09.NOV.23 | PostaPorteña 2377

Manifiesto Conspiracionista (4)

Por Alma Bolón/extramuros

 

(cuarta entrega) eXtramuros prosigue, con la traducción propia a cargo de Alma Bolón, la publicación de fragmentos de “Manifiesto conspiracionista”, libro de autoría colectiva anónima que “no pertenece a nadie, pertenece al movimiento de disociación social en curso”

Alma Bolón - eXtramuros, 5/11/2023

Tercera entrega AQUÍ

 

La contra revolución de 2020 responde a los levantamientos de 2019

1.     El viraje de 2019. 2. La vuelta al orden

1 - Pongamos que existe un orden mundial.

Pongamos que un conjunto de potencias –estatales, económicas, geopolíticas o financieras-, aunque compiten por las menudencias de sus intereses, tienen un interés fundamental en el mantenimiento del orden general, de cierta regularidad, de cierta estabilidad, de cierta previsibilidad, incluso puramente aparente, del curso de las cosas.

Pongamos que el punto en el que están vitalmente coaligadas sea el mantenimiento de la servidumbre universal, que forma la común condición de sus existencias singulares. 

Pongámonos ahora en el lugar de alguna de esas potencias, a fines de 2019, digamos en octubre. ¿Cómo no dejarse ganar por el pánico?

La apacible, la financiera, la consumista Hong Kong, la ciudad-Estado sin historia, el templo de la nada mercantil, la culminación del vacío climatizado en el que, antes del movimiento Occupy, habría costado encontrar una idea política flotando por cualquiera de sus interminables galería comerciales.

Hong Kong, pues, arde.

Semana a semana desde febrero de 2019, un movimiento localista obstinado, seguro de su causa, floreciente, desafía al poder chino. En algunos meses, reinventa el arte de la sublevación –láseres que encandilan, paraguas que protegen, conos de extinción y raquetas para granadas lacrimógenas, primeras líneas de flamethrowers, barricadas de estilo inédito. La ciudad se paraliza con regular frecuencia, el aeropuerto es invadido, el parlamento local es ocupado y profanado. Se inspiran, deliberadamente, en los Chalecos Amarillos franceses. Las aplicaciones que antes servían para dragonear ahora sirven para componer “black blocs”. Los jóvenes lectores de mangas ponen en la confección de sus tácticas callejeras la misma seriedad que semanas antes ponían en sus estudios de ingeniería. El movimiento discute sus estrategias en un fórum en el que los habitantes son tan numerosos que la water army china de dos cientos ochenta mil funcionarios pagos para ocupar el cyberterreno no logran seguir el ritmo; y además esos agentes son tan groseros que se queman solos.

Be water, he aquí una doctrina táctica que ningún sublevado occidental habría pensado en pedísela prestada a Bruce Lee.

Blossom everywhere –florecer en todos lados- habría que haberlo pensado, y sobre todo hecho.

En noviembre de 2019, la universidad politécnica que está ocupada se defiende fieramente con arcos de competencia deportiva detrás de las barricadas en llamas. Cuando finalmente el asalto policial, durante largo tiempo resistido, se apodera de los edificios, estos están vacíos de ocupantes: los estudiantes, guiados por los planos que los arquitectos de la facultad les proporcionaron, llegaron a escapar por las cloacas mientras que otros más veteranos los exfiltraban en diversos puntos de las calles de la ciudad, cuando emergían por las tapas de metal previamente acordadas.

Octubre de 2019, el Líbano -la vieja Fenicia, lo que no es un detalle en la historia de cierta civilización- se rebela y se sustrae a una de las formas de gobierno más retorcidas, con la más temible institucionalización del “dividir para reinar mejor”: la República multiconfesional. Y esto por la gracia de la presión que ejerce sobre las sociedades la inexorable catástrofe climática. Una ola de incendios reveló a la población que a tal punto los dirigentes se habían servido de las cajas del Estado que no quedaba más que un Canadair pelado en todo el país. Advirtiendo que los bosques no tenían confesión religiosa, los habitantes se organizaron por sí mismos para luchar contra los incendios sin importarles más las pertenencias religiosas. De esta experiencia compartida, los habitantes hicieron una constatación también compartida acerca de la situación política y de las potencias que en ellos había. El anuncio de un nuevo impuesto sobre las comunicaciones WhatsApp, hasta entonces gratuitas, encendió la pradera de la cleptocracia libanesa. Las diferentes “comunidades” igualmente engañadas se alzaron juntas contra el cinismo de sus dirigentes. En octubre de 2019, un Líbano perfectamente inesperado se revelaba a la cara del mundo: locales del Hezbollah tomados por asalto, vehículos de ministros atacados, ministerios y caminos bloqueados, plazas ocupadas. Prima de la revuelta del Hirak en Argelia, que desde febrero de 2019 dejó al régimen desencajado, sin más maniobras a las que recurrir, viendo cómo se las desbarataban una a una; a la insurrección libanesa también se la enfrentará con armas proporcionadas por el Estado francés. 

