19.NOV.22 | PostaPorteña 2320

Algunas Reflexiones acerca de Traidores y Traicionados

Por R.J.B.

 

“La traición es el único acto de los hombres que no se justifica”, Nicolás de Maquiavelo

En La Divina Comedia, Dante Alighieri ubica a la traición como el peor de los pecados y por ello reserva para los traidores el último círculo del infierno. Acaso sea porque para cometer tan despreciable bajeza es menester contar con la confianza y el afecto de quien es traicionado. A su vez, para algunos, la traición es la referencia necesaria para poder aquilatar en su justa medida la heroicidad. Y así desembocamos en lo de héroes y villanos o antihéroes..

La traición y sus categorías: las hay deportivas y están las que se suscitan en el ámbito laboral; otras que involucran las relaciones carnales o afectivas y las que se consuman en el plano empresarial. Aquellas que con pomposa estridencia son catalogadas como traiciones a la patria y esas que suponen una absoluta ausencia de fidelidad a una causa, a un amigo o a un juramento.

El análisis me conduce a plantear una primera interrogante:¿quién es capaz de determinar cuándo se da una traición?

Y aún más,¿qué persona tiene la potestad de mesurar la entidad de esta y sus efectos? 

Naturalmente, se me dirá que la parte perjudicada, pero de inmediato, surge otra pregunta que hace a los motivos que la originaron. ¿Será que siempre son tenidos en cuenta? Esto nos lleva a internarnos en un terreno en el que muchas veces prevalece lo subjetivo y en el que las respuestas pueden perder contundencia.

Por momentos, me siento inclinado a pensar que todos -y todas- desde que nacemos, somos portadores de esa especie de virus malvado que, en mayor o menor medida, podemos llegar a desarrollar. Si esto fuera así, ¿qué factores incidirían para que aparezca en nuestras acciones?

 Seguramente, habrá quienes sostengan que puedan relacionarse con la formación de una persona y su entorno social; por su parte, otros dirán que deberían vincularse con lo emotivo y algunos apuntarán a aspectos de índole cultural, pero me inclino a pensar que son las circunstancias las que condicionan el comportamiento de un individuo y que, en definitiva,depende del bagaje moral de cada uno y de la voluntad -si la misma no está dramáticamente condicionada- el incurrir -o no- en la traición.

Existen traidores universales que, más allá de la rigurosidad histórica, son así calificados con contundencia y hacen parte de la memoria popular. La nómina que se expone a continuación comprende a unos pocos y es meramente ilustrativa.

El caso del apóstol Judas Iscariote es, sin duda, el ejemplo más representativo del traidor y aunque no son pocos los que, a través de los siglos, han tratado de reivindicarlo, el peso de su condena es irreversible.

Allá por el año 480 a.C.Efialtes de Tesalia decidió traicionar a los heroicos espartanos que resistían con éxito el embate del enorme ejército persa. Efialtes les proporcionó a las huestes invasoras, conducidos por el rey Jerjes I, la información sobre un paso en las montañas que les permitió rodear y derrotar a los guerreros conducidos por Leónidas.

En Egipto, podemos citar el dramático final de una reina y de su esposo, el joven faraón Tutankamón, de la XVIII dinastía, que es atribuido a la obra de un gran traidor, Ay. En efecto, Anjesenamón fue la tercera de las seis hijas del faraón Akhenatón y de su esposa real, Nefertiti. Tras la muerte de su padre y con sólo trece años, hubo de casarse con su medio hermano, Tutankamón, que, incluso, era tres años menor. La pareja reinó armoniosamente durante una década, pero los egiptólogos coinciden en señalar que, primero el faraón y luego la desdichada Anjesenamón, fueron eliminados por Ay, abuelo de la muchacha y principal consejero de la corte, en su afán por abrirse paso hacia el poder.

En Roma, fueron diecinueve los conspiradores que apuñalaron a Julio César en los idus de marzo del año 44 a. C, aunque sabido es que los dos principales ideólogos del complot fueron Cayo Casio Longino y Marco Junio Bruto. A pesar de que su madre era la amante de Julio César y de que éste le dispensaba un muy especial afecto, Bruto no tuvo reparos en traicionarlo. Para la Historia han quedado las últimas palabras del célebre gobernante mientras agonizaba: “¡Tú también, Bruto! ¡Hijo mío!”

