18.SEP.23 | PostaPorteña 2368

INFLACIÓN Y LUCHAS PROLETARIAS (primera parte)

Por ProletariosInternacionalistas

 

Proletarios Internacionalistas – Revista Revolución    N.º 2 – Septiembre de 2023 

 

La escalada de los precios de los alimentos, así como de toda otra serie de productos indispensables para la vida, y si se quiere, de los precios en general, es parte de la respuesta del mercado a todos los artificios aplicados en los últimos años por la burguesía para mantener con vida los fundamentos decrépitos de esta sociedad.

La creación de dinero de la nada, los bajos tipos de interés que llegaron a estar coyunturalmente en niveles negativos, así como otra serie de inventos financieros, posibilitaron estabilizar la producción capitalista a cambio de hipotecar su propio futuro y quebrar la salud de la mayor parte de la humanidad. Un futuro que se ha presentado sin avisar y viene a tambalear no sólo el universo de las finanzas que sostiene hoy todo el tinglado económico, sino toda la economía mundial. La vieja ley del valor que tiraniza a la humanidad desde que el capital subsumió al mundo concede ciertas derogaciones, pero no son eternas. Tarde o temprano hay que pagar la deuda que algunos creían infinita. La burguesía ha captado el mensaje y se apresura a que los miserables paguen la cuenta. Pero no son unas monedas lo que está en juego, sino el pellejo del proletariado mundial.

Alimentos, viviendas, combustible para calentarse o desplazarse, empiezan a catalogarse como artículos de lujo. La inflación es una soga que aprieta el cuello de los esclavos modernos. Frente a la inflación desbocada, espuela que invita que los desposeídos apelen a la expropiación generalizada, camino que conduce a la expropiación de los expropiadores, la burguesía se ve impelida a subir los tipos de interés como mecanismo de compensación, admitiendo el fin de su política económica anterior. Sin embargo, descubre con horror lo que esto supone: traer al presente lo que quiso aplazar hacia un futuro inalcanzable. La escalada de los tipos de interés anuncia que la gigantesca burbuja financiera camina hacia su gran estallido /1

 El hundimiento de los bancos de Silicon Valley, Signature y Silvergate, que provocaron en marzo de este año la mayor quiebra bancaria de la historia de EE. UU. —sólo superada por el hundimiento de Lehman Brothers en 2008— y el desplome pocos días después de Credit Suisse, llevando el pánico a la economía mundial, es un aviso a navegantes. Si bien estas explosiones pudieron ser relativamente controladas en el ámbito financiero, la tendencia creciente de los tipos de interés notifica que las futuras explosiones serán cada vez más insostenibles, anunciando su expansión por toda la economía «real».

El proletariado es el sujeto en el que recaen todas las penurias que esta situación provoca. Sólo hay que ver cómo actualmente se nos hace reventar. De hambre, de trabajo o de metralla. Lejos, muy lejos queda ya la ideología que la burguesía impuso en algunas zonas del mundo de vivir en el mejor de los mundos posibles. El sueño americano, el Estado del bienestar, la sociedad de consumo, la prosperidad… cayeron hechos añicos ante la cruda realidad. Eran espejitos de colores con los que la burguesía lograba embelesar a algunas franjas del proletariado. Unas pocas, miserables y tóxicas migajas eran suficientes para mantener esta alucinación, haciendo creer a algunos explotados que eran parte de una idílica clase media, pese a que su vida era totalmente robada para engrosar las arcas de la economía. La progresiva restricción de esos despojos mercantiles desde hace ya bastantes años, quizás desde el inicio del milenio, como medida para hacer frente a la tasa descendiente de ganancia, extendió la duda sobre ese mito. La certeza ha llegado recientemente con la escalada imparable del precio de los alimentos y otros productos básicos para la supervivencia.

El hambre acecha a franjas cada vez más amplias de nuestra clase por todas partes. Ya no puede sostenerse el discurso de «países pobres» o de desgracia marginal, etiquetas que acompañaban al producto más genuino y germinal de esta sociedad, el hambre. La desposesión absoluta en todos los aspectos siempre fue el común denominador de la mayor parte de la humanidad subsumida al valor, sin embargo, el progreso capitalista sigue aumentando esa penuria a cotas cada vez más calamitosas.