Más pesadillesco aún, en ese maldito mes de octubre de 2019, la non menos industriosa, modernista y pacífica Cataluña –la vieja Cataluña que inventa en 1068 la noción moderna de valor, sin la cual el capital sin duda no sería lo que es- a su vez se sublevó. El inofensivo pero omnipresente movimiento independentista, con sus asambleas locales, sus comités de defensa de la república y sus informáticos de punta, se sale de los goznes. En reacción al veredicto del juicio a sus dirigentes juzgados por haber organizado un referéndum, el movimiento independentista llama a la huelga general, a “hacer de Cataluña un nuevo Hong Kong”, bloquea el aeropuerto utilizando a su vez un ingenioso sistema de mensajerías encriptadas impulsado bajo el nombre de “Tsunami democrático”. Varios días de sublevaciones, de sabotaje y de bloqueo en toda Cataluña, luego de colosales marchas populares que confluyen en seis horas de enfrentamientos encarnizados en la plaza Urquinaona, en el corazón mismo de Barcelona, dan un nuevo rostro a la reivindicación de secesión. “Nos estamos quedando sin sonrisas”, explican los sublevados. 

Colmo de la maldición, el propio Chile, patria del “milagro económico” de Pinochet y de los Chicago Boys, está tocado. En octubre de 2019, gigantescas protestas desencadenadas por un aumento del precio del boleto del metro, con fondo de miseria general, prometen que el país, que fue la cuna, será “la tumba del neoliberalismo”. Se declara el estado de urgencia. Por primera vez desde la muerte de Pinochet, el ejército se desplegó en las calles de Santiago bajo toque de queda. El presidente Piñera, digno heredero del régimen, declara: “Estamos en guerra contra un enemigo potente, implacable, que no respeta nada ni a nadie y que está listo para emplear la violencia y la delincuencia sin ningún límite”. En el ejército se murmura que se está confrontado a una “guerrilla molecular difusa” de tendencia mesiánico-deleuziana a sueldo del comunismo. En respuesta a la represión, la identidad, la dirección y los datos personales de decenas de millares de policías son divulgados por hackers. Las sublevaciones y las manifestaciones son tan poderosas que el estado de urgencia debe ser derogado, y que se espera ahogarlas con la concesión de una nueva Asamblea constituyente y la redacción de una nueva constitución –menos hayekiana esta vez, quién dice. Difícil, sea lo que sea, no tener la impresión de que con Chile es un ciclo que concluye, una figura que se anuda, una era que rueda al abismo. Una era precisamente abierta y preservada con todos los instrumentos del más preciso, del más discreto y del más implacable de los complots, fruto de la intriga durante varios decenios de todos los sostenedores de la “sociedad abierta”, de los miembros más influyentes de la Sociedad del Mont-P?lerin, cuya respuesta a la barbarie nazi fue parir la de las dictaduras sudamericanas, pasar del orden de los SS al de los servicios secretos estadounidenses y de las guerras quirúrgicas. 

Última detestable sincronía: el 1° de octubre de 2019, Irak, de quien podía pensarse que tenía el alma carbonizada para siempre luego de los horrores infligidos por la invasión, la ocupación y el “surge” estadounidenses, a su vez se despierta. Manifestaciones con una amplitud nunca vista contra la corrupción, la pobreza, la desocupación de masa, la escasez de todo, la administración confesional-mafiosa del país. Ocupación de plazas. El pueblo, una vez más, “quiere la caída del sistema”.

En noviembre de 2019, es Colombia que entra en el baile. Las mayores manifestaciones de la historia de Colombia, una huelga nacional, sublevaciones contra la reforma del mercado de trabajo y de jubilaciones, los proyectos de privatizaciones, el cuestionamiento del tratado de paz con las guerrillas vencidas, el asesinato de indígenas por los grupos paramilitares, las desigualdades sociales, la destrucción del medio ambiente, etc. caceroladas, enfrentamientos, toque de queda.

El incendio sigue sin dejar de progresar. El “hemisferio occidental” está amenazado, nada menos.

Solo falta una insurrección comunalista en Suiza para probar que el mundo está cambiando de base.

2 - Quienquiera que se ponga en el pellejo de cualquiera de las potencias organizadas que tienen interés en el mantenimiento del orden mundial estará de acuerdo: en ese otoño de 2019, era hora de chiflar el fin del recreo. No puede dejarse expandir entre los pueblos menos “politizados” una revuelta tan insolente contra los dirigentes y las “élites”. Nada de eso es aceptable. Tanto más que lo que se anuncia en materia de aceleración de la catástrofe climática y ecológica, de “disrupción” del mercado del empleo por las nuevas tecnologías y de migraciones de poblaciones enteras no presagia ningún retorno a la calma en el horizonte. Todo ha ido demasiado lejos. Los ratoncitos ya se divirtieron demasiado. Hay que tener cinco jugadas de ventaja, si se quiere seguir siendo dueño de la situación. Es hora de hacer un great reset, como diría Klaus Schwab, el presidente del WEB.

