28.SEP.23 | PostaPorteña 2370

Canadá, la diáspora ucraniana y la apología del fascismo

Por Nahia Sanzo

 

Nahia Sanzo Ruiz de Azua  SLAVYANGRAD.es @NSANZO ⋅25/09/2023

 

Tras cierta decepción en su visita a Estados Unidos, donde no consiguió de Joe Biden un compromiso público y un calendario de entrega de los esperados misiles ATACMS y vio rechazada su petición de dirigirse al Congreso, síntoma de que la unanimidad del apoyo a Ucrania ha desaparecido, Zelensky vivió finalmente el momento de éxtasis que esperaba en su gira norteamericana. No fue en la sede del poder legislativo de su aliado más importante, Estados Unidos, pero sí del que quizá sea su socio más cercano, Canadá. En un discurso que se mantuvo en las líneas habituales, el presidente ucraniano obtuvo, según la televisión pública canadiense, una docena de momentos de ovación con la audiencia en pie. Participaron en esas muestras de enaltecimiento al líder ucraniano todos los partidos del espectro político, desde la derecha del Partido Conservador a la supuesta extrema izquierda del NDP pasando, por supuesto, por los liberales encabezados por Justin Trudeau y Chrystia Freeland.

Volodímir Zelensky se mostró apabullado por las muestras de cariño del Parlamento más cercano a la Ucrania post-Maidan, que colaboró activamente incluso durante la revolución de la dignidad permitiendo el uso de su embajada en Kiev con objetivos políticos y que ha financiado pública y privadamente armamento para las Fuerzas Armadas de Ucrania desde el inicio de la guerra en 2014. Ningún otro país se ha tomado tan en serio la lucha de Ucrania contra Rusia como Canadá, qué rápidamente se organizó para comenzar a suministrar todo lo necesario al ejército regular y a los batallones nacionalistas que luchaban de su lado. En los últimos meses, mucho se ha hablado de la importancia de los drones en la batalla y artículos de medios de prestigio como Foreign Policy han argumentado que, incluso durante la guerra de Donbass, Ucrania sufrió esa carencia. Nada más lejos de la realidad, cuando las Repúblicas Populares carecían absolutamente de ese material, organizaciones canadienses trabajaban ya para suministrar drones a las fuerzas ucranianas.

Canadá, con aún menos escrúpulos que Estados Unidos, se encargó de instruir las tropas del regimiento Azov en el momento en el que la enmienda del congresista estadounidense Conyers consiguió, aunque solo temporalmente, que se prohibiera armar e instruir a los miembros del grupo. Sin embargo, la cercanía de Canadá no nace en 2014 sino que cuenta con una larga trayectoria histórica que se remonta a la Guerra Fría, al tratarse de uno de los principales lugares en los que se asentó la diáspora nacionalista ucraniana y donde supo hacerse fuerte en ámbitos como el académico. A partir de ahí, la teoría y la historia creadas por esos grupos, mucho más nacionalistas que cualquier tendencia existente en esos momentos en la República Socialista Soviética de Ucrania, marcaron el renacimiento nacionalista que se produjo tras la independencia y que habría sido muy diferente sin esa presencia exterior. Canadá ha sido, gracias al apoyo del Gobierno conservador primero y el liberal después y siempre con la fuerte presencia del grupo de presión del Congreso Ucraniano-Canadiense a la cabeza, uno de los grandes apoyos del ascenso nacionalista que se ha gestado en Ucrania en la última década.

En este tiempo, varias han sido las polémicas que han vinculado a Canadá con las posturas más radicalmente nacionalistas ucranianas, tanto públicas como privadas. El Congreso Ucraniano-Canadiense, uno de los grandes grupos de presión en busca de armas para Ucrania, luchó también, por ejemplo, para cancelar un concierto de la pianista ucraniana Valentina Lisitsa. El Gobierno, posiblemente el más radicalmente antirruso, ha luchado siempre por imponer sanciones cada vez más severas contra Rusia. A la cabeza de esa lucha se encontraba Chrystia Freeland, que siempre ha calificado de “propaganda rusa” las acusaciones de colaboracionismo de su abuelo, Mijailo Chomiak, editor en la Polonia ocupada por la Alemania nazi de un diario abiertamente antisemita y cuya familia residía en un piso arianizado, es decir, robado a una familia judía deportada a los campos de exterminio durante el genocidio del pueblo judío del este de Europa. Esta información nunca procedió de Rusia sino de Canadá, inicialmente del historiador John-Paul Himka y posteriormente de las investigaciones en los archivos de un comunista ucraniano-canadiense.

El origen de la diáspora ucraniana en Canadá no es la llegada al país de familias como la de Chrystia Freeland de los campos de refugiados en Europa ni la posterior distribución de los soldados de la División Galizien de las SS desde el campo de Rimini tras la victoria aliada sino que se remonta al siglo XIX. Generalmente progresista, incluso socialista, la primera diáspora ucraniana se vio superada por la llegada de esa segunda ola, en este caso radicalmente nacionalista y que Canadá utilizó, por ejemplo, como fuerzas de choque rompehuelgas. Al igual que en Estados Unidos, no hubo preguntas sobre la actuación de esas personas en los años de guerra, ni siquiera a aquellos que procedían de un campo de detención británico donde habían sido enviados al entregarse a las autoridades aliadas al finalizar la guerra.

