03.AGO.23 | PostaPorteña 2360

OPPENHEIMER

Por EDelLlano/RViscardi

 

Eduardo Del Llano La joven Cuba 30 jul 23

 

Antes de que la película terminara, yo quería cambiar de especie, renunciar a mi humanidad como quien renuncia a un carnet o un cargo público. No me pondría muy exigente: me conformaría con volverme un lagarto o un tapir, cualquier cosa antes que este sapiens, algunos de cuyos exponentes más brillantestras realizar una prueba en el desierto de la nueva y horrenda arma que han inventado (sin estar completamente seguros de que la reacción en cadena no pueda rebasar los límites previstos y acabar con el planeta) se atienen de todos modos al plan original de lanzarla días más tarde sobre una ciudad japonesa cundida de civiles. Y que luego de hacerlo aplauden su propio éxito sosteniendo una banderita americana.

La película de Nolan es una obra maestra en varios niveles. Para empezar, la puesta en escena. La alternancia de primerísimos planos con otros generales de Nuevo México que provocan vértigo; las narraciones en blanco y negro y en color, tan eficaces que uno casi toma la primera por documental; las fantasías y eventuales alucinaciones del protagonista, que sueña despierto con átomos que colisionan y ráfagas de luz que lo destruyen todo; la minuciosidad de los detalles de escenografía, maquillaje y vestuario, son elementos que nos hacen creer, incluso participar. Y no es una participación cómoda, de quien ve gente linda consagrada a cosas hermosas: de pronto estamos involucrados en eventos que hicieron descender la espada de Damocles mucho más cerca de nuestras cabezas.

Sigamos con la banda sonora. Nolan echa mano, cómo no, a los crescendos musicales, pero también y con no menor efectividad a golpes, palmadas, ruidos blancos... y al silencio, a ese doloroso silencio emparentado con la desnudez. Estamos ante un relato de tres horas de duración, pletóricas de diálogos en interiores, y este es uno de esos casos en que, como nos enseñó alguna telenovela brasileña, vale todo.

En tercer lugar, las actuaciones. Robert Downey Jr va a la cabeza del elenco, entregando el gramaje perfecto de cada matiz, de cada emoción subterránea de esa criatura calculadora que le correspondió encarnar; Cillian Murphy es un acierto, no sólo por el parecido físico con el personaje real, sino porque la gelidez reptiliana de su mirada, que parece decirnos que Oppenheimer ya viene de vuelta de todo, consigue no obstante transmitir fragilidad, duda y remordimiento en los momentos adecuados. Uno comprueba una vez más lo esencial de seleccionar al actor correcto y no sólo al más guapo, famoso o incluso mejor técnicamente. Emily Blunt y Matt Damon establecen los contrapuntos perfectos, tal vez rozando aquí y allá el estereotipo en el caso del último. Gary Oldman es un mejor Harry Truman que el propio Truman. Y hablando de estereotipos, no me gusta ese Einstein.

Sin embargo, todo eso no sería más que una muestra del maduro know how de Nolan, si no fuera por la pertinencia del tema, vaya, del mensaje de la película. Estamos ante una revisitación afortunada del viejo y candente dilema de la responsabilidad del científico ante la ciencia y el desarrollo tecnológico, por un lado, y las consecuencias del uso de sus hallazgos por manos irresponsables. (Dije científico, pero podría decir artista, deportista, obrero o, desde luego, soldado que cumple órdenes).

Del hechizo del éxito tras muchos años de trabajo, que obnubila la percepción de lo que de él puede derivar. Uno siente horror por la facilidad con que nos atenemos a una narrativa justificatoria y sesgamos la información a conveniencia.

La energía nuclear, la manipulación del genoma humano, y ahora el pujante debut de la inteligencia artificial, demuestran cuán jodidos podemos estar. Tesla hablaba de un arma tan poderosa que, al existir, automáticamente acabaría con todas las guerras, pues nadie se atrevería a utilizarla. Bueno, Tesla era un optimista. Es cierto que los frutos del proyecto Manhattan sólo se usaron dos veces contra seres humanos, en agosto de 1945, pero visto lo visto podrían volver a entrar en acción mañana mismo. Todos esos avances tecnológicos tienen su lado positivo, quién lo duda, pero también un enorme potencial destructor. En el caso de la inteligencia artificial, puede que un día la llave del Infierno no esté más en nuestras manos.

