16.FEB.24 | PostaPorteña 2393

Manifiesto Conspiracionista (6)

Por Alma Bolón/extramuros

 

(sexta entrega) eXtramuros prosigue, con la traducción propia a cargo de Alma Bolón,  de la publicación de fragmentos de “Manifiesto conspiracionista”, libro de autoría colectiva anónima que “no pertenece a nadie, pertenece al movimiento de disociación social en curso”

Alma Bolón - eXtramuros, 10/02/2024

quinta entrega AQUÍ

 

El nudge es un nudge

 

1. Método del golpe del mundo.

2. Esfuerzos para enloquecer al otro.

3. Dialéctica de la mistificación

1. El golpe de marzo de 2020 en todos lados agarró color local: dolorista-macabro en España, gris-funcional en Alemania, pastoral-histérico en Italia, furiosamente disciplinario y falsamente igualitario en Francia, serenamente desordenado en Grecia, gore-asesino en Filipinas. Era inevitable.

En cuanto a sus métodos, en cambio, fue uniforme. Las mismas maniobras se transparentaban en las mismas fechas en los diferentes países, según los pocos documentos que al día de hoy se filtraron.

En Alemania, el secretario del ministerio del Interior Kerber escribe el 18 de marzo a un manojo de “científicos de referencia”, entre quienes están el jefe del Instituto Robert-Koch y nuestro estimado virólogo Christian Drosten. Les pide auxilio para que redacten a la brevedad un documento que permita justificar “nuevas medidas de naturaleza preventiva y represiva”.

Está en juego “el mantenimiento de la seguridad interna y la estabilidad del orden público en Alemania”.

Nada menos.

El mal debe ser implacable para que los reglamentos también puedan serlo.

Una “plataforma de investigación ad hoc” que junta a científicos y ministerio del Interior se constituye entonces. Nada de las conversaciones debe filtrarse, en ningún caso: “Cero burocracia. Máximo coraje”, se entusiasma Kerber. Afortunadamente para nosotros, alguien tuvo el coraje de difundir los intercambios.

Siempre lírico, el secretario se atreve a comparar su pequeño complot con la misión Apolo 13 hacia la Luna en 1970. Como consecuencia de disfuncionamientos en serie, la NASA había estado a milímetros de nunca más ver vivos a sus astronautas. “Una tarea muy difícil, pero que concluye bien gracias a una máxima colaboración.”

Los investigadores ponen manos a la obra.

La colaboración en efecto es máxima.

Cuatro días más tarde, el preciado estudio científico, oportunamente estampillado “secret-defense”, cae entre las manos de la prensa. Una inexplicable indiscreción. Anuncia, apoyado en una modelización, un millón de muertos por venir, si las medidas más enérgicas no se toman inmediatamente. El Instituto Robert-Koch inventa una tasa de letalidad doble de la que entonces se observa. El efecto buscado de deflagración mediática es instantáneo. Por fin se había hecho nacer en el espíritu de los alemanes las buenas imágenes: “Cantidades de enfermos en grave estado son llevados al hospital por sus familiares, pero son devueltos a sus hogares y mueren asfixiados en atroces sufrimientos.”

Podría alegarse que científicos ingenuos cedieron a una exhortación apremiante de las autoridades bien intencionadas. Pero no. Es uno de los científicos, cuyo nombre desafortunadamente aparece tachado en la correspondencia publicada, quien divaga sobre los mejores métodos para suscitar “el miedo y el rebañismo en la población”. Y que preconiza: “Es necesario contener el sentimiento de impotencia difuso con la sensación de un intervencionismo estatal musculoso”.

