12.DIC.22 | PostaPorteña 2324

CASCABEL

Por R.J.B.

 

A punto de iniciar esta página, se me ocurrió poner música de fondo para estimularme. En un primer impulso pensé en Kenny Rogers o alguna otra versión de la música   country-con banjo, guitarra folk, violín, contrabajo y el inconfundible sonido de una pedal steel guitar-, pero, de inmediato y teniendo en cuenta la temática a abordar, me decidí por el vértigo alucinante de un “Son Jarocho”. Se trata de un ritmo original del estado de Veracruz tocado con arpa, requinto jarocho, marímbula, jarana jarocha, cajón y quijada para la percusión. Una cosa me llevó a la otra y elegí entonces un registro de la banda Rey Fresco, de California, en su interpretación de “El Cascabel”.

“Yo tenía mi cascabel con una cinta morada; con una cinta morada, yo tenía mi cascabel…

Y como era de oropel… Y como era de oropel, se lo di a mi prenda amada…

Pa’ que jugara con él allá por la madrugada.”

                                                                               

Al escuchar la palabra cascabel, uno puede pensar en ese instrumento sonoro que consiste en una pequeña bola de metal dotada de una ranura en su parte inferior y que contiene una diminuta bolita metálica que, al chocar con las paredes del receptáculo, produce un delicado tintineo. Pero también se nos puede representar un ser que no quisiéramos tener cerca nunca y me refiero al “Crotalus durissus terrificus” o víbora de cascabel.

La serpiente de cascabel tiene un comportamiento inestable. Puede pasar de un estado de sosiego a la posición de ataque en pocos segundos. Es de sangre fría y el veneno de su mordedura destruye los glóbulos rojos de la sangre, penetrando en los vasos sanguíneos y afectando el tejido corporal y la circulación.

 

Hace algunos años, un ex presidente de este rinconcito del mapa, en plena campaña electoral, habló de tragarse sapos y abrazar culebras. Al menos en eso, este simulacro de prohombre no mintió.

Y si causa sorpresa que utilice el término simulacro, para explicarlo mejor, recurro a algunos de sus sinónimos: apariencia, simulación, fingimiento, ilusión

Todos le calzan como anillos de cascabel, pues aparenta, simula, finge y no es otra cosa que un locuaz traficante de ilusiones.

Sinuoso por naturaleza y ofídico como pocos, fue protagonista fundamental de esa trama -o patraña- urdida entre bambalinas con otros compinches de su misma calaña.

Juntos se encargaron, primero, de preservar el pellejo al despreciable precio de indignos pactos -que no excluían la delación- para luego, tergiversar con absoluta falsedad la denominada Historia reciente, autoproclamándose como titanes de la resistencia e inquebrantables combatientes.

Ese núcleo operacional -integrado por farsantes disfrazados de revolucionarios- después del indulto que supuso el final de un largo cautiverio, no tuvo reparos en cometer vilezas de todo tipo. Y conste que no me refiero exclusivamente a temas vinculados al quehacer político. Para ellos, la política fue una excusa, una puesta en escena destinada a ocultar la verdadera naturaleza de sus intenciones y proyectos personales.

Tras un receso que los sacó de circulación por más de dos lustros, tenían que reinsertarse en la sociedad y resolver la forma de subsistir.

En principio, algunos de los que tenían más cartel, pasaron a estar rentados por una organización de la que se apropiaron y que -al menos en lo que refiere al nombre- se encargaron de reflotar.

Para que fuera posible, contaban con el incondicional apoyo de quienes, desde el extranjero, semana tras semana y mes tras mes, les hacían llegar sus generosos aportes económicos.

 Y también estuvieron los solidarios vecinos de por aquí, los que, conmovidos por sus relatos e impulsados por una solidaria empatía, los escuchaban, concurrían a las   mateadas, los apoyaban.

 Pero para la mayoría de aquellos personajes no era sencillo “arrancar para las ocho horas”, como haría cualquier hijo de vecino.

Los años en gayola, sumados a la convicción de sentirse importantes y encima, las mañas y costumbres que aporta la clandestinidad, les habían hecho olvidar la disciplina laboral.

Viajaron, curraron, inventaron negocios, explotaron a los incautos que creían en ellos, se hicieron con propiedades que no les pertenecían, organizaron y estuvieron detrás de muchas infamias que nunca se aclararon, publicaron libros con sus falsas verdades y, por si fuera poco, tranzaron de todas las maneras posibles.

Con los que alguna vez fueron sus enemigos, tranzaron; con sus adversarios políticos, tranzaron; con los empresarios “buenos” y los no tan buenos, tranzaron; con las multinacionales, tranzaron; con el poder que impone la Casa Blanca, -alegremente - tranzaron.

Cabe aclarar que me estoy refiriendo exclusivamente a unos pocos de los que manejaban la locomotora de un tren que descarriló. Al resto, a los pasajeros de ese tren -que viajaron en segunda o tercera clase- y a quienes tocó la peor parte durante y después del desastre, los excluyo de responsabilidades y cada cual sabrá cómo procesar lo que le tocó.

En un incesante trasiego de calendarios, voy y vengo por los arduos senderos de la memoria y pugno por interpretar el caprichoso derrotero de los acontecimientos.

A veces, me instalo en lo que pasó y me tocó vivir; otras, me sitúo en este presente que, acaso, no es más que una derivación de lo que sucedió o también, de lo que no ocurrió.

Al zambullirme en los recuerdos, no puedo eludir esa imagen que -una y otra vez- acude a mí en forma recurrente, casi como traumática obsesión.

Así es que me veo pez y parte de un inmenso cardumen que se desplazaba por aguas profundas y cristalinas.

La multitudinaria congregación nos permitía avanzar confiados en aras de alcanzar los objetivos que teníamos en común, fuera para obtener el sustento, para detectar amenazas o para arribar a la zona de reproducción.

Nuestra fuerza residía en esa inmensa convocatoria y en dar por sentado que todos éramos iguales y buscábamos lo mismo.

Pero de golpe, se produjo el caos que dio paso a lo impensado.

Demasiado tarde comprendimos que, entre nosotros y nadando a la par, estaban camuflados decenas de siniestros depredadores que desataron entre los nuestros una cacería atroz. Pesadilla y a la vez, siniestra realidad.

 Fue hace cincuenta años; estaban entre nosotros y ninguno lo notó.

De ahí la patria que nos quedó o, mejor decir, el mundo que nos quedó.

Un mundo ofídico, liderado por alimañas, en el que la integridad cotiza a la baja y la justicia dejó olvidada la balanza en algún sucio andurrial.

Un mundo al revés, en el que un pseudo filósofo de poca monta se calza la pilcha de presidente pobre y despilfarra vulgaridad.

Un mundo en el cual el individualismo más tóxico prevalece para ganarle por goleada a la solidaridad.

 Un mundo en el que los chantas se reciben de emprendedores y las remuneraciones que perciben los deportistas de elite -por no hablar de los súper famosos de la música, del cine o de la farándula mediática- no sólo suponen un atentado en contra de la razón y la propia dignidad humana, sino que exhiben la impunidad con la que los dueños del poder operan para entretenernos y dominarnos.

Letargo, pasividad, inoperancia y docilidad; esas palabras resumen nuestra penosa realidad y es eso lo que los poderosos y sus secuaces pretenden al diseñar el engañoso menú que nos va a envenenar.

Ocurre aquí y allá; veneno desde las alturas que los serviles capataces locales -como “el Pepe”- ayudan a inocular.

 

R.J.B.

Comunicate