16.FEB.24 | PostaPorteña 2393

De lo contra fáctico a lo actual

Por R.J.B.

 

Dicen que cada cual se debe a su época, al tiempo en que le toca existir. No hay dudas que esto aplica para la inmensa mayoría de los mortales y, sin embargo, uno puede presumir que el destino de algunos hubiese podido ser distinto de haber nacido en otra era.

Si incursionamos en ese juego o ejercicio contra fáctico, resulta imposible no referir la historia de Maximino “el Tracio”, emperador romano entre 235 y 238 d.C. Su caso es peculiar en todos los aspectos pues, además de que jamás estuvo en Roma, inauguró el ciclo de los emperadores-soldados del siglo III y es considerado el primer César de origen bárbaro.

Nacido en 183, un dato a considerar es que forjó su formidable ascenso -desde la condición de humilde legionario hasta una posición relevante en lo político- en base a una destacada carrera militar en la que, sin dudas, incidió su descomunal estatura. Según algunos relatos medía 2,40 m y otras fuentes sostienen que llegaba a los 2,61 m (8’7”), algo que lo posiciona como el soberano más alto de la Historia.

Cuando ostentaba el mando de la Legión IV Itálica, cuyos integrantes estaban muy molestos con el joven emperador Alejandro Severo por su decisión de beneficiar a los alamanes y evitar la guerra, las enardecidas tropas -a las que se sumó la Legión XII Primigenia- se insubordinaron dando muerte al mismísimo Alejandro junto a su madre, Julia Mamea. De inmediato, la guardia pretoriana aclamó a Maximino como emperador. En principio,Cayo Julio Vero Maximino -tal su nombre completo desde que en el 208 obtuvo la ciudadanía romana- se mostró reacio a aceptar el cargo, pero de no haberlo hecho, le hubiese costado demasiado caro. Por su parte, en Roma y a pesar del disgusto por tener a un bárbaro de origen campesino como emperador, el Senado tuvo que confirmar la elección.

Inflexible en lo disciplinario y eficaz como comandante, duplicó el salario de sus soldados para llevar adelante una exitosa campaña contra los germanos, pero, para ello, se vio obligado a subir los impuestos -afectando, en especial, a una aristocracia que le era francamente adversa y conspiraba para derrocarlo-. Su imperium duró apenas tres años ya que, como su antecesor, fue asesinado junto a su hijo.

Resulta tentador pensar que, de haber nacido mil ochocientos veinte años después, el destino de aquel gigante podría haber sido muy diferente, pues es seguro que hubiese sido captado por la NBA para exhibir su portentoso físico en los promocionados escenarios de basquetbol de los Estados Unidos. Pero en las lides de su tiempo, la fama se conquistaba con sangre en los campos de batalla.

Otro caso notable es el que refiere al Batallón Sagrado de Tebas”. Como resultado de la guerra del Peloponeso (431 – 404 a.C.), la estirpe militar de Esparta desplazó a Atenas para convertirse en el centro hegemónico de la Hélade, pero ese dominio finalizó cuando fueron derrotados por la ciudad de Tebas gracias a la eficaz intervención de su “Batallón Sagrado” integrado por ciento cincuenta parejas de amantes varones comandados por Epaminondas y Pelópidas.

Por entonces las relaciones homosexuales entre un hombre adulto y otro más joven eran consentidas socialmente y eso llevó a que Górgidas -un respetado aristócrata tebano- conformara una fuerza militar de elite para la que reclutó a trescientos combatientes que peleaban en parejas unidas por un vínculo amoroso.

La batalla, que puso fin a la hegemonía espartana, se desarrolló en la llanura de Leuctra (371 a.C.) y en la misma, brilló el genio militar de Epaminondas que condujo a los suyos a la victoria.

De más está decir que, en otras circunstancias históricas y sociales, tal fuerza de elite no se hubiese desarrollado. Por contraste, pensemos en lo que significó el genio de AlanTuring para la inteligencia británica durante la segunda guerra mundial y la denigrante persecución de la que fue objeto debido a su condición de homosexual.

