19.ABR.23 | PostaPorteña 2344

La Gran Guerra del Siglo XXI es la Guerra Antropológica

Por Miklos Lukacs /A.Peñas

 

El mayor riesgo es que toda la reproducción humana se ponga en manos de la tecnología, lo que supondría el fin del ser humano

 

Álvaro Peñas— Abril 1, 2023 The European Conservative

 

Entrevista con Miklos Lukacs

Miklos Lukacs de Pereny (Lima, 1975) es un académico peruano especializado en filosofía de la tecnología. Posee un doctorado en Gestión y un máster en Gestión de la Innovación por la Universidad de Manchester (Reino Unido), un máster en Desarrollo Internacional por la Universidad de Wellington (Nueva Zelanda) y una licenciatura en Medicina Veterinaria por la Universidad Mayor de Chile. También se graduó en el Programa de Inteligencia Artificial de la Universidad de Oxford. Actualmente es Profesor Titular de Ciencia y Tecnología en la Universidad de San Martín de Porres en Perú y Profesor Visitante de Ética y Tecnología en la Escuela Panamericana de Negocios en Guatemala.

Ha sido profesor en las Universidades de Essex y Manchester en Inglaterra y ESAN en Perú, investigador principal en el Mathias Corvinus Collegium de Hungría e investigador visitante en el Institut de Technologie de París. Ha presentado sus investigaciones en conferencias académicas y públicas en Argentina, Brasil, Chile, China, Cuba, Ecuador, Inglaterra, Francia, Hungría, India, Indonesia, México, Perú, Rumanía, Escocia y Suecia. Actualmente reside en Inglaterra. Lukacs acaba de publicar su primer libro Neo entidades: Tecnología y cambio antropológico en el siglo XXI en el que advierte contra el peligro del transhumanismo.

 

En su libro, usted habla del progresismo como una religión. ¿Cómo vende esta religión el transhumanismo?

Miklos Lukacs: Se vende como una mejora material, como una idea de progreso en la que se mejora al ser humano, y este ser humano sustituye a Dios, se convierte en Dios a través de la tecnología. El problema de este planteamiento es que se trata de una promesa falsa y vacía. Porque para aspirar a este proceso, la condición sine qua non es que el ser humano deje de ser humano.

Progresará, pero el precio de ese progreso es que dejará de ser lo que es. Así que el Homo sapiens puede transformarse en Homo Deus o en cualquier otra forma, lo que yo llamo una neo entidad. Básicamente, la tecnología le va a permitir ser lo que quiera ser y ésa es una de las promesas del progreso.

Este progreso tecnológico irá acompañado de un progreso moral posmoderno, en el que todas las categorías de valores establecidas por el judeocristianismo durante los últimos 2.000 años pierden su relevancia. Esta moral progresista es totalmente anticristiana. Vamos a ser mejores intelectual, cognitiva, física y moralmente, pero esta moral es una amoralidad porque no tiene puntos de referencia ni banderas. Es una moral relativista.

La idea del Homo Deus me recuerda al Nuevo Hombre soviético y otros experimentos similares, desvinculando al hombre de sus raíces y moldeándolo como si fuera arcilla.

M. Lukacs: Efectivamente, esta idea del hombre nuevo no es nueva, se remonta a mucho tiempo atrás. Por ejemplo, los pensadores de la Ilustración del siglo XVIII, en particular el marqués de Condorcet y Denis Diderot, ya jugaban con esta idea de la perfectibilidad perpetua del ser humano. Diderot ya proponía el superhombre reconfigurando y redefiniendo al ser humano. Esto no era posible en el siglo XVIII, pero sí lo es hoy. Tecnologías como la IA, nteligencia artificial, la edición de genes o la robótica tienen el potencial demostrado de reconfigurar al ser humano como especie.

Volviendo al pasado, el darwinismo, con su idea de la ascendencia común, es un torpedo en la línea de flotación del cristianismo, que situaba al ser humano en una categoría especial, como criatura predilecta de Dios. Luego vino Herbert Spencer con el darwinismo social y la supervivencia del más apto, de donde nacieron el racismo científico y la eugenesia. Todo este proceso rompe la categoría cristiana de que todos somos iguales, todos somos hijos de Dios, y vemos las consecuencias en el siglo XX. Por ejemplo, el comunismo y la aspiración al homo sovieticus, un hombre invencible, aunque no en el aspecto individual, sino en el colectivo, en el marco de la Unión Soviética.

