22.DIC.22 | PostaPorteña 2326

UN ACIERTO Y UN ERROR DE AGAMBEN (hay más de un cómplice en este juego)

Por Marcelo Marchese

 

En un reciente artículo,  AQUÍ, que tuvo a bien publicar Extramuros como artículo central(1), el filósofo realiza una certera advertencia sobre la medicina, y de inmediato, comete un grosero error político a la hora de enfrentar los desafíos del hombre

 

Marcelo Marchese UyPress – 19 dic 22

 

Agamben es uno de los más lúcidos y famosos críticos a la pandemia. Como sucede aquello de que ”mucha joya duerme amortajada, en las tinieblas y el olvido, muy lejos de picos y de sondas", hacemos esta aclaración sobre la fama, pues, con certeza, algún otro crítico habrá de mirada más lúcida, que por su misma lucidez, nos encandile, y que por su misma lucidez, ignoremos.

El filósofo se pregunta hasta qué punto podemos sentirnos obligados a esta sociedad, y habida cuenta que piensa que igualmente debemos sentirnos obligados a esta sociedad, "¿de qué manera y dentro de qué límites podemos responder a esta obligación y hablar públicamente?"

Luego de presentar esa figura, harto conocida, de la dominación del hombre por el peso unificado de la política y la biología, cosa que demostró la pandemia, pues te llenan de miedo y te llevan a que estés conforme con acabar tus derechos ciudadanos, Agamben plantea dos desconfianzas fundamentales: una, hacia la medicina, y en rigor, aunque no se anima a decirlo con toda firmeza para no perder lectores, hacia la ciencia; y otra, hacia el orden legal.

Con respecto a la desconfianza que uno debe tener a una medicina que nos encerró para fundirnos y suicidarnos, y luego nos recomendó una vacuna peligrosa, debemos extenderla más allá. Se trata de saber si la medicina va hacia la real causa de las enfermedades, o si sólo va hacia sus efectos visibles; se trata de saber si es correcta la visión de la medicina sobre la enfermedad, lo que implica preguntarse si es correcta la visión de la medicina sobre el hombre y la vida.

Estas preguntas sobrepasan el infernal negocio de la industria de la medicina y el financiar tratamientos que alivian las enfermedades, cronificándolas. Va al fundamento último de esta "ciencia", fundamento sin el cual no podría manifestarse la industria de la farmacéutica.

Lo peor del caso es que este fundamento actúa de tal manera, que crea las realidades que afirma. Si a una persona se la somete desde niña a una serie de tratamientos, rayos y remedios que alteran su capacidad de curarse, luego se arrojará a esa persona a las terapias disponibles en una sociedad, a las terapias que estarán validadas ideológicamente por esa sociedad. Éste es el acierto de Agamben, que además, sugiere un inicio de duda sobre la ciencia, una ciencia que se ha convertido en la nueva fe.

La ciencia es la religión del presente, y los científicos, sus sacerdotes, unos sacerdotes que han alcanzado un poder al que ningún sacerdote del pasado siquiera aspiró.

A diferencia de los sacerdotes del pasado, estos sacerdotes hablan un lenguaje inextricable para los fieles, pero como son los sacerdotes de La Verdad Única, hay que creerles, aunque hagan químicos venenosos, vacunas que no inmunizan y en ocasiones esterilizan y matan, bombas atómicas, bombas de neutrones y lobotomías.

Todos estos "detalles", meras "casualidades" que sumadas, hacen al aparato del poder, no entran en juego a la hora de considerar a la ciencia por parte del fiel, y tampoco entra en juego que, sea lo que fuere que diga la ciencia, a los pocos años será invalidado por la ciencia, que a su vez, invalidará lo invalidante en años venideros. Todo el tiempo y siempre, la ciencia se invalida a sí misma.

Lo que sí entra en juego para el fiel son los logros de la ciencia, sus ventajas, que se miden así: "menos mal que no nací en la prehistoria, que no había dorixina para el dolor de muelas".

El fiel no considera que acaso en la prehistoria no había caries, que las caries nacieron con la civilización, con un cambio en las costumbres alimenticias o con un cambio mucho más profundo, y el fiel no considera que el hombre de la prehistoria tenía una cantidad de mecanismos, como el conocimiento de plantas, animales y minerales, para aliviar el dolor.

Luego de sugerir algo tan interesante, Agamben cae en un desacierto típico del filósofo alejado de la actividad política, lo que significa estar alejado de la posibilidad de que la gente aprenda de su propia experiencia.

Así como afirma que habida cuenta de la práctica de la medicina, debe cuestionar la medicina ante un médico, habida cuenta de la constante violación del orden jurídico durante la pandemia, debe cuestionar el orden jurídico ante un jurista.