Hubo y hay individuos que hubiesen encajado perfectamente en otras épocas. Por ejemplo, no me cuesta imaginar al expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti con la toga de senador en la antigua Roma. Tanto él como su colega, Luis Alberto Lacalle Herrera o el mismo Mitterrand y también Fernando Henrique Cardoso, seguramente, habrían estado alineados en el bando de los optimates -los óptimos o los mejores-, la facción más conservadora del senado en tiempos de la República romana tardía, contrapuesta a la de los denominados popularii -populares- surgidos de las asambleas de la plebe, que pugnaban por reducir el inmenso poder de la elite aristocrática. En este juego de lo imposible, bien podría imaginarme a Gustavo Petro entre las filas populares o a Néstor Kirchner, a López Obrador y también a Lula da Silva. Seguramente, Mujica, Maduro o Menem no hubiesen calificado para integrar un Senado de altos requerimientos en lo referido a la formación intelectual y/o militar, y en sus respectivos recorridos del “cursus honorem” -o carrera política- muy difícilmente habrían pasado de ser ediles curules -aquellos que se encargaban de organizar los juegos; de la vigilancia de pesos y medidas en los mercados y de resolver pleitos menores vinculados al comercio-.

De todas maneras, mal haríamos en caracterizar a aquellos dos nucleamientos senatoriales romanos con las etiquetas de la actualidad, algo a lo que, casi irremediablemente, estamos acostumbrados.

Si hoy alguien proclamase su simpatía por aquellos popularii, tomándolos como referencia y tratando de reivindicar, al menos, parte de sus posturas, nos parecería sencillamente fuera de lugar -por no decir ridículo-. Lo mismo podría aplicar para otros procesos históricos que hicieron época y que influyeron en el desarrollo filosófico e ideológico y que son parte de la memoria referencial de la humanidad.

Es un tema escabroso, pero esa admiración que, en muchos, inspiran algunos eventos del pasado -en especial, ciertas revoluciones y, como consecuencia, por quienes las lideraron- traduciéndose en fidelidad militante que busca emular o, directamente, trasplantar experiencias y metodologías insurgentes de otras épocas y lugares al presente, inevitablemente -con el tiempo- se torna obsoleta, indudablemente, nadie puede ignorar la significancia de eventos como la revolución francesa o la que, en octubre de 1917, en Rusia, terminó con el régimen zarista. En común, ambos procesos tuvieron su origen en la extrema pobreza del pueblo, en la desigualdad y la falta de libertades individuales. Ambas conmocionaron al mundo y sus legados torcieron el curso de la Historia.

La una -la francesa- marcó el inicio de la época contemporánea y sus postulados –“libertad; igualdad y fraternidad”- se convirtieron en la fuente de inspiración que habría de impulsar a otros movimientos insurgentes en otras latitudes -los procesos independentistas americanos del siglo XIX, la Comuna de Paris, etc.- Más cercana en el tiempo, la rusa, por varias décadas, se convirtió en el manual de orientación para las vanguardias insurreccionales en todo el mundo.

Entre una y otra, transcurrió más de un siglo de confrontaciones y debates de carácter ideológico cuyo epicentro era la lucha contra las injusticias y cómo canalizarla en aras de la dignificación del ser humano cualquiera fuese su condición social. Con la pluma o en las calles, ese debate se enriqueció para iluminar las luchas de los oprimidos. Así surgió la Primera Internacional -que agrupaba a sindicalistas ingleses, socialistas franceses, anarquistas e italianos republicanos- con el propósito de organizar políticamente al proletariado. Aportes como los de Karl Marx, Engels y Mijaíl Bakunin destacaron nítidamente, aunque el antagonismo entre las posturas de los dos primeros y el ruso anticipaba las dos corrientes que seguirían trayectorias filosóficas y de acción diversas. Por un lado, Marx y quienes se definían socialistas; por el otro, Bakunin y los partidarios del anarquismo colectivista. Los primeros, impulsando la revolución social para la conquista del poder del Estado; los anarquistas que planteaban un modelo revolucionario centrado en lo asociativo y cooperativo -federalista y antiestatal- con el acento puesto en el poder de decisión por intermedio del consenso.