Estoy seguro de que Robert Oppenheimer fue un gran tipo, que sintió remordimientos al comprobar el horror de Hiroshima y Nagasaki y se opuso al desarrollo de la bomba H; que siempre admitió su curiosidad y sus relaciones con comunistas en plena guerra fría aunque luego sus ideas políticas tomaran otro rumbo. No dudo de su condición de científico genial, con talento y empuje, que lo llevaron a dirigir Los Álamos, a cohesionar un puñado de mentes brillantes hacia un objetivo. Nadie es perfecto, nadie muere sin tener algo de qué arrepentirse.

De la misma manera, ninguna nación es El Bueno de la película, no esta de estreno, sino aquella mayor en que vivimos todos y que a veces parece abocada a un final inesperado y abierto; ningún país es ese Héroe absoluto cuyas acciones siempre tienden al mejoramiento humano (yo jamás he creído que USA lo sea, pero hay mucha gente olvidadiza que sí abraza ese oportuno relato). Pero, como dije al principio de estas líneas, ver la obra más reciente de Christopher Nolan me hizo sentir como a los personajes del brevísimo cuento de Monterroso:

¿No habrá una especie aparte de la humana -dijo ella enfurecida arrojando el periódico al bote de la basura- a la cual poder pasarse?

¿Y por qué no a la humana? -dijo él.

 

Historia de vida (de la bomba atómica): “Oppenheimer”

Resumen

El tercer largometraje destinado a la fabricación de la bomba atómica y estrenado en este mes de julio, se diferencia notoriamente de los otros dos que lo precedieron. En esta versión de un acontecimiento bisagra para la historia humana, el personaje central trasciende los conflictos en que interviene, para surgir como el curso mismo de la narración, cuyo transcurso inexorable pasa por la fabricación de un arma de destrucción masiva y planetaria. El relato de la fabricación del artefacto letal se subordina, por consiguiente, a la “historia de vida” de quien encabeza su construcción. Ese planteo cunde pleno de facetas significativas, desde el punto de vista del sustento efectivo, cada vez más tecnológico y menos natural, del poder en la actualidad.


Ricardo Viscardi - 1a. quincena, agosto 2023 https://filosofiacomociberdemocracia.com/es/blog_contragobernar

 

En nombre de la Humanidad

“Muchos de los científicos con los que hablo...ven lo que están haciendo como su momento Oppenheimer.” Christopher Nolan.1

“Oppenheimer” no sólo da título al film,sino que además el patronímico designa a la persona inherente, como condición de posibilidad, a la fabricación del artefacto nuclear (metonimia: un término da sentido al todo de la expresión). Pero una vez producida la explosión nuclear, el mismo personaje pasa a desdoblarse entre las alternativas políticas y las masacres humanas, que un cierto “Oppenheimer” ha sido capaz, de sí mismo, de desencadenar, incluso por partida doble (científica y ética). En esta segunda fase del film, el nombre del artífice se desplaza hacia el uso problemático del artefacto fabricado (metáfora: un término cede su sentido a otros de la misma expresión). “Oppenheimer” denomina, a través del relato filmado, una hecatombe metonímico-personal posible de la Humanidad por una de sus partes, articulada con la persecución-metáfora que proviene de la misma Humanidad entre sus partes.

No hay relato de la fabricación de tal artefacto (sobre todo una vez perfeccionado como “bomba H”, ya anunciada en el film) que pueda integrar en continuidad la metonimia (concentración del sentido) del sabio-creador “Oppenheimer”, cuyo nombre vale por el todo “Humanidad”; con la metáfora (desplazamiento del sentido) del “Oppenheimer” puesto en el banquillo de acusado-sabio por la misma “Humanidad”, ahora convertida en escenario de ambiciones nefastas. Por esa razón Oppenheimer estampa la figura primigenia de la tecnología, es decir, de una habilitación humana (expresada en el prefijo “tecno-”) a emplear el saber humano (expresado en el sufijo “-logos”) con una finalidad que fatalmente desvirtúa al saber.

