ambos son globalistas y están de acuerdo con el Nuevo (des)Orden Mundial.

Así ante la guerra ruso-ucraniana los dos están a favor de Ucrania. Sus gobiernos permitieron ambos, la depredación del Amazonas. Ante la cuestionada tesis del calentamiento global los dos respondieron igual. Ante el reemplazo de la energía nuclear ambos opinan lo mismo y así podemos seguir poniendo ejemplos de coincidencia.

Brasil es un país continente que desde siempre, salvo alguna honrosa excepción, tiene gobiernos vicarios, esto es, que representan a otros y no los intereses genuinos del pueblo brasileño.

Lo lamentable es que en Argentina el peronismo en su conjunto y en sus distintas variantes se haya hecho eco de esta falacia, en lugar de tomar criteriosa distancia y desensillar hasta que aclare.

Si Argentina tuviera un gobierno soberano (la idea de soberanía la sepultó el canciller de Alfonsín en 1983) le conviene el gobierno de Lula que debilitará al Brasil porque es un gobierno ideológicamente débil, estructurado sobre una democracia discursiva donde se repetirán hasta el hartazgo los lugares comunes de la religión laica de los derechos humanos, la ideologías de género, arco-iris e indígena.

Es decir, que el poder real del Brasil (sus industrias, su minería y su agricultura) será marginado en favor del poder simbólico de ciertas minorías.

La teoría del multiculturalismo va a remplazar a la del crisol de razas o interculturalismo que hizo posible la existencia tanto al Brasil como a la Argentina.

  Alberto Buela

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