Afortunadamente para nosotros, no estamos reducidos a la especulación sobre lo que sucede en la cabeza de las potencias de este mundo: basta con leer los informes de incontables think tank, células de prospectiva y otros centros de estudios que hacen las veces de cerebro del capital acumulado. Para el otoño de 2019, con provecho uno se remitirá a “La edad de las manifestaciones de masa”, publicado en marzo de 2020 por el Center for Strategic and International Studies (CSIS) de Washington. El CSIS es el think tank de referencia del complejo de la seguridad nacional estadounidense. Henry Kissinger todavía tiene ahí una oficina. Zbigniew Brzezinski impartió cátedra hasta su muerte en 2017. “El CSIS se dedica a encontrar las maneras de sostener la preeminencia y la prosperidad estadounidense como una fuerza para el bien en el mundo”, dice el sitio. Si quiere calibrarse la medida de la inquietud que reinaba en Washington en aquel otoño de 2019, hay que abrir “The Age of mass protest”: “Entre 2009 y 2019, el número de manifestaciones antigubernamentales en el mundo creció 11,5% por año […] El 16 de junio de 2019, 2 de los 7.4 millones de habitantes de Hong Kong manifestaron -casi un cuarto de la población de la ciudad. En el apogeo de las manifestaciones en Santiago de Chile, el 25 de octubre de 2019, la multitud alcanzó 1.2 millones -también en este caso casi un cuarto de los 5.1 millones de residentes en Santiago […] Vivimos en una edad de manifestaciones de masas globales históricamente sin precedentes en frecuencia, en alcance y en tamaño. […] En 2008, en lo más fuerte de la crisis financiera global y antes de las Primaveras árabes, el ex consejero de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, Zbigniew Brzezinski, había identificado un “despertar político global”. Luego de esto, una nueva era de activismo global aparecía. Escribía Brzezinski: “Por primera vez en la historia, casi toda la humanidad se encuentra políticamente activada, políticamente consciente y políticamente interactiva”. […] Los gobiernos del mundo no están preparados para esta subida de la marea de expectativas de los ciudadanos que se traducen en manifestaciones políticas de masas y otras formas menos evidentes. Responder a la creciente desconexión entre las expectativas de los ciudadanos y la aptitud gubernamental a satisfacerlas podría ser el desafío de una generación. […] Dicho esto, la marca inquietante de esta era de manifestaciones de masa es el lazo común que las une: ser sin líder. Los ciudadanos pierden la fe en sus dirigentes, élites e instituciones, y toman la calle por frustración y a menudo por asco”. 

En esas se estaba, en Washington, a fines de 2019, antes de que llegara la divina sorpresa de un nuevo coronavirus. Admitamos que frente al titán que estaba irguiéndose, con un número de manifestaciones antigubernamentales que crecían exponencialmente, con toda esa juventud que comenzaba a protestar en todo el planeta por tener que crecer en un mundo hecho de sequías, canículas, desocupación masiva, start-up idiotas, enlentecimiento de la Gulf Stream, intoxicación de todo y de muerte de los océanos, el antiterrorismo ya no era de mucho socorro, como chapa de plomo. Era necesario un instrumento nuevo, capaz de congelar definitivamente todas esas odiosas manifestaciones de masa. Como se vio, el nuevo instrumento no carecía de vínculos con el viejo. Y como muy bien lo explica Peter Daszak, el presidente de la ONG ecologista nuevayorquesa EcoHealth Alliance- un curioso ecologista, que no le hace ascos a citar a Donald Rumsfeld, para una original ONG, en la que tampoco se desdeña colaborar con los programas de biodefensa del Pentágono – en el New York Times, “las pandemias son como los ataques terroristas: sabemos bastante bien de dónde provienen y quién es responsable, pero no sabemos exactamente cuándo tendrá lugar la siguiente. Deben ser tratadas del mismo modo –identificando todas las fuentes posibles y desmantelándolas antes de que la siguiente pandemia golpee”.

Lo sabroso del asunto es que este hombre que persigue las amenazas zoonóticas “naturales” como otros persiguen la “amenaza terrorista” es también quien escribió e hizo que firmaran veintisiete científicos de renombre en el Lancet del 19 de febrero de 2020 la famosa carta que estatuía marcialmente: “Somos solidarios para condenar firmemente las teorías de la conspiración que sugieren que el Covid-19 no tiene un origen natural […] y concluimos masivamente que ese coronavirus tiene como origen la vida salvaje. […] Las teorías de la conspiración no hacen más que crear miedo, rumores y daños que ponen en peligro nuestra colaboración global para luchar contra ese virus”. Es lo que se dice tomar la delantera.

¡Qué decepción tuvieron los firmantes cuando se enteraron poco después de que la ONG de Peter Daszak estaba en realidad millonariamente financiada por el National Institute of Health estadounidense y el National Institute of Allergy and Infectious Diseases del doctor Fauci para llevar adelante experiencias con el coronavirus del murciélago en el Instituto de Virología de Wuhan! Con experiencias tan inocentes como injertar una proteína Spike en la estructura de base de un virus SARS -CoV para observar el efecto patogénico en los pulmones de ratones “humanizados”. Y con cercanías tan anecdóticas como que Peter Daszak hubiera estado publicando durante quince años una veintena de estudios con los científicos del Instituto chino. También es imaginable la decepción de esos científicos firmantes cuando descubrieron en setiembre de 2021, gracias a una misteriosa filtración, el pedido de financiación dirigido en 2018 a la DARPA por el EcoHealth Alliance, para llevar adelante en el laboratorio P4 de Wuhan un experimento de ganancia de función que consistía en insertar en la proteína Spike de un coronavirus del tipo SARS un sitio de clivaje de la furrina que permitía aumentar considerablemente su contagiosidad en los seres humanos –ese mismo sitio de clivaje que intriga tanto a los investigadores que estudian el SARS – CoV2, puesto que ningún virus de su familia, los sarbecovirus, lo posee. Ese programa de investigación tenía bien puesto su nombre “Proyecto DEFUSE” (proyecto Desactivar). La elección del Instituto de Wuhan no carecía de oportunidad, puesto que su viróloga en jefe, una buena amiga de Peter Daszak, está asociada a uno de los principales consejeros en bioterrorismo del ejército popular de China. Solo podemos lamentar que éste último haya hecho desaparecer, ya en setiembre de 2019, la base de datos que repertoriaba el conjunto de virus en los que trabaja el Instituto de Wuhan. En esas condiciones, era sin dudas imperativo que Peter Daszak integrara la comisión de la revista Lancet sobre el origen del Sars-Cov2, tanto como la de la OMS enviada a China para indagar sobre el asunto, comisión que había de concluir que “la teoría de la fuga de laboratorio [era] altamente improbable”.