César Borgia, unos de los varios hijos del Papa Alejandro VI -Rodrigo Borgia- que, entre otros títulos, detentó el de Capitán General de los ejércitos papales, solía mostrarse dispuesto a conciliar con sus rivales, agasajándolos. Casi invariablemente, el resultado de aquellos encuentros terminaba en la muerte por envenenamiento de sus desprevenidos contrincantes. A este siniestro personaje, sus contemporáneos lo llamabanel mago de la traición”.  

Malinalli TenépatiDoña Marina, más conocida como La Malinche, desempeñó un papel trascendental en el proceso que culminó con la derrota de los aztecas. En efecto, esta mujer nacida en la región que hoy sería Veracruz y que llegó a ser amante, traductora y consejera de Hernán Cortés, resultó la pieza clave para que los españoles lograran las alianzas que los llevaron a la victoria en su empresa de conquistar México.

José Pelagio Hinojosa, conocido como El Tempranillo, nació en Lucena, actual provincia de Córdoba en el año 1805. No tuvo estudios y era hijo de jornaleros, oficio que adoptó desde muy niño al servicio de un Señorito de la zona. Su carrera delictiva comenzó en la Romería de San Miguel, a los quince años, cuando se batió a duelo a navajas con un hombre mayor que había querido abusar de Clara, una muchacha de la que José se había enamorado. Tras matar a su contrincante, El Tempranillo robó un caballo y huyó hacia los montes, sabedor de que, si era atrapado, le esperaba la horca. En sus primeros años como bandolero, se incorporó a la banda de Los Siete niños de Écija que se ganaban la vida robando a todos los que pasaban por la Sierra. Estuvo con ellos un par de años y los abandonó para crear su propia banda, especializada en asaltar carruajes y diligencias, en especial las de Hacienda del Reino. Con veinte años era seguido por catorce hombres mayores que él y ya se le conocía como “el bandido bueno” por la manera de recompensar a sus compañeros y por asistir generosamente a los más pobres. Siempre luchó contra los caciques locales y los latifundistas, llegando a liderar a más de medio centenar de hombres. El 22 de septiembre de 1833, en un lugar cercano a Málaga, se topó con una emboscada que le tendió un antiguo compañero, El Barberillo”, quien le disparó mortalmente. Tenía veintiocho años.

Benedict Arnold fue un destacado general de los Estados Unidos durante la Guerra de la Independencia y uno de los grandes protagonistas de la victoria norteamericana en Saratoga, pero como epílogo de una serie de desavenencias con sus superiores y al sentirse relegado, decidió aliarse con el enemigo y se puso en contacto con un espía inglés. Cuando fue descubierto, cambió definitivamente de bando y peleó como general en las líneas británicas hasta el final de la guerra.

Jesse James, uno de los bandoleros más peligrosos y carismáticos que se recuerdan, fue asesinado de un balazo en la nuca por uno de los integrantes de su banda, Robert Ford, en abril de 1882. El relato indica que Ford, que ya tenía un acuerdo con el gobernador de Missouri para entregar al célebre bandido, vivo o muerto, a cambio de un indulto total y una recompensa de 10.000 dólares, aprovechó que James estaba ocupado en la limpieza de un cuadro, para dispararle a quemarropa. Tal cual había sido acordado, Robert Ford fue indultado, pero sólo recibió una parte de la suma prometida. La lápida que hizo grabar la madre de Jesse James dice así: “En memoria de mi hijo amado, asesinado por un cobarde traidor, cuyo nombre no merece figurar aquí.” Dos meses más tarde, Ford fue ejecutado por un tal O’Kelly, confeso admirador de Jesse James.

Ponciano Martín Aquino adquirió fama por sus enfrentamientos con la policía en el medio rural uruguayo. Hijo natural de Francisca Aquino, nació en El Tala, 10ª Sección del departamento de Canelones, un 19 de noviembre de 1889. A los 15 años se alistó con las tropas coloradas que peleaban contra el caudillo blanco Aparicio Saravia. Tras su primer combate e insatisfecho con las tareas que le habían asignado, desertó del ejército y se robó cuatro caballos para luego alistarse en las filas de la divisa blanca. Se desconoce cuánto tiempo militó en cada bando y cuáles fueron las razones que lo llevaron a abandonar a unos y a otros, pero de regreso a su pago, se desempeñó en diversos oficios. Se alistó como milico, pero a los pocos meses, descontento porque le negaron un adelanto del sueldo, desertó y pasó a trabajar como peón de estancia. En un confuso episodio, mientras se encontraba tropeando caballos, tuvo un altercado con su patrón y lo hirió de tres disparos. De inmediato se dio a la fuga y pasó a vivir como matrero, dedicándose al contrabando y al robo de ganado. Su principal radio de acción era en el sur del departamento de Florida y en el norte de Canelones, donde además de sus excepcionales conocimientos de la zona, contaba con la simpatía de la población local. Fue perseguido y en varias ocasiones se enfrentó a la policía, agudizándose la determinación de las autoridades por atraparlo. En el año 1909, dos guardiaciviles le tienden una emboscada y uno de ellos es abatido. Se escapa al Brasil, pero al tiempo y a poca distancia del Río Yaguarón, es capturado, notificándose a las autoridades uruguayas para que tramitaran su extradición. Acusado de dos homicidios, fue alojado en la cárcel de Minas, de la que consiguió escaparse en 1913. La fuga causó sensación y la leyenda del matrero Martín Aquino acaparó la atención de la prensa nacional.