A esa Primera Internacional -surgida en 1864- siguió la Segunda -fundada en 1889- y más adelante, la III Internacional (Comintern) impulsada por Lenin y el Partido Comunista de Rusia -1919- con el objetivo de establecer la dictadura del proletariado, abolir las clases sociales y eliminar el sistema capitalista. (Es de notar que estamos hablando de eventos que ocurrieron hace más de cien años…)

En Paris -1938- surge una IV Internacional, liderada por León Trotsky, en franca confrontación con los partidos comunistas estalinistas y que se proclama heredera de las diversas internacionales obreras. Se debilitaría a partir del asesinato de Trotsky y tras una serie de escisiones, quedó disuelta en 1963.

He referido los nombres de varios personajes que tuvieron un protagonismo fundamental en el desarrollo de las corrientes ideológicas que derivaron de las posturas socialistas y marcaron a esta era contemporánea. Un listado al que bien podrían agregarse Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, Georg Lukács, Mao Zedong y muchos más.

Por el lado de la vertiente anarquista, además de Bakunin, nos encontramos con Pierre-Joseph Proudhon, Piotr Kropotkin y Errico Malatesta, entre otros destacados pensadores y activistas.

Bakunin impulsaba el asociacionismo -o anarcosindicalismo- y era partidario de la “acción directa”. Pugnaba por la abolición de las clases, la propiedad en común de la tierra y todas las riquezas, la igualdad de los sexos y el ateísmo. Una clara síntesis del pensamiento anarquista la dio Sébastien Faure al decir: “Cualquiera que niegue la autoridad y luche contra ella, es un anarquista”.

Retomando el tema de las revoluciones y aunque la lista es demasiado larga, también se pueden mencionar las que se libraron en África contra el poder colonial europeo; la mexicana, iniciada en 1910; la revolución china; la cubana, de 1959 -que tanto nos influenció en América Latina-; esa otra que finalizó la dinastía de Sha Reza Pahlavi -iniciando una república islámica en Irán- u otras como la de los sandinistas en Nicaragua o la denominada “Revolución de los Claveles” ocurrida en Portugal -1974- y que, como principal resultado, condujo a la independencia de varias naciones africanas.

Abundan también los procesos revolucionarios abortados” y bien merece una distinguida mención la rebelión de esclavos -encabezados por Espartaco- que, entre el 73 y el 71 aC, conmocionó al imperio romano. Otro alzamiento de esclavos -aunque, a la larga, victorioso- fue el de San Basilio de Palenque en Nueva Granada -actual Colombia- dirigido por Benkos Biohó. Retornando a épocas recientes, se puede citar a la revolución de Guatemala de 1944, que inició el periodo conocido como “los diez años de primavera”, finalizado en 1954 con el derrocamiento del gobierno progresista del presidenteJacobo Arbenz por una sublevación militar ideada y dirigida por los Estados Unidos. Otro caso -algo más cercano- ocurrió en Burkina Faso al instrumentarse un golpe de estado contra el gobierno de Thomas Sankara, un militar izquierdista que había implementado una serie de cambios radicales destinados a dignificar y mejorar las condiciones de vida de sus compatriotas. Sankara -a quien apodaban el “Ché africano”- además de evitar contraer créditos internacionales -en un franco desafío al FMI y al Banco Mundial- nacionalizó todas las tierras y riquezas minerales de su país, además de iniciar una ambiciosa reforma agraria. Otra de las prioridades de su agenda refería a los derechos de las mujeres: prohibió la mutilación genital femenina, los matrimonios forzados y la poligamia. En octubre de 1987 fue derrocado y luego asesinado.