Pero esta idea del progreso tecnológico como garantía de un mundo mejor ya ha demostrado ser falsa. A principios del siglo XX se hablaba del fin de las guerras gracias a los avances del progreso, lo que desembocó en la Primera y la Segunda Guerras Mundiales

M. Lukacs: Sí, esta idea del progreso postula que los seres humanos son imperfectos, inferiores e indeseables, y que deben ser mejorados. Es una idea de progreso profundamente antihumanista y anticristiana. Es una idea antihumana. El principal crítico de esta idea de progreso es John Gray, especialmente en su libro “Perros de paja”, donde sostiene que es absurdo pensar que el progreso tecnológico conduce al progreso moral. Gray argumenta con razón que los seres humanos no han cambiado, que somos esencialmente los mismos que hace 2.000 años.

Sin embargo, esta idea recorre todos los movimientos progresistas posmodernos: la tecnología es el motor del cambio. Así, independientemente de los debates políticos o económicos, los procesos actuales no pueden entenderse sin incorporar la variable científica y tecnológica. Si las omitimos, construimos una dinámica política contemporánea que no es exacta. Por ejemplo, lo que generó la primera revolución industrial fue una tecnología, la máquina de vapor. Treinta años más tarde aparecieron las industrias textiles, es decir, la tecnología generó un nuevo proceso económico: el capitalismo moderno. Las nuevas tecnologías son de un orden de magnitud superior al de la máquina de vapor, porque tienen el potencial no sólo de cambiar el entorno humano, sino también de reconfigurar al propio ser humano. Estas tecnologías dan lugar a un nuevo modelo económico: la transición de la economía física a la economía digital.

Este nuevo modelo establecerá nuevas relaciones de poder económico y nuevas formas de dinámica política. Por eso resulta anacrónico leer la política actual a través del prisma del pasado, con las querellas entre la izquierda y la derecha nacidas en el siglo XVIII. La guerra del siglo XXI no es sólo una guerra política, económica, cultural o social. La gran guerra del siglo XXI es la guerra antropológica entre las visiones progresistas que conciben al ser humano como perfectible y las que defienden que el ser humano debe preservar su dignidad y su integridad. El ser humano al servicio de la tecnología frente a la tecnología al servicio del ser humano.

Vemos cómo empiezan a aplicarse leyes transgénero en diferentes países. Si aceptamos que una persona pueda definir su sexo como desee, ¿no estamos abriendo la puerta a otros fenómenos como el transenvejecimiento o el transespecismo?

M. Lukacs: De esto es precisamente de lo que estamos hablando. Estas variaciones de la especie humana o de otras especies son lo que yo llamo neo entidades, aunque mi definición no se limita al mundo físico e incluye también las creaciones digitales. Y ya estamos asistiendo a esta reconfiguración del ser humano porque ya no podemos distinguir entre hombre y mujer. En nombre de este progreso tecnológico, todas las categorías del ser humano se vacían de su contenido ontológico. Esto significa que no existe una categoría sexual, sino cientos de géneros, o que no hay diferencia entre adultos y niños, no sólo ontológica sino también moral en cuanto a las decisiones que pueden tomar, y que todos están incluidos en el término “personas”. Así, oímos a los políticos progresistas decir que la diversidad sexual es valorada por las “personas” siempre que haya consentimiento.

El prefijo “trans” no es casual. El transhumanismo, es decir, la transición de lo humano, se deriva de categorías pretranshumanistas: transexual o transgénero, transracial, transraza, transedad, transespecie, transcapaz… Se puede meter cualquier cosa en la categoría trans y así se vacía el contenido ontológico del ser humano. Se puede ser cualquier cosa, ésa es la redefinición, y utilizar la tecnología para el cambio, para la reconfiguración. Lo vemos con la presencia de mujeres trans en los concursos de belleza o en los deportes femeninos. Redefinir y reconfigurar al ser humano.

¿No teme ser acusado de conspiración?