Después de todo, Allen Dulles terminó por ser nombrado en la comisión Warren sobre el asesinato de John Kennedy, y fue a una comisión Rockefeller que se le encomendó, en 1975, el cuidado de investigar la masa de “actividades ilegales” de la CIA en los Estados Unidos en los años 1960, luego de una penosa serie de revelaciones. […]

Peter Daszak puede legítimamente postular para el título del hombre más turbio de esta época.

A fines de 2019, una crisis masiva de gobernabilidad mundial estaba en curso.

Una ventana histórica se abría.

En Francia, el aplastamiento bestial de los Chalecos Amarillos todavía estaba fresco en todas las personas y la policía era detestada casi tanto como el régimen que había defendido sádicamente.

La posibilidad de dejar el trillo de un futuro jodido atraía a pueblos enteros.

Era necesario intentar algo. Era necesario tomar la iniciativa, costara lo que costara

Para quienes una bifurcación así significaría la pérdida intentaron reemplazarla por una maquinación, con la finalidad de permanecer en el trillo de su apocalipsis rentable.

Declararon clausurados los posibles y quisieron invertir el signo de la ruptura histórica en curso, volcando la apertura revolucionaria en intensificación vertiginosa de su dominio.  

Al ser inevitable una conmoción, intentaron que fuera la de ellos.

Lo que cualquier potencia que tuviera interés en el mantenimiento del orden mundial podía esperar de la declaración estruendosa de una pandemia era:

-el recubrimiento brutal de un crescendo histórico por una peripecia “natural”;

-una restauración de todas las autoridades –policía, ciencia, medios de comunicación, empresas, Estado;

-la sustitución de la desconfianza hacia aquellos que gobiernan por la de cada quien hacia todos los demás;

-el aislamiento de los seres en su “bula social” y la imposibilidad subsecuente de cualquier toma en masa

-la desrealización de toda la historia pasada ante la angustia telecomandada del momento;

-el efecto de tunnelling asociado al miedo y a la escasez, en donde todo lo que no incumba la sobrevivencia inmediata se borra – los psicólogos de Harvard estudiaron bien el asunto;

-el pánico que cambia en lujo el hecho de seguir razonando, y en provocación el de demostrar un poco de distancia;

-una ruptura en el hilo de la historia que estaba haciéndose y una ruptura con toda la historia anterior.

A pesar de la persistencia de las revueltas hasta el corazón de Washington durante los motines por George Floyd, hay que admitir que, en un primer momento, obtuvieron esos efectos más allá de cualquier esperanza.

No se habían estado preparando en vano.

Solo que, de la “sociedad abierta” de los neoliberales, ya ni siquiera la tierra quiere más.

La apuesta de la estabilización por la aceleración es un bluf en una partida floja. 

La guerra fría nunca tuvo fin

1. El gran despertar. 2. La prolongada Guerra fría. 3. MK Ultra for ever. 4. Teoría del confinamiento.

[…]

Nuestro delito, en verdad, es intentar comprender el mundo en el que vivimos, y tener el tupé de hacerlo en nuestros propios términoscon nuestros propios medios y, cosa imperdonable, partiendo de nosotros mismos.

“Puede discutirse de todo, salvo de las cifras”, dice el gobierno presentando una estadística mentirosa. 

“Es necesario, en el país de la Ilustración y de Pasteur, que se termine con esas especies de debates permanentes sobre los hechos o la verdad científica”, se impacienta un presidente manifiestamente poco entusiasta de antropología de las ciencias.

Los antropólogos de las ciencias, quienes pasaron cuarenta años “discutiendo las indiscutibles ciencias” empezando por la política de Pasteur, prefieren callarse, con un silencio atómico. Miran para otro lado y disertan sobre ecología. Esta es la medida de su valor personal.

Gustan de burlarse de nuestro llamado a hacer su propia investigación. Particularmente en Francia, donde no cae bien entregarse a investigaciones “personales”. Ni siquiera autorizarse por su propia experiencia, salvo que sea para lamentarla. Y en donde, de todos modos, tenerse confianza es un vicio social bien repertoriado. 