Entonces, desde los tiempos más remotos nos encontramos con un idéntico escenario en el que las injusticias y el sojuzgamiento -a la larga o a la corta- encuentran una respuesta violenta. Y es que la Historia toda se nutre de revoluciones, alzamientos y rebeliones en las que el poder de una minoría o de una potencia invasora es contestado por las mayorías oprimidas. En cada uno de esos procesos inciden múltiples factores de carácter social, político, económico y hasta geográfico que se corresponden con su tiempo. Cada uno de esos eventos marca época y, por lo general, influye en otros que le siguen. De cada uno se desprenden experiencias a considerar y, a su vez, aporta en lo intelectual gracias a las contribuciones de notables pensadores. Como si de eslabones de una cadena se tratase, cada evento en particular se vincula y está amarrado al que le precede y también al posterior, pero no es idéntico. El tiempo en el que ocurre, los factores y circunstancias que lo hacen posible lo vuelven irrepetible.

Muy bien haremos al estudiar y considerar otras experiencias similares -sean cercanas o lejanas en lo geográfico o temporal-, pero sólo a manera de guía referencial; de lo contrario, correremos el riesgo de fracasar rotundamente. Y esto, por supuesto, aplica también para aquellos que fueron moldeando la ideología revolucionaria.

A manera de ejemplo, nadie se pudo que creer que aquel entusiasta llamado del “ChéGuevara ante la Tricontinental para crear dos, tres, muchos Vietnam”, implicase aplicar y reproducir las tácticas de combate de los vietnamitas por estas latitudes. Aquello fue una consigna producto de su hora y destinada a abrir nuevos frentes bélicos que complicasen aún más al gobierno estadounidense. Sin embargo, años después, existieron intentos en ese sentido que resultaron un fracaso cuando algunos dirigentes del PRT/ERP -en su afán por trasladar la experiencia vietnamita- creyeron que era factible declarar “zonas liberadas” en el norte argentino.

Más allá del curioso -por no decir triste- epílogo de revoluciones triunfantes como la francesa, la rusa, la cubana o la sandinista, se impone la pregunta de si correspondía reproducirlas adoptando las mismas tácticas y estrategias que las hicieron posibles. Eso en cuanto a la praxis, pero también me remito a lo ideológico.

A lo largo de las última siete décadas -por lo menos- se viene anunciando que el sistema capitalista está agotado; sin embargo, todo indica que no es así ya que el mundo ha cambiado de una manera que era absolutamente impensada hace tan solo treinta o treintaicinco años. A los avances tecnológicos -los más revolucionarios en la Historia de la humanidad-, se suman otros factores como la caída de la Unión Soviética, la globalización, la sustitución de la mano de obra “genuina” -o humana- por máquinas de avanzada y robots, la precarización del trabajo en vastas zonas del mundo y la informalidad. Todo un escenario ideado, controlado y dirigido desde los grandes centros de poder.A su vez, los paradigmas de una nueva sociedad y, por tanto, de un nuevo individuo, son diseñados por quienes están al servicio del denominado neoliberalismo que, por supuesto, nada tienen que ver con el mundo que alguna vez soñaron Marx, Engels, Lenin, Bakunin y tantos otros ideólogos y activistas revolucionarios de otros tiempos.

Otras realidades muy diferentes a las que hoy nos tocan fueron las que se encargaron de templar la lucidez, el carácter y las propuestas de aquellos y otros brillantes pensadores. Volviendo al juego contra fáctico del inicio; ¿qué harían hoy aquellos hombres que eran usinas de pensamiento? Sí, es posible que se adaptaran a esta hora y, tal vez, podrían destacar como lo ha hecho, por ejemplo, el filósofo Zygmunt Bauman (Polonia, 1925 / Leeds, 2017) uno de los pensadores que mejor pudo definireste presente en el que vivimos. Pero hay algo claro, para hacerlo y contribuir con destaque, tanto Marx como Lenin, Engels o Bakunin, deberían saber situarse en una realidad absolutamente diversa a la que les tocó. Y es eso, justamente, lo que nos toca y se nos exige si, como protagonistas comprometidos de nuestra época, dedicamos nuestros esfuerzos a lograr las transformaciones que posibiliten un mundo mejor y más justo. Va mucho más allá de la “etiqueta” o autodefinición que proclamemos -marxista, leninista, maoísta, anarquista, trotskista, guevarista, etc.- y trasciende, incluso, nuestro encuadre o pertenencia a determinado partido u organización.