M. Lukacs: No, no me importa. El término “conspiración” proviene aquí de la ignorancia de recientes avances científicos y tecnológicos, como el hecho de que los gametos masculinos y femeninos, es decir, los espermatozoides y los óvulos, pueden obtenerse a partir de células madre. Este resultado se obtuvo en 2014 y se publicó en la revista Nature, la revista científica más prestigiosa del mundo. Esto permitió al Instituto Weizmann de Israel crear embriones artificiales de ratón a partir de estos gametos el año pasado. Técnicamente, el esperma podría obtenerse a partir de las células madre de la propia mujer, lo que excluiría al hombre del proceso reproductivo. Y aquí es donde entran las nuevas masculinidades, el heteropatriarcado y todos estos ataques brutales a la masculinidad.

¿Y cuál sería el objetivo, el fin último, de todo este proceso de reconfiguración?

M. Lukacs: Todo tiene un fin, que en su matriz conduce a la agenda principal que rige todas estas intervenciones, que es la agenda medioambiental. Es la agenda madre del progresismo, porque es la base sobre la que se culpa a los seres humanos de la crisis medioambiental. Los seres humanos, con la terrible herramienta del capitalismo, son responsables del cambio climático y representan un riesgo existencial.

Se trata de la “plaga humana” acuñada por David Attenborough en 2013, que el capitalismo está utilizando para destruir la Madre Tierra y que, por tanto, supone una amenaza para la existencia de nuestra especie. Este riesgo existencial requiere medidas moralmente justificables para salvar el planeta. Aquí es donde entran en juego el control de la población y todas las agendas: el aborto, la ideología LGBTQ, la educación sexual, el feminismo radical y la ideología transgénero. La diversidad, en la que se adoctrina a niños y adolescentes, promueve las relaciones sexuales no heterosexuales, es decir, que no conducen a la procreación, y busca básicamente reducir la población.

Luego está el feminismo, que no es la emancipación de la mujer, sino que busca criminalizar el comportamiento sexual natural del hombre. Luego están el especismo y el animalismo, que refuerzan la moralidad del animal y disminuyen la calidad moral del ser humano. Se humaniza a los animales y se deshumaniza a los humanos. Y por último, la eutanasia que, al igual que el aborto, cosifica e instrumentaliza al ser humano, que se convierte en un objeto prescindible. Ya no se trata de ayudar a esta persona a salir adelante, sino de constatar que, en la relación coste-beneficio, es más barato matarla.

El verdadero peligro de esta guerra antropológica es que, en última instancia, según los criterios malthusianos y postdarwinianos, todos los medios para reducir la plaga están justificados. Se trata de un proyecto abiertamente eugenésico, y ya sabemos cómo acaban todos los proyectos eugenésicos en la historia. El mayor riesgo es que toda la reproducción humana se ponga en manos de la tecnología, y eso sería el fin del ser humano. Sería la creación del Homo Deus, pero no de toda la población, sino de la minoría que controla, comercializa, fabrica, regula y supervisa estas tecnologías. Ya disponemos de técnicas de preimplantación genética y de fecundación in vitro; ya existe la ley de los tres progenitores en el Reino Unido; la Universidad de Eindhoven trabaja en la creación de úteros humanos artificiales; e incluso hay niñeras de inteligencia artificial posparto que controlan el desarrollo de los bebés sin presencia humana. Esto no es ciencia ficción, es realidad.

¿Existe alguna resistencia a esta agenda transhumanista?

M. Lukacs: Sí, existe una resistencia muy fuerte. El problema es que la mayoría de la gente siente que no está bien y rechaza las agendas trans, LGBTQ o feministas, pero no saben exactamente de qué se trata. Y luego hay una falta de iniciativa política porque la gente ha sido entrenada por una técnica de agotamiento y desmoralización: el covid, la crisis económica y energética, etc. El problema es que, si la gente no reacciona a tiempo, nos enfrentaremos a un sistema muy bien establecido de coerción a través del control tecnológico.

Álvaro Peñas es editor de deliberatio.eu y colaborador de Disidentia, El American y otros medios europeos. Es analista internacional, especializado en Europa del Este, para el canal de televisión 7NN y autor en SND Editores.


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