El poder médico, semejante en esto al político, es poder de inquietar mucho más que de prometer. El mismo sentimiento de amenaza ordena entregarse a los todopoderosos para el conocimiento fisiológico de uno, tanto como de la potencia de actuar. Todas las autoridades están indexadas unas en otras. Y en sordina todas están coaligadas contra la misma reticencia popular, la misma indocilidad plebeya, el mismo movimiento centrífugo, instintivo y mudo de sustracción, que las vuelve locas. Los guiones de catástrofe valen un inmediato suplemento de poder al doctor en medicina tanto como al policía. A uno le interesa que el ciudadano sea paciente, al otro que el paciente sea ciudadano. Un sujeto convenientemente infantilizado no se sorprenderá, después, de llevarse porrazos. Lloriqueará e irá a encerrarse en su cuarto.

El mismo día de la revelación del estudio alemán, el 22 de marzo de 2020, un órgano consultivo del gobierno británico, el “Grupo científico independiente “pandemia gripal” sobre los comportamientos” (el SPI-B) dependiente del “Grupo del Consejo Científico sobre las situaciones de urgencia” (SAGE) comunica a las autoridades un informa titulado “Opciones para acrecentar la adhesión a las medidas de distanciación social”. Con la constitución en 2010 del Behavorial Insight Team (BIT), el ejecutivo británico luce como pionero europeo en materia de aplicación de las “ciencias comportamentales” a las políticas públicas. El futuro premio Nobel de economía Richard Thaler, autor en 2008 con Cass Sunstein del manifiesto de la economía comportamental Nudge, apadrinó personalmente el nacimiento del BIT. El informe del SPI-B apunta a cierto número de carencias y sugiere los remedios correspondientes. Primero, “un número importante de individuos no se siente bastante amenazado personalmente  […] El nivel percibido de amenaza personal debe aumentar entre quienes se muestran renuentes, utilizándose mensajes emocionales que golpeen duro.  […] Estos mensajes deben subrayar y explicar el deber de proteger a los otros. […] Las estrategias de comunicación deben procurar la aprobación social de los comportamientos requeridos y promover la aprobación social en el interior de la comunidad. […] La experiencia británica en materia de aplicación de la obligación de usar el cinturón de seguridad sugiere que con la preparación adecuada, pueden hacerse rápidos cambios. Algunos países introdujeron el aislamiento obligatorio a gran escala sin que se produjeran perturbaciones públicas de importancia. […] La desaprobación social de su comunidad puede jugar un papel importante en la prevención de los comportamientos antisociales o en la disuasión de las infracciones a los comportamientos prosociales. […] Existen nueve grandes maneras de lograr un cambio de comportamiento: educación, persuasión, incitación, coerción, habilitación, formación, restricción, reestructuración ambiental y modelización”. Siguen a esto todo tipo de consejos prácticos que fueron tan bien aplicados que, diez días después de la entrega de este informe, las calles del país estaban cubiertas de los mensajes sugeridos. “Quédese en su casa. Salve vidas”, “El coronavirus puede tenerlo todo el mundo, todo el mundo puede contagiarlo”, etc. A mitad de abril de 2020, el gobierno y la prensa mancomunados lanzaban una campaña esquizofrénica: “Todos dentro, todos juntos”. Fuera cual fuera el periódico, venía envuelto con la misma faja que ordenaba. “Quédese en su casa por el hospital público, por su familia, por sus vecinos, por su nación, por el mundo y por la vida misma”.

El 20 de marzo de 2020 tuvo lugar en Francia la primera telereunión del equipo “Ciencias comportamentales” de la Dirección interministerial de la transformación pública, -la administración encargada de poner a la administración “en modo start-up” – con la Nudge Unit de BVA, una agencia de publicidad en cuasi bancarrota, animada por Eric Singler –un gurú de la comunicación que cree saber que “los humanos no son racionales” o que “la investigación probó que el hombre tiende naturalmente a conformarse con la norma”. Los gobernantes franceses, con su característica mezcla de fatuidad y de rebañismo angustiado, esperaron a 2018 para convertirse a las “ciencias comportamentales”. Diez años antes, Barack Obama –un tipo bastante dual, a su manera- -recurría masivamente a éstas para su campaña y de paso las instalaba, en la persona de Cass Sunstein, en la Casa Blanca. El fino equipo que se reúne a distancia cuatro días después del patético “Llamado a los franceses” del presidente Macron –“Estamos en guerra […] El enemigo está ahí, invisible, inasible, avanzando. Y esto requiere nuestra movilización general”- hará que el nudge francés pase, según Singler, “de un estadio exploratorio a un estadio industrial”.

