27.DIC.22 | PostaPorteña 2327

PURO CUENTO

Por R.J.B.

 

“Nadie tiene la vida comprada”-reza el refrán- y según el famoso tango del minuano Humberto Correa, “la fama es puro cuento”.

Y, en especial, es cuento si la misma se alcanza vendiendo una imagen que en nada se parece a la verdad. En cuanto a la vida, es cierto que no se puede comprar, pero algunos la empeñan para apostar en la timba electoral y ver si les toca el dudoso premio de la popularidad.

Van quedando menos, pero fueron muchos los que compraron al personaje que, con indudable paciencia, elaboró éste que ahora se define como filósofo neo estoico. El mismo que no tenía empacho en decir como te digo una cosa, te digo la otra y, al mismo tiempo, no escatimaba elogios -ni favores- a los empresarios buenos”.

 El que supo jactarse de ser amigo de las culebras y fagocitar batracios; el que la iba de viejito humilde y acudió presto a entrevistarse con Rockefeller y Soros. Ese que sacó patente de inquebrantable y que, con la gola bien afinada, cantó mejor que Pavarotti en la Scala de Milán.

Y si de estoicismo hablamos, los estoicos sostenían que el mejor indicador de la filosofía de una persona no es lo que ésta dice sino cómo se comporta -suena familiar, algo así como hechos y no palabras”-.

También proclamaban que la libertad y la tranquilidad se pueden lograr siendo indiferentes a las comodidades terrenales y dedicándose a una existencia cimentada por los principios de la razón y la virtud. Al respecto, digamos que, en lo aparente, este personaje cumple con la mitad del libreto, pero en cuanto al resto, su mayor virtud es la de ser un locuaz chanta de boliche que se dejó olvidada la razón encima de la mesita de luz.  

Séneca, Epicteto o Marco Aurelio -entre otros estoicos de notoriedad- eran deterministas al creer que existe un orden universal que rige todo lo que acontece.

Según ese enfoque, todo lo que ocurre es perfecto porque cumple con un destino y, por lo tanto, el individuo cuenta apenas con un pequeño margen de acción.

Así, según esta filosofía, sólo ocurre lo que debe ocurrir y lo que ha de suceder, sucederá. Esto me lleva a pensar que quizás quien hoy -con absoluto desparpajo- se proclama estoico -y encima, filósofo-, encuentre en esos conceptos la necesaria justificación para el fracaso que significó su gestión cuando ocupó la primera magistratura de este país.

Lo que tenía que pasar, pasó efectivamente y su presidencia fue un perfecto desastre.

 Acaso porque el orden universal determinó que fuese así o porque el cuento se le acabó antes de finalizar el segundo capítulo -el primero, se sabe, es por demás oscuro y pertenece a nuestra peor Historia-.

Mal que le pese al individuo en cuestión, su trayectoria -la verdadera, no la que se cuenta o proyecta por parte del nefasto séquito de quienes lo rodean- no avala sus pretensiones de filósofo pues es su propio comportamiento el que aporta la justa medida de su escasa dimensión.

Y aún hoy, por ahí le seguimos viendo, acaparando cámaras y micrófonos, con sus opiniones y reflexiones de quinta, ya que es notorio que la única razón que conoce este hombre es la de disfrutar de una audiencia por demás acostumbrada a tolerar sus excesos con resignación.

Si algo hay para reconocerle a Mujica es su perseverancia para continuar elaborando cuentos.

A puro cuento creció -desde sus orígenes guerrilleros, pasando por todo lo que a sus captores les contó y más tarde, los cuentos que, junto a otros, elaboró- para llegar -a puro cuento- hasta donde llegó.

 Y a puro cuento se mantiene en el triste candelero de nuestra realidad.    

R.J.B.

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