12.SEP.23 | PostaPorteña 2367

Uruguay - ¿Por qué la prensa local tiene tanto miedo a figuras como Javier Milei o Gustavo Salle?

Por Felipe Villamayor/A Contrapelo

 

Existe un ensayo muy interesante del historiador estadounidense Christopher Lasch titulado «El arte perdido de la discusión pública» (aquí lo pueden leer los interesados).

En uno de sus tramos, el autor hace la siguiente afirmación:

El debate político empezó a decaer alrededor del cambio de siglo, curiosamente cuando la prensa se estaba volviendo más «responsable», más profesional, más consciente de sus obligaciones cívicas”.

Lasch explica que durante el siglo XIX la prensa estadounidense era en general   «ferozmente partidista», y que a diferencia de la actual no pretendía en ningún momento pasar por neutra u objetiva; su propósito era, ni más ni menos, incitar a los lectores a participar «acaloradamente de los asuntos públicos». Más adelante el autor cita los famosos debates entre Abraham Lincoln (candidato por el Partido Republicano) y Stephen Douglas (candidato por el Partido Demócrata). Presten atención: Lasch repara en lo muy distintos que eran a los que se celebran en la actualidad; en ellos, ambos políticos empleaban un estilo «corrosivo, coloquial, chispeante en ocasiones». Los debates eran asimismo larguísimos (¡Duraban en promedio 3 horas!), y se llevaban a cabo a la intemperie, frente a grandes multitudes, sin presencia de moderadores periodísticos o demás burócratas. Durante las alocuciones, a su vez, los candidatos no escatimaban en tecnicismos, dando por sentado cierta pericia informacional de parte de sus oyentes.

Este estilo de hacer política y de participar en la discusión pública, vuelvo a repetir, es muy distinto al que emplean en la actualidad ambas coaliciones oficialistas en nuestro país. Y, sin embargo, es innegable su similitud al de dos candidatos extremadamente polarizantes para la opinión pública; hablo por supuesto de Javier Milei y del Dr. Gustavo Salle.

Es bastante llamativo como una de las críticas más frecuentes que se les realiza a ambos es su uso del lenguaje franco y sin miramientosOperadores del oficialismo tales como Gabriel Oddone, por ejemplo, han tachado a Milei de ser «irreverente y grosero», mientras que al mismo tiempo la vehemencia del Dr. Salle es comúnmente tildada por la prensa local como «furibunda» y «populista».

Es notable cómo estas supuestas faltas, sin embargo, se convierten en virtudes cuando quienes incurren en ellas son líderes del espectro progresista; hablo de expresidentes como José Pepe Mujica o Cristina Fernández de Kirchner, ambos conocidos por sus largas alocuciones públicas y de a ratos lenguaje soez, pues, en boca de estos, este estilo de hacer política suele ser visto como «refrescante» o «fiel reflejo del sentir popular». De hecho, uno y otro gobernante es a su vez frecuentemente tildado de populista; es decir, de líder que busca posicionarse en favor de las mayorías y EN CONTRA de los grupos de poder minoritarios. Esto curiosamente al igual que los candidatos antes mencionados (en el caso de Salle, su enemigo por antonomasia, la cleptocorporatocracia; en el caso de Milei, la infame casta política argentina), aunque en el caso de ellos este posicionamiento supuestamente partiría de un delirio conspiranoide y demagógico, ¿Pero, siempre fue así esto?

Retrotraigámonos por unos instantes al año 2011. En Estados Unidos, el movimiento Occupy Wall Street está en su pleno apogeo. En España, el Movimiento 15-M ha aglutinado de forma espontánea a varios grupos de personas que salen a manifestarse en forma pacífica por todo el país. Los reclamos de los activistas son bastante similares, aunque hoy en día, misteriosamente, no concitan tanto la atención mediática. Uno y otro dicen oponerse férreamente a la «desigualdad económica», a la «influencia de bancos y corporaciones dentro del estado», a su vez empleando una retórica dura del estilo «We are the 99%, you are the 1%» (nosotros somos el 99% de la población, ustedes sólo son el 1%). Asimismo, los referentes de dichos movimientos sostienen que la democracia en su forma actual es nada más ni menos que una farsa, y que lo que ellos quieren es el «fin de la oligarquía».