En efecto, nada se nos ahorrará: ni los SMS del gobierno, ni la contabilización cotidiana de los muertos “para que se haga carne la idea del peligro para uno y para los familiares”, ni las metáforas grotescas –primera, segunda o tercera líneas-, ni las autocertificaciones ubuescas diseñadas para que fueran tan impenetrables que uno renunciara a llenarlas y por lo tanto a salir de su casa, ni los neologismos-trampa tales como “gestos barrera” o la distinción entre “presencial” y “distancial” –que anticipa, por la equivalencia que sugiere, la puesta en el tacho de basura de profesiones completas, empezando por ese irritante cuerpo profesoral no obstante tan disciplinado-, ni la cartelería idiota, digna del jardín de infantes, que súbitamente invadió el espacio público, ascensores, trenes, andenes y supermercados, ni los sermones radiales de los editorialistas del servicio público que machacaban que “las contaminaciones solo resultan de nuestros comportamientos individuales y colectivos”, de una “suma de imprudencias”, y de la “flojera de los franceses”.

Es Ismaël Émelien, un ex empleado de la agencia publicitaria Havas quien sugirió recurrir a la Nudge Unit de BVA. Un hombre pues que pasó por ser el “cerebro” del presidente hasta el día en que abrió la boca en público. Contra los espíritus quejosos, el hombre defiende su intercesión con filosofía: “Es un debate teórico. En realidad, todo es manipulación.”

2.  La noción de nudge, de “método suave para inspirar la buena decisión”, es en sí misma un inmenso nudge.

Un cazabobos.

[…]

Los programas políticos en forma de oxímoron son otros tantos llamados para convertirse y permanecer en servidumbre. La reivindicación por Richard Thaler y Cass Sunstein de un “paternalismo libertariano” no es una excepción: “Es legítimo influir, como intentan hacerlo los arquitectos del optar, el comportamiento de las personas con el fin de ayudarlos a vivir más longevos, mejor y con mejor salud. Dicho de otro modo, deseamos que las instituciones públicas y privadas deliberadamente se esfuercen en conducir a los individuos hacia decisiones susceptibles de mejorar su calidad de vida”. (Richard Thaler y Cass Sunstein, Nudge, 2008)

Toda esta buena voluntad para obrar por el bien bajo la égida del “llorado Milton Friedman”, como se refieren nuestros autores de izquierda, solo engaña a los periodistas. Solamente testimonia de que el mundo “liberal” no logra mantenerse más que por la negación de todos los principios a partir de los que históricamente se construyó: la libertad de expresión, la autonomía individual, el respeto por la persona humana, el rechazo del paternalismo.

