16.MAY.23 | PostaPorteña 2347

Cuba: Del Militarismo Bonapartista al Pretoriano

Por Mario Valdés Navia

 

Mario Valdés Navia La Joven Cuba 15 mayo 2023

 

Pasan los días y siguen hiriendo nuestras retinas las imágenes de robustos boinas negras golpeando airadamente a indefensos protestantes civiles, hombres y mujeres, del humilde poblado de Caimanera. Con independencia de los móviles e implicaciones del suceso, me pregunto: ¿están entrenados física y espiritualmente estos soldados de élite para hacer frente a una acción terrorista, o para aporrear a ciudadanos y ciudadanas que protestan pacíficamente? ¿Acaso no existe un protocolo de fuerza debida para sofrenar las acciones de las autoridades contra civiles desarmados?

Solo la preponderancia de un militarismo extremista y descocado podría explicar tamaña ferocidad para someter a un grupo de manifestantes pacíficos en la era de Internet, a la vista de la opinión pública nacional e internacional. ¿O es qué acabamos de presenciar una deliberada acción política, como especie de performance a modo de advertencia a posibles replicantes futuros de tales osadías? Analicemos los antecedentes, orígenes y actualidad del militarismo en la realidad cubana y quizás comprendamos mejor estos hechos.

I. Antecedentes

En la historia, el militarismo aparece ligado a la cultura de las armas y su empleo directo como instrumento de dominación sobre individuos, clases y pueblos, pero se asocia directamente a la influencia del ejército en el gobierno y la tendencia a que las relaciones militares hegemonicen todas las demás. Para su existencia, es determinante que primen la práctica y/o la amenaza –real o ficticia− de la guerra, de tal forma, que la necesaria preparación para la defensa, sustente un sistema de valores que justifique la perversión del hecho militar al tomar dimensiones excesivas en la vida nacional.

Para designar las múltiples manifestaciones del militarismo se han creado varios conceptos, tales como: bonapartismo ?por Napoleón Bonaparte?, gobiernos autoritarios liderados por caudillos, casi siempre de origen militar, que aplican políticas populistas y muchas veces son respaldados por las mayorías; y pretorianismo ?por la legión de élite que custodiaba al emperador y su residencia del pretorio?, régimen donde las fuerzas armadas son utilizadas en funciones de represión interna, sin relación con acciones armadas en defensa del territorio nacional.

En Cuba, el autoritarismo y el militarismo estuvieron presentes desde que se iniciara la conquista/colonización, empresas que fueron concebidas como una sola, arbitrada por mandos castrenses a los que la Corona entregó plenos poderes cívico-militares. Este modelo halló continuidad en el sistema despótico de administración aplicado durante más de tres siglos en la llamada Siempre Fiel Isla de Cuba.

También en lo económico, el autoritarismo militarista colonial llegó a límites extremos. En pos de beneficiarse directamente con la producción, la Monarquía y la élite burocrático/militar/comercial constituyeron la Real Compañía de Comercio de La Habana (1740-1757). Su fin era ejercer, mediante la fuerza militar, el control monopolista de la exportación de los productos del campo (azúcar, mieles, café, tabaco, cueros) y la importación de bienes manufacturados (insumos industriales y agrícolas) para el mercado cubano y su creciente agroindustria.

Una década después, cuando ya su desempeño se mostraba inviable por el contrabando y la resistencia de los productores nativos, la clarividente administración colonial dejó la actividad productiva en manos de los particulares y las leyes del mercado para concentrarse en percibir cuantiosos impuestos, particularmente de aduana, quienes nutrieron las arcas del tesoro español como nunca antes.

Desde su inicio, los movimientos separatistas cubanos nacieron desde la sociedad civil, nunca de la militar, particularmente entre las capas medias: artesanos, campesinos, pequeños propietarios urbanos y profesionales (Luz e infante, 1809; Aponte y negros libres, 1812). Sus representantes más encumbrados eran civiles: Félix Varela (sacerdote y profesor); José Antonio Saco (economista, historiador y sociólogo); José de la Luz (pedagogo); Domingo del Monte (crítico y promotor cultural). Varela y Saco fueron proscriptos y murieron en el exilio; los demás vivieron acosados por las autoridades militares, tildados injustamente de extremistas radicales por sus ideas progresistas.

El fatídico Régimen de las Facultades Omnímodas (1825-1869) representó una verdadera tiranía militar de los Capitanes Generales donde los derechos individuales fueron desconocidos, las cargas tributarias multiplicadas y finiquitadas las esperanzas de transformaciones liberales. Con estos antecedentes, al estallar las guerras de independencia el temor a sustituir la dictadura de los Capitanes Generales hispanos por la de sus congéneres criollos rondaría tempranamente los campamentos mambises.

Al inicio, se logró concertar la unidad en la Asamblea de Guáimaro mediante un equilibrio de poderes entre los partidarios del Padre de la Patria (cespedistas o militaristas) y camagüeyanos, villareños y occidentales, de tendencia más democrática-liberal (agramontistas o civilistas). Tras mucho debatir, se logró aprobar una constitución republicana y abolicionista, presidida por Carlos Manuel de Céspedes y una poderosa Cámara de Representantes facultada para legislar, fiscalizar la labor del ejecutivo y los militares, además de deponer al presidente. Confinados a la vida nómada de la manigua redentora, aquellos civilistas trataron de hacer realidad un gobierno democrático-liberal con un vasto e inoperante entramado institucional.