Es el caso de lo que entonces se había convertido en el Ejército Nacional Ucraniano, un exitoso intento de cambiar el nombre para lavar la cara de una división de las SS formada por voluntarios ucranianos bajo un mando alemán. Diezmada en la batalla de Brody por una derrota contra el Ejército Rojo, en el que siempre participaron más ucranianos que en los grupos que colaboraron con los nazis -unidades de las SS, OUN-UPA-, la división se reconstruyó para continuar la lucha por la independencia de Ucrania hasta la derrota final de Alemania el 9 de mayo de 1945.

La inminente capitulación alemana encontró al Ejército Nacional Ucraniano y sus patrones alemanes en el sur de Austria, huyendo a marchas forzadas del avance soviético y partisano yugoslavo en busca de una rendición más cómoda. Pueblos y aldeas del sur de Austria cuentan aún con numerosos monumentos que recuerdan al Ejército Nacional Ucraniano, siempre sin precisar que lucharon del lado alemán.

El grueso de los restos de la división ucraniana de las SS se entregó a las autoridades británicas en la localidad austriaca de Spittal y, alegando ser ciudadanos polacos, exigieron no ser repatriados a la Unión Soviética. Convertidos en polacos, los soldados ucranianos fueron enviados a Rimini. Desde allí partió hacia su nuevo destino un pequeño grupo que, con la mediación del Vaticano, llegó a Barcelona y se trasladó posteriormente a Madrid en diciembre de 1946, una llegada lo suficientemente importante para que quedara reflejada en el diario ABC. Esos “estudiantes ucranianos” fueron los precursores de las emisiones occidentales de propaganda anticomunista en la Unión Soviética. Mucho antes de que comenzaran las emisiones de Radio Free Europe, los veteranos de la División Galizien de las SS comenzaron a emitir en ucraniano desde las instalaciones de Radio Nacional en la España franquista.

Sin embargo, el contingente español fue mínimo. Los destinos principales de ese contingente de alrededor de 10.000 ucranianos que se habían rendido a las autoridades aliadas fueron tres: el Reino Unido, Estados Unidos y Canadá, donde, salvo contadas excepciones, no ha habido preguntas sobre la actuación de cada una de esas personas durante la guerra. Incluso algunos de ellos continúan recibiendo homenajes. El último se produjo en el Parlamento de Ottawa, en el marco del recibimiento político como héroe absoluto a Volodmyr Zelensky.

En su pieza sobre el discurso de Zelensky ante el poder legislativo, CBC, la corporación nacional canadiense, afirmó que el presidente ucraniano había recibido una docena de ovaciones en pie y añadió que una más había sido para “este hombre de 98 años, un ucraniano-canadiense que luchó por la independencia de Ucrania contra los rusos durante la Segunda Guerra Mundial”. La definición dejaba lugar a pocas dudas, tan solo saber si había luchado en grupos como OUN-UPA o en la División Galizien. En cualquier caso, sin precisar que Yaroslav Hunka luchó, no solo contra los rusos sino contra los aliados de los soldados canadienses que lucharon en la Segunda Guerra Mundial, es significativa la forma en la que el medio decidió definir al héroe. Casualidad o no, esa idea de lucha por la independencia de Ucrania es la base de la legislación que, en 2015, hizo héroes por decreto a quienes lucharon en la Segunda Guerra Mundial de la mano de la Alemania nazi. Y como bien se encargó de precisar Volodímir Vyatrovich, los símbolos de la División Galizien de las SS no debían verse afectados por la ley que supuestamente prohibía los símbolos nazis y comunistas Hunka, según sus propias publicaciones voluntario de la división ucraniana de las SS puede perfectamente alegar ser un héroe de la lucha por la independencia de Ucrania pese a haber realizado su lucha embutido en su uniforme alemán adornado con el león de Galizia y bajo las órdenes de Fritz Freitag. Según su propio relato, en 1943 recibió en Múnich instrucción como operador de ametralladora antiaérea.

Canadá, hogar de una inmensa comunidad de origen ucraniano, tenía la posibilidad de presentar como héroe a una persona que hubiera luchado bajo cualquier uniforme aliado del mismo lado que, por ejemplo, el abuelo de Zelensky, miembro del Ejército Rojo. Sin embargo, una vez más, eligieron enaltecer a un hombre que ni siquiera puede calificarse de colaboracionista, que ni siquiera luchó en OUN o UPA, grupos que, manipulando la realidad, han alegado que lucharon contra la Unión Soviética, pero también contra Alemania. Ottawa, con la evidente aprobación de Zelensky, optó por honrar a un soldado de una unidad nazi, una persona que eligió luchar por Ucrania de la mano de quien quiso esclavizarla y lo hizo contra la mayoría del país, parte integral del esfuerzo soviético por liberar el este de Europa de la ocupación nazi.

El último año y medio, si no los últimos nueve años, han mostrado que la guerra contra Rusia ha servido a las autoridades occidentales para justificar pasos que anteriormente habían sido considerados líneas rojas. Ese argumento no se limita al tipo de armamento que enviar al frente, sino que se extiende también a enaltecer a todos aquellos que hayan luchado alguna vez contra Rusia o la Unión Soviética, incluso en los momentos en los que Moscú era el aliado más importante de la lucha común contra el régimen más genocida de la historia.


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