La economía política clásica partía de una antropología agustiniana –la humanidad es prisionera de sus miserables deseos, de su amor propio, de su vanidad y de sus infinitas ignominias... Luego prometía liberar a los seres humanos de la arbitrariedad de sus pasiones terrestres sujetándolas a sus intereses materiales y a su racionalidad supuesta. Tal vez así el gusano humano daría a Dios el espectáculo exterior de cierta regularidad, la ilusión de una posible bondad. Nuestros nuevos economistas alegan sus conocimientos en “psicología” y en “ciencias cognitivas” para, dicen, terminar con la ficción del Homo economicus. En realidad, Homo sapiens no es racional. Nos equivocamos. Ni siquiera sabe calcular. Solo sabe seguir –a los otros, sus antojos, sus hormonas. Es un “simple mortal” y no un “econo/ícono”. Nunca sigue espontáneamente a su “yo planificador, volcado hacia el porvenir, que tiene buenas intenciones y se preocupa por el futuro”, sino más bien a su “yo hacedor, de carácter desenvuelto y que vive en presente” (Richard Thaler, MisbehavingLes découvertes de l’économie comportementale, 2015). Es así como nuestros nuevos economistas reinventan el agua tibia reiterando el gesto inicial de la economía política. Como sus ancestros, pretenden producir la salvación aparente de sus semejantes haciendo palanca en su naturaleza asqueante. La única novedad es que nuestros aprendices tecnócratas instalaron sus oficinas debordantes de empatía en los pisos altos y se resignaron a ver hormiguear abajo la masa humana –esta masa que solo merece que se utilicen sus sesgos cognitivos contra sus sesgos cognitivos, que se le cuente cualquier cosa puesto que piensa cualquier cosa y que se la manipule, con total buena conciencia, “por su bien”. Cada vez que dicen “el hombre es así” hay que entender “es así como lo volveremos”. Solamente el desparpajo de esta ingeniería social presenta alguna novedad, aunque los neoliberales nunca hayan estado exentos. Marca el ascenso a las responsabilidades de una nueva generación de cínicos desacomplejados. Para ellos, “los principios siempre estarán ahí, como lo estuvieron en el pasado, puesto que parece que las personas no pueden prescindir de ellos, pero solo existirán para ser invocados en teoría y violados en la práctica”. (Marcel Bourgeios, Les Yeux pour pleurer50 ans chez les patrons, 2019) Cass Sunstein no pudo evitar burlarse, al comienzo de la “pandemia”, del pavor irracional que el virus suscitaba entre los “simples mortales”, para, seis meses después, tomar la dirección del grupo de la OMS encargado de aconsejar a la Organización sobre los mejores medios de vencer la reticencia a la vacunación mientras se perennizaban los “gestos barrera”. Y esto es perfectamente lógico, desde su posición.

Además del nudge, las “ciencias comportamentales” solo son la enésima y penosa recuperación, con embalaje reacondicionado, de las viejas experiencias de psicología social de la guerra fría.

Les alcanzó con pasarles un rápido barniz de neurociencias, de neuronas-espejo y otras hipótesis del social brain -la hipótesis de que la complejidad del cerebro humano y de sus mecanismos se explica par el carácter gregario de la especie y la complejidad de las interacciones sociales. En noviembre de 2008, la primera Social Brain Conference reunía en Barcelona a políticos, biólogos, neurólogos y otros especialistas de las ciencias cognitivas. Disertaban sobre temas tan variados como “De la animosidad a la empatía: los estudios de neuro-imaginería en la construcción de bloques de justicia” o “Los marcadores genéticos de los buenos y de los malos cooperadores: un enfoque biológico de la justicia en los intercambios económicos”. La fe en que las “neuro-ciencias sociales” finalmente van a entregar las “llaves del comportamiento humano” no agrega nada, en substancia, al axioma de la psicología social que Gordon Allport tomaba prestado, en un epígrafe de 1954, al historiador Vico: “El gobierno debe conformarse en la naturaleza de los hombres que gobierna.” Y para esto, hay que estudiar al bicho. En virtud de este axioma, entre los años 1940 y 1980, se condujeron tantísimas experiencias redundantes sobre la conducta humana –aunque tal vez habría que decir “sobre la conducta estadounidense”, ya que casi todas tuvieron lugar en Estados Unidos. Son estas antiguallas las que las “ciencias comportamentales” presentan como sus logros más recientes.

Eric Singler, con sus trivialidades sobre el conformismo humano, no hace más que repetir la famosa experiencia de Solomon Asch de 1951.

[…]

Todos los pequeños gestos cotidianos, tan chistosos, con los que se pretendió que manifestáramos nuestra participación en la “guerra contra el virus” solo servían para que adhiriéramos a las medidas exorbitantes de restricción de las libertades –y esto en virtud del “efecto de congelamiento” teorizado en 1947 por Kurt Lewin.