Antes mencioné al excepcional filósofo Zygmunt Bauman -además sociólogo y ensayista- cuyos trabajos se encargan de describir con notable claridad la modernidad, las clases sociales, el consumismo, la posmodernidad y la pobreza. Cuando Bauman nos habla de la  modernidad líquida, se refiere a este mundo de hoy-que es líquido en contraposición al mundo sólido de nuestros abuelos-.

De acuerdo con su enfoque, esta sociedad actual es inestable, carece de identidad fija, está globalizada y es víctima del consumismo, las carencias educativas y las tentaciones insalubres. Atravesamos un momento de la Historia en el que las realidades sólidas de antaño -el trabajo, el patrimonio logrado con esfuerzo, el amor para toda la vida- ya no existen y en cambio, nos hemos acostumbrado a un tiempo veloz en el que las cosas y las relaciones humanas no van a durar mucho. Sabemos que habremos de cambiar de trabajo varias veces y que las nuevas oportunidades -para bien o para mal- han de sucederse continuamente para reemplazar las existentes. Todo cambia aceleradamente y también somos conscientes de que somos cambiables y, por ende, tenemos temor de fijar algo para siempre. Los gobiernos -nos dice Bauman- instan a sus ciudadanos a ser flexibles y ¿qué quiere decir ser flexible? “Significa que no estés comprometido con nada para siempre, sino listo para cambiar la sintonía, la mente, en cualquier momento.” Y sentencia: “Menos el 1% que está arriba del todo, hoy nadie puede sentirse seguro. Todos pueden perder lo que han logrado en la vida sin previo aviso.”

Este es el mundo de hoy; uno en el que la informalidad campea y en muchos países ronda o, incluso, supera el 50%. Trabajadores informales que se desempeñan en una situación absolutamente precaria -siempre al borde del abismo-; que, si faltan, no son remunerados; que carecen de cobertura médica, de beneficios sociales y de toda integración al sistema. Outsiders de noche y de día, obligados a ser individualistas para subsistir en estas junglas de cemento. La interrogante se impone: ¿cómo hacer para que adhieran a esas plataformas de lucha que la Izquierda postula?

Un mundo de cibernautas, en el que el teléfono celular es absolutamente imprescindible y al que los jóvenes toman como guía y referencia en todas las instancias -jóvenes y no tan jóvenes-. Para ellos, van quedando muy atrás las costumbres de otrora: leer un diario, escuchar o ver un noticiero para informarse; disfrutar de la lectura de un libro, insertarse en un ámbito social real al margen de las denominadas redes sociales.

Un mundo dirigido y orientado a licuar la identidad de cada individuo, casi anulándola; ofreciendo un copioso menú de opciones inconducentes, fútiles y engañosas. En el que los tatuajes representan una demostración de estatus y en el que lo que sucede en la Web resulta más relevante que lo que se puede vivir de verdad.

Un mundo actual que nos convoca al más insensible egoísmo; en el que es más importante la foto de un beso que el beso en sí mismo y en el que el sexo virtual está a disposición de cualquiera.

¿Cómo penetrar entonces en esa virtualidad para despertar la conciencia de quienes componen ese mundo? ¿Teorizando? ¿Citando a Marx, Lenin o Trotsky? Más que dudarlo, me permito negarlo.

Es cierto que tenemos las variantes del llamadoprogresismoactual que, desde la aparición del eurocomunismo, ha exhibido diversas expresiones -por ejemplo, en América Latina-, todas de corte “democrático” y como tales, insertadas en los respectivos procesos electorales. Tanto en el Brasil como en Uruguay, Chile, Paraguay, Argentina, Ecuador, México, Venezuela, Bolivia, Perú o Colombia, las “izquierdas” -o mejor decir las fuerzas progresistas, si incluimos a “Perú Libre” o al “kirchnerismo”, entre otras- han resultado vencedoras en varios procesos electorales. Pero ocurre que, al incursionar en los vaivenes del tan mentado sistema democrático, se han desdibujado y más allá de que se autodefinan de izquierda, son apenas un simulacro -una versión tímida de lo que otrora fueran sus antecesoras- que en poco se diferencian de sus rivales conservadores.