Los conspiracionistas, se dice burlándose, se contentan con buscar en internet: ni siquiera se los ve en las bibliotecas universitarias. Hay que decir que, salvo excepciones preciadísimas, los universitarios no parecen muy apurados por contribuir con la inteligencia de los diferentes aspectos del momento. Sea que el espectáculo de sus colegas disidentes linchados como ejemplo los llenó de terror, sea que de tanta especialización competitiva, de tanto saber sobre apenas algo, su ciencia perdió cualquier uso posible.

Pero lo más gracioso es que a pesar de todo los “servicios” se meten. He aquí al FBI, al Verfassungsschutz, la DIGOS o la DGSI que se lanzan tras de nosotros: será que algunos de nosotros vieron grietas en el storytelling oficial, que otros se irritaron con que tan abiertamente los tomaran por imbéciles, otros se aprestarían a sacar las conclusiones prácticas de lo que todo el mundo sabe, de lo que figura en todos los informes del Grupo de Expertos Intergubernamentales sobre la Evolución del Clima (GIEC): que este mundo va al abismo. Contra inocentes proyectos de viviendas colectivas en el campo, se lanza el tipo de cábalas mediáticas con embargo de fondos, que antes se reservaba para amenazas bastante más subversivas. Se hace desaparecer discretamente de la Web los contenidos demasiado poco conformes o demasiado virales. Una nadita parece amenazar la seguridad pública, en lo sucesivo. Nunca fue necesario tan poco para ser considerado un cuasi terrorista.

La lógica hoy parece figurar entre los delitos. No plegarse ante los remedios de una civilización que visiblemente nos enferma, cuando no es que inventa las enfermedades. Negarse a tragar la última engañifa de un “crecimiento verde”, que se comercializa bajo las mismas marcas que hasta ahora saquearon todo. Negarse a estar en paz con la existencia de Monsanto, porque cada quien entendió que nunca habrá alternativa a Monsanto en tanto haya Monsanto. Negarse a ser arrastrado, entre dos aperitivos y una raya de coca, por la oleada suicidaría de esta civilización. No esperar nada más de la masa ensañada de los adeptos del Gran Sueño. En resumen: tomarse en serio el hecho de estar en el mundo, vivo, aquí y ahora, y partir de esto. He aquí lo que de entrada lo califica a uno como conspiracionista-sobrevivista-místico-sectario-de extrema derecha. Sin tardanza, se reclama abrir un sumario. Por momentos, nos viene la sospecha de que toda esta empresa de espanto planetario planificado en torno del Covid apunta en primer lugar a un inmenso desarreglo del instinto de sobrevivencia en el momento mismo en el que éste se despierta, y en el momento en que todo indica que es urgente dejar el navío, detener su carrera por todos los medios necesarios.

2. - Este mundo está en guerra, pero con una guerra fría. Por esto, siempre puede ser negada. La guerra fría no tiene que ver con el enfrentamiento inmóvil de dos bloques –ayer, el bloque occidental frente a Rusia y China; hoy, el bloque occidental frente a China y Rusia. Tiene que ver con la congelación de las posibilidades históricas, con el acerrojamiento de la situación. La guerra fría comenzó mucho antes de que Walter Lippmann popularizara la noción en 1947. La invención de la sociedad de consumo en Estados Unidos en 1920 ya era una respuesta al desafío político de la revolución rusa, así como el management científico de Taylor era, una generación antes, una respuesta imperiosa a la insubordinación obrera que crecía. Un publicista de los años 1920 alardeaba al borde del abismo en 1929: “Las grandes empresas ofrecen a Estados Unidos lo que los socialistas se habían dado como meta: que todo el mundo fuera alimentado, alojado y vestido”. En marzo de 1944, en Los Álamos, el director del proyecto Manhattan no le ocultaba al físico Joseph Rotblat que el desarrollo de la bomba atómica no apuntaba contra los alemanes ni contra los japoneses, sino a hacerse respetar por los soviéticos. En 1946, Charles Wilson, presidente de General Electric, vicepresidente del Bureau de la producción de guerra y futuro consejero del presidente Eisenhower declaraba: “Los problemas de Estados Unidos pueden resumirse en dos palabras: en el exterior, Rusia, en el interior, el trabajo”. No puede decirse que esos dos problemas hayan sido resueltos, puesto que una desapareció y el otro está en vías, el menos en este gran hospicio en que Occidente tiende a convertirse. Cuando estalla la guerra de Corea, en 1950, “la invasión es presentada como la prueba establecida de la existencia de una “conspiración comunista internacional” llevada adelante por Rusia, lo que será la consigna de la guerra fría y de la necesidad de una preparedness permanente. “Corea llegó y nos salvó”, debía recordar más tarde Dean Acheson, hablando para los halcones” (Forces of Production, David F. Noble, 1984).

Quien crea que la guerra fría terminó solo tiene que hojear uno de los últimos informes del “Innovation Hub” de la OTAN intitulado “El sexto campo de operaciones de la OTAN” y publicado en enero de 2021. Por cierto, con las doctrinas contra insurreccionales, la guerra moderna cesó de ser estrictamente militar para darse metas esencialmente políticas y medios esencialmente civiles Volviéndose totalla guerra se volvió psicológica. En 1945, Eisenhower lo reivindicaba: “La guerra psicológica demostró su derecho a un lugar digno en nuestro arsenal militar”. Pero este documento de la OTAN presenta una especie de “progreso”: en la forma –el recurso a la ficción de anticipación como nueva norma en la empresa de colonización de los imaginarios por los ejércitos-, como en el fondo –proponer que se adopte el plano “cognitivo” no como teatro de operaciones suplementario que se agrega a la tierra, el mar, el aire, el espacio del cyberespacio, sino como dimensión transversal que unifica todos esos campos. 