La disposición a hacer lo que se nos ordena, aunque signifique conducirse de manera perfectamente inhumana en tanto fuese un personaje de túnica blanca quien nos incitase– ya era el objeto de la famosa experiencia de “sumisión a la autoridad” de Stanley Milgram en 1961. Desde 2020, la comunicación gubernamental aprovechó todas sus posibilidades.

Las imágenes de los transeúntes cayendo secos por el coronavirus en las calles de Wuhan en enero de 2020 o las de los agonizantes en los corredores de los hospitales explícitamente explotaron el “efecto de anclaje” surgido de las investigaciones en los años 1970 de los psicólogos Amos Tversky y Daniel Kaheneman, para siempre asociados a la “programación neurolingüística” de Richard Bandler y John Grinder.

[…]

Los testimonios mediatizados de las celebridades que narraban su vacunación apuntaban a explotar el “efecto de halo” identificado por Nisbett y Wilson en 1977.

[…]

La campaña mundial de vacunación general no se corresponde con ninguna racionalidad médica. Las “vacunas” dominantes son más nefastas que el virus para la mayoría de las personas, y no inmunizan contra la enfermedad como tal. Incluso favorecen la eclosión de variantes más virulentas. En resumen: solo satisfacen la pasión de experimentar con nuevos chiches a escala planetaria, y la rapacidad de quienes las venden.

[…]

La hipótesis antropológica de Kiesler y de toda la psicología social es que los humanos no actúan en función de lo que piensan y dicen. Su conciencia y su discurso sirven solo para justificar a posteriori los actos que ya realizaron. […] Para el psicólogo social, la persona que irracionalmente consintió que le inyectaran, tenderá a justificar toda la propaganda que la condujo hasta ahí. Para adherir a su gesto, adherirá al orden político que la empujó. El “sesgo de confirmación”, que pretende que cada uno selecciona las informaciones que le dan la razón, hará el resto.

La irracionalidad de las medidas impuestas desde marzo de 2020 tiene su propia lógica.

La imposibilidad ya establecida de cualquier discusión argumentada sobre el curso de los acontecimientos es por sí misma una política.

Una política fundada en la psicología social.

Quien se somete a una norma tan carente de fundamento como el uso del tapaboca en el exterior tendrá tendencia a aceptar, a continuación, todos los otros cambios de normas, bastante menos anodinos.

[…]

“Cambiar los comportamientos” es la idea fija de un mundo en que todo indica que es ese mundo lo que hay que cambiar.

Este ritornelo nada tiene de nuevo.

“Vencer la resistencia al cambio” era el título de un artículo del movimiento estadounidense de las “relaciones humanas” en 1948.

En aquella época, esto consistía en procurarles a los obreros la sensación, evidentemente ilusoria, de estar participando en la elección de sus condiciones de trabajo con el fin de aumentar su productividad.

[…]

Milton Erikson fue amigo de Gergory Bateson hasta su muerte. Se volvieron a encontrar en 1942, cuando los dos trabajaban para los servicios de inteligencia estadounidenses. Esta “técnica de la confusión” (destinada a trastornar las expectativas y las reacciones condicionadas de las personas interrogadas) es una de las fuentes de la mítica teoría de la esquizofrenia de Bateson –la esquizofrenia como manera de encontrar una salida a una situación insoportable de double bind a la que el sujeto, sometido a órdenes contradictorias, está necesariamente condenado. Gregory Bateson no solamente es el simpático abuelito cibernético de camisas hawaianas que carbura al LSD, vive en comunidades cerca de Santa Cruz y termina su vida en el oasis terapéutico-gerencial de Esalen en el Pacífico. También fue un agente del OSS, el ancestro de la CIA. Alistado como voluntario, durante la Segunda Guerra Mundial se encontró destacado en Tailandia, en China, en India, en Ceylán y en Birmania, en donde sirvió en una “unidad de inteligencia avanzada”. Desde las montañas birmanas de Arakan, era animador en radios clandestinas de falsa propaganda japonesa. Ponía así en práctica su teorización antropológica sobre la esquismogénesis tal como figura en La Cérémonie du naven (1936) – es decir sobre el arte de sembrar cizaña en una población, haciendo nacer en su seno relaciones de rivalidad o de hostilidad, situaciones de comunicación paradójica o de imposibilidad de comunicar. Su técnica esquismogenética consistía en este caso en hacerse pasar por una radio de ocupación japonesa, llevando el discurso a extremos tales que la población ocupada terminaba por escindirse en projaponés y antijaponés. Se trataba así de privar al enemigo del sostén de la población. Esta estrategia entre tanto se volvió el pan de cada día de la propaganda contemporánea –de las granjas de trolls rusas a los “ingenieros del caos” que obran en todas partes del globo. Es lo que se llama, en el lenguaje de las operaciones psicológicas, “la propaganda negra”. Bateson fue durante toda su vida amigo de Harold Abramson, el psiquiatra del proyecto MK-Ultra. Se ve entonces que a pesar de su leyenda de izquierdista, Bateson también era el prototipo de la subjetividad dual.