Conviene entender la expresión “Ciencia y tecnología” como oxímoron, es decir, una expresión contradictoria en sus propios términos, en cuanto el criterio humanista que desde el Renacimiento (es decir, desde los “humanistas”) preside al término “ciencia”, se encuentra contradicho por el término “tecnología”, atado a intereses estratégicos. Estos intereses ya anunciaban, desde la 1a. Guerra Mundial, que los logros tecnológicos podían ser “puestos en valor” para masacrar a la misma Humanidad que los concibió. La figura de Oppenheimer pauta, como lúcidamente lo advirtió Foucault desde 1975 (y desde este blog se ha traído a colación reiteradamente), el ocaso del “intelectual universal” y el ingreso del “experto con poder sobre la vida y la muerte”.3

Oppenheimer post-Covid-19

El pesar de Oppenheimer ante los efectos de su propio in-genio, surge del film como drama personal, que se mantiene en el ámbito de una cuestión de responsabilidad. Quizás esa responsabilidad existió puntualmente para Oppenheimer, ahora, después de logrado el éxito del ensayo “Trinity” en el desierto de Nuevo México, la radioactividad contaminó definitivamente tal prurito de responsabilidad: ¿quién podría preguntarse por tal uso (de la bomba atómica) en términos de responsabilidad sin abandonar, por hacerse la pregunta, una condición responsable? Es decir, de pregunta-respuesta ante sí mismo y ante otros. Esta fatal irresponsabilidad que sigue a la explosión de Los Alamos, puso al creador del arma nuclear al margen de toda decisión responsable y somete toda conciencia a una analogía con la fisión del átomo: la convierte en una entidad particularmente indecidible.

El lugar de Oppenheimer corresponde, por lo tanto, al del último humanista (“intelectual universal”, según Foucault) y al del primer tecnólogo (“experto con poder sobre la vida y la muerte”, Foucault dixit). Por esa razón la figura del artífice del artefacto nuclear Oppenheimer es al mismo tiempo nostálgica y precursora. En tanto que personaje histórico y dramático es un umbral, pero ya no estamos allí. Abandonamos ese umbral desde que la tecnología, en particular a partir de la Guerra Fría y la Carrera Espacial, nos ha llevado, “nuevos medios” mediante, a un presente cuyo ayer es la pandemia de Covid-19.4

La actualidad del film corresponde, en efecto, a cierta dispersión de la figura de Oppenheimer, que ha difundido y trivializado al mismo tiempo la propia expansión tecnológica. Es más, los distintos contextos nacionales han propiciado, en curso de campañas contra el covid-19, el surgimiento de líderes “a la Oppenheimer”, que se convirtieron en otros tantos Cid Campeador en la lucha contra los efectos sanitarios patógenos: Anthony Fauci en los EEUU, Fernando Simón en España, Rafael Radi en el Uruguay (entre otros). A su vez, estas cabezas visibles emergen por sobre otras tantas partes sumergidas de icebergs colectivos de expertos que siguen, como en el caso del “Proyecto Manhattan”, designios sectoriales y personales ingenuamente identificados, por cierta manipulación mediática, con “la Humanidad”.

Esas configuraciones filo-políticas también atraviesan, en otra escala y circunstancias, los mismos dilemas científicos y éticos que arrostrara Oppenheimer, es decir, la regresión de lo que se debiera lograr (por ejemplo: la salud), a partir de lo se ha logrado efectivamente (por ejemplo: las biotecnologías).5 La multiplicación de los líderes de huestes militantes del saber interviene, además, en un campo geopolítico sensiblemente diferente, que ha trascendido incluso el contexto de la Guerra Fría.