Es curioso cómo estos reclamos –que hace un tiempo la opinión pública consideraba cuanto menos atendibles– hoy son mayormente tachados de manijeo conspiranoide. Pero, ¿Qué pasó aquí? ¡Si hubo un momento en el que para la izquierda eran considerados los ejes vertebrales de su discurso!

El Dr. Salle, sin embargo, cuando los expone de manera pública no hace sino despertar la risa o el mohín indignado del operador de prensa medio. Salvando las distancias, Milei también ha señalado numerosas veces los tratos ilícitos de ciertos sectores del empresariado argentino («empresarios y «empresucios», los llama él) con los gobiernos de turno; aunque de nuevo: cuando ellos lo hacen debe tratarse por defecto de un gesto «demagógico» o de un arrebato conspiranoico, pero nunca de un reclamo válido que merezca mayor examen.

Por qué la prensa uruguaya en su forma actual es enemiga del pueblo

Uno de los momentos más reveladores del ensayo de Lasch es cerca del final, cuando aborda el tramo histórico en el que la política estadounidense comenzó a   «profesionalizarse». Es precisamente allí que, el periodismo, al estar tan ligado a ella, empieza a sufrir a su vez un proceso análogo:

La exigencia de limpiar la política ganó fuerza en la era progresista. Los progresistas, bajo el liderazgo de Roosevelt, Woodrow Wilson, Robert La Follette y William Jennings Bryan, predicaron la «eficacia», el «buen gobierno», el «bipartidismo» y la «administración científica» de los asuntos públicos y declararon la guerra al «caudillismo» (…). Los progresistas se dieron cuenta de que las organizaciones políticas eran rudimentarias agencias de bienestar, que proporcionaban empleos y otros beneficios a sus votantes ganándose de ese modo su lealtad, y emprendieron la tarea de crear un Estado del bienestar (…). Asumieron la idea de que el gobierno no era un arte sino una ciencia. Establecieron vínculos entre el gobierno y la universidad para garantizar un continuo suministro de expertos y conocimiento especializado. Pero la discusión pública no les parecía demasiado útil. La mayor parte de las cuestiones políticas eran demasiado complejas, en su opinión, para someterlas al juicio popular. Les gustaba oponer el experto científico al orador, inútil charlatán cuyas peroratas sólo servían para confundir la mente pública.”

Es en este preciso momento que el periodista empieza a ocupar el rol de árbitro de la discusión pública; es finalmente aquí que su antes su tan imprescindible y transparente rubro comienza a transformarse en una suerte de intermediación clerical entre los círculos privados de poder y el ciudadano medio, ignorante por definición, incapaz de participar por sí mismo en la cosa pública:

La participación del pueblo en el gobierno era estrictamente procedimental. El interés público no llegaba hasta la sustancia de la toma de decisiones: «El público está interesado en la ley, no en las leyes; en el método de la ley, no en la sustancia». Los asuntos sustanciales deberían ser decididos por administradores preparados cuyo acceso a la información fiable los inmunizaría contra los «símbolos» y «estereotipos» emocionales que dominaban el debate público. El pueblo no era competente para gobernarse a sí mismo (…). Pero mientras estuvieran vigentes las reglas del juego limpio, la gente estaría contenta de dejar el gobierno a los expertos; suponiendo, por supuesto, que los expertos facilitaran los bienes, la creciente abundancia de comodidades y recursos tan estrechamente identificada con el modo de vida americano.”

Todo esto que analiza Lasch me parece muy extrapolable a la actualidad local. Nosotros, al igual que los estadounidenses, también supimos tener durante el siglo pasado una prensa «ferozmente partidista», una prensa quizás menos  «responsable»   y «profesional» que la actual, aunque sí mucho más transparente en cuanto a sus procedimientos e intencionalidades.