[…]

3. - Fort Detrick antes de ser el centro del programa de armas bioquímicas estadounidenses y por lo tanto de experimentos con los virus, fue en los años 1950 la sede del proyecto MK-Ultra. El proyecto MK-Ultra sigue siendo en la historia contemporánea el punto culminante de la desinhibición autorizada por la guerra fría. El punto en que una época, ebria de su causa, deja entrever su verdadero rostro. Tal vez sea así porque es uno de los pocos, en medio de tantos otros proyectos secretos de la CIA, del que finalmente se filtraron algunas informaciones. La mecánica de la desinhibición es trivial: alcanza por ejemplo con prestar al enemigo –para el caso “comunista”- métodos infernales –para el caso tortura y lavado de cerebro, con el fin de autorizarse a hacer lo mismo, “por la buena causa”, evidentemente. Hay ahí una especie de mecanismo antropológico del que la modernidad luce particularmente golosa. Allen Dulles, entonces director de la CIA, expone su lógica en un discurso de abril de 1953 a los egresados de Princeton: “¿Acaso nos damos cuenta de cuán siniestra se volvió la batalla por los espíritus de los hombres? […] Podría llamársela la “guerra del cerebro”. El blanco de esta guerra es el espíritu de los hombres en base individual tanto como colectiva. Su meta es condicionar el espíritu hasta que no reaccione más a partir de su voluntad libre o de una base racional, sino como una respuesta a impulsiones implantadas desde fuera. […]  El espíritu humano es el más delicado de los instrumentos. Está tan finamente ajustado, es tan sensible a las influencias exteriores, que se revela maleable entre las manos de hombres siniestros. Los Soviets utilizan hoy esta perversión del cerebro como una de sus principales armas afín de proseguir la guerra fría. Ciertas de sus técnicas son tan sutiles y repugnan tanto a nuestro way of life que retrocedimos antes que afrontarlas.” 

Tres días después, daba su autorización al proyecto de investigación ultrasensible MK-Ultra cuyo objeto era justamente avanzar por la vía del mind control.

Todo el pathos humanista de Allen Dulles por supuesto es ficticio. En 1953 ya hacía una buena decena de años que los servicios estadounidenses tenían bases de interrogatorio y de tortura en los cuatro rincones del mundo en los que sacrificaban gustosos a su estudio de la “ciencia del hombre” a los prisioneros considerados como expandables, es decir “consumibles” –a quienes se puede matar, a fuerza de tóxicos, de privaciones o de atrocidades originales. Así, se rompieron todos para blanquear y reclutar a Kurt Blome y Shiro Ishii –los responsables de experimentaciones en los campos nazis y japoneses sobre los efectos del ántrax, del botulismo, de la peste, del cólera, de la disentería, de la viruela o de la fiebre tifoidea. Acto seguido, se reclutarán otros setecientos científicos, ingenieros y agentes nazis con visas y biografías falsificadas servidas en bandeja. Es la operación Paperclip. La memorable red Gehlen de información sobre el Este, pasó sin transición del servicio del Reich al de Estados Unidos, al igual que un tal Klaus Barbie. El maestro de interrogatorios de la Luftwaffe fue a enseñar su noble arte a sus congéneres estadounidenses en cuanto se instaló en California en donde terminó confeccionando mosaicos psicodélicos. Claro que se le debía todo esto a la “segurida nacional”. En 1949 apenas seis años antes de que Hofmann sintetizara el LSD en Suiza en los laboratorios de Sandoz, un científico del Chemical Corps del ejército estadounidense sugirió su empleo ofensivo en un informe, “La guerra psicoquímica: un nuevo concepto de guerra”. En 1953, en lo que todavía solo es Camp Detrick, los científicos del “Servicio Técnico” de la CIA ya trabajan desde hace varios años en la guerra bioquímica y las armas bacteriológicas. Experimentan todo tipo de armas innovadoras y de maneras igualmente innovadoras de administrarlas. MK-Ultra por lo tanto continúa el proyecto Artichoke, el proyecto Bluebird; es lindero de MK-Naomi –programas todos estos que implican experiencias de tortura hasta la muerte y el envenenamiento. Si el proyecto MK-Ultra siguió siendo legendario es por la certeza cabezona de su patrón, Sidney Gottlieb, de que podría hacer del LSD un suero de la verdad. No retrocederá ante ningún “gasto” en la materia. Hará que se administren durante semanas dosis masivas y cotidianas a detenidos por delitos comunes. Estudiantes, pacientes de hospitales psiquiátricos e incluso un miembro del proyecto utilizados como cobayos, nunca bajaron del viaje o murieron. La CIA se dotó de burdeles en Nueva York y en San Francisco en los que se administraba LSD a los clientes, sin que lo supieran, para observar tras un espejo sin azogue, si  los caballeros se ponían súbitamente más charlatanes con las damas. MK-Ultra fue también para enfermos que iban a consultar por depresión y terminaban como vegetales de tanto electroshocks propinados por psiquiatras fanatizados. Querían ver si podía borrarse una personalidad para instalar una nueva. 

