19.NOV.22 | PostaPorteña 2320

“Siga el baile, siga el baile…”

Por R.J.B.

 

Así dice y repite la letra de la canción del compositor uruguayo Carlos Warren y que popularizara -con ritmo de candombe- Alberto Castillo en un primer registro que data de 1945; “siga el baile, siga el baile, la comparsa de los negros al compás del tamboril.”

Hoy el baile sigue como si todo lo ocurrido hace apenas siete años con el escándalo de la FIFA hubiese sido mera ficción.

El show debe continuar y entonces, en pleno jolgorio mundialista, a nadie se le ocurre mencionar que las candidaturas aprobadas por parte del Comité Ejecutivo del organismo rector del fútbol mundial para celebrar las competencias de Rusia (2018) y Qatar (2022), fueron otorgadas en base a las suculentas coimas que, a manera personal, recibieron muchos de los representantes de las diversas federaciones.

Es cierto que, como consecuencia de las investigaciones llevadas a cabo por el FBI, un grupo de connotados dirigentes fueron detenidos para rendir cuentas por los cargos de soborno, fraude, corrupción y lavado de dinero, pero lo concreto es que la conducción de Gianni Infantino -quien hoy fija una de sus residencias en Qatar y que asumió como presidente de FIFA en lugar de Joseph Blatter, en febrero de 2016- no modificó aquel calendario aprobado en 2010.

Hace cuatro años, la máxima competencia se celebró en la Rusia de Putin y Francia volvió a coronarse campeón del mundo. Alborozados, los franceses festejaron y seguramente ninguno recordó los buenos oficios del expresidente Nicolás Sarkosy quien, tras una reunión con el príncipe heredero qatarí, Tamin bin Hammed Al-Thani, se encargó de convencer a Michel Platini para que cambiara los votos de la UEFA -que él presidía- a favor de Qatar y en detrimento de la candidatura de los Estados Unidos de Norte América.

Algunos meses más tarde, aquel pequeño país del golfo compraba aviones de combate a Francia por casi 15 millones de dólares -eso sin mencionar que el entonces presidente francés se encargó de lograr que la familia real qatarí comenzara a financiar al equipo de sus amores: el París Saint-Germain-.

El fútbol es el deporte más popular del mundo y como tal, acapara pasiones, convoca multitudes y audiencias televisivas impresionantes, pero esa misma popularidad lo ha llevado a convertirse en una fuente de negocios e intereses económicos sin parangón. Para los encargados de dirigirlo en las más altas instancias, el lirismo ha quedado atrás y lo hacen con mentalidad comercial.

Todo es cuestión de intereses -empresariales, políticos y también personales-, pues saben que en la excelencia del menú que ofrezcan como parte del denominado   entertainment (entretenimiento) reside el poder.

A escasas horas de que comience a rodar la pelota, para los seguidores de este deporte, no existe cosa más relevante. Ya nadie se acuerda de los sobornos que enriquecieron a los Havelange, Leoz, Grondona, Chuck Blazer, Figueredo, Warner, Jeffrey Webb y muchos más.

El baile sigue y tampoco importan los más de seis mil obreros que murieron dedicados a hacer posible la tarea de construir esos fabulosos estadios que semejan hoteles de siete estrellas. Gente que se convirtió en una mano de obra muy mal paga; ignotos trabajadores llegados desde algunos de los países más pobres del mundo y que fueron obligados a desempeñarse en pésimas condiciones y expuestos a temperaturas insoportables.

Siga el baile, entonces, para que los modernos aurigas -encargados de encandilarnos con sus incuestionables destrezas- compitan en nombre de nuestros sueños localistas. Neymar, Messi, Cristiano Ronaldo, Karim Benzema y tantos más, ofician de privilegiados depositarios de millones de patrióticas esperanzas y así se convierten en ídolos universales. Poco importa si lo que perciben por hacerlo supera ampliamente lo inaceptable y resulta moralmente obsceno; lo sepan o no, todos ellos responden a la lógica de un poder supremo que somete a las multitudes por medio y en nombre de la pasión.

Me gusta el fútbol y no tengo vocación de aguafiestas, pero me resisto a formar parte de esta frívola farándula que ignora los infortunios de muchos de sus semejantes.

Evocando una vez más la letra de aquella canción que, circunstancialmente, me permito modificar: siga el baile, siga el baile, es la farsa de los negreros al compás de los dineros de la realeza qatarí.

 

R.J.B.

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