Es curioso cómo un pensador de la talla de Agamben incurre en este disparate.

El médico no violó las leyes de la medicina: las aplicó. El jurista violó las leyes del orden jurídico: no lo defendió

¿A dónde voy con esto? A que si el orden jurídico está siendo violado por la pandemia, es crucial para la pandemia violar el orden jurídico, un orden jurídico que implica el orden político: la República, amén de que dejar la guarda del orden jurídico a los juristas, sería suicida.

Desde el momento en que la pandemia busca destruir el orden jurídico y busca destruir a los estados nacionales, lo que uno debe hacer es defender el orden jurídico y los estados nacionales, pues si quienes impulsaron la pandemia triunfan, impondrán un atroz orden jurídico en donde seremos felices sin tener nada, y donde un consejo de científicos a sueldo del capital financiero gobernará el mundo.

Es más fácil sostener lo que hay, que inventar algo nuevo.

El globalismo es subversivo, pues quiere transformar el derecho, a los gobiernos, y al hombre.

La pregunta de fondo que Agamben no se hace es: ¿vale la pena defender la democracia? Con toda evidencia, sí, pues por siglos se nos ha hablado de la importancia de ser ciudadanos conscientes de nuestros problemas y por siglos se ha argumentado a favor de este ordenamiento legal, y como puede verse, se busca imponer el concepto de que el hombre común no ha madurado, que es un niño al que deben llevar de las narices los hombres sabios, los científicos.

En la defensa del ordenamiento legal vigente, el hombre de la calle entenderá que por algún motivo, quieren derribar el ordenamiento legal vigente. Esa lucha enseñará más que la lectura de cualquier filósofo, de cualquier revista online académica, y de cualquier periodista por más inteligente que sea.

Agamben, encerrado en la Academia, afirma que "No puede haber reconciliación con quienes han dicho y hecho lo que se ha dicho y hecho en estos dos años".

 Su error radica en no entender una dinámica crucial de la pandemia: el distanciamiento social, una de cuyas caras es el enfrentamiento social: los pandemistas, y un sector de los antipandemistas, se tratan unos a otros de idiotas.

Si este sector de los antipandemistas sigue el camino de la exclusión, jamás convencerá a ningún pandemista, y además, dejará al veinte por ciento que no se ha creído esta farsa, en la más absoluta y completa soledad y aniquilación.

Lejos de obviar la reconciliación y aislarse, lo que llevaría a crear granjas autónomas o disparates similares que serían eliminados con un simple decreto, de lo que se trata es de tender a la reconciliación con la gente, tarea para la cual pueden ayudar los académicos, pero con certeza, será una tarea del hombre político.

Agamben escribe este artículo para la Comisión Duda y Precaución, una organización de académicos que enfrenta la farsa. Es indudable que la opinión de los académicos pesa, pero poner los huevos en el exclusivo cesto de la Academia, sólo llevará agua al molino del gobierno mundial que tarde o temprano nos impondrán, un gobierno mundial dirigido, casualmente, por académicos.

Se trata, entonces, de trabajar para la reconciliación, sin moverse un ápice de las convicciones propias, apostando a despertar el sentido común del hombre en contra del bien pago sentido académico (¿o es que en esta no reconciliación, Agamben pretende renunciar, con toda coherencia, a sus privilegios universitarios?)

Veamos una aplicación concreta de la tesis del filósofo a nuestra realidad: "Es posible, pues, que el gesto de quienes hoy pretenden fundar su batalla en la constitución y los derechos esté ya derrotado de entrada."

 Sospecho que él espera que el veinte por ciento exclame un profundo "¡OOOHHH!", ante las revelaciones de la comisión que integra Agamben para que todo siga como está.

Por nuestro lado, apostar a una reforma constitucional como la que lleva a cabo el MOVIMIENTO URUGUAY SOBERANO, erradicará el secreto en la política, le pegará un golpe al concepto de que el hombre de la calle no puede saber qué es lo mejor para él, y logrará que nuestro País discuta los grandes problemas nacionales, todo lo cual, logrado, precisamente, por la acción del hombre de la calle.

Es muy fácil la respuesta a esta esperanza de Agamben: "Por eso creo que no hay salida para esta sociedad de la situación en la que se ha encerrado más o menos conscientemente, a menos que algo o alguien la pongan en cuestión de arriba abajo": la única que puede poner esta situación en cuestión de arriba abajo, no es otra que la humanidad apenas la despertemos, reconciliándonos con ella, del sueño que le han inducido, siendo la humanidad, la víctima y el verdugo de su pesadilla.

(1) https://extramurosrevista.com/el-complice-y-el-soberano/


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