Fue también el ensayo de la privación sensorial y de la hipnosis para hacer hablar a los prisioneros. O el fracaso del envenenamiento de Patrice Lumumba en el Zaire, por haberlo masacrado antes los belgas.

No se encontró el suero de la verdad. Solo se logró propagar el ácido en la contracultura.

Pero lo más original, en el proyecto MK-Ultra por cierto es haber instalado en 1954 una fundación –pantalla –la Society for the Investigation of Human Ecology– para “comprender el comportamiento humano”. Semejante ambición requiere investigaciones multidisciplinarias: de medicina, antropología, psicología, biología, sociología, dinámica de grupos, comunicación, incluso informáticas –toda una ecología, en suma. Exige reunir un puzzle de saberes de los que ningún espíritu puede asegurar la síntesis. Y adjuntarse un conjunto de investigadores que podrían no querer trabajar con la CIA. Será entonces la obra de la fundación suscitar las tesis sobre los temas deseados, financiarlas discretamente y discretamente explotarlas. ¡Lo que hay que hacer para contribuir al avance de la “ciencia del hombre”! Con Harold Wolff a su cabeza, un neurólogo de renombre, autoridad en las investigaciones sobre “el estrés, la migraña y los mecanismos del dolor” –sí, así como suena- , con la colaboración en su gabinete consultivo de la estrella de la antropología Margaret Mead y en guisa de beneficiarios el sociólogo Erving Goffman o el comportamentalista F. F. Skinner, la Society por the Investigation of Human Ecology se construyó una sólida reputación y una insospechable leyenda. En total, a comienzos de los años 1960, entre un tercio y una mitad de las tesis no financiadas por las tres grandes fundaciones estadounidenses –Ford, Rockefeller y Carnegie- fueron financiadas bajo cobertura por la CIA, siendo que esas fundaciones nunca tuvieron escrúpulos, por decir lo mínimo, para colaborar con la CIA.

Del proyecto MK-Ultra nos queda una especie de síntesis teórica y práctica, el KUBARK, la guía de tortura “psy” de la CIA, terminada en 1963 pero todavía de utilidad en Guantánamo.

Concentra lo que la CIA comprendió sobre el “comportamiento humano”, y las maneras de volverse su amo. 

Los progresos del mind control no cesaron desde entonces. Si fue un fracaso, fue un fracaso abierto al porvenir

4. - En marzo de 2020, no se nos impuso una cuarentena; se nos infligió un   confinamiento.

La diferencia es de tamaño y de registro.

El confinamiento es, en Francia, la doctrina oficial de gestión de los accidentes nucleares mayores. Si la radioactividad se desconfina excesivamente en el corazón de un reactor, corresponde a los humanos encerrarse en sus casas. No por preocupación “sanitaria”: uno sospecha que los ingenieros de X-Mines que hacen pesar sobre sus semejantes el peligro atómico tienen otras preocupaciones que no son el bienestar de sus conciudadanos. Sin sorpresa, uno se entera en un informe de 2007 escrito por un experto del Instituto de Radioprotección y de seguridad nuclear que “la primera víctima del accidente nuclear es la economía francesa”. La meta del confinamiento, también ahí, es prevenir los efectos de pánico general y de mantener el control de la población, de preservar el manejo del sistema. El nuclear, convengamos, es de esas cosas en las que uno prefiere no pensar. De otro modo se para todo. 

[…]

El confinamiento es el proyecto de sociedad que los amos del presente concibieron para su ventaja. Así, no nos sorprenderá encontrar en un libro sobre la energía nuclear aparecido en el verano septentrional de 2019 un capítulo titulado “La sociedad del confinamiento”.

Junto con las industrias químicas y de los hidrocarburos, de la biología, pero también de la construcción o incluso del automóvil, la energía nuclear contribuyó ampliamente a definir e instaurar un régimen disciplinario que constituye una fase avanzada de las prácticas de encierro y de control –una sociedad del confinamiento. Las personas [que viven en ella] experimentan un tipo particular de aislamiento: los espacios “exteriores” que atraviesan tienden a devenir espacios interiores. […]. La fórmula “métro, boulot, dodo” [metro, laburo, nono] quizás fue una primera intuición de esta nueva interioridad continua, porque describe muy bien una circulación entre mundos ciertamente abiertos entre ellos, pero cuyo conjunto forma un universo clausurado sobre sí. Más cerca de nosotros en el tiempo, el open space es, tal como su nombre no lo indica, un ejemplo perfecto de espacialidad cerrada. Su interioridad cerrada es percibida como abierta, mientras permanece confinada en un laberinto de paneles aislantes y de macetas con plantas mezquinas. Dejando el open space y llegando al estacionamiento para subir a su coche o a un ómnibus y volver a casa, ¿en qué momento uno verdaderamente “salió”? […]  Dicho de otro modo, incluso el hecho de desplazarse en el interior de los mundos no logra hacernos olvidar que vivimos en un espacio confinado, sin puertas ni ventanas. Quédese en su casa, respete las órdenes de confinamiento y espere las consignas. […] La meta de la operación consiste en obtener un encierro más completo, que tienda a abolir cualquier relación con la exterioridad, hasta incluso hacer que se olvide la existencia misma de ese allende. La exterioridad no es más bordeada ni siquiera representada, y tiende entonces a volverse distante, borrosa. Esto les viene bastante bien a los industriales, porque mientras todas las personas navegan entre las diferentes esferas normadas del Interior, los depredadores industriales tienen el campo libre “afuera” para organizar ataques y saqueos, dicho de otro modo, para conducir sus proyectos. Militares o civiles, nucleares o químicos, los grandes confinadores en todo caso se pusieron de acuerdo.” (La Parisienne Libérée, Le Nucléaire, c’est fini, 2019).       