Si la inflación galopante cuestiona (aún más que antes) la propia supervivencia de la mayor parte de la humanidad, el aumento de los tipos de interés amplifica la expoliación de las energías vitales de otra gran parte de proletarios que se pensaba propietaria y redescubre su condición de desposesión. Expulsados de viviendas que no pueden pagar por cuotas hipotecarias cada vez más elevadas, arruinados por deudas con bancos con las que pagaban diversos medios con los que sobrevivir (parcelas de tierra, camiones, ganado…), etc. La homogenización de las condiciones de vida miserables del proletariado mundial no puede ya enmascararse y no augura nada bueno para los diques de contención de las protestas, como lo atestigua la oleada de luchas internacionales que se iniciaron en 2020-2021, y que, tras un pequeño paréntesis por la declaración pandémica, continúan actualmente reclamando la necesidad de dar un salto cualitativo.

La confluencia constante de luchas en decenas de países resquebraja la segmentación que hasta entonces lograba imponer la burguesía. Huelgas, protestas, enfrentamientos, algaradas y revueltas inundan el planeta. Lo explosivo y fugaz va dejando paso a la persistencia, con una imparable sucesión de picos explosivos y efímeras pausas para tomar aliento. Perú, Ecuador, Sri Lanka, China, Francia o Irán son algunos de los lugares donde nuestra clase ha ido desarrollando procesos formidables de contraposición al capital estos últimos meses /2.

Este contexto, de subida de los precios de los alimentos, hace cada vez más difícil que la burguesía nos muestre esas luchas como diferentes, como producto de circunstancias que tienen que ver con cuestiones particulares de los lugares donde se desarrollan. La homogenización de las condiciones de vida del proletariado no sólo estimula a que nos reconozcamos como los parias del mundo, sino, más importante aún, provoca que nos reconozcamos como una misma comunidad de lucha. En Irán, Sri Lanka, Francia, Perú, China, Kazajistán… las consignas, los enemigos o los agravios frente a los que se sale a luchar, revelan de forma cristalina ser parte de una misma pelea.

No es que en otros momentos las luchas proletarias carezcan de este carácter unitario, pues es esa cualidad la que las define, sino que el contexto anterior permitía camuflar mejor los verdaderos intereses en juego, lo que facilitaba instalar un cordón sanitario de aislamiento que mejoraba las posibilidades de encuadramiento, ideologización, descuartizamiento, repolarización interburguesa, represión, agotamiento, etc.

Hoy todo esto es mucho más difícil de imponer. Eso no quiere decir, por supuesto, que se haya conseguido romper el aislamiento, que nuestra clase afirme de manera explícita su carácter unitario, y que se reconozca en tanto que proletaria, o que la burguesía se encuentre incapacitada para enfrentarnos paquete por paquete. Simplemente afirmamos que la lucha actual por las condiciones materiales de vida ha asumido un nivel de extensión y confluencia que revela de forma más nítida su naturaleza orgánica, poniendo en cuestión esos límites que aprisionaban nuestras luchas. Pese a todo, la burguesía no dejará de insistir en las mismas fórmulas de contención. Allí donde la limosna ya no sirve para frenar las luchas, el garrote funciona a destajo. Lo mismo que las tentativas de cercarlas por medio de la parcialización o particularización.

Una de las formas contrainsurreccionales por excelencia es la apología de sus debilidades. Lo vivimos en Francia al tratar de reducir el movimiento del proletariado a la defensa sindical de las pensiones; en Irán, a la lucha de las mujeres por sus derechos democráticos; en China, a la súplica por libertades políticas; en Perú, a la puja entre alternativas burguesas, etc. Es verdad que todo eso ha existido en cada uno de esos episodios citados, pero como límite de nuestra lucha y fuerza de encuadramiento de nuestro enemigo.

Lo falso es un momento de lo verdadero. De ahí que nuestro enemigo ponga todos sus esfuerzos en transformar lo verdadero como un momento de lo falso, procurando convertir en fuerza hegemónica de nuestro movimiento aquello que puede ser integrado y fagocitado por el Estado. Allí donde lo consigue, nuestro movimiento vira hacia una dirección ajena a nuestras necesidades e intereses, debilitando su proceso de autonomización y quedando preso en los estrechos límites de la sociedad burguesa. En todos esos casos, la reforma, la canalización en alguna alternativa socialdemócrata, los cambios formales en el Estado, las asambleas constituyentes, etc., se acaban imponiendo. Apresado en la red de ideologías y fuerzas de nuestro enemigo, nuestra clase pierde toda determinación autónoma, se repliega y/o acepta algunos cambios que en realidad deja todo como estaba.