[…]

Resulta de esto “el sentimiento de que la verdad es simplemente imposible de conocer, y una actitud de resignación que consiste en retirarse del debate político y que produce parálisis. Esta situación puede servir a los poderosos dado que quienes desean cambiar las cosas deben convencer a los otros, mientras que quienes desean permanecer en el poder solo deben paralizarlos para impedirles que actúen.” (Zeynep Tufekçi, Twitter & les gaz lacrymogènes, 2019).

[…]

El arte consumado con el que los gobernantes supieron poner a los vacunados en contra de los no vacunados puede ser considerado un caso de manual de la perversión en comunicación. Esto comenzó, en Francia, el 1ero de julio de 2021 con un “Temo una forma de fractura entre quienes estarán vacunados y quienes no habrán querido vacunarse” del portavoz del gobierno. Siguió con una entrevista telefónica de Bernard Kouchner, el 11 de julio: “Quienes ante este virus eligen luchar individualmente, si no son desertores, al menos, son aliados de los virus. La vacunación no es un asunto personal. Rechazarla es una traición.” Estas palabras, muy Dark Winter, se proferían la víspera del golpe del presidente de la República, destinado “a reconocer el civismo y a hacer que los no vacunados sintieran las restricciones antes que todos”. O, para decirlo con las palabras de uno de sus ministros-mandadero: “pegarles a los no vacunados, a quienes va a costarles caro”.

[…]

Sistematizado por la Rusia de Putin como el contrafuego del régimen ante cualquier crítica, teorizado por el gran ilusionista del Kremlin Vladislav Sourkov, el trollaje se volvió la táctica gubernamental favorita de un mundo en bancarrota virtual y solo esperanzado en que nunca se coaligue contra él la fuerza lógica que debería haberlo derrocado hace mucho. “Su meta es socavar la percepción del mundo que pueden tener las personas para que nunca sepan lo que sucede realmente (…). Es una estrategia de poder que mantiene a toda la oposición en una confusión permanente, en un cambio incesante imparable, por indefinible.” (Adam Curtis, Oh dearism, 2009).

[…]

Toda esta “gestión de crisis” del covid incumbe lo que el psiquiatra Harold Searles llama “el esfuerzo para volver loco al otro”: “La instauración de cualquier interacción interpersonal que tienda a favorecer un conflicto afectivo en el otro -que tienda a que actúen unas contra otras las diferentes áreas de su personalidad -tiende a volverlo loco (es decir esquizofrénico), (…) tiende a socavar su confianza en la fiabilidad de sus propias reacciones afectivas y en su propia percepción de la realidad exterior.” (L’effort pour rendre fou, 1977)

Esto constituye, según Searles, un “equivalente psicológico de un crimen”.

Esto es lo que vivimos, a escala planetaria.

Nunca ningún código penal nos protegerá de esto.

