(…) La experiencia indica que los obreros, al mantener este movimiento [de toma de fábricas], comprenden la esencia reaccionaria del Estado burgués, al comprobar en la práctica la actitud del gobierno hacia ellos. Lejos de creer en un tránsito pacífico, se van dando cuenta de que la única manera de arreglar las cosas es acabar con este estado mayor de la burguesía que es el gobierno”[1]
Más de tres mil personas asesinadas, entre ellas más de mil desaparecidas. Decenas de miles que recorrieron centros de detención y campos de concentración, siendo víctimas del horror de la tortura, mientras todo un territorio era asolado por el terror uniformado. Mujeres, hombres, niñas y niños son parte de estas terribles cifras
¿Por qué tal nivel de brutalidad y ensañamiento? ¿Contra quiénes se dirigió toda esta violencia genocida? ¿Qué es lo que se quería sepultar tras el sangriento golpe del 11 de septiembre de 1973? ¿Era realmente nuevo este terrorismo de Estado?
Hoy, los relatos de izquierda a derecha convergen en la necesidad de defender la democracia, y se atribuyen mutuamente la responsabilidad de quebrantar el orden constitucional en aquellos años. Bajo esta premisa, construyen sus discursos del “Nunca Más”: si no quieren de vuelta el horror, hay márgenes que no pueden ser sobrepasados. ¿Cuáles? La legalidad que permite y ordena la continua y siempre creciente producción y acumulación de capital. La necesidad de defender el orden democrático cueste lo que cueste se deriva de la necesidad de reproducción del capital.
Entonces, la carnicería desatada tras el golpe no fue una mera maniobra maquiavélica del “imperialismo yanqui” (aunque la injerencia del gobierno de EEUU en la estrategia golpista y posterior represión está totalmente comprobada) ni solo la reacción de una burguesía criolla espantada, contra un gobierno de izquierda anti-imperialista que habría intentado alcanzar la “justicia social” a través de una vía pacífica. No fueron las reformas del bloque encabezado por Allende la razón de la sanguinaria respuesta militar, sino la actividad de la base de un movimiento que, desde la década anterior, tendía hacia una masiva radicalización y ponía en marcha experiencias autónomas que rompían el marco legal y buscaban responder por sí mismas a las reivindicaciones y necesidades de sus protagonistas, con la conciencia de que la revolución social era el camino. Frente a esas luchas, la clase capitalista local y mundial respondió brutalmente, ahogando en sangre un proceso que acaparaba el interés del anticapitalismo en todo el globo.
Es así que mientras de la memoria popular no podían borrarse los recuerdos de la continua represión policial y militar, desde la “Matanza de la escuela Santa María de Iquique” de 1907 a la masacre de Pampa Irigoin en Puerto Montt el año 1969, tras su triunfo electoral, la coalición reformista pactaba acuerdos de gobernabilidad precisamente con el partido responsable de los asesinatos en la ciudad sureña del año anterior[2] e intentaba cortejar a las FFAA, alentando el mito de la tradición democrática de éstas, mito que le reventó en la cara la mañana del 11 de septiembre, luego de que el mismo “compañero Presidente” hubiera incorporado a los militares a su gabinete en 1972, a despecho de las advertencias explícitas de las bases obreras y campesinas, y reprimía la actividad autónoma de los Cordones Industriales y otras experiencias de acción directa (en Punta Arenas, el 4 de septiembre de 1973 los militares allanaron la empresa “Lanera Austral” en busca de supuestas armas, amparados en la Ley de Control de Armas impulsada por el propio gobierno, lo que terminó con el asesinato del obrero Manuel González).
El programa de la UP se encontraba en continuidad con el anterior gobierno de Frei, buscando modernizar el capitalismo en la región, lo que causaba esperables fisuras y enfrentamientos entre distintos sectores de la burguesía, pero también debía ocuparse de contener el auge del movimiento proletario que, en Chile como en el mundo entero, amenazaba el orden dominante y se negaba a resignarse al papel de espectador al que todo el espectro político quería condenarlo. Tal resistencia a la pasividad, el impulso de protagonizar sus propias vidas que contagiaba a un vasto sector de la población, es lo que verdaderamente causó pavor a la clase capitalista en su conjunto. El capitalismo mundial debía reestructurarse para responder a la crisis a la que había llegado en esos años, y tal reordenamiento debía ser impuesto a sangre y fuego, sobre todo cuando estaba presente la amenaza de transformar la crisis en una salida revolucionaria protagonizada por el propio proletariado, que entregaba su energía y creatividad para responder a la actividad reaccionaria de los clásicos aparatos de la burguesía y generaba sus propias instancias de coordinación y organización, sobrepasando y enfrentando a la burocracia de los partidos de gobierno instalados en los sindicatos y otras organizaciones.
“Estamos absolutamente convencidos de que históricamente el reformismo que se busca a través del diálogo con los que han traicionado una y otra vez, es el camino más rápido hacia el fascismo. Y los trabajadores ya sabemos lo que es el fascismo… Consideramos no sólo que se nos está llevando por el camino que nos conducirá al fascismo en un plazo vertiginoso, sino que se nos ha estado privando de los medios para defendernos«[3].