Junio de 1914: resuelto a terminar de una vez con la carrera delictiva de Aquino, el teniente General Juan Ignacio Cardozo, jefe político de Florida y distinguido combatiente en las filas coloradas durante la Guerra de 1904, organiza un escuadrón policial que parte desde la capital departamental. Lo secundan el Comisario Taumaturgo Román, además de un sargento y dos guardiaciviles. Tras efectuar una infructuosa batida por los montes, se encuentran con Aquino y su medio hermano, Pinela, en la Horqueta de Arias, originándose un intenso tiroteo que deja como saldo la muerte del teniente General Cardozo y del Comisario Román. Tanto Aquino como Pinela logran escapar. El escándalo político rebasa todos los límites y desde Montevideo se despacha un contingente militar representado por el Regimiento 12º de caballería para capturarlo, pero una vez más, el audaz matrero logra evadirse.

Se cambia de nombre y como Simón Rondán, es cobijado por Neponucemo Saravia, un caudillo nacionalista de Cerro Largo, quien lo emplea como peón agregado. Gracias a la delación de un caudillo colorado -tío y enemigo de Saravia-, las autoridades locales toman conocimiento de la presencia del fugitivo y deciden urdir un complejo plan para atraparlo. Así es que logran infiltrar a un hombre entre los más allegados al matrero que se granjea su simpatía. Su nombre: Nicomedes Olivera. Orientados por el traidor, los policías rodean el rancho de Aquino en la localidad de Fraile Muerto y comienzan el asalto sin saber que al hombre lo acompañan dos compañeros: Roque Franco y el Indio Melgarejo. Los tres responden con firme decisión al fuego de la milicia, pero en las primeras de cambio, Melgarejo cae abatido y la situación se torna desesperante. Al verse herido, Aquino, armado con sus dos revólveres -un Colt 44 y un Orbea calibre 38- decide cubrir la fuga de Franco -que logra escapar- y queda solo para batirse hasta el final con los dieciséis milicos que no dejan de disparar. Finalmente, en un acto que hace honor a su leyenda, utiliza la última bala que queda en su cargador para suicidarse. Claro ejemplo que avala a quienes sostienen que las acciones de un traidor, como contrapartida, aportan la medida exacta de la heroicidad.

“El hombre y sus circunstancias”,el concepto de Ortega y Gasset le va de perlas a este baqueano que, como nadie, conocía los montes costeros del río Santa Lucía y de los arroyos Chamizo y San Gabriel. Siendo un gurí peleó por ambas divisas; fue milico de pueblo, tropero, peón rural y contrabandista, pero se vio obligado a ser matrero y forjar una leyenda a contramano de su voluntad.

Salvatore Giuliano-1922 – 1950- fue, según Eric Hobsbawm, “el último de los bandidos populares y el primero de la era televisiva”. Bandolero e independentista siciliano, pasó a ocupar la escena periodística italiana durante los años de la postguerra en base a sus temerarias acciones, mayormente asaltos y secuestros. La suya no fue otra cosa que una declaración de guerra a esa sociedad injusta, manejada por un puñado de ricos protegidos por un Estado al que representaban los Carabinieri. En poco tiempo, sus ingresos pasaron a ser formidables y buena parte de estos iban a parar a los más necesitados. Asimismo, tanto su popularidad como esa capacidad para acumular dinero, le permitieron atraer nuevos compañeros para su causa y adquirir armamento cada vez más sofisticado. Se estima que fueron más de cien los carabineros que perdieron la vida en los numerosos intentos por darle caza, pues las ofensivas represivas se encontraban con un hombre que, además de contar con la generosa complicidad de los pobladores, conocía como nadie la geografía siciliana.