Hasta aquí lo relativo al “método suave”, al nudge y a otros desbordes de benevolencia.

3.  Lo que se presenta como la gestión científica de “la pandemia más terrible desde la gripe española de 1918”, también puede ser descrito como la aplicación a los ciudadanos de sociedades enteras de técnicas de manipulación mental comúnmente atribuidas a las “sectas”.

Aislamiento metódico del sujeto, ruptura organizada de sus lazos con el mundo y con los otros, privación de las costumbres que constituyen su propia consistencia, luego descripción apocalíptica del mundo exterior como sede de una inmensa amenaza, como entregado al Mal, luego construcción, en sustitución del mundo perdido, de una realidad fantasmática no susceptible de ser invalidada por la experiencia, con encierro del sujeto en esta ficción, denigramiento de cualquier actitud crítica y, para terminar, a fin de que ese nuevo mundo psicótico y retorcido se sostenga, designación como enemigos de los “traidores del interior”, de los “disidentes”, causa de la persistencia del Mal y amenaza para el grupo –designación que autoriza la constitución de un relato dinámico, heroico y movilizador de lucha contra los secuaces del Mal.

Si tal cosa fue posible es porque surgió al cabo de medio siglo de difusión masiva de las técnicas de influencia.

Los saberes de la manipulación se volvieron la segunda naturaleza de nuestra sociedad, su gramática social espontánea.

Alcanzar el estatuto de “influencer” supone una completa realización para toda una generación.

[…]

Para comprender cómo se llegó hasta aquí, podríamos remontarnos hasta la Primera Guerra Mundial y su comité Creer – ese Committee on Public Information que estaba encargado, como su nombre no lo indica, de la propaganda de guerra y en donde figuraban tanto Walter Lippmann como Edward Bernays, el famoso sobrino de Freud a quien se le debe la invención de las public relations. Se podría exhumar la matriz fundamentalmente democrática y no totalitaria de la propaganda –nunca olvidar el increíble inicio de Propaganda (1928) de Bernays: “La manipulación consciente e inteligente de las acciones y de las opiniones de masas es un elemento importante en una sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo invisible de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder en nuestro país. Somos gobernados, nuestros espíritus son formados, nuestros gustos son educados, nuestras ideas son sugeridas, en gran parte por hombres de los que nunca oímos hablar.
En realidad, alcanza con aprehender la convergencia “natural” desde 1945 de la psicología social, de la “escuela de Palo Alto” en su hospital de veteranos del ejército, del constructivismo de Watzlawick y Heinz von Förster, de la ecología del espíritu de Bateson, de la Society for the Investigation of Human Ecology de Woff y Mead, de la “proxemia” de Edwrd T. Hall, del comportamentalismo de Skinner, de la hipnosis ericksonniana, de la programación neurolingüística de Grinder y Bandler, de las “relaciones humanas” del Tavistock Institute y del “Centro de Investigación del MIT sobre las dinámicas de grupo”, de los “procesos de cambio” de Kurt Lewin, de la curva de duelo de Kübler-Ross, del mentalismo y del desarrollo personal. Convergencia tanto más “natural” que la mayoría de las corrientes se componen de personas que se frecuentaban y se influían mutuamente.

Todo esto sobre un fondo de una ciencia publicitaria de la persuasión clandestina de la que Vance Packard en 1958 ya calibraba la madurez y las ambiciones.

Todo esto sobre un fondo de represión gerencial, frío y positivo, de cualquier conflicto.

Todo esto sobre un fondo de ingeniería social generalizada y de pacificación permanente. De pacificación de las costumbres y de masificación de los miedos.

Y con todo esto como continuación de la explosión en pleno vuelo de la aventura colectiva de la primera cibernética.