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Este tipo de relación consigo, con el mundo y con los otros, este tipo humano es un producto de la guerra fría, del acerrojamiento de todo, de la imposibilidad del conflicto abierto. Fue pensado en todos su entresijos. The Circle Game [Netflix] condensa en sí todas las ciencias comportamentales, cognitivas, económicas y políticas, toda la psicología social, toda la epistemología sofocante de la guerra fría con sus dilemas del prisionero y su teoría de los juegos, su microeconomía y sus agentes que solo conocen las “interacciones estratégicas”, la geopolítica de Thomas Schelling y la racionalidad limitada de Herbert Simon. Solo que lo que pretendía ser un pensamiento realista de las relaciones interetáticas se volvió el cinismo corriente de las relaciones interpersonales. Hace algunos años, una madre estadounidense escribió un libro preconizando el recurso a Macchiavello para “gobernar” a los hijos. No salimos de la guerra fría. No salimos de la época en la que “la gente de Harvard intentaba crear una ciencia social inspirada en la ciencia física, capaz de explicar y de predecir los comportamientos humanos, así como la física había dilucidado los fenómenos atómicos. El proyecto Manhattan los había inspirado y se impacientaban por a su vez probar la “fisión del átomo social”, como Parsons gustaba de decirlo” (Collectif, Quand la raison faillit perdre l’esprit, 2015).

Atrás de Facebook y sus experimentos comportamentalistas in vivo con sus usuarios, se encuentra explícitamente la “física social” de Alex Pentland, digno heredero de ese Skinner que nunca le negaba un consejo a la CIA.  

Atrás de la promesa de Google X, con su Selfish Ledger –su “registro egoísta”-, de darnos la felicidad a condición de que renunciemos a esas tontas ficciones que son la “libertad” y la “vida privada” puesto que gracias a los datos comportamentales infinitos que nos incumben Google nos conoce mejor que nosotros mismos, se encuentra siempre el mismo fantasma maníaco de ingeniería social, la misma guerra a las almas con la que el behaviorismo hizo su cruzada. 

Ningún calentamiento climático hará habitable ese témpano humano.

La propagación de relaciones humanas desastrosas solo es buena para volver deseable el aislamiento. Constituye la mejor propaganda para el confinamiento –el confinamiento no ya como protocolo de urgencia, sino como idea de la felicidad. Como ideal de libertad puramente negativo ante lo importuno del otro. Es desde el corazón de la guerra fría que el padre de la cibernética formuló en los años 1950 la utopía:

La idea sería que la mayoría de las personas pasen su vida en estrechas cajas de acero. Las cuatro paredes serían pantallas de televisión, imágenes estereoscópicas, claro. Las personas podrían transferir su presencia en cualquiera de las células simplemente componiendo un número. Podrían del mismo modo convocar en su habitación a un grupo de amigos. Escucha –se dio vuelta bruscamente como desafiando, hoy uno ya debe disculparse si toca a alguien. Si uno les reproduce en sus propias casas a sus vecinos ¿para qué irían a verlos en la casa de al lado? Su caja sería su castillo.” (Norbert Wiener).

Se describe generalmente los años 1950 como un momento de psicopatología colectiva con su maccarthysmo, su ola de abrigos antiatómicos, sus cibernéticos obsedidos por la entropía, sus amas de casa bajo anfetaminas extasiadas ante lavarropas, el traumatismo del primer satélite ruso en el espacio, Sputnik, en 1957.

Pero ese tipo de fases nunca constituye un paréntesis.

No se borran como vinieron. Forman un estrato sobre el que el mundo continúa edificándose luego de ellas.

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La nuevas invenciones y los nuevos aparatos sirven para mantener, renovar y estabilizar la estructura del orden viejo”. (Lewis Mumford, Technique et civilisation, 1934).

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Es que el mundo mismo se volvió un vasto proyecto Manhattan.

Arrancar el asentimiento a las nuevas biotecnologías vacunatorias era arrancar el asentimiento a nuestro estatuto de cobayo impotente –el asentimiento, así, a la experimentación en tamaño natural de la que somos juguete desde 1945.

Este mundo está sometido en todos sus aspectos a una empresa de ingeniería general cuya última palabra es la guerra.

El engigneor, el ingeniero, ya en el siglo XII era quien concebía para los príncipes fortificaciones y máquinas en vistas de asediar y sitiar.

No terminó con este origen, que siempre debe de perseguirlo, como todo origen verdadero.

Es un signo de los tiempos que sean tantos los ingenieros que hoy intentan desertar.

*Los corchetes -[…]- corresponden a esta traducción en español.
Traducción Alma Bolón


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