Como suele ocurrir, su final llegó de la mano de un traidor, Pisciota, su primo y mejor amigo. Al igual que en el caso de Jesse James, este infame individuo había hecho un acuerdo con las autoridades mediante el cual, no sólo reveló la ubicación del campamento de la banda, sino que él mismo se encargó de asesinar a Salvatore Giuliano mientras dormía. Al estar todo preparado, de inmediato, el campamento fue tomado por los carabineros que estaban apostados en las cercanías. Como parte de lo acordado y para guardar las apariencias, Pisciota fue detenido y enviado a prisión junto a los demás integrantes de la banda, pero no viviría mucho para contarlo. Cierto es que su familia recibió el pago convenido por la traición, pero mientras esperaba en la cárcel por su indulto, recibió como obsequio un pastel envenenado.

Podría continuar aportando ejemplos hasta el hartazgo y seguramente no faltarán quienes intenten sugerirme otros nombres o episodios. Por ejemplo, el Mariscal francés Philippe Pétain es un personaje que merecería tener un sitio entre los indiscutibles traidores de todos los tiempos y lo mismo sucede con Mario Monje, uno de los fundadores del Partido Comunista de Bolivia y secretario general del mismo en la década de los sesenta. La gestión de este oscuro y sinuoso personaje resultó determinante para sellar la suerte de Guevara y su experiencia guerrillera en el país del altiplano. Por un lado, impulsaba la línea oficial del PC boliviano -dictada desde Moscú, en franca oposición a la acción de la guerrilla- y por otro, le reclamó al Ché la conducción de esta en el encuentro celebrado entre ambos en Ñancahuazú, en diciembre de 1966.

A su vez, está el caso de Lenin Moreno, quien fuera presidente del Ecuador entre 2017 y 2021, otro ejemplo que no debiéramos pasar por alto. Este reptil de la política, se abrió paso hasta llegar a la jefatura de gobierno de su país en base a la confianza que le dispensaba su predecesor, Rafael Correa. Tan ingrato como falso y perverso, desde el día en que asumió, se dedicó a mermar las conquistas sociales del anterior gobierno desandando el rumbo político que había impulsado Correa, hasta el punto de posicionarse en las antípodas en un despliegue de cinismo pocas veces visto. Por si todo eso fuera poco, en abril de 2019, este alacrán con rango de presidente anunció que su país dejaba de otorgar asilo al periodista y ciberactivista Julian Assange, fundador de WikiLeaks. Le retiró la nacionalidad ecuatoriana y de inmediato, el embajador de Ecuador en Londres, le abrió las puertas de la representación diplomática a Scotland Yard para que Assange fuera arrestado.

¿Y por casa cómo andamos?

Acá en el paisito, la Historia reciente tiene bastante que aportar en el tema que nos ocupa, aunque más vale andar con cautela y no estar desprevenidos. Y es que no siempre lo que parece ser, termina siendo ni lo que se da por verdadero, es cierto.

 Como si asistiéramos a la función de un gran prestidigitador, vemos lo impensado y dejamos que se trastorne nuestra noción de la realidad. Así, en el lugar de una paloma, es posible que veamos surgir de la galera un sapo o una culebra, pero juramos que son capaces de volar. ¿Sapo, víbora o paloma? Lo mismo da ver o decir una cosa que la otra…

Es lo que ocurrió con varios dirigentes del MLN Tupamaros, quienes, con el tiempo, llegarían a ostentar los cargos más encumbrados del gobierno.

Durante más de tres décadas, se dio por válido el relato oficial que ellos instalaron y que señalaba al Negro Amodio Pérez como el gran traidor, causante de la derrota del movimiento.

Resulta difícil creer que la estructura de una organización -supuestamente ultra compartimentada- pudiera desmoronarse por las declaraciones de una sola persona, máxime si tenemos en consideración que ese relato fue elaborado por quienes no tuvieron empacho en ser los primeros en delatar a sus compañeros.

Mintieron, tranzaron con sus captores y valiéndose de su condición de dirigentes, negociaron una rendición incondicionala espaldas de quienes -todavía en libertad- se enfrentaban al régimen. Asimismo, y aun sabiendo que no era el Negro quien había entregado “la cárcel del pueblo”, sostuvieron esa acusación y lo condenaron a muerte. Mientras tanto, se dedicaban a confraternizar con la oficialidad joven, chupando caña, saliendo de los cuarteles y entregando listas de los militantes más peligrosos. De no creer, pero “como te digo una cosa, te digo la otra”, según dijera un tal Mujica.