“Nos hemos organizado, compañero, en los frentes poblacionales. Nos hemos organizado en los frentes obreros, en los sindicatos. Nos hemos también organizado en los cordones y aún seguimos con la misma cantinela, compañero, de que ‘no es el momento’, y de que hay un poder legislativo y hay un poder judicial. Se nos pidió que nos organizáramos, desde un comienzo, desde la población hasta el nivel más alto, y hasta el momento nos hemos organizado, compañero, y seguimos aun diciendo, el ‘compañero Presidente’ nos sigue pidiendo a nosotros que tengamos calma, que sigamos actuando en esta forma y sigamos organizándonos ¿Pero para qué?… La verdad de las cosas, compañero, es que el pueblo, los obreros ya nos estamos cansando, porque esto es tramitación y estamos luchando contra la burocracia y dentro de nosotros mismos, dentro de nuestras propias defensas, dentro de nuestros propios sindicatos, dentro de nuestro propio poder, compañero, como es la CUT, sigue aún la burocracia, compañero ¿Hasta cuándo? … y los compañeros nos siguen pidiendo que tengamos calma ¿hasta cuándo poh, compañero? … si esto ya se está pasando de castaño a oscuro” [4]
“Es decir, la represión burguesa triunfa en medio del proceso de unificación y autonomía de la clase obrera. Ahora entendemos, medianamente, lo que el golpe produjo. La represión constante de la burocracia UP contra la lucha independiente de la clase, su desbandada después del golpe, permite que las FFAA y la burguesía continúen dicha tarea, pero bajo las condiciones, ahora, de la contrarrevolución: de una manera masiva, a sangre y fuego. Ni la doble cantidad de armas existentes hubieran cambiado la actitud de la UP. Esta no era expresión de la valentía o la cobardía, sino de sus objetivos políticos y económicos. Uno de los pocos mártires de la dirección UP que murió en combate, Salvador Allende, dejó claramente establecido, a través de sus palabras y actos, el comportamiento de un hombre que dirigió, consecuentemente, la aplicación del programa reformista: cae defendiendo los principios del honor, de la democracia burguesa, de una constitución, en fin, que sellaba jurídicamente la centenaria explotación de la clase obrera. Muere defendiendo la casa de los presidentes. Pero ¿quién pudo haberle exigido que combatiera junto con los trabajadores en los cordones industriales, si estos eran la negación de lo que él representaba? Nadie. Ni siquiera los obreros se lo exigieron (…) Pero los que le pidieron a la UP, durante tres años, que cumpliera con su programa, sin comprender la profundidad de le actividad política de la clase trabajadora, también fueron consecuentes durante el golpe. Primero le demandaron a la UP que combatiera y como, obviamente, ésta no lo hizo, retrocedieron para proteger su partido. Siguieron sin comprender que en el estado de conciencia y organización de la clase obrera se encontraba la única respuesta posible al golpe militar” [5]
Sin embargo, hoy, la que debería ser la principal lección histórica de aquel periodo sigue pareciendo esquiva: la confianza en la institucionalidad, en la participación en el Estado, estuvo en el corazón de la derrota de nuestras clase hace cincuenta años y lo volvió a estar hace cuatro años cuando en lugar de afirmar las redes que se extendían por todos los barrios tras el 18-19 de octubre, masivamente se desfiló a las urnas y la combatividad desplegada en cada ciudad y territorio de la región chilena se vio nuevamente secuestrada y pacificada a través de las vías de la domesticación democrática, despejando el camino para la contrarrevolución y sembrando la desazón en las cientos de miles de personas que se congregaron en calles y plazas por más de tres meses.
El dolor desatado por la brutalidad estatal no hemos dejado de sentirlo. No cesar en la lucha por un mundo radicalmente distinto a la miseria del Capital es mantener vivo el recuerdo de quienes nos precedieron. Pero para terminar con las derrotas debemos examinar críticamente nuestro pasado y nuestro presente. Una mirada sin mito ni idolatría. No podemos aspirar a imitar un movimiento gestado en un determinado contexto histórico, pero sí podemos comprender qué dinámicas desarrolladas por ese movimiento resultaron ser un obstáculo insalvable e intentar no reproducirlas en las luchas presentes.
¡CONTRA SU SISTEMA DE MUERTE, NOSOTROS VAMOS HACIA LA VIDA!
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[1] Entrevista a obreros de la fábrica ocupada COOTRALACO, Revista “Punto Final” N° 90, octubre de 1969, un año antes de la elección de Allende.
[2] El famoso “Estatuto de garantías constitucionales” firmado con la Democracia Cristiana-DC.
[3] “Carta de los Cordones Industriales a Salvador Allende”, 5 de septiembre de 1973.
[4] Intervención de un compañero en una asamblea de la CUT en las postrimerías de la UP. Tomada del documental “La Batalla de Chile, Parte II (El Golpe de Estado)”.
[5] Artículo “Quienes somos”, en el periódico “Correo Proletario” N° 2, noviembre de 1975.
https://hacialavida.noblogs.org/ 7 sept 23