Al mismo tiempo, ese proceso contrainsurreccional favorece la propagación de una visión internacional que entorpece el reconocimiento de nuestras propias luchas al ser estas asimiladas a las banderas que levanta nuestro enemigo. Se logra deformar nuestro movimiento a los ojos de los proletarios que se levantan en otras latitudes, tejiendo la separación. Sin embargo, como decíamos al principio, el futuro cada vez más catastrófico que inevitablemente ofrece el capital, provoca que todas esas tentativas de la burguesía para hacer frente a nuestra lucha y destruirla, aislarla y fagocitarla, sean efímeras e inconsistentes. Allí donde la lucha parece apaciguada, esta resurge con fuerza renovada en poco tiempo.

Miremos a Irán o Francia, por citar algunos ejemplos, y la constante continuidad del combate. La retirada de la calle es momentánea, y a la menor posibilidad volvemos a tomarla de nuevo. La coyuntura hace insostenible la paz social, pues la sociedad mercantil no tiene nada para ofrecernos que no sea la intensificación de nuestra miseria en todas partes. Por eso nuestra clase se ve empujada a pelear, independientemente de lo que crea tal o cual protagonista, o el conjunto de los que luchan. Ya no se trata de explosiones sociales efímeras en determinado lugar, como era característico desde la derrota de la oleada de luchas de los años 60-70. No, se ha abierto la puerta a una nueva fase de lucha permanente a nivel internacional. Así lo confirma la generalizando de las protestas por doquier en los últimos años /3.

La situación actual, así como el futuro inmediato que se avecina, impiden cualquier estabilización de la paz social tanto espacial como temporal. El proletariado se verá obligado a tomar las calles cada vez en más rincones del mundo y a recordar que ahí está su fuerza real y la única posibilidad de contraponerse a la trituradora capitalista. El presente y el futuro de esta sociedad significan más catástrofe para el planeta y para la vida que alberga. Pero también implican más bronca, más pelea, más calles tomadas para plantar cara al infierno capitalista. La agudización de la guerra de clases mundial es una realidad palpable. Pero para que nuestra clase pueda triunfar y mandar al basurero de la historia esta sociedad y todos sus fundamentos (clases sociales, Estado, capital, trabajo…) no sólo basta con salir a la calle, no es suficiente con que nuestra comunidad de lucha tome la calle acompañada del fuego sanador.

Es necesario que, como siempre dijeron los revolucionarios, el proletariado se constituya en clase y, por tanto, en partido. Para ello es esencial mejorar nuestra organización a todos los niveles, reapropiarnos de nuestra propia historia, de nuestro programa revolucionario, reconocer a todos nuestros enemigos, especialmente los que se mueven entre nuestras filas, generar minorías revolucionarias que no estén dispuestas a transigir, asumir toda nuestra dimensión histórica y mundial. Imponer la dictadura de nuestras necesidades contra la economía, creando un punto de inflexión sin retorno, una fractura que derrumbe la relación social capitalista y todos sus fundamentos, levantando sobre sus ruinas una sociedad sin clases, sin dinero y sin Estado. Es una tarea titánica, pero para la humanidad no hay ninguna otra alternativa

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1/  Los bajos tipos de interés, llegando incluso a niveles negativos se consolidaron desde la crisis de 2008. En marzo de 2022 la Reserva Federal los subió tímidamente del 0 % al 0.25 %. En los siguientes meses se desencadenaron las subidas hasta colocarse en mayo de 2023, al cierre de este texto, en el 5 %. En Europa, por su parte, los tipos estuvieron en el 0 % hasta julio de 2022, colocándose un año después, al cierre de este texto, en el 3,75 actual.

2/  La excesiva extensión del actual número de Revolución nos ha obligado a dividir este artículo en dos partes, posponiendo para el próximo número la profundización en esos procesos de lucha.

3/  Posiblemente los primeros signos que anunciaban estos cambios en el ciclo de la guerra de clases se dieron a finales de la década del 2010, con las luchas internacionales contra el primer gran aumento mundial de los precios de los alimentos del nuevo milenio.


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