Atrapadas en el laberinto que propone la democracia burguesa, se dedican más a competir con sus adversarios que a implementar medidas radicales que respondan a las urgencias de los postergados de siempre. Cuando acceden al gobierno, abordan tibias reformas que en poco alteran el estatus quo. Han suprimido de sus programas de gobierno lo que solía ser el sello de identidad de las fuerzas de izquierda: reforma agraria, nacionalización de la banca y de los recursos naturales. En cambio, alegremente, se acoplan al tren del liberalismo y consienten -si no alientan- las tercerizaciones y otorgan todo tipo de ventajas a las empresas extranjeras.

Más allá de los errores de gestión y/o de casos de corrupción -que han dañado y comprometido la percepción ciudadana de las coaliciones o partidos de “izquierda”-, gobiernan y se conducen políticamente tratando de no desagradar al Gran Hermano del Norte, que todo lo ve o sabe y mantiene la injerencia en los asuntos de por acá como lo hizo a lo largo del siglo XX. Esto propicia la definición -que no pocos aportan- respecto a los gobernantes progresistas latinoamericanos: fueron y siguen siendo apenas gerentes -o capataces- encargados de gestionar los interesesyanquis.

Por tanto, poca es la diferencia con las fuerzas conservadoras y de ahí la alternancia que, como se ha visto en la mayoría de los casos, propicia el retorno al gobierno de los partidos de derecha. Y si eso ha ocurrido y sigue ocurriendo, evidentemente, algo se viene haciendo mal.

¿Cuál debe ser, entonces, la respuesta a la coyuntura actual? Como dije antes, no creo que sea teorizando y recitando a los clásicos del pensamiento de izquierda; tampoco aparecen como convincentes las experiencias recientes de los gobiernos progresistas -o no han sabido estar a la altura o se diluyeron con triste timidez para ser apenas una pieza más del perverso andamiaje de la democracia representativa-.

Nos toca saber leer esta líquida modernidad; entenderla y sabernos manejar en ella con eficiencia y practicidad. Estar atentos a los indicios y a las veloces características que se presentan. No en vano, del otro lado, hubo respuestas que resultaron certeras. Y si no, analicemos el fenómeno de Javier Milei; un místico que impuso sus ambiguas -pero efectivas- consignas valiéndose de las redes sociales. “Libertario”, según se define, en una paradójica alusión a los postulados anti estatistas de los seguidores de Bakunin. Claro que, de haber intentado incursionar con ese discurso hace unos cien años, se hubiese encontrado con la justiciera respuesta de un Severino Di Giovanni o un Miguel Ángel Roscigna.

Pero Di Giovanni y Roscigna fueron fusilados en febrero de 1931 -durante el mandato del dictador Uriburu- y Milei se da el lujo de confesar que tiene una conexión con su perrito muerto, que es su consejero de ultratumba. En base a una sarta de falsedades e insultando a la casta política, este impresentable mentiroso accedió al gobierno de la República Argentina para demostrarnos que hasta lo más inverosímil es posible en este mundo de hoy. Por lo visto, para sus votantes, poco importan las decenas de miles de desaparecidos y las salvajadas del último gobierno militar y tampoco lo ocurrido durante el estallido social de fines de 2001 que derivó en la renuncia de Fernando de la Rúa. Todo pasa demasiado rápido y es algo que debemos tener en cuenta.

En definitiva, un urso como Maximino estaría jugando hoy en Boston Celtics o en los Lakers, pero le tocó nacer y crecer en la Tracia romana. En cuanto a las ciento cincuenta parejas de amantes varones que vencieron a los espartanos y por más que soplan vientos de cambio en ese sentido, a ningún comandante se le ocurriría repetir una experiencia similar. A su vez, Karl Marx y Engels deberían adaptar sus postulados teniendo en cuenta que las relaciones laborales del presente no son las de su época, con un proletariado disminuido en cantidad y tantos trabajadores independientes y/o al margen de lo formal.

El desafío es para hoy, eso deberíamos entender, aunque nos cueste aceptar las vertiginosas reglas del Presente.  

R.J.B.


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