07.JUL.23 | PostaPorteña 2355

SINGING IN THE RAIN

Por Hoenir Sarthou

 

Otra vez los chiquilines de vacaciones. Esta vez, por la gripe. Y reaparecen tímidamente las advertencias médicas y algunos tapabocas, en la calle y hasta en algún programa de televisión.

¿Vuelve la pandemia global?

Bueno, no, todavía no. Don Tedros “Adulonian” y su jefe, el “tío filántropo” Bill Gates, ya la están anunciando, pero no para este año. Más bien para 2025. Antes, en 2024, tienen que hacer aprobar el tratado internacional que le permita a la OMS dictar normas obligatorias para todos los Estados en tiempos de pandemia o en temas relativos al “calentamiento global” y a la salud pública.
Entonces, ¿por qué en Uruguay se suspenden las clases y vuelven las advertencias y los tapabocas?

Yo apostaría a que es un brote de Coviguay, una cepa local que aparece cuando no llueve ni por las dudas, cuando el agua corriente se vuelve salada, cuando los gobernantes le deben a cada santo una vela y los números no les cierran, cuando las vías de ferrocarril cuestan un Perú y no se terminan, cuando los tipos a los que les regalaste el país se ponen impertinentes, suben por su cuenta las tarifas del puerto y reclaman el Río Uruguay, el Río Negro, el agua del acuífero y los millones de dólares que les prometiste.
Existen tratamientos preventivos. Por ejemplo, podés divorciarte y reconciliarte, ir a cuanta fiesta campera se te presente, convertir a un águila en paloma y toda clase de pruebas de circo. Pero, si todo eso falla, se abren dos caminos.

Uno, el que parecería más sensato, es asumir de frente una situación crítica, como la del agua, y tomar tres medidas que parecen del más estricto sentido común.
La primera es recordar que la Constitución de la República, artículo 47, declara que la prioridad absoluta para el uso de los recursos hídricos es el suministro de agua potable a las poblaciones. Sin ningún esfuerzo, eso conduciría a que, en la actual situación de emergencia hídrica declarada, debe suspenderse todo uso industrial en gran volumen del agua superficial y subterránea que no esté destinado al consumo público y a la producción de alimentos. Es decir, la producción de celulosa y de hidrógeno verde son destinos discutibles para nuestra agua, pero, cuando no hay agua potable para abastecer a la población, no hay nada que discutir. Esas actividades deberían suspenderse en estricto cumplimiento delo que la disposición constitucional y el sentido común imponen.
La segunda medida, por ser de cumplimiento más lento, parece ser desembarazar al Río Santa Lucía de todos los obstáculos que disminuyen su flujo y caudal, como los cientos de embalses privados (la bendita ley de riego), las desviaciones del curso y de los afluentes, el lodo volcado por la propia OSE en la cuenca y las plantaciones de eucaliptus en las nacientes del Río. Complementado, obviamente, con la urgente reparación de las demenciales pérdidas que presentan las cañerías de OSE.

En tercer lugar, parece de una injusticia obvia que OSE continúe cobrando sus facturas como si nos estuviese brindando agua potable y dulce, cuando por sus caños mana salmuera contaminada. Suspender el cobro de las tarifas de OSE hasta que volvamos a tener agua potable parece una exigencia de elemental justicia, para una población que tiene que pagar muy cara el agua embotellada para beber y cocinar, debe bañarse y lavar la ropa con agua salada y sufre el deterioro de los electrodomésticos carcomidos por la sal.

Tres medidas necesarias, imperiosas y de elemental sentido común. ¿No les parece?

Dado que el acceso a agua potable brindado por entidades del Estado es un derecho constitucional en el Uruguay, son medidas que el Poder Ejecutivo debería adoptar por sí mismo de inmediato. Si no lo hace, el Parlamento debería intervenir y disponerlas. Si ninguno de los dos lo hace, el Poder Judicial debería imponérselas. Y la Institución Nacional de Derechos Humanos debería recomendarlo con fervor.
Sin embargo, todo indica que estamos embarcados en otro camino. El de extraer agua del mar para el consumo, con el proyecto Neptuno, y seguir concediendo ríos y napas subterráneas para producir celulosa e hidrógeno verde. Es decir, papel higiénico para China y combustible para los friolentos y desenergizados alemanes.

Entre tanto, hay que mantener entretenidos a los uruguayos. ¿Y qué mejor que sacar a los niños de las escuelas, pretextando una pandemita de gripe, y mandarlos a sus casas en pleno horario laboral de los padres? Gran idea, que mantendrá a grandes y chicos entretenidos y sin tiempo ocioso para quejarnos por cómo se nos sala la vida y se regala el país a pedacitos.
Pero no hay que ser negativos. Veamos las cosas “por la positiva”. “Hagámonos cargo”. Miremos el vaso medio lleno (de agua mineral) en vez del medio vacío. Yo ya adopté ese criterio.
La primera tarde en que no pueda trabajar por tener que hacerme cargo de mi hija menor, voy a aprovechar para instruirla. Ya lo decidí. Voy a hacerla ver cine. Empezaré por viejas películas clásicas, como “Cantando bajo la lluvia”.
Que al menos aproveche el asueto para conocer la lluvia y saber cómo era el mundo cuando todavía llovía.

H.S. Uy Press 28/6/23.

Cantando bajo la lluvia (título original: Singin' in the Rain) es una película musical de 1952 dirigida por Gene Kelly y Stanley Donen.


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