A partir de esta constelación de puntos ligados entre sí a pesar de su dispersión aparente, las técnicas de manipulación mental y de guerra psicológica se irradiaron desde hace medio siglo en todos los terrenos de la actividad social. Se las enseña y se las practica tanto en política como a guisa de métodos de venta; en management como so pretexto de diseño, de ciencias de la comunicación, de psicología o de coaching. Sirven de sostén, incluso de tema, desde hace medio siglo, a películas y series en cantidades industriales. Literalmente, saturan el campo social contemporáneo. Se volvieron como su textura propia, fundada en el principio constructivista de que ya caducaron el reparto entre realidad e ilusión y la distinción entre verdad y mentira. Karl Rove, el diabólico mentor de George W. Bush, en un reportaje constataba esta consecuencia política: “Somos un imperio ahora, y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras ustedes estudian muy juiciosamente esta realidad, nosotros volvemos a actuar, creando así otra y nueva realidad, que ustedes podrán estudiar. Así es como las cosas van a regularse. Somos actores históricos… y a ustedes, a todos ustedes, solo les quedará estudiar lo que nosotros hacemos.”

Hace decenios pues que se machaca en cualquier cátedra de periodismo, de management, de marketing, de comunicación, de filosofía postmoderna e incluso de estrategia militar que el real no existe.

Que la realidad se inventa.

Que el sujeto humano vive encerrado en su burbuja epistemológica.

Que todo es asunto de percepciones y que las percepciones se administran, se construyen, se manipulan a voluntad.

Y vienen a denunciar como paranoica o conspiracionista la sensación de que toda la sociedad se asimila a una gigantesca maquinación.

Es sublevante la facilidad con que las fake news vienen a competir con la propaganda oficial.

Incluso se juntan, sin esperanza, para “certificar la información”.

Lanzan alaridos ante una supuesta “epidemia de conspiracionismo”.

Persiguen la conspiración de los conspiracionistas.

Se escandalizan de que ya no se les crea más, siendo que hace medio siglo que están teorizando la necesidad de la mentira.

Y en efecto, nuestros gobernantes, periodistas o científicos hacen frente a una salvífica epidemia de incredulidad, que precisamente es el producto de esta saturación de nuestras vidas por sus técnicas de manipulación.

No son las informaciones sobre el mundo las que se volvieron falsas: es el mundo propiamente dicho.

Todos quienes tienen ojos para ver, lo advirtieron.

Nunca se habló tanto de verdad como en este mundo de mentirosos profesionales.

Podría llamarse a esto la dialéctica de la mistificación: las artes de la manipulación alcanzaron tal grado de difusión que no funcionan más.

Mataron la inocencia que sin embargo formaba la condición de eficacia de la prestidigitación social. Cualquier bachiller en técnicas de ventas está al tanto del ABC de la mistificación, de tal modo que también sabe identificarla y defenderse de ella.

Porque los saberes de la influencia también son los saberes de la inmunización contra la influencia.

De ahí, el “conspiracionismo” contemporáneo.

Nosotros no podemos no saber que mienten, y que ellos muy bien saben que lo hacen.

Más escandaloso: volvemos ofensivamente contra ellos las técnicas que nos enseñaron y que creían poder reservarse.

Jugaron y perdieron.

También nosotros, producimos los mismos. Y son tanto mejores que los de ellos: son más verdaderos.

Nuestra “comunicación”, con sus pobres medios, es cien veces más eficaz, porque creemos en ella.

No se les pasa por la mente que el marco epistemológico en el que vivimos, nuestros hábitos, nuestras conductas, nuestros pensamientos puedan ser otra cosa que carriles existenciales de los que no sabemos salir, una prisión hermenéutica de la que soñamos escapar, un ambiente neutro neurolingüístico que nos bastaría, con un poco de plasticidad, reprogramarlo para finalmente “tener éxito”.

No les viene a la cabeza la idea de que todo esto constituye el sentido que le vemos a la vida -nuestra idea de la felicidad, la forma de vida más preciada.

No parecen entender que un apego pueda no ser patológico. Y por cierto, este es el síntoma más restallante de su enfermedad.

*Los corchetes -[…]- corresponden a esta traducción en español.
Traducción Alma Bolón


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