Para Martí, la mayor amenaza dentro del campo revolucionario al logro de la república soñada radicaba en el despotismo militar surgido del empoderamiento desmedido de los jefes militares desde la propia guerra, lo cual crearía condiciones para la entronización futura de dictaduras bonapartistas. En Patria, se consagró a sembrar ideas que impidieran el renacimiento de los caudillismos localistas de la gesta anterior.

La democracia que predominaba en el Partido Revolucionario Cubano (PRC) se llevaría al gobierno de la República de Cuba en Armas para impedir que la futura nación se convirtiera en: “un nuevo modo de mantener sobre el pavés, a buena cama y mesa, a los perezosos y soberbios que, en la ruindad de su egoísmo, se creen carga natural y señores ineludibles de su pueblo inferior”.

Como uno de los ataques más sostenidos al PRC era tildarlo de ser el partido de Martí, escribió “Persona y patria” donde sentenció:

La idea de la persona redentora es de otro mundo y edades, no de un pueblo crítico y complejo, que no se lanzará de nuevo al sacrificio sino por los métodos y con la fuerza que le den la probabilidad racional de conquistar los derechos de su persona, que le faltan con el extranjero, y el orden y firmeza de su bienestar, imposibles en la confusión y rebeldía que habrían de seguir, en un pueblo de alma moderna, al triunfo de una guerra personal, más funesta a la patria mientras más gloriosa […]

El episodio más significativo de la pugna entre la forma militarista tradicional de concebir la gesta independentista y la nueva civilista preconizada por Martí fue la divergencia que tuvo con Maceo sobre la conducción de la guerra. En el Titán pesaban de forma determinante sus experiencias de la Guerra Grande y la manera en que las artimañas civilistas habían entorpecido las acciones del Ejército Libertador y el General en Jefe, por lo que priorizaba ganar la guerra primero mediante la conducción del Alto Mando castrense. Ya en la paz, se constituiría la república con sus poderes civiles y su vida democrática plenamente garantizada.

En Martí lo hacían mucho más las experiencias de las repúblicas latinoamericanas, donde el peso de las camarillas militares había entronizado un ciclo interminable de caos y destrucción, explotación de las masas populares por oligarcas nacionales y extranjeros, subordinación del pensamiento libre, guerras civiles y fronterizas, sublevaciones cruelmente reprimidas y desprecio de lo autóctono.
Desaparecidos ambos líderes y sometido el PRC a la voluntad de Estrada Palma y el Consejo de Gobierno, la extensión de la guerra abrió las puertas a la intervención estadounidense y la Ocupación Militar. A duras penas, lograron los patriotas evitar la anexión, hacer cumplir la Joint Resolution e instaurar una República con su soberanía limitada por la Enmienda Platt.

No obstante el Síndrome de la Intervención Americana pendiendo sobre Cuba, la República echó a andar aunque sometida al llamado “monopolio político del mambisado” (J. James), con caudillos bonapartistas que se turnaban en el poder al frente de liberales (José Gómez, Gerardo Machado) o conservadores (Mario García).

Tras la Revolución del Treinta, el predominio del Ejército, reorganizado y aupado por Batista, la nueva figura del bonapartismo cubano, creó el mito de que se podía hacer una revolución con el Ejército o sin él, pero nunca contra él. Los dos decenios con democracia formal (1933-1952) no estuvieron exentos de violencia política, pero en este período se mantuvo el funcionamiento del sistema representativo y se instauró la Constitución del 40, una de las más progresistas del mundo para su época.

En estas condiciones, los sujetos de la sociedad civil disponían de variadas formas de lucha legal para promover el progreso social y enfrentar los despotismos militares, al amparo de los derechos constitucionales de 1901 y 1940: elecciones multipartidistas, generales y parciales; libertad de expresión e imprenta (prensa libre); manifestaciones públicas en calles y plazas; y derecho a la huelga, tanto económica como política.

Con independencia del grado de autoritarismo, corrupción y demagogia presente en aquellos gobiernos, la defensa y promoción de estos sacrosantos derechos dotaron al país de una rica y activa sociedad civil y una cultura política sustentada en valores como patriotismo, antiimperialismo, vergüenza ciudadana y justicia social con el ideal de la añorada república martiana como horizonte a alcanzar.

En La Historia me Absolverá (1955), Fidel resumió lo que era y significaba, con sus luces y sombras, la república anterior al golpe de Estado del diez de marzo:

Os voy a referir una historia. Había una vez una república. Tenía su constitución, sus leyes, sus libertades; presidente, congreso, tribunales; todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos y en el pueblo palpitaba el entusiasmo. Este pueblo había sufrido mucho y si no era feliz, deseaba serlo y tenía derecho a ello. Lo habían engañado muchas veces y miraba el pasado con verdadero terror. Creía ciegamente que éste no podría volver; estaba orgulloso de su amor a la libertad y vivía engreído de que ella sería respetada como cosa sagrada; sentía una noble confianza en la seguridad de que nadie se atrevería a cometer el crimen de atentar contra sus instituciones democráticas. Deseaba un cambio, una mejora, un avance y lo veía cerca. Toda su esperanza estaba en el futuro.