Estas cruzadas tecnológicas no luchan, en efecto, contra un totalitarismo político humanamente identificable (el nazi-fascismo), sino contra la totalidad del mal que amenaza a la Humanidad (virus patógenos), según nos advierten los responsables institucionales de la propia Organización Mundial de la Salud. Semejante paso del totalitarismo político a la totalización sanitaria no transforma, pese (o quizá gracias) a tantas buenas intenciones, un mal que nos acompaña, por lo menos, desde las Guerras de Religión del siglo XVII: la totalización del sentido. Lo que hace cuatro siglos se entendía como fanatismo (de la fe), hoy se ha convertido en “políticas de Estado” (de la globalización).

La parte del guion

Un conjunto de instituciones mundialistas, desde la propia ONU hasta los G (7,20,etc.) pasando por las cumbres (por ejemplo la reciente CELAC-UE), sin olvidar a los inefables FMI y Banco Mundial, se rodean incluso de una constelación de consultoras (de grado inversor, de riesgo social, etc.) que no sólo configuran una nube de palabras, sino ante todo una nube de intereses empresariales.

Tan lucrativa neblina es posible gracias a la subordinación de la función económica de circulación (hegemónica en el liberalismo mercantil) a la mediación a distancia (“virtual”), con la consiguiente unificación empresarial a escala planetaria.

Asimismo y por vía de consecuencia mediática, los procesos asociativos se ven supeditados a la conexión telemática, que habilita el control de los distintos planos en que la naturaleza social (representativa) articulaba la comunidad (economía, política, ideología), incluso a partir de instrumentos que borran la frontera entre la privacidad subjetiva y la condición pública ciudadana.

Poco queda de la conciencia que atormentaba a Oppenheimer. Pero al mismo tiempo lo que lo atormentó y lo que vino después como amenaza, no pudo sino surgir de la conciencia. Paradójicamente, algunos filósofos escribieron “conciencia” con un guion intermedio (inter-medio, inter-¿medium?): con-scienta (Heidegger),6 con-science (Derrida).Quizás conviene quedarse con la partícula que contrariamente a la conciencia, no tiene en sí misma sentido, sino con relación al sentido de otras: el guion. ¿Alcanzaría con leer el guion para saber de la película?

 

Page, T. Daniel D. “Christopher Nolan y el elenco de “Oppenheimer” hablan sobre la bomba atómica y sus escalofriantes ecos hoy día: “La Humanidad sólo puede lidiar con un apocalipsis a la vez” CNN (18/07/23). Recuperado de:   https://cnnespanol.cnn.com/2023/07/18/oppenheimer-christopher-nolan-reparto-entrevista-amenaza-nuclear-trax/

2 “Oppenheimer”, dirigida por Christopher Nolan, Universal Pictures,   https://www.youtube.com/watch?v=uYPbbksJxIg

Foucault, M. (1997). “Verdad y poder” en Nicolás, J. Frápolli, M. (Ed.), Teorías de la verdad en el siglo XX, Madrid: Tecnos, pp. 455-457.

 Ver al respecto Viscardi, R. (2022). "Contención de Covid-19 en el Uruguay: un desplazamiento significativo del contexto universitario", en Cabrera, D. Llorca-Abad, G. Calvo, D. Cano-Orón, L. (coord.). Academia (des)acelerada. Encierros, entusiasmos y epidemias. Barcelona: InCom-UAB Publicacions, pp. 191-198. Recuperado de:   https://ddd.uab.cat/pub/llibres/2022/271260/AcademiaDesaceleradaInCom25.pdf

“Rafael Radi: “hay un problema ecológico grave atrás de la pandemia de la covid-19” Montevideo Portal (17/11/21) https://www.montevideo.com.uy/Noticias/Rafael-Radi--Hay-un-problema-ecologico-grave-atras-de-la-pandemia-de-la-covid-19--uc804472

 Heidegger, M. (1962). Chemins qui en mènent nulle part. Paris: Gallimard, p. 143.

 Derrida, J. (1967). La voix et le phenomène. Paris: PUF, p. 115.


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