Acaso lo de Amodio tuvo su origen mucho antes, cuando planteó sus discrepancias en lo referente a la línea de acción impulsada por otros integrantes de la dirección. Quedó en minoría, su posición de debilitó y pidió la baja, que no se le concedió. Celos, rencillas en la cúpula y hasta envidias, seguramente todo eso se conjuntó. No era simpático ni afecto a hacer bromas, era un relojito para funcionar y fue el responsable de la 15, la columna más eficiente de la organización.

Por pomposo que haya sonado, lo de condenarlo a muerte no pasó de una tormenta con matracas.

Hace siete años, el Negro regresó y a nadie se le ocurrió ajusticiarlo, pero sí se valieron de una Justicia que, desde el gobierno, manipulaban para complicarle la vida. A todos ellos los desafió para que sostuvieran las acusaciones públicamente. Ninguno se le animó. Ni el Ruso Rosencof  ni el Ñato Fernández Huidobrotampoco   Zabalza o Marenales y menos el entonces presidente Mujica. Lo cierto es que todos se fueron al mazo.

Se presentó ante la sociedad y expuso su verdad. Reconoció su acuerdo con los militares después que le dieron a leer las declaraciones de varios de los dirigentes que también se encontraban privados de libertad.

Según su testimonio, prácticamente todo estaba entregado y a sabiendas de que, como le dijo Wassen en el cuartel Florida, era “el cabeza de turco”, negoció su salida del país junto con la de su compañera, Alicia Rey.

Los términos de ese acuerdo fueron similares a los que antes se concretaron con Píriz Budes, sólo que a este último “la orga” no lo condenó.

Por mucho tiempo, en el imaginario popular, el nombre de Héctor Amodio Pérez fue sinónimo de traidor y eso resultó muy conveniente para ocultar la siniestra trayectoria de algunos oscuros personajes que se arrogaron la condición de revolucionarios sin tacha. Sin embargo, de a poco, los acontecimientos de aquel período van surgiendo a la luz y se encargan de poner las cosas en su lugar.

Hasta ahora me he concentrado en la traición y en sus intérpretes -los traidores- presentando algunos ejemplos elocuentes y algún otro que resulta francamente discutible o a revisar. De todas maneras, nadie puede ignorar que no todos los casos son similares y, por tanto, a la hora de emitir una sentencia, correspondería la cautela a los efectos de contemplar a quienes, sea porque son chantajeados o porque en situaciones nada deseables son sometidos a apremios físicos y/o de carácter psicológico, se ven forzados a confesar”.

Pero existe otra figura, decididamente más odiosa y repugnante: la del delator.

El delator es un traidor vocacional y eso me lleva a distinguir claramente cinco subcategorías: una, la de los individuos que eligen la delación para obtener un beneficio personal -cualquiera sea-; la segunda comprende a quienes disfrutan del acto de delatar o, al menos, entienden que hace parte de las obligaciones de un buen ciudadano. La tercera refiere a los inconsistentes -abundan los ejemplos, especialmente en el plano político-; gente que, con tal de alcanzar posiciones jerárquicas, no tiene reparos en perjudicar a sus propios colegas, exponiéndolos públicamente -lo que, para el caso, pasaría a ser un sinónimo de traición- e incumpliendo pactos, acuerdos y promesas. La cuarta atañe a quienes, para desarrollar actividades oscuras o ilegales, utilizan la delación como moneda de cambio. Finalmente, la quinta subcategoría comprende a los delatores profesionales, o sea, a todos aquellos que son remunerados por ejercer esa profesión.

Alacranes, ofidios, reptiles y caimanes; algún expresidente de esta nación con todos se abrazó y no tuvo empacho en reconocerlo. No es el único, pero su trayectoria -desde los inicios- nos conduce inequívocamente a la figura del traidor vocacional; ese que demuestra una absoluta ausencia de fidelidad a una causa y a los ideales que sus seguidores persiguen.

Y así seguimos, rodeados por estos seres despreciables y nos acostumbramos a ellos, tolerando sus infamias como si fueran irremediables y sin intentar nada para contrarrestarlas.

En las agitadas aguas de ese mar siniestro hay lugar para todos o todas. Hay rayas, pulpos de anillos azules, medusas, serpientes marinas y también hay tiburones. “Mejor quedarse en la orilla”; diría mi abuela Pilar, que no sabía nadar. Pero ni aun sabiendo, uno está libre de ser carnada o de toparse con una fatalidad.

 

R.J.B.

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