-II- Orígenes

Tras el triunfo del 1 de enero de 1959, la agudización de la lucha de clases, el conflicto con los EEUU y el acercamiento creciente a la URSS y su ideología marxista-leninista condujeron a la generalización de un discurso de guerra para encarar la dicotomía Revolución-Contrarrevolución (“Patria o Muerte”). El Síndrome del conflicto histórico con EEUU sirvió de escenario idóneo para la identificación entre caudillismo militarista/liderazgo carismático/autoritarismo/voluntarismo.

Este pretexto inmejorable encubrió la propaganda adoctrinante y el discurso amañado de la burocracia cada vez más empoderada. Adicionalmente, justificó la coyunda del pensamiento libre en un entorno de censura a opiniones divergentes y extensión del miedo entre opositores, disidentes y críticos, tratados todos como enemigos del pueblo y su Revolución.

Según la alegoría del Che en “El Socialismo y el Hombre en Cuba”, el pueblo/población era concebido y dirigido como un gran ejército en campaña con una estructura piramidal de ordeno y mando en cuatro niveles: Líder (Comandante en Jefe), Dirigentes (EEMM), Cuadros (oficiales) y Masa (soldados incondicionales, obedientes y leales hasta la inmolación).

La militarización de la sociedad civil se inició con el desmantelamiento de la rica y combativa precedente y su reorganización en un puñado de organizaciones de masas y sociales únicas a nivel nacional, subordinadas al PCC. Luego continuó con el adoctrinamiento para crear el Hombre Nuevo, la educación de la niñez, juventud y herejes en tradiciones militares pro patriotismo, obediencia, lealtad sumisa (confiabilidad) y trabajo militarizado.

A esto se añadió un sistema informativo de tiempo de guerra (apologético, sobrevaluando debilidades y errores enemigos y ocultando las propias, lenguaje confuso y tergiversador); la instrumentalización del arte como “arma de la Revolución” y la exportación de la revolución a partir de la teoría del foco guerrillero y las Misiones Internacionalistas.

En lo económico-social, la militarización abarcó sistemas de dirección de carácter autoritario y antimercantiles, como el Financiamiento Presupuestario (Che) y el Registro Económico (Fidel) basados en una relaciones naturales, prioridad absoluta a la “preparación para la defensa del país” por encima de las necesidades de la sociedad civil y la economía nacional, sumado a movilización de grandes grupos poblacionales tipo unidades militares (frentes, columnas, brigadas, contingentes, misiones), con el fin de cumplir órdenes/tareas del grupo militar-burocrático hegemónico.

III. Actualidad

Con la crisis de los años 90, la preponderancia de las Fuerzas Armadas sobre los demás poderes del estado se plasmó en la aparición de una supra entidad económica independiente de los poderes civiles: el holding militar GAESA, que controla los sectores más rentables de la economía nacional mediante grandes empresas monopólicas.

Desde 2017, con el retiro político del líder carismático, se acentuó la transformación del modelo bonapartista hacia un pretorianismo supeditado a la defensa de los privilegios del oligopolio GAESA y sus aliados, con acciones sumamente impopulares —como una política inversionista que se concentra en la inversión inmobiliaria en la construcción hotelera mientras descapitaliza otros sectores clave de la economía y la sustitución de tiendas en Moneda Nacional por otras en Moneda Libremente Convertible—. Esto ha ocurrido en contraposición a las recomendaciones de estudiosos de la economía, y, sumada a otras deformaciones a partir de la llamada Tarea Ordenamiento, ha traído múltiples consecuencias en la esfera social como el incremento de las desigualdades y la inseguridad alimentaria en grupos poblacionales con vulnerabilidades.

Ante la mencionada situación, agravada por el aumento de medidas unilaterales coercitivas por parte de las dos últimas administraciones norteamericanas y una situación de inestabilidad económica internacional, crece la protesta popular espontánea (11J, 6M) y la participación crítica de la creciente sociedad civil independiente en diferentes espacios físicos y virtuales (27N, blogosfera).

En correspondencia, se recrudece la represión física y simbólica por parte de los instrumentos de dominación cívico-militares del Gobierno/Partido/Estado —el pretorianismo oligopólico enfrentado al creciente civilismo popular.

De ahí que sea preciso, no solo exigir la aprobación de normas legales pendientes —sin justificación— para legalizar la manifestación pacífica, defender los derechos constitucionales, y divulgar y hacer cumplir los protocolos de actuación de las autoridades para ejercer la fuerza contra los manifestantes cuando incumplan lo establecido; sino también sistematizar la investigación, análisis y revelación de las prácticas extremistas del Gobierno/Partido/Estado y sus instituciones, además de promover la formación civilista y republicana del pueblo en pos de afrontar y superar los excesos del pretorianismo cada vez más presente en la realidad cubana.


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