El problema de los medios hoy día es que ya no buscan integrar a la ciudadanía a un genuino debate público, sino que la dividen y frivolizan apelando al miedo y a tópicos sin importancia (muchos de ellos además impopulares para gran parte de la ciudadanía, por ejemplo, todo lo referente al feminismo o la homosexualidad):

La información la generan cada vez más los que quieren promocionar algo o a alguien -un producto, una causa, un candidato político o un empleado público sin argumentar sus méritos ni presentarse explícitamente como material publicitario. Gran parte de la prensa se ha convertido, en su afán de informar al público, en un conducto para algo semejante al correo publicitario. Igual que la oficina de Correos -otra institución que antes servía para ampliar el ámbito de la discusión cara a cara y crear «comisiones por correspondencia»-, ahora transmite una abundante información inútil e indigestible que nadie desea, la mayor parte de la cual termina en la basura sin que la hayan leído.”

Ahora, visto este panorama, ¿Por qué la candidatura de políticos como Javier Milei o Gustavo Salle incomoda tanto a la prensa uruguaya?

Para empezar, ambos candidatos cortan de cuajo con esa tibieza retórica de la que tanto hacen gala las coaliciones oficialistas. Milei y Salle, en lugar de prestar una declaración medida y protocolar (como tan mal está acostumbrada la sensibilidad de centro del burócrata medio), abrazan sin complejos todo ese extenso arsenal de   «símbolos» y «estereotipos» emocionales propios de la política más pura. Aquí no hay rastros de demagogia, sin embargo, puesto que un demagogo dice a su auditorio aquello que quiere oír, y tiende a hacerlo de forma simple y acaramelada; teniendo en cuenta nuestro polarizado presente, un demagogo nunca se posicionaría vehementemente en torno a temas como el aborto, la homosexualidad o discurriría filosóficamente acerca del rol que debe ocupar el estado en la vida de las personas; en tales situaciones un demagogo se decantaría siempre por el punto medio, por una suerte de síntesis que una vez puesta en práctica no deje conforme a nadie. Esto es precisamente lo contrario a lo que ha hecho hasta la fecha uno y otro candidato. Pero yo incluso iría más lejos y afirmaría que el efecto de ambos al salir a la arena política ha sido el de ampliar y hasta elevar la discusión pública, muchas veces introduciendo en sus alocuciones ideas complejas y conceptos ajenos al ciudadano medio.

Por poner un ejemplo de esto, Salle ha hablado largo y tendido de personajes como Bill Gates, Klaus Schwab, Yuval Harari y del papel preponderante de las élites financieras –la cuales según él mueven como titiriteros los hilos del poder– dentro de los organismos internacionales. Con todo, pese a su estilo hiperbólico y vociferante, esto no es algo que él se haya inventado o sacado de la galera un día porque sí. Ya dije que hace diez años movimientos de izquierdas como “Occupy Wall Street” o el “15-M” en España hacían reclamos similares, y no se los desestimaba en virtud de ello; todo lo contrario. De igual modo, varias de sus denuncias antaño consideradas excéntricas (por ejemplo la firma de contratos secretos y el lamentable estado del río Santa Lucía), hoy son tomadas muy en serio por el grueso de la ciudadanía uruguaya. Lo de Javier Milei es similar en varios aspectos –aunque en otros distinto–, y deja en evidencia que la prensa local JAMÁS perdonará a aquellos que busquen escaparle a su dinámica inhibitoria, a todas esas voces descentralizadas y ontológicamente independientes que se nieguen a ser cómplices de su lógica inercial y que, por si esto fuese poco, se atrevan a poner en duda la validez de su rol como intermediarios entre los círculos privados de poder y el ciudadano medio.

Ni qué hablar de cualquier cuestionamiento a la aptitud y legitimidad de estos grupos de interés a la hora de influir en materia pública.



Felipe Villamayor. A CONTRAPELO 1 sept 23

Comunicate